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Eugenio Montejo (Venezuela)

Fotografía tomada de Digo Palabra

Por: Eugenio Montejo

ESCRITURA

ALGUNA vez escribiré con piedras,
midiendo cada una de mis frases
por su peso, volumen, movimiento.
Estoy cansado de palabras.

No más lápiz: andamios, teodolitos,
la desnudez solar del sentimiento
tatuando en lo profundo de las rocas
su música secreta.

Dibujaré con líneas de guijarros
mi nombre, la historia de mi casa
y la memoria de aquel río
que va pasando siempre y se demora
entre mis venas como sabio arquitecto.

Con piedra viva escribiré mi canto
en arcos, puentes, dólmenes, columnas,
frente a la soledad del horizonte,
como un mapa que se abra ante los ojos
de los viajeros que no regresan nunca.

 

VUELVE A TUS DIOSES PROFUNDOS

 

Vuelve a tus dioses profundos;
están intactos,
están al fondo con sus llamas esperando;
ningún soplo del tiempo los apaga.
Los silenciosos dioses prácticos
ocultos en la porosidad de las cosas.
Has rodado en el mundo más que ningún guijarro;
perdiste tu nombre, tu ciudad,
asido a visiones fragmentarias;
de tantas horas ¿qué retienes?
La música de ser es disonante
pero la vida continúa
y ciertos acordes prevalecen.
La tierra es redonda por deseo
de tanto gravitar;
la tierra redondeará todas las cosas
cada una a su término.
De tantos viajes por el mar,
de tantas noches al pie de tu lámpara,
sólo estas voces te circundan;
descifra en ellas el eco de tus dioses;
están intactos,
están cruzando mudos con sus ojos de peces
al fondo de tu sangre.

 

PRESENCIA

 

Siento sus manos noche y día
a sol y sombra en mi carne, trabajando.
A través del sueño o la vigilia
nivela, ajusta, no me abandona,
martilla despacio, intensamente
con los golpes exactos.

Graba en mis palabras su silencio,
se vale de los pájaros, de un río
al modularme las voces,
cambia mi cuerpo con las horas,
muda las nubes de mi deseo
y a cada instante de nuevo recomienza,
no se detiene.

Del fondo de mi madre o más lejos
tenaz me acompaña.
Se inclina sobre mi corazón,
lo reconozco en sus latidos solitarios,
ahora mismo algo trae, algo lleva,
siento sus golpes intensos todavía
pero no sé quién quiere que yo sea,
su afán no ha terminado.

 

LA CASA

 

En la mujer, en lo profundo de su cuerpo
         se construye la casa,
         entre murmullos y silencios.
Hay que acarrear sombras de piedras,
         leves andamios,
         imitar a las aves.

Especialmente cuando duerme
         y en el sueño sonríe
         —nivelar hacia el fondo,
         no despertarla;
seguir el declive de sus formas,
los movimientos de sus manos.

Sobre las dunas que cubren su sueño
           en convulso paisaje,
           hay que elevar altas paredes,
fundar contra la lluvia, contra el viento,
           años y años.

Un ademán a veces fija un muro,
de algún susurro nace una ventana,
desmontamos errantes a la puerta
            y atamos el caballo.

Al fondo de su cuerpo la casa nos espera
y la mesa servida con las palabras limpias
para vivir, tal vez para morir,
           ya no sabemos,
porque al entrar nunca se sale.

 

FORASTERO

 

A Francisco Rivera

No sé qué extraña lengua están hablando
en esta taberna.
Siento que las palabras me rodean
con sus rápidos saltos de peces
delante de mis ojos forasteros.
Puedo mirarlas en sus lentas burbujas
hasta que estallan en el aire.

Los periódicos parecen escritos
con huellas de pájaros.
Los saludos dibujan otros gestos;
en los percheros hay largos esqueletos
de dinosaurios.

Entre los hombres que juegan al billar
o charlan o dormitan,
tal vez alguno salió de los espejos
y en un instante volverá a disolverse.
Por estas tierras abundan los fantasmas.

Me he corrido de casa tantas leguas,
estoy a tantos meridianos,
que no comprendo ni el coro de las sombras
con que la noche baja a oscurecerme,
pero el ciervo de rostro disecado,
fijo en un muro con ojos de botella,
me grita que el mal es uno en todas partes,
usa el mismo cuchillo
y amenaza
por todos los caminos de la tierra.

 

LOS ÁRBOLES

Hablan poco los árboles, se sabe.
Pasan la vida entera meditando
y moviendo sus ramas.
Basta mirarlos en otoño
cuando se juntan en los parques:
sólo conversan los más viejos,
los que reparten las nubes y los pájaros,
pero su voz se pierde entre las hojas
y muy poco nos llega, casi nada.

Es difícil llenar un breve libro
con pensamientos de árboles.
Todo en ellos es vago, fragmentario.
Hoy, por ejemplo, al escuchar el grito
de un tordo negro, ya en camino a casa,
grito final de quien no aguarda otro verano,
comprendí que en su voz hablaba un árbol,
uno de tantos,
pero no sé qué hacer con ese grito,
no sé cómo anotarlo.

 

TERREDAD 

Estar aquí por años en la tierra,
con las nubes que lleguen, con los pájaros,
suspensos de horas frágiles.
A bordo, casi a la deriva,
más cerca de Saturno, más lejanos,
mientras el sol da vuelta y nos arrastra
y la sangre recorre su profundo universo
más sagrado que todos los astros.

Estar aquí en la tierra: no más lejos
que un árbol, no más inexplicables;
livianos con otoño, henchidos en verano,
con lo que somos o no somos, con la sombra,
la memoria, el deseo, hasta el fin
(si hay un fin) voz a voz,
casa por casa,
sea quien lleve la tierra, si la llevan,
o quien la espere, si la aguardan,
partiendo juntos cada vez el pan
en dos, en tres, en cuatro,
sin olvidar las sobras de la hormiga
que siempre viaja de remotas estrellas
para estar a la hora en nuestra cena
aunque las migas sean amargas.

 

TIEMPO TRANSFIGURADO

A Antonio Ramos Rosa

La casa donde mi padre va a nacer
no está concluida,
le falta una pared que no han hecho mis manos.

Sus pasos que ahora me buscan por la tierra
vienen hacia esta calle.
No logro oírlos, todavía no me alcanzan.

Detrás de aquella puerta se oyen ecos
y voces que a leguas reconozco,
pero son dichas por los retratos.

El rostro que no se ve en ningún espejo
porque tarda en nacer o ya no existe,
puede ser de cualquiera de nosotros,
—a todos se parece.

En esa tumba no están mis huesos
sino los del bisnieto Zacarías,
que usaba bastón y seudónimo.
Mis restos ya se perdieron.

Este poema fue escrito en otro siglo,
por mí, por otro, no recuerdo,
alguna noche junto a un cabo de vela.
El tiempo dio cuenta de la llama
y entre mis manos quedó a oscuras
sin haberlo leído.
Cuando vuelva a alumbrar ya estaré ausente.

 

LA TIERRA GIRÓPARA ACERCARNOS

La tierra giró para acercarnos,
giró sobre sí misma y en nosotros,
hasta juntarnos por fin en este sueño,
como fue escrito en el Simposio.
Pasaron noches, nieves y solsticios;
pasó el tiempo en minutos y milenios.
Una carreta que iba para Nínive
llegó a Nebraska.
Un gallo cantó lejos del mundo,
en la previda a menos mil de nuestros padres.
La tierra giró musicalmente
llevándonos a bordo;
no cesó de girar un solo instante,
como si tanto amor, tanto milagro
sólo fuera un adagio hace mucho ya escrito
entre las partituras del Simposio.


PARA MI 80º ANIVERSARIO

El año ochenta de mi vida está tan lejos
como la hora en que nací.
A la distancia se borran sus relojes,
pero esta noche abro la casa a mis amigos,
quiero que vengan todos
para que a mi lado lo celebren.

Sólo mis biógrafos pueden ser exactos
con lupas tenebrosas.
Y aunque su astucia mañana me corrija,
doblo mi edad sobre su horóscopo
y me anticipo al sol futuro.
Es lo mejor: los dioses son avaros,
no sé cuánto me quede.

En esta noche de pronto me envejezco,
tal vez sobre mis sienes no ha nevado,
soy de un país sin nieve.
La vida entre mis huesos rodó tanto
que no pesa,
la edad me hizo liviano,
me fui poblando de vacío
sin llegar a ser sabio,
—son pocos años mis ochenta.

Sólo las lupas de mis biógrafos
restituirán las cifras de los días
hasta fijar la cantidad de sombra
en sus cuadrantes de ceniza.

El año ochenta ya es un límite impreciso
en que me veo y no me veo,
se halla tan lejos de esta hora,
es tan incierto,
que aunque ningún amigo falte
tal vez yo entonces sea el ausente.
Pero alguien (puedo jurar que estoy mirándolo)
me hará memoria alzando alguna copa
a pesar del silencio, la soledad, la muerte.
Y en ese instante seré él,
y su creencia acerca de la vida
es mi creencia;
aunque no haya nacido todavía
y lo separen de mi casa
leguas de mar y polvaredas de camino,
sé que no faltará a mi aniversario,
lo he invitado a mi fiesta.

Video en el 7º Festival Internacional de Poesía de Medellín:  En otro cuerpo


Eugenio Montejo  (Caracas, 19 de octubre de 1938 - Valencia, 5 de junio de 2008) fue un poeta y ensayista venezolano, fundador de la revista Azar Rey y cofundador de la Revista Poesía de la Universidad de Carabobo. Fue investigador en el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos de Caracas, y colaborador de una gran cantidad de revistas. Recibió el Premio Nacional de Literatura de Venezuela en 1º998 y en 2004 el Premio Internacional Octavio Paz de Poesía y Ensayo. 

La poesía -dijo- asume hoy, en nuestra era industrial, una condición subterránea que en su replegamiento encarna la esencia que toma el lugar de la creencia abandonada de Dios como redención de la vida. Montejo, nacido en Venezuela en 1938, reivindica para la poesía latinoamericana la abolición de las fronteras políticas: pertenecemos más a nuestra época que a nuestro país, pues hay familias poéticas, identidades verbales que no siempre coinciden con las demarcaciones geográficas. En La máscara de la transparencia, Guillermo Sucre comenta: "La poesía de Montejo se ha caracterizado por el espesor y la rica gama textual, aun por la recreación naturalista y mítica. Además de la pasión constructiva y el casi perfecto control del desarrollo del poema, que excluye lo divagatorio y deshilvanado. Cualquier poema suyo parte de un punto y vuelve a él, pero para enriquecerlo, para dejarnos ver la amplitud de su recorrido y las sucesivas relaciones que va generando. Es, además, de los pocos poetas hispanoamericanos de hoy que tienen un sentido tan exigente de las formas verbales, su pasión constructiva."

Publicó, entre otros, los libros: Elegos (1967), Muerte y memoria (1972), Algunas palabras (1977), Terredad (1978), Trópico absoluto (1982) y Alfabeto del mundo (1986). Fue autor también de varias colecciones de ensayos, como; La ventana oblicua (1974) y El taller blanco (1983), así como de un volúmen de escritura heteronímica, El cuaderno de Blas Coll (1981).

Última actualización: 20/11/2021