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¿La poesía está contra la guerra?

Fotografía tomada de billboard.com

Por: Daniel Chirom

 

 

“Canta oh diosa, la cólera del Pelida Aquileo; cólera funesta que causó males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves...”. Estos versos no fueron escritos contra Bush en los miles de poemas que circulan estos días por Internet ni fueron leídos en ningún festival poético por la paz. Y lejos de bregar por la concordia entre los hombres, exaltan la actitud bélica. Son el comienzo del poemario más célebre de todos los tiempos: la Ilíada, de Homero, escrita aproximadamente ochocientos años antes de Cristo. Su temática central marcará a casi toda la gran poesía occidental hasta el siglo diecinueve. En ella, así como en el Poema del Mío Cid, la Chanson de Roland, el Cantar de los Nibelungos o en Coplas para la muerte de mi padre, de Manrique, no se condena a la guerra. Por el contrario, se la señala como el campo propicio para alcanzar la gloria. Entonces, ¿es lícito hablar de poesía y paz como sinónimos?

El poema público

La fuerza de los poetas griegos y romanos provenía del convencimiento que hablaban para todo el pueblo de acontecimientos conocidos por todos. Su voz actuaba en el campo público y eran escuchados como miembros autorizados de su comunidad. La problemática de sus textos era común a todos los miembros de la sociedad. No tenían que preocuparse por llamar la atención: compartían los peligros del presente, el impacto era inmediato.

Carlos Marx se preguntaba si “¿hubiera sido posible Aquiles con la pólvora y el plomo? O, en general, ¿la Ilíada es compatible con la prensa y con la máquina impresora? ¿Ante la caja del tipógrafo no desaparecen los cantos y las leyendas de las Musas y, por consiguiente, no se extinguen las condiciones de la poesía épica?”. La pregunta de Marx nos lleva directamente al proceso de la producción poética a partir del siglo XIX en que el arte se separa radicalmente de la sociedad. En una sociedad de masas, la creación individual como placer estético pierde contacto con la experiencia de los lectores. El poeta lírico ya no es un hombre público ni su conocimiento concierne a la multitud. Las emociones difieren; el desacuerdo en el lenguaje es brutal. Tal como señala Walter Benjamin, “sólo en excepciones conserva la poesía lírica el contacto con la experiencia de los lectores. Y tal vez sea así porque esa experiencia se ha modificado en su estructura”.

Para poetas como Rimbaud, Baudelaire y Mallarmé su lealtad primera es ante ellos mismos y la poesía. Sienten que si hablaran para la masa, se estarían traicionando. Como los románticos alemanes, se ven a sí mismos como desterrados, herederos de una tradición que ya no es patrimonio común de la sociedad. Cuando hablan de la guerra o de cualquier otro acontecimiento público, lo hacen desde su mundo personal, sin preocuparse de ser comprendidos o influir sobre los acontecimientos inmediatos con sus versos. No por ello dejarán de luchar por la libertad del hombre, comprometerse con las causas nacionales y aborrecer las contienda (un buen ejemplo es el poema “El Mal”, de Arthur Rimbaud). De hecho, muchos de sus textos se dirigen a la multitud. Pero saben que no serán escuchados.

Marx afirma que “la producción capitalista es hostil a determinadas ramas de la producción intelectual, como el arte y la poesía. Si no se comprende esto se cae en la quimera de los franceses del siglo XVIII que Lessing ridiculizó tan bien: si en mecánica y otras ciencias hemos sobrepasado a los antiguos, ¿por qué no ser capaces también de escribir un poema épico? Y la Henriada reemplaza a la Ilíada”.

El lenguaje poético se “especializa”, se separa del que utiliza el hombre común. Surge entonces la dicotomía entre política y poesía, una contradicción impensada para los griegos.

El poeta político

El poeta francés Henri Michaux nos dice que los poemas no surgen como él quiere sino como quieren ellos. Exigirle a la poesía que cumpla una función sería ignorar su ser. La poesía no sirve a ninguna causa; es más, la poesía no es útil en el sentido de utilidad que posee la sociedad de consumo. C.M. Bowra señala que para T.S.Eliot “los problemas inmediatos y prácticos de la guerra son ajenos al sistema de vida continuado que es la poesía y exigen una solución enteramente distinta, por medio de la acción y no de las palabras...la guerra es demasiado pública como para que se convierta en una parte auténtica de nosotros mismos”. Más allá de la pureza de la poesía que defiende, importa marcar en esta actitud la férrea distinción que se hace entre el espacio público y el privado. Ello obedece a que el autor de La Tierra Baldía visualiza con el horror que corresponde a todo liberal que en la sociedad contemporánea la frontera entre ambos campos se va desdibujando y que la dimensión privada está cada vez más acotada. El ideal poético se contrapone con la vida política, con la guerra. Las alusiones a ella surgen del campo íntimo, por más que se basen en una angustia colectiva. Es que los vates presienten que no sólo están amenazados físicamente sino que la existencia misma de la poesía está en peligro. Los poemas de Blaise Cendrars, Salvatore Quasimodo y Dylan Thomas son un buen ejemplo de ello: se definen ideológicamente, están contra el conflicto bélico pero le hablan a un puñado de lectores y no buscan ni esperan influir en la multitud.

Finalizada la Segunda Guerra Mundial comienza a desplegarse la sociedad de consumo. En la década del sesenta, las industrias culturales alcanzan una estatura planetaria. La distinción entre el espacio privado y el público se vuelve más tenue. John Lennon lo expresa claramente: “Los Beatles son más famosos que Jesús”.

Los poetas nuevamente tienen un público masivo. Al igual que en Grecia, hablan de lo que todos están enterados. Bob Dylan es quien mejor aprovecha esta situación. Su tono de poeta-profeta tiene acentos bíblicos. Con su guitarra se para frente a la multitud y, a diferencia de los griegos, la arenga a luchar contra la guerra. Y la gente se identifica con sus palabras, las hace suyas y las convierte en himnos nacionales. Y merced a los medios masivos de comunicación social, influye en otros países y otras lenguas. Sólo le pido a Dios, de León Gieco, es un excelente ejemplo de la importancia del autor norteamericano y de cómo una canción puede cambiar la actitud de las masas frente a los conflictos bélicos.

“¿Cuántas muertes harán falta para que nos demos cuenta de que han muerto demasiados? dice Dylan. La respuesta está soplando en el viento y en los miles de poemas que circulan por email y en los millones de manifestantes que en todo el mundo se pronuncian contra la guerra. Se podría afirmar que es la primera vez en la historia que la poesía se manifiesta masivamente contra la guerra. Ya no es la actitud del poeta que como hombre tiene la misión de luchar ante la injusticia pero sabe que sus poemas hablan para pocos. Ya lo dijo Dylan: “Acérquense poetas y críticos/que profetizan con sus plumas/ y mantengan los ojos abiertos,/la oportunidad no se repetirá./Y no hablen demasiado pronto/porque la rueda gira todavía/y nada indica a quién señalará./Pues el perdedor de ahora/será el que luego venza./Pues los tiempos están cambiando”.

Última actualización: 01/03/2019