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Diana Pizarro (Colombia)

Por: Diana Pizarro

 

Las dos fieras que soy

 

Es temporada de tormentas.
Dentro de mí
habitan dos seres
de naturalezas disonantes.

Una de ellas es una gata de ciudad
que camina en tacones ente los edificios.
Una minina de pelaje cepillado
planeando eruditas cacerías
en los libros de una biblioteca
o emboscadas de papel a plena luz.
Una gata políticamente silenciosa
y socialmente doméstica,
entrenada para no huir
de su buhardilla clase media.
Una minina estéril
que no araña las paredes
que toma leche tibia
y come atún en lata.
Una gata dócil que duerme
en sofá de tafetán
a la espera de la llegada de la muerte
en su rutina somnolienta.

La otra creatura es una felina en celo
que se escabulle por los callejones
y maúlla a la luna sobre los tejados.
Una gata carnívora engullendo su presa
cazada en la penumbra
con garras afiladas
como una pluma de escribano.
Una felina negra con ojos de miel y fuego
que no pertenece a ningún lugar
y sin embargo,
vigila insomne todas las latitudes.
Una gata sobreviviente
de hogueras medievales,
aprendiz de hechicera
y encarnación del milagro femenino.
Una felina ágil y fecunda
esperando a la muerte
en un recodo oscuro
para sorprenderla en un zarpazo.

A veces la gata citadina muerde
el mundo con cubiertos
mientras la gata incivil
se relame los bigotes
de carmesí caliente.
La minina urbana que soy en ocasiones
tiene buena ortografía
y escribe versos rosa.
La felina arisca que otros días puedo ser
exorciza sus demonios
en poemas descarnados.
Una gata huele a Chanel,
la otra a sudor de danza bajo la lluvia.
Una felina es Eros, la otra Tánatos,
Una está hecha de tierra, la otra de viento.
Una habita el hemisferio izquierdo de mis sesos,
La otra el lado derecho del musculo cardiaco.
 
A veces las dos gatas que me viven
se cruzan por accidente
y hacen brotar las chispas.
Cada gata deseando apoderarse
de los dominios de la otra.
Cada gata territorial
queriendo ser mi único yo.

En temporada de tormentas
cuando las gatas que soy
se hacen un ovillo
y ruedan por el frio pasadizo
que comunica mi alma y mi cerebro,
logro por alquímicos instantes,
por fragmentos de sagrados
por segundo inmortales
ser una mujer completa.

 

Scarlett O´Hara

Soy la irlandesa verde oliva,
ama y señora de Tara, beldad entre beldades,
prostituta del viento
y soberana absoluta del polvo de ladrillo.
Soy la última sobreviviente de los campos,
El último caballo alado que resistió el cataclismo.
Soy la asesina del yanqui que menea los aretes
al son de los cañones.
La niña de lo hoyuelos que naufraga en su corsé
y tiende los brazos a hombres de papel.
Soy la guerrera solitaria saqueadora de ilusiones,
el espectro de ojos esmeralda
que añora a su madre para claudicar de su reinado.
Soy la viuda rapaz, la madre de hielo,
la labradora del tiempo, la mujer sin edad.
Soy el impávido reloj de arena
por el que pasan las horas sin dejar alguna huella.
Soy la mujer que le confeccionó al amor un trajecito
y amó el trajecito sin desnudar el amor.
Yo soy Scarlett O’Hara
conduciendo con una sola mano el carruaje del destino
después de sepultar mi espada, mi escudo y mi bandera.
Soy el ponzoñoso néctar, la oruga hecha mariposa
y me he quedado sola….pero no importa,
ya pensaré en eso mañana, cuando pueda soportarlo.

 

Ojos

Primero fueron unos ojos verdes.
Ojos con la frescura del pino y del rocío,
como el hilo de agua que brilla en la montaña.
Una mirada verde selva
que hizo brotar las malvas del afecto.
Luego unos ojos negros centelleantes,
como un tronco de roble bajo el fuego.
Unos ojos capaces de hacer chispas
y de encender las llamas.
También hubo ojos castaños enmarcados.
Ojos de cachorro gatuno,
ojos eternos como el recuerdo
del primer amor profanador de templos.
Llegaron después ojos fugaces, pasajeros.
Ojos de formas, colores y miradas
capaces de urdir lazos entramados,
o de dejar a su paso
la estela ligera del pie de un transeúnte.
Más tarde aparecieron los bellos ojos tristes,
ojos iguales a los que me miraron al parir,
a los que saludan inocentes
bajo el sol de la mañana,
los mismos que cierro
con un cuento y un beso
cuando cae la noche.
También estuvieron siempre
 los ojos de mi padre.
Ojos de miel y pan, ojos de Dios.
Hubo ojos de otoño, ojos ajenos,
Ojos capaces de penetrar y herir,
Ojos voraces.
Ojos que abrigan al tiempo que desnudan,
Ojos mortales de miradas perennes,
Ojos como cascadas o miradas desérticas,
Miradas de hombre
danzando como seda
sobre mi cuerpo en movimiento,
ojos en lo profundo de mi alma de mujer.

 

Poemas de estambre y pistilo

 

Siento contracciones en mi vientre.
Me habitan las entrañas los poemas.
Orgasmos de papel pueblan mis vísceras,
hijos de tinta y letra,
cachorros del insomnio.
Mi hijo de carne y hueso ora por mí.
Reconoce en los versos
sus hermanos bastardos.
Pide al cielo mantenga mi locura.
Mi hijo de carne y hueso
es un anciano sabio
brotó de mi útero,
igual que mis poemas.
Los versos que doy a luz
son poemas sin padre.
Me reproduje en ellos
como lo hacen las flores.
Poemas de estambres y pistilos,
poemas del mismo núcleo
de mis células.
No soy la mitad desamparada
de una fruta madura
que se siente huérfana.
Tengo diestra y siniestra,
Sur y norte,
Soy una apetecible
fruta completa.
De nada carecen mis poemas
más que de padre.
Soy mi Eva y mi Adán
procreando y pariendo
poemas en cascada
en el paraíso
de mi propio averno.

Publicado el 21 de agosto de 2015


Diana Pizarro   nació en Medellín en 1981. Poeta y abogada. Entró a la poesía motivada por tempranas tertulias literarias en las que intervenía su familia materna. Fue incluida en la Antología de poesía joven de Medellín, publicada en la Revista Prometeo 90.

Obtuvo Mención de honor en el I Premio de Poesía Joven del Festival Internacional de Poesía de Medellín en 2011. Poemas suyos también fueron publicados en el libro "Manantial de Palabra" del Consejo Municipal de la Juventud, Medellín, 2002.

Poemas Revista Prometeo # 90
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Última actualización: 23/11/2021