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Doce poemas

Por: Derek Walcott
Traductor: Véronica Zondek

III (Midsummer)

 

En el Hotel Queen's Park, con sus blancos dormitorios de cielos altos
vuelvo a entrar a mi primer espejo local. Una cucaracha babosa
se desvía de su camino al Parnaso en el lavatorio de porcelana.
Cada palabra que he escrito equivocó el sentido. No
puedo relacionar estas líneas con las líneas en mi rostro.
El niño que murió en mí ha dejado su huella sobre
las enmarañadas sábanas, y fue su pequeña voz
la que susurró desde la garganta gutural del lavatorio.
Afuera, sobre el balcón, recuerdo cómo era la mañana
Era cual ángulo de granito en la "Resurrección"
de Piero della Francesca, el pie adormilado y frío
picando como las pequeñas palmeras cerca del Hilton.
En la húmeda Savanah, guiados suavemente por sus lacayos,
bufando, ejercitan corceles de tobillos graciosos
tan graciosos como el humo marrón de las panaderías.
El sudor oscurece sus flancos, y el rocío ha escarchado la piel
de los enormes taxis americanos detenidos durante la noche en la calle.
En oscuras callejuelas de pavimento, iluminadas por un rayo de sol
el rostro hermético de las chozas se conmueve con esa frase de Traherne:
"El maíz era naciente y el trigo inmortal",
y los cañaverales de Caroni. Con todo el verano por delante
una brisa camina hacia los muelles, y el mar comienza.

 

 

VII (Midsummer)

 

Nuestras casas están a un paso de la alcantarilla. Cortinas de plástico
o vulgares reproducciones ocultan lo sombrío tras las ventanas –
la máquina de coser a pedales, las fotos, la rosa de papel
sobre su paño. El sendero de entrada está indicado por tarros rojos.
La altura de un hombre al pasar es idéntica a la de sus puertas
y las puertas mismas, usualmente no más anchas que ataúdes,
han tallado a veces medias lunas en sus grecas.
Los montes carecen de ecos. No el eco de las ruinas.
Los sitios eriazos cabecean con sus palanquines de verde.
Cualquier fisura en la vereda fue labrada por la falla original
del primer mapa del mundo, sus fronteras y poderes.
Cerca de un montón de arena roja, de la siembra, de la gravilla abandonada
cerca de un lote quemado, una selva fresca exhibe sus verdes
y salvajes orejas elefantinas de ñame y dasheen.
Si quisieras, al otro lado del pequeño muro, es posible
recapturar una infancia cuyas enredaderas inmovilizarán tus pies.
Ese es el destino de todo vagabundo, así su marca,
que mientras más vagabundea, más ancho se le hace el mundo.
Por eso, no importa cuan lejos hayas viajado, tus
pasos hacen más hoyos y la maraña se multiplica –
o por qué pensarías tan repentinamente en Tomás Venclova
y ¿por qué ha de importarme a mí lo que fuera que le hicieran a Heberto
cuando los exiliados deben dibujar sus propios mapas, cuando este asfalto
te lleva lejos de la acción, más allá de los setos de flores no alineadas?

 

 

XI (Midsummer)

 

Cansado de la mañana, mi doble cierra la puerta
del baño del motel; luego, mientras limpia el espejo empañado,
se niega a aceptar que yo lo miro fijamente.
Con el más suave gruñido, estira mi cuello, cuidando
de dejarlo limpio, su atención desapasionada
semejante a un barbero que jabona un cadáver - la extrema unción.
El antiguo ritual hubiese sido así de sombrío
si los minúsculos mechones ensortijados ahí en el lavatorio
hubiesen sido, no vellos, sino pequeños serafines.
El poda nuestro bigote con pequeños cortes de tijera,
luego se detiene, y medita como en el aire. Algunos dolores
no son inmensos, más son fatales, algo así como la sensación de pecado
al afeitarse. Y los roperos vacíos donde alguna vez brilló
su ropa. Pero díganme, por qué el tirar una cadena,
con su vorágine en la que giran trocitos de pelo, puede hacer
que algunos hombres aparten sus rasuradoras silenciosamente
y sientan sus venas cual inmundicia que flota río abajo
después del doloroso trabajo del sexo,
es, una pregunta que pueden plantear los cisnes con sus cuellos blancos,
y que el gallo puede contestar sin demora, pisando a sus gallinas.

 

 

 

XIII (Midsummer)

 

Hoy respeto la estructura, la antítesis del ingenio.
La sobre trabajada inmundicia de mis pinturas, ¡mis líneas deficientes! Más
cuando el aire está vacío, no dejo de escuchar la conversación de los actores
el eco de aquello que es ordinario y sabio a la vez.
Los espectros se multiplican con el tiempo, la cabeza abarrotada
rebasa de personajes inquietos, los oídos están firmemente clausurados;
detrás, escucho el murmullo y el alboroto de los actores –
el escenario iluminado está vacío, el estudio a punto,
y yo no puedo encontrar la llave para dejarlos salir.
Oh Cristo, ¡cuánto demora mi oficio!
A veces, es posible ver el destello, cual súbito alborozo
de relámpagos poniendo a la tierra en su lugar; la piel del asfalto
huele a infancia fresca en la lluvia que se evapora.
Entonces creo que aún es posible la alegría
de la verdad, y el poeta joven que se yergue en el espejo
sonríe con aprobación. Se ve hermoso desde este lugar.
Y espero ser lo que él vio, una ruina perdurable.

 

 

 

XLI (Midsummer)

 

Los campos mantienen su distancia - castañas marrones y humo gris
enroscadas como alambre de púa. Aún es posible lucrar con la culpa.
Palomas color castaño marchan a paso de ganso, las
ardillas apilan bellotas como si fueran pequeños zapatos,
y el musgo, cual humo silencioso, acalla los cuerpos descascarados
tal como lo hacen las brasas solitarias. En pozas cristalinas atraídas por señuelo
unas truchas gordas burbujean en umlaut*.
Hace cuarenta años, durante mi infancia isleña, pensaba que
el don de la poesía me convertía en un elegido,
que toda experiencia era leña para el fuego de la Musa.
Ahora la veo en otoño sentada sobre ese banco de pino,
su color nuez marrón ideal, con trenzas de oro y lederhozen*,
las gotas de sangre de unas amapolas bordadas sobre su blanco corsé,
el espíritu del otoño para cada Hans y Fritz
cuyas miradas escudriñaban el rastrojo de los campos en el preciso momento                                                                                                          en que el grito ahumado
de los cuervos era casi humano. Apoyaron su causa
en el pelillo de su corona y en su harina de maíz,
aventadores de hollejos para quienes las swastikas brillan
en cosechas esqueléticas. Mas, si hubiese sabido yo entonces
que la vegetación de mi isla era objeto de tortura y su arena la ceniza
de campos lejanos, ¿hubiese roto yo mi lapicera
de saber que las pastorales de este siglo estaban siendo escritas
por las chimeneas de Dachau, de Auschwitz, de Sachsenhausen?

 

*en el alemán original.
 *en el alemán original.

 

NEGACIONES

 

Un recorte de diario, la invasión a Biafra:
negros cadáveres envueltos en luz solar
tendidos en el brillo blanco que entra en ¿cómo-es-que-se-llama la ciudad principal?
Alguien que es blanco
ilumina las noticias detrás de la noticia,
quizás, sus ojos brillan de lástima:
"Los Ibos, sabe Ud., son como los judíos,
bastante similar a la situación en la Alemania de Hitler,
me refiero al resentimiento de los Hausas". Yo trato de entender.

 

Nunca te conocí. Cristopher Okigbo,
sólo logré verte cuando un actor gritó "¡Las Tribus!
¡Las Tribus!" Columbro
esos rostros ardientes,
e incendiados de los Ibos,
esos tartamudeantes prisioneros de ojos saltones
a merced de un consejo de guerra celebrado en el campo de batalla.

Las sombras con cascos de soldados
podrían haber sido blancas y tuyo
uno de esos cuerpos acariciados por el sol sobre el camino blanco
entrando en escena ... las tribus, las tribus, su vergüenza -
¡Cristo!, esa ciudad principal, ¿cuál será su nombre?

 

DESENLACE


Yo vivo solo
al borde del agua. Sin esposa ni hijos.
He girado en tomo a muchas posibilidades
para llegar a lo siguiente:

una pequeña casa a la orilla de un agua gris,
con las ventanas siempre abiertas
hacia el mar añejo. No elegimos estas cosas.

más somos lo que hemos hecho.
Sufrimos, los años pasan,
dejamos caer el peso pero no nuestra necesidad

de cargar con algo. El amor es una piedra
que se asentó en el fondo del mar
bajo el agua gris. Ahora, ya no le pido nada a

la poesía sino buenos sentimientos,
ni misericordia, ni fama, ni curación. Mujer silenciosa,
podemos sentarnos a mirar las aguas grises,

y en una vida inundada
por la mediocridad y la basura
vivir al modo de las rocas.

Voy a olvidar la sensibilidad,
olvidaré mi talento. Eso será más grande
y más difícil que lo que pasa por ser la vida

 

CAÑAVERAL MARINO

 

 

La mitad de mis amigos ha muerto.
Te haré unos nuevos, dijo la tierra.
No, grité. Devuélvemelos
tal como eran, con sus fallas y todo.

 

Esta noche puedo arrebatar su conversación
a la pálida resaca monótona
entre los cañaverales, pero no puedo caminar

sobre las hojas marinas iluminadas por la luna
solo, por ese camino albo
o flotar en el estado de sueño

en que las lechuzas abandonan la carga del mundo.
Oh tierra, el número de amigos que tú guardas
excede en mucho al de aquellos que quedan por amar.

Los cañaverales marinos al borde del acantilado despiden
un fulgor verde y plata;
eran ellos las lanzas seráficas de mi fe,
pero de aquello que se ha perdido nace algo aún más fuerte

que posee el brillo racional de la piedra,
que resiste el claro de luna, más allá de la desesperación,
tan fuerte como el viento, que nos apersona a aquellos que amamos
por entre los cañaverales divisores, tal como eran,
con fallas y todo, no perfectos, simplemente así.

 

SARGAZOS

 

 

Esa vela que descansa en la luz,
hastiada de las islas,
una goleta que surca el Caribe

 

en dirección al hogar, podría ser Odiseo,
camino a casa en el Mar griego;
aquel ansia de padre y esposo

bajo las arrugadas uvas agrias, es
como aquél adultero que escucha el nombre de Náusica
en el grito de cada gaviota.

Esto no tranquiliza a nadie. La vieja batalla
entre la obsesión y la responsabilidad
no terminará nunca y ha sido la misma

tanto para el navegante como para el que se retuerce allá en la orilla
sobre sus sandalias al encaminar sus pasos hacia el hogar,
desde que Troya suspiró su última llama,

y la roca del gigante ciego sacó la batea
de cuyo pozo surgen los grandes hexámetros
que terminan en marejadas exhaustas.

Los clásicos pueden consolar. Más no lo suficiente.

 

VOLCAN

 

Joyce temía al trueno,
mas durante su funeral los leones del zoológico de Zurich rugieron
¿Fue en Zurich o en Trieste?
No importa. Son leyendas, así como
es leyenda la muerte de Joyce,
o el rumor obsesivo de que Conrad
ha muerto, y Victoria es irónica.
Desde esta casa en el acantilado
sobre la franja del horizonte nocturno
es posible ver el resplandor de dos grúas a lo lejos
en el mar
hasta la hora del amanecer; es como
el resplandor del cigarro
y el resplandor del volcán
al final de Victoria.
Uno podría abandonar la escritura
por esas señas de los grandes
que lentas se consumen, y ser en cambio,
su lector ideal, meditativo y
voraz, haciendo que el amor por las obras maestras
sea superior al intento
de repetirlas o mejorarlas,
y ser así el mejor lector del mundo.
Por lo menos eso necesita del asombro
que se ha perdido en nuestro tiempo;
tanta gente lo ha visto todo
tanta gente es capaz de predecir
tanta que se niega a aceptar el silencio
de la victoria, el desinterés
que arde en la médula,
tantos no son más que
ceniza erguida cual cigarro,
tantos dan al trueno por hecho.
¡Cuán común es el relámpago, qué perdidos están los leviatanes
que ya ni siquiera buscamos!
Habían gigantes en aquel entonces.
En aquel entonces se liaban buenos cigarros.
Debo leer con más cuidado.

 

Abril 25, 2011

Última actualización: 26/04/2020