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"He vivido una fiesta mágica"

Por: Fadhil Al-Azzawi

 

Junio, 2005
Publicado en Banipal, N°23, Verano del 2005, Londres.

Sólo tenía ocho años cuando mi padre me llevó con él a conocer a  un maestro sirio que vivía en al-Qoria, un barrio en Kirkuk, quien enseñaba inglés. Mi padre me dijo que Gabriel (ese era su nombre) me enseñaría inglés, por lo tanto, esas vacaciones de verano no jugué con mis compañeros de escuela en el barrio de al-Musallah, sino que estudié inglés.

De camino a la casa de Gabriel, a pie, pues hacia finales de la década de los 40 no existía transporte en la ciudad, mi padre me dijo en un tono de voz que denotaba seriedad: “Mira hijo, si aprendes bien inglés podrás conseguir el trabajo que quieras, podrás ser un trabajador de primera clase en la Compañía de Petróleo de Irak, incluso podrás obtener un puesto destacado en la administración pública.  ¿Acaso sabes por qué los malditos “Ingleez” (forma arábiga de la palabra ingleses) siempre colaboran con  Nuri al-Sa'id y le permiten gobernar el país con mano de hierro? ¿No lo imaginas ? Te lo diré. Pues él habla inglés como uno de ellos.”

Sin embargo, mis razones para aprender la lengua inglesa diferían profundamente de las de mi padre. En mi barrio vivía un niño, dos o tres años mayor que yo, llamado Abbas, quien imitaba el modo de hablar de los héroes de las películas norteamericanas, sin saber él una sola palabra de inglés. Pero todos creían que era un genio pues hablaba tan bien el inglés. Yo deseaba superarlo aprendiendo a hablar verdaderamente inglés. No creo que haya aprendido mucho de Gabriel, pero al menos era el único de mi clase que sabía pronunciar correctamente palabras en inglés y podía construir frases como  “Eso es un libro”,"That is a book" “¿Cómo te llamas? "What is your name?", “Muchas gracias” "Thank you". Tiempo después, cursando  quinto grado, cuando comenzaron a enseñarnos inglés, pensé que podría dominar la lengua. Para ello decidí aprenderme de memoria todas las palabras incluidas en mi diccionario de bolsillo bilingüe Árabe-Inglés. Al cabo de dos o tres semanas llegué a la letra F. Entonces decidí abandonar este esfuerzo que me recordaba las labores de Sísifo. Palabras perdidas, mal pronunciadas, sólo aumentaban la confusión y fantasía en mi mente. Mi memoria estaba poblada de una multitud de símbolos y sonidos  que imposibilitaban su digestión. Me dije: “debe de existir algún otro método para aprender ese lenguaje”. Busqué en mi barrio a alguien que pudiera ayudarme y no hallé a nadie.

Repasé cómo había aprendido el árabe moderno y decidí aprender el inglés leyendo libros. Yo había aprendido el árabe como una lengua literaria, no sólo en la escuela, leyendo los textos y poemas de los escritores y poetas árabes clásicos.

El primer libro que leí y aprendí de memoria fue el Corán. En esos tiempos, los padres enviaban a sus hijos a la mezquita donde el mullah les enseñaba algunos pasajes del libro sagrado antes de ir a la escuela.

Pero no era la tarea del mullah enseñarnos el alfabeto árabe. Debido a ello los niños aprendían los pasajes sagrados simplemente como sonidos que se memorizaban de tanto repetirlos, sin considerar la relación entre la palabra escrita y la palabra hablada. Yo descubrí el secreto y lo guardé para mí.

A los ocho años de edad hallé todo lo que necesitaba en  mi infancia: placer, alegría y magia, en los libros que me develaron las maravillas del mundo en que vivía.  El primer libro que leí fue Las Mil y una noches (Edición de Boulag en 4 volúmenes) Lo leí varias veces, y en cada lectura hallé mayor placer en las leyendas e historias que narraba. Fui atrapado no sólo por su mundo mágico, sino también por el erotismo de su lenguaje. Durante el día, en la escuela, me comportaba como un ángel. Los maestros nos enseñaban los “valores y moral  auténticos” y era imposible hablar de sexo o utilizar expresiones y palabras vulgares. Pero a la noche, Sherezada me transformaba en un demonio. Ella me abrió todas las puertas y me guió hacia la vida cotidiana de las personas, ella me hablaba de sus sueños y fantasías. Ella me permitía acompañar a los califas, cubiertos por la noche, que vagaban por  las calles de Bagdad antes de entrar en una casa, donde serían atrapados por tres mujeres. Cada una tenía su propia historia y todo lo que deseaban hacer era beber vino, bailar y hacer el amor. En esta fiesta de la libertad los invitados debían cumplir con una condición: no deberían hacer ninguna pregunta acerca de lo que veían allí. Una pregunta significaba la muerte. Pero la curiosidad del califa era mayor que el temor a ser decapitado e hizo preguntas, y yo, joven lector, me llevé la mano al corazón aguardando los sucesos siguientes. De hecho, Scherezada fue mi primer maestra, no sólo me enseñó a escribir, me enseñó también a vivir.  Para ser uno mismo debemos enfrentar todos los demonios y espíritus malignos del mundo y derrotarlos. Arroja tu red al mar para cosechar tu suerte. Lo que atraía y tentaba a Simbad cada vez que navegaba hacia islas y tierras desconocidas no era el oro ni las joyas, pues él poseía una gran fortuna. No,  no era eso, sino la curiosidad, el llamado de la aventura,  el placer del viaje mismo.

Ahora mi infancia parece haber sido una fiesta mágica. Mi padre era un excelente contador de historias. En las frías noches de invierno, los niños nos reuníamos a su alrededor cerca del fuego y él narraba una historia tras otra. Cuentos de caballeros enfrentando a monstruos terribles, la historia del califa Haroun al-Rashid y sus payasos,  la de los vagabundos y ladrones en el desierto y la de su propio abuelo Handhal, quien fue un bandido y una vez fue herido mientras combatía con unos mercaderes afganos entre Bagdad y Khanaqeen. Para salvarle la vida debieron amputarle la mano, por ello, lo llamaban Handhal el amputado.

Existen muchos otros libros árabes antiguos que me fascinaron, algunos eran historias de caballeros pre-islámicos y sus hechos heroicos, como al-Miqdad, al-Mayyasa (una mujer), Antara bin Shaddad, al¬Khansa (una mujer poeta) y al-Zier bin Salem  y otros libros que contenían historias religiosas. En el libro “La noche de la ascensión del profeta Mahoma a los siete cielos” podemos ver al arcángel Gabriel acompañar a Mahoma al Templo de la roca en Jerusalén desde donde lo guiará de un cielo a otro en busca de Dios.

En los cielos el profeta Mahoma se encuentra con los viejos profetas y conversa con ellos. Los ángeles le salen al paso para darle la bienvenida. Luego de presenciar todas estas maravillas, llega ante el trono de Dios y habla con él. Luego, esa misma noche, regresa a la Meca y al día siguiente comienza a contar su visión y su milagroso encuentro con Dios, pero los no creyentes se burlan de él y le piden que describa la ciudad de Jerusalén, para comprobar si dice la verdad o no. Mahoma se halla en una situación compleja pues atravesó la ciudad de Jerusalén en la oscuridad de la noche. En esta instancia el arcángel Gabriel se apresura a ayudarlo.   Levanta a la ciudad de Jerusalén sobre sus hombros y la coloca frente a Mahoma, quien comienza a describir cada uno de sus portales de entrada, cada camino, cada puerta. Qué escena más fantástica.

En la escuela primaria aprendí de memoria gran cantidad de poemas clásicos pertenecientes a los poetas más conocidos, desde los textos de la era pre-islámica pertenecientes a  Imru'il-Qais,  hasta los de Ahmed Shawqi, al-Zahawi, al-¬Risafi y al- Jawahiri  de la época moderna.

Asimismo  leí muchos libros antiguos de literatura árabe y otros sobre religión, historia y filosofía. También en mis tiempos de escolar, en la biblioteca del colegio, hallé un volumen que produjo un punto de inflexión en mi comprensión del mundo, que me ayudó a conformar mi conciencia y conocimiento del mismo: La Historia de las Civilizaciones, de Will Durant, 24 volúmenes traducidos al árabe. Esta obra abrió mis ojos niños hacia un panorama de los incesantes esfuerzos y la lucha de la humanidad  desde sus comienzos hasta este mundo en el que me hallo. Me permitió comprender los esfuerzos realizados por todas las generaciones para hacer la vida en el planeta más llevadera y humana.

En la biblioteca pública de la ciudad hallé un libro que se convirtió en mi evangelio hasta el día de hoy: La Odisea de Homero (en traducción árabe). En este poema épico experimenté junto a Odiseo todos los peligros del mundo, amé junto a él, combatí a su lado, con él escuché a las sirenas cantar sus encantadoras canciones sobre las rocas, induciéndolo a abandonar todo y seguirlas. Pero Odiseo, un modelo para todos los hombres, resiste la tentación y arriba a Ítaca, donde Penélope, su esposa fiel, ha esperado durante largo tiempo su regreso.
Sherezada y Homero estimularon mi duradero amor por el mar. Bajo su influencia escribí muchos poemas sobre el mar, incluso antes de poder ver por primera vez en mi vida el océano.
Por aquellos años también leí traducidas al árabe  las obras de Shakespeare. Tiempo después adquirí sus obras completas en inglés e intenté leer Hamlet con la asistencia de la traducción árabe.

En una ocasión, la Compañía de Petróleo de Iraq organizó un concurso para los alumnos de Kirkuk. Este consistía en una visita a los campos petrolíferos y las oficinas de la empresa, sobre  la cual los alumnos debían escribir un texto narrando sus experiencias. Obtuve el primer premio, pero debí compartirlo con el hijo del gobernador. El director general de la empresa, Mr. Tissoe, nos entregó a cada uno un sobre con 10 dinares. Él deseaba ser justo y quedar bien con el poder político al mismo tiempo, la típica política británica para Iraq.

En Kirkuk en los años 50, había un Centro Cultural Norteamericano, que tenía una gran biblioteca que incluía una gran cantidad de autores modernos en inglés. La primera vez que fui allí se negaron a asociarme pues para hacerlo debía tener como mínimo 13 años de edad. Un año más tarde regresé y los desafié “Pueden someterme a una prueba para saber si sé inglés”.

Ese hecho abrió para mí una nueva puerta hacia la cultura, comencé a leer a Erskine Caldwell, William Saroyan, John Steinbeck, Robert Frost, William Faulkner . . . etc.
A los 15 años de edad conocí a un sacerdote que había publicado algunos de sus poemas en revistas árabes, quien luego de leer algunos de mis textos deseaba conocerme. Lo visité en su iglesia y hablamos de poesía y del mundo moderno. Tiempo más tarde, y luego de muchas discusiones conmigo y mis amigos del Grupo de poetas de Kirkuk, un grupo de escritores jóvenes que tuvieron un papel protagónico en la renovación de la literatura iraquí y árabe en los años 60, él abandonó las formas clásicas y se enamoró del surrealismo, hallando su Dios en la escritura automática,  confesando que habíamos cambiado por completo su vida.

Recuerdo que él me regaló en nuestro primer encuentro una copia de la Biblia, áun me asombra la impresión que me causó la lengua árabe utilizada en esta traducción de la Biblia, realizada en la segunda mitad del siglo XIX por Ahmad Faris al-Shidyaq, versión que se destaca por su estilo y poesía. Este texto se convirtió en uno de mis favoritos. Por supuesto aún considero que el Cantar de cantares es el mejor poema de amor que ha sido escrito. Desde el principio utilicé los símbolos y figuras bíblicas en mis poemas. No menos interesante me resultó la lectura del Nuevo Testamento. La idea de la crucifixión de Jesús y su posterior resurrección se convirtió para mí en un símbolo de resistencia ante todas las formas de opresión y represión política y social: pueden matarte, pero cada vez puedes resucitar de entre los muertos. 

Cierto día, siendo aún muy joven, mi madre me preguntó si era verdad que escribía poemas y si en el futuro deseaba ser un poeta, ya que algunos de los niños del barrio le habían contado acerca de mis actividades. Yo le respondí: “¿Qué tiene de malo ser un poeta?”. Ella me dijo que era una vergüenza y que ella y mi padre querían que me convirtiera en un hombre respetable, no deseaban que fuera un mendigo o un nigromante y que lo único que podía hacer un poeta árabe para ganarse su sustento era escribir poemas celebratorios sobre los poderosos y los jefes tribales. “¿Cómo podríamos enfrentar a nuestros amigos con un hijo así? 

Mi madre no estaba del todo equivocada. La función del poeta incluso durante la “al-jahiliya”, la era pre islámica, era la de defender a su tribu y elogiar con sus poemas a sus jeques.

La mayoría de los poemas del poeta árabe Al¬-Mutanabbi (915-965) son poemas en honor de emires y sultanes. Incluso en el siglo XX,  Al- Jawahiri (1900-1998), el último de los poetas clásicos y Badr Shakir al-Sayyab (1926-1964), el precursor de la poesía árabe moderna, escribieron poemas alabando a reyes y generales. En la época de Saddam, miles de poemas fueron escritos cantándole loas al “ indispensable y elegido líder”, los poetas árabes llegaban de todos lo rumbos cargando largos poemas, y nuestro hombre en Bagdad pagaba generosamente.
Existían también poetas viajeros beduinos que se caracterizaban por su pobreza, quienes visitaban nuestro barrio en Kirkuk y tocaban sus rabeles y cantaban poemas en elogio de los dueños de las casas.

Imaginé lo que estaba pensando mi madre y le dije que en la actualidad el poeta ya no es un mendigo. Le aseguré que asistiría a la universidad y trabajaría como cualquier hombre respetable. Le recordé que existía un poeta inglés, Eliot, que había sido nombrado director de un banco en Londres. Ella me contestó que estaba bien que continuara escribiendo poesía si pensaba convertirme en un director de banco en Londres.

En la segunda mitad de la década de los 50, Kirkuk era una ciudad que se caracterizaba por sus diferencias con otras ciudades de Iraq. Durante muchos siglos distintas etnias y nacionalidades convivieron pacíficamente allí. Todos en Kirkuk hablaban tres o cuatro idiomas (árabe, turco, kurdo y asirio). Miles de personas trabajaban para la compañía de petróleo y tenían contacto con los ingenieros y operarios británicos que vivían allí. Existían allí muchas bibliotecas y librerías dedicadas a la lengua árabe, inglesa y turca. La mayor parte de los libros publicados en Bagdad, Beirut, El Cairo y Damasco estaban al alcance de los lectores. La ciudad contaba con un periódico bilingüe árabe–turco (Afaaq) y una revista mensual bilingüe árabe-kurdo (al-Shafaq). Allí publiqué algunos de mis poemas, pero el paso más importante para mí fue la publicación de textos en las publicaciones más importantes de Bagdad y Beirut: al-Funun, al-Adib, al-Majalla y Shi'r.

Entre 1955 y 1959, antes de comenzar mis estudios universitarios en Bagdad, leí a muchos narradores y poetas norteamericanos e ingleses: Ernest Hemingway, John Steinbeck, Ezra Pound, Erskine Caldwell, William Faulkner, George Bernard Shaw, Colin Wilson  y  Tennessee 
Williams.

Leí los poemas de T. S. Eliot varias veces e intenté estudiarlos verso por verso, para entender la construcción de: La canción de amor de  J. Alfred Prufrock,  Los hombres huecos,  Miércoles de ceniza, El viaje de los magos y La tierra baldía. Asimismo, leí la obra de Stephen Spender, Edith Sitwell, Federico García Lorca, Pablo Neruda, Nazim Hikmet, Orhan Wali, Tagore, Saint-John Perse, Aragon, Breton, Eluard, Brecht, Mayakovsky, Pushkin y Goethe, entre otros.

El descubrimiento más importante realizado por mí en aquellos años fue la literatura clásica rusa: Chekhov, Gogol, Gorki, Dostoievsky y Tolstoi. La editorial Al-Yaqadha en Damasco había  publicado en árabe la obra de estos autores. Pienso que no existe otro escritor que haya comprendido como lo hizo Dostoievsky, tan profunda y certeramente las complejas relaciones humanas y sus  simultáneas actitudes angélicas y demoníacas. En su novela Crimen y castigo aborda las cuestiones más difíciles del corazón y la mente del siglo XX. Al igual que Raskolnikov, quien se creyó con el derecho de asesinar a la codiciosa e inservible viuda, Hitler y Stalin creyeron que podían asesinar a millones de seres inocentes en nombre de ciertos dogmas y utopías abstractas. Ellos se negaron a confiar en los cánones del pasado y deseaban existir fuera de la historia: el camino al nuevo mundo estaba teñido en sangre. Dostoievsky le dio una nueva dimensión a la proclamación de la muerte de Dios realizada por Nietzsche, en relación con el principio moral: “Si Dios ha muerto, entonces todo está permitido.” Después de Dostoievsky la cuestión viró a: “¿Cómo podemos creer en algo si no existe nada en que creer?” O quizás: “¿Desde dónde debemos construir nuestro optimismo en el futuro?”

También leí la mayor parte de los cuentos de Gorki. Como no era fácil obtener un ejemplar de Madre traducido al árabe (la censura prohibió la novela sosteniendo que era propaganda comunista), busqué un ejemplar en turco traducida en 1900 en Estambul. Este fue el primer libro que leí en lengua turca. Me entusiasmaban los personajes de Gorki, pero no me gustaba su estilo realista. De hecho, a pesar de que el marxismo me atrajo filosóficamente, con su interpretación dialéctica del mundo y la historia, nunca creí en el Realismo Socialista, lo considero parte de la primitiva propaganda política del estalinismo. Incluso la tesis acerca del compromiso esbozada por Jean Paul Sartre no tiene ningún sentido para mí y me resulta sospechosa.

Todo escritor necesariamente refleja, de una manera u otra, sus actitudes hacia los grandes problemas de su época. Sin embargo, no podemos pedirle u obligarlo a que se comprometa con distintos aspectos de la realidad si no cree en ellos. De cualquier manera, ni Hafiz ni Dante se consideraban a sí mismos “comprometidos”. Ellos simplemente escribieron siguiendo la flama de sus corazones.

Cuando abandoné Kirkuk a los 18 años de edad  para estudiar literatura inglesa en la Universidad en Bagdad, reuní todos mis poemas y los arrojé al fuego (un acto alocado del cual me arrepentiría más tarde) y me dije a mí mismo: “¡Vamos, Fhadil, adelante Fhadil!. Kirkuk no fue  nada más que una estación en tu largo viaje hacia el autoconocimiento. Ahora debes conocer el mundo entero.”

Última actualización: 19/12/2021