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Juan Gelman: ‘poesía es resistencia frente al mundo’

Fotografía tomada de Poeticous

Por: Claudia Posadas

Juan Gelman (Buenos Aires, Argentina, 1930) ha sido galardonado con el último Premio Juan Rulfo, uno de los más importantes de América Latina. Gelman ha sido distinguido por su trayectoria poética y su militancia vital. Exiliado desde 1975, cuando dejó una Argentina ocupada por los militares, su poesía es un magma donde están disueltas la experimentación con el lenguaje y la experiencia de vida.

Su poesía, un canto a la “ausencia presente de lo perdido”, astra, como diría el poeta, en una Latinoamérica que lo reconoce como una de sus voces más representativas. Próximamente, publicará en España “Tantear la noche”, un libro que plantea una etapa interesante en la poética del autor, ya que vuelve a una escritura más decantada, menos experimental. “Es un libro de poemas breves, distintos a los que he escrito: no van con cortes, tienen puntuación, etc. En vez de tratar de distorsionar el lenguaje me interesa agrandar el silencio que sirve de sostén de la palabra”, cuenta Gelman en la siguiente entrevista.

Sus biografías generalmente marcan “Cólera Buey” como su primer libro, pero en esta antología hay volúmenes anteriores a éste, que además tienen una estética muy tradicional, diferente a la experimentación que caracteriza su poesía.

¿A partir de qué planteamientos buscó dicha experimentación?

Antes de Cólera… hubo cuatro libros, “Violín y otras cuestiones” (1956), “El juego en que andamos” (1959), “Velorio del solo” (1961) y “Gotán” (1962). A partir de ese momento pasé varios años sin publicar nada, pero escribiendo muchísimo. En realidad, Cólera es un compendio de nueve libros diferentes.

Primero publiqué las traducciones de “Sidney West”, un supuesto poeta estadounidense, y luego publiqué Cólera… donde empieza mi experimentación con el lenguaje y con las formas poéticas. Tal vez, si alguien considera ése mi primer libro es por esto. Sin embargo, en “Gotán” observamos el inicio de toda esa búsqueda. A partir de ese libro empecé a notar las imposibilidades del lenguaje. La lengua, tal como la hablamos, calla más de lo que puede llegar a decir, sobre todo en relación con los sentimientos e incluso con los pensamientos. Claro que había circunstancias exteriores de todo orden en esos años que me hacían sentir cada vez con más fuerza la distancia que hay entre la imaginación que explora la vivencia y la posibilidad de que ésta se pudiera expresar del modo más preciso y rico posible.

En esta estética, lo sensitivo, biográfico, emocional, social, son el alimento de su poesía; sin embargo, estos elementos se disuelven, se fusionan en su propuesta de lenguaje hasta casi ser imperceptibles.

¿Cómo es este proceso?

Cada vez que me siento a escribir, que por cierto no es una cuestión de voluntad y en general escribo muchos poemas de golpe, es porque una obsesión me obliga a buscar su raíz, que por lo menos en mi caso, no llego a conocer bien de qué se trata.

No sé muy bien cómo se da el proceso de la forma y el contenido en mi interior, lo que sí conozco es el resultado y lo que me pasa como vivencia llevada a la imaginación y a la palabra. Siempre hay una distancia muy grande entre estos elementos y por eso me ocurre que tengo una gran insatisfacción con lo que he escrito. Me he dado cuenta después de tantos años, que en realidad se persigue lo imposible. Claro que como dice Dylan Thomas, nadie insistiría en este oficio ardiente de la poesía si a veces no se produjera el milagro.

Este consiste en el encuentro, en la palabra, de lo que uno busca. No puedo ahondar tanto, son elementos que se unen, desde vivencias diarias, lo social, lo que uno lee, pero yo no sé bien cómo es esto. En este sentido me gusta decir una vieja leyenda que me contaba mi mamá, que decía que un día estaba una arañita al borde del camino y pasó el ciempiés. La arañita lo detuvo y le preguntó cómo hacía para caminar, si primero movía las 50 patas de la derecha, luego las 50 de la izquierda, cinco y cinco, dos y dos, una y una.

El ciempiés se quedó pensando y no caminó nunca más. A lo mejor es una voluntad de virginidad fingida de mi parte porque estamos hablando de muchos años de leer y escribir poesía; pero en todo caso, hay cosas que no me pregunto. Yo admiro a Pound y Elliot, que han sabido escribir sobre su propia obra. Yo no puedo, lo que hago para mí es un rompecabezas absolutamente infernal.

Su poesía ha pasado por diversas estaciones: de lo tradicional a la experimentación, y en este registro, ha escrito poemas breves, poemas en prosa, poemas con su corte característico, poemas en verso libre que fluyen gracias a encabalgamientos, etc. ¿Ha encontrado su voz poética después de asumir tantas formas?

En cada libro hay distintos cambios en lo formal, en lo imaginativo, etc. Para decirlo de un modo muy vasto, a veces me da por hacer libros con versos cortitos, a veces largos, no sé. Claro que esto obedece a qué es lo que exige con la expresión, la obsesión del momento. Todo esto son las etapas, estaciones de una búsqueda que a lo largo de los años vuelven como una espiral. Creo que nunca voy a encontrar lo que busco y tal vez por eso sigo escribiendo, con la vana esperanza no de encontrarlo, sino de conocer algunos momentos de felicidad que Dylan Thomas llamaba milagros.

¿Destaca en su poesía el uso del habla argentina como lenguaje poético…?

Cada quien está marcado por la lengua de su lugar, ya que ésta es una visión del mundo. A mí me tocó ser porteño, de Buenos Aires y naturalmente todo eso que se susurra en el lenguaje, que no está dicho, es lo que me marcó.

Lo que hago no es una poesía conversacional, más bien, me planteo en qué medida el lenguaje corriente puede producir un temblor poético. Por otro lado, hasta los años 40 ó 50 en Argentina, había la costumbre de escribir con el tú, cosa que en porteño no ocurre, nosotros hablamos con el vos. Al principio había cierto desdén por aquéllos que escribían “vos decís”. Incluso en mis primeros libros hay un acatamiento al tú, pero a mí me cuesta escribir de esa manera. Me gusta el “voseo”.

En su poesía hay un anhelo por lo ausente, que podría interpretarse como un deseo de lo divino, pero también, se encuentra mucho la duda, la incertidumbre. Usted ha dicho que estos elementos tienen que ver con las ausencias del exilio, más que con lo místico. Sin embargo, ambas lecturas se funden cada vez más. ¿Se habrá vertido esta temática sutilmente?

Creo que hay tres experiencias que se asemejan que son la poesía, la mística y el amor, porque creo que en esas tres se produce lo que se llama el éxtasis, es decir, el salir de sí mismo. En ese sentido encuentro un parentesco absolutamente indudable de estado emocional en cada uno de estos casos.

Los místicos hablan de Dios y su ausencia, y los releí en el exilio, porque eran como la presencia ausente de lo amado. Entonces para los místicos la ausencia es Dios, para mí mi país, los compañeros que habían caído, una mujer amada, mis hijos, es decir, todo lo que es pérdida presente.

¿Por qué Teresa de Ávila y San Juan como personajes con los que dialoga en sus poemas? ¿Qué función tienen estos personajes en su escritura?

San Juan de la Cruz me parece el poeta más alto que ha dado hasta ahora la lengua española. Teresa de Ávila es una prosista magnífica, saca chispas. Es un diálogo con ellos que toca dos aspectos. El primero y central como dije es la especie de comunión con el sentimiento de la presencia ausente de lo amado. El segundo, es el lenguaje, el español del siglo XV y XVI, que como varios otros idiomas europeos de la época, tenía abiertos muchos caminos que con el tiempo se fueron cerrando, aunque todavía son fértiles, según creo.

Es como si la lengua radiante hubiera estado en estado naciente y después se fue estratificando. Yo creo que bastante de lo que se ha desechado y ya no se usa, tiene mucha fuerza poética. Teresa y San Juan son ejemplo de esto. Este tipo de verbo me llevó a escribir un libro en sefardí, que es el español que hablaba el Mío Cid, más antiguo que el español de Santa Teresa y San Juan, que los judíos conservaron cuando fueron expulsados en España.

Lo que me encanta de esa lengua es el candor, los diminutivos, cierto tipo de construcción sintáctica que no se conservó y además porque esa es la zona más exiliada de la lengua. Entonces hay una especie de confluencia de elementos que alimentan la obsesión y obligan a escribir.

Usted ha dicho que hay tres patrias: la vida, la infancia y la lengua. ¿También son una actitud frente al orden?

La poesía es resistencia frente a un mundo que se vuelve cada vez más cruel, cada vez más terrible, deshumanizante, porque todo lo que pasa no está fuera de lo humano, y creo que la palabra es una forma de resistencia muy clara frente a todo esto. Por supuesto que hay muchas otras. Lo extraordinario es cómo la poesía, pese a todo, a las catástrofes de todo tipo, humanas, naturales, viene del fondo de los siglos y sigue existiendo. Ese es un gran consuelo para mí. Va a seguir existiendo hasta que el mundo se acabe si es que se acaba alguna vez

Última actualización: 07/03/2019