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Poetas invitados al 25 Festival Internacional de Poesía de Medellín: Jotamario Arbeláez (Colombia, 1940)

Poetas invitados al 25 Festival
Internacional de Poesía de Medellín

Julio 11 al 18 de 2015

Poetas de América



Jotamario Arbeláez  nació en Cali, Colombia, en 1940. Es poeta y el más destacado representante y cofundador del movimiento nadaísta colombiano. Algunas de sus obras: El profeta en su casa, 1966; El libro rojo de Rojas, 1970; Mi reino por este mundo, 1981; La casa de la memoria, 1986; Doce poetas nadaístas de los últimos días, Antología, 1986; El espíritu erótico, 1990; El cuerpo de ella, 1999; Nada es para siempre (Antimemorias de un nadaísta, 2002).

Obtuvo el Premio nacional de poesía La Oveja Negra, 1980; el Premio Nacional de poesía Golpe de Dados, 1980; El Premio Nacional del Instituto Colombiano de Cultura, 1985; el Premio de Poesía Instituto Distrital de Cultura, 1999; y el Premio internacional de poesía Valera Mora, Caracas, 2008.


La libertad esposada con la poesía


Por Jotamario Arbeláez

El hombre no puede soportar la libertad absoluta, tal
libertad lo lleva al caos. Si fuera posible que naciera un
hombre dotado de libertad absoluta, su primer deber, si
quisiera ser útil en la tierra, sería circunscribir esta
libertad.

       Kazantzakis. Carta al Greco

            Gonzaloarango cumple 80 años, así en el cielo como en la tierra ¡vaya!, mientras tantos se han ido sin haber muerto.
            El sólo se permitió 45 años terrestres, y cuando despegó de nosotros en una nave de transporte municipal, ya había cumplido la misión que le había encomendado el Altísimo, así él en un principio pensó que era su inspiración el Malísimo.
            Ya no saben estos profetas del final de los tiempos de parte de quién vienen a decirnos qué a quiénes.
            En todo caso, la misión había sido despojar a la juventud de esperanzas para que sintiéndose inmersa en la Nada pura pudiera darle al hombre el último chance de eludir la desaparición inminente por contaminación o castigos, aceptando que había bebido del licor del demonio.
Una tarde de hace ya medio siglo le alargué mis tímidas poesías escritas en papel de lija al profeta, quien arribaba a Cali a pregonar las crapulosas virtudes de ese círculo vicioso recién trazado, si les cuadra, al compás del gran arquitecto del Universo con el nombre inspirado de Nadaísmo.
            Él los leyó de arriba para abajo y de abajo para arriba y, refiriéndose a los poemas amorosos, me dijo que si me los había infundido el amor por mi novia, cambiara de novia,
como respecto de mis proclamas políticas me puntualizó que, si obedecían a los dictados del partido, “mañana mismo le dices a don Nicolás Buenaventura que te escurres del Comité”. 
Recordé que ella me decía después de cada caricia en polvo: “Debes haber gozado mucho porque yo nunca había sufrido tanto”, como si yo fuera el aberrante marqués de Sade y ella una estoica marioneta de Sacher Masoch,
y que en la célula me adoctrinaban con afirmaciones tan categóricas como que, para la revolución, más épica que una poesía era una tachuela.
Sacó en cambio el profeta de la nueva oscuridad de debajo de su manga un poema de su socio Amílkar U que decía:
“Yo / tengo / ombligo / yo no creo que el ombligo / tengo menos importancia / que la cabeza / la cabeza es velluda / el ombligo casi lo es / el ombligo es redondo / la cabeza casi lo es... / oh el ombligo / yo me rasco el ombligo”
y me dijo que a partir de ese momento estelar de la humanidad el camino de la poesía conduciría por ahí.
Súbito me llegó, como un calco de la iluminación, la luz divina, el néctar sagrado, el satori, tal como los reciben los monjes zen.
Les prendí fuego con fósforos de palo a ese ramo de madrigales  persecutores del virgo potens de colegialas inverecundas
y a ese arsenal de arengas rabiosas contra los gobiernos por  haber realizado la reforma agraria al revés.
Me empeñé en calcar la receta de la nadería de nuestro poeta de Santa Rosa de Cabal, excluyendo de mis versos tanto las protuberancias femeninas pectorales y nalgatoriales cuanto esas extremidades para nada inferiores, que deberían ser largas y peludas según nuestra estética conceptual,
Mandando así mismo a la porra los reclamos sociales en pro de la pavimentación del barrio Jesús Obrero, donde también vivía el enano Valverde, quien como buen hijo de sindicalista podría encargarse de esa tarea.
Con poemas abstractos, pues, nos convertimos por largos años en los enemigos públicos números 1, 2, 3, 4 y así hasta el 13, por nuestras hilachas escandalosas, nuestras manías escabrosas y nuestras greñas grasosas.
Así logramos instaurar nuestra revolución sexual, consagrándonos a facturar el amor loco en lugar de poemas sobre el amor,
y delegamos la revolución social en los hippies, quienes en realidad sí la hicieron, pues no hay revolución mayor que circular por el mundo sin un centavo;
como después la hicieron los capos del narcotráfico, esos jaladores de carros y  asaltantes de tumbas que terminaron con todos los tesoros de Alí Babá pudriéndose en sus caletas.
Hicimos uso de nuestra entera liberté que nos convirtió en libertinos  de la revolución, como el otro,
y aplicamos esa libertad a ejemplarizar el amor libre y los versos libres, pasando del aire libre a las apestosas inspecciones de policía.
Porque hay que confesar que a muchos sorprendieron los agentes patógenos de la Ley con las manos en la musa.
Zafamos con todas las sujeciones; para empezar con la sujeción religiosa, de los párrocos con sus prédicas en sus púlpitos, así nos tocara llevarnos al mismo Dios por delante,
y luego la sujeción académica, que nos indicaba que debíamos escribir como Jorge Isaacs la María y como José Asunción el Nocturno, existiendo ya Juliette y Justine y los Caligramas y La unión libre,
y luego la sujeción laboral, que nos implicaba comprometer nuestras mínimas fuerzas físicas en ordeñarle producción a una máquina,
y luego la sujeción política que nos condenaba a estar pendientes de los chorros de babas de los candidatos presidenciales,
y luego la sujeción patriótica que nos ponía en posición firmes para saludar el palo de la bandera
y desde luego la sujeción familiar que nos conducía sin remedio a la reproducción en cadena del apellido.
Libre de todas esas amarras,  me empeñé con la poesía.
Ella sería mi bandera, mi escudo, mi religión; ella sería mi amante, mi amiga, mi talismán; ella me llevaría de la mano por los malos caminos y en tablas ebrias de salvación por sobre mares sin fondo.
Nos tocó enfrentarnos al enemigo,
y a los enemigos del enemigo que con nosotros no tenían nada de amigos,
y a los todavía más inamistosos enemigos de los enemigos del enemigo,
que creyendo que nos estaban exterminando se fueron destruyendo con fuego amigo.
Pasados 50 años ya nadie nos persigue ni discrimina, dado que cumplimos nuestro objetivo de “no dejar una fe intacta ni un ídolo en su sitio”;
antes bien, el único mito de nuevo cuño es el nadaísmo, cosa que nos espanta,
pues desde el principio advertimos que seguiríamos en desacuerdo con el mundo cuando el mundo nos concediera la razón.
Por eso nos abren tribunas –como ésta– para que le cantemos al mundo la victoria de su derrota.
Victoria que debemos a la libertad esposada a la poesía
y encadenada al amor por la vida y a una que otra muñeca brava.

Enero-2011

Antología de poemas Revista Prometeo # 68-69
Un día después de la guerra Canal Youtube Revista Prometeo
Jotamario Arbeláez, 2013 La Otra Revista
Nadaísmo Fundacion Portafolio Cultural Youtube
Jotamario Arbelaez Venganza China Canal Youtube de Oscar Mendoza Camino

Publicado el 5 de mayo de 2015

Última actualización: 04/07/2018