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Syl Cheney-Coker (Sierra Leona)

Photo from Zion Canyon Mesa

Por: Syl Cheney-Coker
Traductor: Raúl Jaime

 

Inéditos en español
Del libro Los niños de piedra

1. Homenaje a un niño muerto

 

Estos pantanos del muerto vagabundeo,
ultrajado, volando de nuestros bestiales nombres;
ellos entrecierran sus ojos y voltean sus rostros,
temerosos de lo que les traemos en estos tiempos de anonimato
hablando de ofrendas, los viejos árboles sangran,
grandes masas de sangre en el sol tóxico,
pero el dolor en sus troncos procedía de nuestro fuego,
no de aquellas desgracias que crean híbridos injertos;
a causa de inveterados hombres de anarquía,
nuestras mejores obras son estos sanitarios, donde
las almas brincan y braman cada minuto en que claman nuestras
voces, y traen escepticismo a sus cabezas,
tentando a algunos a preguntar si Dios era imberbe,
cuando nuestro apetito demoníaco profirió una maldición bestial.

Esclavos del sexo, orgías sin onanismos, y escarnecidos ancestros:
estas imágenes, sacrílegas por sí mismas, no se comparan
con tu hijo sin nombre, trágico inocente,
único candelabro de esta era tenebrosa.
Trato de olvidar la mano que dotó al niño desarmado,
dormir con un vaso de vino, temeroso de su voz,
tan sólo para ver su rostro al final del siglo,
mostrándonos la maldición de un continente.

El ser humanos estaba sólo a una copa de nuestros labios,
y no era mucho como para que Dios nos lo pidiese,
prefiero entonces no imaginar su miseria al caer la lluvia
en su tumba prematura, aunque extraño su mirada húmeda
para saber cómo murió, luego de habernos negado ser humanos

"Habiendo perdido el habla ante esta matanza,
sólo me restan estas lágrimas, que también son mis hermanas"
para absolver a estos sacerdotes asesinos,
antes de embarcarme en el sendero mojado por el dolor
de una madre gritando cómo una piedra cayó entre sus senos.

Entre los Muertos, una madre buscaba a su pequeño.
Inocente, ninguna muchacha lo había besado, su corazón era frágil
cuando el día lo eligió. Su alma estaba aplastada
esta mañana, madre. Tú estabas allí para escuchar su llanto
mientras esperaba a que la piedra le otorgase un número.

Piedra preciosa, tú eres la mujer tanto tiempo deseada
luego de que el alba te lavara en aquel río azul-cielo.
¿Fue por ello que querían a tu niño? esta sangre en la piedra
era demasiado caliente como para que su madre lo acunase en sus brazos

Piedra maldita, ramera, vuelve tu rostro al sol,
para ver allí a su madre, aquel lunático preguntando
quiénes eran los hombres que vieron un mundo nuevo en las piedras,
y enviaron a los muertos a marchar junto a los mutilados

Cristal en sus corazones, aquellos hombres le mostraron a ella
las piedras: aluviales, de mina, lapidarias y bruñidas
pero cuál es el nombre paterno qué otorgar a esta locura,
cuando sólo las ancianas demasiado fatigadas ya
para preocuparse por el color del sol, quedan para recordar
el nombre luego de tomar al niño gimiente para recibir la piedra

Adiós, niño inocente, sé dónde le duele a tu madre
al hablar con el sol, luego de que brilló la piedra en tu carne.
La lluvia, que tiene el ruido de su corazón en sangre,
no puede lavar nuestra estación de anarquía,
ni hacer a las piedras preciosas responsables de estos crímenes.

Oh Muerte tan voluble en tu póstuma inocencia
dame tu canción, tu antífrasis que cerró las puertas a la crueldad
de este día.
Nuestra gula fue perversa, piedra que tragó nuestra carne.
En aquel paisaje donde reclamas tus manos, que no sea con perdón
sino con furia, nuestros ojos húmedos y rojos de tus labios encendidos
cuando escuchamos tu voz tronante habremos de aprender cómo rehacer
este país, joya maldita, cuyo corazón desgarramos día tras día.

 

Nuestra Señora de Diamante

En el principio fuiste la joya de todas las coronas, preciosa
amada como el recuerdo de una tonada tocada por un Stradivarius
Tus senos lucían luminosos en las estrellas, la sonrisa de un amante
te hacía aún más memorable que el zafiro del primer amor,
y los jorobados estiraban sus cuellos para rescatarte de la tiranía
de los reyes.
Dioses Desnudos, suspendidos del cielo, hicieron collares de ti,
mientras, silenciosas como el dolor, las palomas te salvaron del cataclismo
Rhodes y Cortez fueron tus únicos amantes,
tú resplandecías en los rincones más brillantes de Nueva York
y brigadas armadas tomaron tu casa de Bloomfontein
en el santuario estucado de De Brees, un espectáculo
de belleza demasiado blanco para el cuello de Soweto.
Ahora compras armas en Ucrania; desnuda y sensual
bailas fandangos con el carnicero Huambo
y el mosquito-karate mata para ti en Sierra Leona.
En la historia de jade del siglo, te has vuelto una lotería
sobre la cual algunos hombres han apostado a sus madres,
el estar enamorado de ti hace que tiemble en Tel Aviv
y la inmigración de Amberes deja entrar a tus contrabandistas,
mientras tus víctimas son tan sólo una mancha en sus conciencias

Piedra desvergonzada, mujer sangría,
Te entrego a la febril lujuria del m

 

Cuando los muertos hablan

Las lápidas erguidas son expuestas como mujeres desnudas
en medio del cementerio, bajo vigilancia
falsos sacerdotes rompen la paz de los muertos
flores ceremoniales no perfuman ya sus tumbas
el memorial de hoy no será las ruinas del mañana
mientras las espadas de los profanadores de tumbas se precipitan para enriquecerlos
ante esta avalancha que amenaza con arruinar los restos

es posible que esta calamidad sea un acto de Dios
el filo cortante de su venganza luego de la cual
estas piedras que acogen los secretos de nuestros muertos
permanecerán invioladas al levantarse sedientas
con el trémulo sonido de la omnipresencia

Corsarios de la noche, sus corazones desnudos ante los muertos
su hora ha concluido, así que vigilen sus pasos antes de abrir
sus tumbas en busca de tesoros; y hagas lo que hagas, no mires
los dientes de los muertos, ni toques el fuego oculto de sus dedos
Existe ya suficiente lujuria encendiendo nuestros rostros
como para obligarles a que nos digan en medio de una fumarola de furia
por cuanto tiempo ha de sobrevivir nuestra nación a nuestro roce
de pimienta roja

 

Río de Sangre

Contaminado ya, el río aluvial se llena hasta el borde
con su locura cocinada en las cabezas de mi hermano
mientras temblamos, horrorizados, ante el destello solar
luego que la razón fue ahogada por una jeringa asesina
que inyecta a un país ya herido por nosotros

Ayer el río escondió algunos secretos en su pecho
pero con algo de suerte, accederemos a la fortuna
oculta allí junto a la sonrisa congelada y en reserva
para discretos banqueros olvidadizos del cáncer
que roe ya las raíces de la Sierra.

La riqueza fue siempre asesina, telúrica
ni honorable, prístina o profunda
en coro blasfemo, nos elevamos hacia los labios de Dios
aquellas copas llenas de ofrendas étnicas
enjugando los bellos colores del arco iris

Sin un país al que pueda llamar mío
excepto por éste, lleno de agujas de pino
en los cuales clavamos las vidas de nuestros niños
Me he postergado examinando estos huesos
cosecha salvaje, la tierra henchida
hasta aquel día en que todos los hijos de Dios
habremos de gritar a favor de nuestro nudo de sangre

Y arrepentido por no ser de ellos para sentir
ofrezco un inventario del abuso de mis hermanos
con esta miserable tierra en mis palmas
para recordarles nuestro ampuloso crecimiento
la longitud de un alfanje, o si ellos prefieren
el tamaño de nuestra incinerada hermandad.
 

 

Año nuevo en freetown, 1999

 

El silencio reina sobre el mundo como es habitual,
mientras, trágico arsenal, nos fustigamos hacia el frenesí
del cual el más doloroso fue: los disparos a nuestros niños
en Navidad, o el que Cristo estaba iracundo muriendo por nosotros.
Pronto la lluvia dispersará las hojas muertas de aquellos árboles
Y arrojaremos fuera el tiovivo de la Navidad.

Inseguros del mañana recogeremos algunas moscas de lluvia para hacer una cena
antes de emprender el rumbo a través de este camino desconocido donde sin madre
o padre debemos tratar de reclamar lo que queda de esta ofrenda carbonizada.
Había cierto culto irónico a cristo-niño
en este país, donde el futuro de los niños no florece ante el sol.
todos los tontos, fuimos tan ingenuos como para preocuparnos por el mundo,
mientras el viejo siglo marchaba hacia una nueva aurora,
cuando el odio fratricida retumbaba en nuestros corazones;
así , los árboles muertos de la estación tenían más oportunidad de estar vivos
de lo que pensábamos, orquestando nuestras notas disonantes.

Unidos de corazón, somos los gemelos siameses
Lactando la leche de la misma madre, sin codicia
No como en tiempos pasados cuando el mundo observaba;
Abandonados a nosotros mismos, borrachos en nuestro acuerdo asesino,
El triste país muerto, si nuestro cordón umbilical es halado,
Entonces no te atrevas a caer del sueño, la serpiente
En mi estómago succionando la sangre de tu corazón.

La voz de Mandela debió habernos enseñado a ser sensatos
De haber sido lo suficientemente humanos como para admitir que fuimos
Estúpidos en prepararnos para este sacrificio descabellado,
Hermanos dementes, tras la farsa que enmascara nuestra codicia

Apetitos inhumanos inspiran a nuestros niños-soldados
luego del primer sabor de la violación, y el bautismo
forjado en la piedra del herrero que trastorna sus ojos
Escapando de ellos, caigo sobre furiosas letras, huesos iridiscentes,
Mujeres woebegone, heridas corrosivas, y víctimas icónicas,
Escondiendo mi desafiante cobardía, mi corazón en las manos,
Buscando el breve santuario en este solitario desierto, donde trato de olvidar
La piedra del río, mujer impúdica, fuego en sus pechos,
Envenenando mi sueño, sus ojos malignos repulsan como los de Medusa.

 


Syl Cheney Coker es un poeta y novelista de expresión inglesa, nacido en junio de 1945, en Freetown, Sierra Leona. Es miembro de la Comunidad Creol de Sierra Leona. Se ha caracterizado a lo largo del tiempo por ser una de las más intensas y retumbantes voces entre los jóvenes poetas Africanos. Habiendo recibido la temprana educación en su país, estudió en los Estados Unidos en las Universidades de Oregon y Wisconsin y también trabajó por un tiempo como periodista. Ha enseñado en Universidades de Filipinas, Nigeria y los Estados Unidos. Algunos de sus libros: Concerto for an Exile (1973), The Graveyard Also Has Teeth (1980); The Blood in the Desert's Eyes (1990). Su novela The Last Harmattan of Alusine Dunbar (1990) obtuvo el Commonwealth Writers Prize en 1991 para la región Africana. Su obra ha sido influida por algunos movimientos y autores de la Literatura Latinoamericana.

 

Última actualización: 03/11/2021