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Edwin Madrid (Ecuador)

Por: Edwin Madrid

 

Casi nunca he logrado mantener la calma con una mujer bonita, me he puesto a saltar como una cabra vieja o he roto en ataques de celos que rápidamente las alejaron de mi lecho.
La última de ellas se preocupaba por mí, me hacía mimos y creía firmemente que soy uno de los mejores poetas de estas tierras agrestes. Pero yo en vez de valorar sus sentimientos le tomaba del culo en cualquier sitio.
Ella no comprendía estos gestos míos, creía que se trataban de rezagos de mi literatura. Pero no, era yo mismo apoderándome de su trasero en todo lado. Una mujer bonita es fiesta todos los días y tomarle por el culo es como decirle: ¡Eres más rica que un pan!
Pienso que no debo reprimirme como cuando estoy junto a una fea, por eso tengo estos arranques y le abrazo y beso con fruición como si quien nos mirara fuese a decir: "se la está devorando" Y es que a una mujer así hay que comerla y no dejarla escapar. Pero ya ven ustedes que no he tenido suerte y hoy mismo camino de arriba abajo con una fea.

 

Cuando uno es joven cree que puede echar la casa por la ventana, eso pasó con la gorda. Quise conocer sus misterios; por eso, desde el primer momento empecé a cortejarla.
Donde no mentí fue al apreciar su voz. Me has hecho recordar a mi bien amada Janis Joplin, le dije, y era verdad, desde que empezó a cantar se convirtió en la atracción de la fiesta. Su voz alcanzaba registros insospechados, y era evidente que podía interpretar a cualquier reina del blues o del jazz. Pero como me dijo luego: de algo hay que vivir hijo. Y eso era cantando Bossa nova.
El sudor corría por su frente, y antes de terminar la quinta o sexta canción parecía un Buda envuelto en una túnica mojada.
Yo me había colocado frente al escenario y aplaudía rabiosamente cada interpretación. Me imaginaba a la gorda desnuda haciendo todos esos gestos. Pero cuando realmente se fijó en mi fue al ofrecerle el pañuelo para que secara su rostro. Cantaba con los ojos cerrados, y mientras con una mano sostenía el micrófono con la otra se tapaba el oído derecho; así, era un biombo humano detrás del cual se escondían la batería y el baterista. Me imaginaba subido en la inmensidad de su carne, con mi verga templada tratando de alcanzar su lujuria.
Al terminar el show se despidió de su banda y se sentó conmigo en la barra. Hablamos y brindamos por todas las causas perdidas, parecía encantada, incluso reía de mis alusiones a su figura, y pienso que desde el principio sabía lo que yo quería, por eso cuando salimos de la fiesta y buscamos un taxi me advirtió: vamos a mi casa pero nada de sexo porque hoy estoy muy loca.

 

Yo también tuve una muchacha rubia que estaba loca por mí. Cuando se casó, llamó para avisar y decirme que yo era el hombre de su vida.
Nunca pudo entender que hacer el amor en la cocina, detrás de las puertas, sobre el escritorio, en la ducha, amarrada a los barrotes de la cama, vestida como una puta o enfermera, era el fuego de la pasión, el placer de los cuerpos que no se pueden negar.
Ella empezó a asumir el papel de esposa perfecta. Entonces huí como un potro que regresa a su estado salvaje.
Cuando se cansó de esperarme con la mesa servida a media luz se casó y empezó la vida de putita que después de dos o tres tragos está lista.
Daba vergüenza mirarla interrumpir entre mis amigos, se sentaba en sus piernas y me insultaba. Tenía que tomarle del brazo y conducirla a su casa.
Un día apareció en el bar, tenía los ojos desvaídos y los labios húmedos, como las mujeres rubias de las películas, sacó de su cartera un revolver y me disparó, caí destrozado el corazón, y desde entonces no la he vuelto a ver.

 

DELICIAS DE LA NOCHE

Obedezco a una noble traición perversa
amo el dolor, la belleza y el rencor,
sobre todo, la crueldad.

Conservo recuerdos insurrectos de mi infancia,
rememoro la faz marchita de personajes
que me instruyeron en una degeneración ilustre.

Reconstruyo escenas macabras que presencié
asombrado e inocente.

Mi espíritu es desde aquellas noches
crítico y blasfemo contra el mundo
y sus habitantes, esto sería suficiente
para dar cuenta de mi desbordada existencia.

Detesto a mis semejantes quienes
pueden inspirarme únicamente epigramas inhumanos.

Confieso que desde muy joven
realicé actos que despertaban
el pánico y el aturdimiento de los viejos.

II

Nunca me sedujeron los placeres mundanos
y siempre he recurrido a la soledad.

Aqiev me atrajo por su bosque yerto y
su inhóspito paisaje, allí el río cruza
como un chorro de sangre, y sus márgenes
torcidas son azotadas por vientos putrefactos
que en las noches invaden el aire
de manera demencial.

La curiosidad  me indujo por sus parajes,
cada vez más desolados, donde el graznido-
de los pájaros de mal agüero y la oscuridad
de la noche me solazaban en mis pensamientos.

III

Recuerdo que cuando encontraba a algún humano
en mis rondas nocturnas,
lo tomaba del cuello, por sorpresa, hasta
casi asfixiarlo, y al soltarlo,
corría despavorido chocándose contra los leños.

Pero esto no satisfacía mis instintos, por lo que
decidí hacer cosas fundamentales para mi espíritu:
inventaba fábulas sangrientas de gigantes
y caballos alados,
subía a la copa de los árboles y
aullaba como un lunático, era un
gesto vibrante y dramático que me
cargaba de energía para mis desventuras.

IV

Luego iba a las poblaciones cercanas
donde imprimía mi marca a hombres
y mujeres que después de mi presencia
ya no eran los mismos.

V

Viví así una temporada de cruda actividad
hasta que una crisis de nervios me llevó
al manicomio; allí, experimenté, con los
locos, torturas más sutiles y crueles. Sin
embargo, no he logrado aplacar mi perversidad,
y ahora he llegado a la
urbe de siniestros símbolos que me acoge
como a un espectro más.

 


ESTE POEMA ES LA EBRIEDAD

Escucho cómo los cadáveres
baten sus alas
la memoria me restituye
en cada latido de mi muerte
ella trae música que fluye
de estas cuatro paredes
veo caballos blancos arrastrando mi cuerpo
hacia las llamas
y jóvenes hermosas correr detrás
no tengo nada que añadir
al resplandor de esta muerte
es una niña que llega
y nos desnuda
sus pulsaciones me van deformando
como si destripara un conejito
anda de boca en boca
asustando con sus encantos
de mago que hace pasar
un camello por el ojo de una aguja
vomita peces fosforescentes
y mete en su boca
la cabeza del león
estoy solo y ni siquiera
puedo volver la cara para verme
voy hasta el espejo
lanzo una piedra
entonces miles de criaturas saltan por un hoyo
ahora soy escrutador de cadáveres
pero hago girar mi sobresaltada humanidad
y caigo de la cama
¿por qué me concentro en una larva de la muerte
y hago que me siga como el perro vago que me acompaña?
este poema es la ebriedad de los pájaros
la virtud de su elocuencia
no tiene metáforas.


Edwin Madrid nació en Quito, Ecuador, en noviembre de 1961. Poeta, ensayista y editor, realizó estudios de Economía en la Universidad Central del Ecuador y de Literatura en la Universidad Andina Simón Bolívar. Ha publicado, entre otros, los libros de poesía: ¡O! Muerte de Pequeños Senos de Oro (1987); Enamorado de un fantasma (1991); Celebriedad (1992), con el cual ganó el Concurso Nacional Cuento y Poesía; Caballos e iguanas (1993); Tambor Sagrado y otros poemas (1995); Tentación del otro (Quito, 1995); Open Doors (U.S.A., 2000); Puertas abiertas (Líbano, 2002), Mordiendo el frío (España, 2004), Lactitud cero° (Colombia, 2005), La búsqueda incesante (México, 2006), Mordiendo el frío y otros poemas (Cuba, 2009), Pavo muerto para el amor (Argentina, 2012), Todos los Madrid, el otro Madrid (España, Pre-Textos, 2016).

Mereció el Premio Artes Literarias del Ministerio de Cultura de Ecuador, 2013 y Premio Casa de América de Poesía Americana, España, 2004.  En 1990 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Joven Djenana. Poemas suyos fueron seleccionados por Claude Couffon para la antología bilingüe Poesía Joven Hispanoamericana.

Última actualización: 09/11/2021