Nelson Romero Guzmán, Colombia
Por: Nelson Romero Guzmán
Navegantes
Abrazados en las aguas
Fluyen serenos en el mismo espejo,
Decapitados en mitad del jardín
Ahora hermosos cumpleaños para las aguas.
Anoche fueron arrojados desde el barranco
Heridos en el beso,
Vueltos a una navegación tranquila,
Inflados de deseo, hasta que la orilla
Los detuvo.
Sobre sus cuerpos soleados cayó negro el vuelo
Y todavía el amor no pudre sus carnes.
Circe me espera
Sueño las islas, el palacio
Donde me espera Circe,
¿qué me dirá la diosa
que convive con los cerdos?
¿su belleza esplendiendo
en el mar, a cuántos años me convida
inocente de ser hombre?
Seré el animal de su amor, imperturbable.
El cuerpo del cerdo, lejos, oliendo
A un puerto de violetas,
Burlado por el deseo de un dios
Que nos transforma, ¿qué será entonces
De la carne donde el tiempo
Hunde sus cuchillos, si de verdad
Los dioses juegan con nosotros?
Estar hechizado es vivir en esta isla
Por un tiempo, saciándome de espinas,
Esperando que las puertas de su palacio
A mis ojos resuciten.
Para Luz Stella Rivera
Los descalzos
A mis pies les duele la tierra.
Los descalzos se hieren,
Pero doblan fácil la hierba
Que les cae del cielo.
Los descalzos tienen comezones
De piedra, y ansían
Caminar tranquilos sobre las aguas,
Imitar el milagro calzados con piel de océano.
Rompen la noche al andar.
La piedra les sube a los labios
Y no avanzan, dicen, maldicen la tierra
Que los sangra.
Ellos quisieron levitar
Sobre la tierra que los quema.
Súplica a Julio Cortázar
Julio, es hora de que me vendas o intercambiemos
El poema donde aparece tu firma, el titulado “El encubridor”,
El que dice de un hombre
Que salió del país por “miedo del queso con ratón”.
Ese poema es mío y tú me lo robaste.
Y aunque hayas agregado en él
Que “un mismo espejo es todos los espejos”,
Con eso quieres encubrir el robo que me hiciste.
Devuélvemelo entero, no es justo
Que yo, y toda una generación, estemos en el anonimato por tu culpa.
La mañana antes de yo escribirlo
Salía de Colombia, todo porque en la casa
Tuve miedo del queso con ratón,
Fue el ratón más cruel de nuestra historia.
Quise encubrir con esa metáfora la violencia y el hambre.
Pero tú te apoderaste de él por un descuido mío
Cuando lo abandoné en un café del centro de Buenos Aires.
Ese poema yo lo comencé así:
Ese que sale de su país porque tiene miedo,
no sabe de qué,
miedo del queso con ratón,
de la cuerda entre los locos,
de la espuma en la sopa.
Y tuviste el descaro de poner “Julio Cortázar” al final.
Lo escribí esa mañana porque en Colombia teníamos tanto miedo
Que veíamos espuma en la sopa y a hombres con una cuerda en la mano.
Tú nunca has tenido miedo, ni de tus propios bestiarios.
Devuélvemelo en intercambio por unas zapatillas rojas que te hacen bien al frío, ché,
Las usó James Joyce mientras escribía su Ulises.
Además, yo lo escribí calzado con esas mismas zapatillas.
Es hora de que borres tu firma debajo de ese poema,
Si yo tuve miedo, tú sí deberías sentir mucha vergüenza del queso con ratón.
Lección de culinaria
Este ha sido el infierno para una mujer: pelar una cebolla. Las hojas en las manos se multiplican delgadísimas. Hijos, en el corazón de la cebolla está Dios, decía mi madre para darse consuelo y consolarnos. Ella no hacía uso del cuchillo, pues temía herirle el corazón a Dios. Por tanto, el hambre en la casa era la eternidad. Mi madre no veía la hora en que un ángel aleteara entre sus manos, por el momento de esa carne comeríamos. Tiempos en que los ángeles, nuestros guardianes, se transformaban bondadosamente en aves de corral. Pero los tiempos cambian y eso ya no ocurre, así que un día las cosas empeoraron: nos volvimos transparentes como las mismas hojas de la cebolla. Fue hermoso, porque a través de mi hermano veía a mi madre en el punto más lejano del universo pelando sin descanso esa maldita cebolla. Hasta que llegó al punto oculto del centro donde están las regiones superiores. Pero por desgracia, Dios había salido un rato del centro de la cebolla. Pobre sirvienta de Dios, mi madre, en los misterios de la cocina. Lo cierto es que nunca pudimos comer en el Reino. Yo no sabía que mi madre de tanto pelar cebollas se había convertido en una envoltura de cielos transparentes; algo así como un cielo dentro de otro cielo, y éste dentro de otro. Recuerdo que no comimos, pero tampoco vimos a Dios. Ahora entiendo que la demasiada religión es la peor de las culinarias. Por fin quiero vengarme de todo esto derribando el Araboth, árbol del cielo.
Alabanza del cerdo
El cerdo es cortical, y a su vez cordial.
Todo él, del pozo del corazón a las orejas,
Nos heredó la capa grasosa del cielo.
Siempre, al filo de lo terrenal,
Se entrega sin remilgos a los cuchillos del carnicero.
El hocico es su órgano de conocimiento
Y sabe, mejor que los tratados, de las porquerías terrenales.
Para que los hombres lo comamos gustoso,
Todos los días purifica su carne en la charca con esta oración:
Oh, qué puro soy más allá de los pelos y el tocino,
No me le arrodillo a Dios para que me salve del carnicero
Sino que me ofrezco sin más a los cuchillos
Que ungen mi torrente de sangre
Para que mis bacterias alcancen la gloria
En el tripero insaciable del hombre, amén.
Su cuerpo es la más preciosa joya del martirio,
Es un San Sebastián provisto de rabo corto y de agudos colmillos,
Pero a la hora de morir no ruega a nadie por su salvación,
No posa nada pornográfico como el santo desnudo
Frente a las flechas que lo atravesarán.
Las orejas del cerdo tampoco guardan ninguna lógica
Con las mórbidas colgaduras de los ángeles,
Pero podría coincidir con las criaturas celestes
En el venturoso sabor de la carne y en el martirio filial de los olores
Todos sus órganos se vuelven funcionales a la hora de ser comidos,
Tan sabrosas sus glándulas que se diría que albergan
La dulzura de los proverbios y el agrio sabor de los pecados.
Hermano cerdo,
Gracias por volverme célebre
Frente a un plato repleto con tus costillas.
Entre las cosas hermosas al levantarme
Está el verte venir a trotecitos del corral, estoico y sucio,
Atravesando la niebla de los terrores humanos,
Pisando inocente el orégano que aderezará tus carnes.
Soy de los pocos que creen
Que Dios tomó barro de tu pocilga para hacer al hombre.
Gracias por haber alcanzado en las pinturas de El Bosco
Las más bellas imágenes de la Lujuria,
Sobre todo cuando abandonas de El Jardín de las Delicias
Untado de lodo y cielo.
Así ocupas no sólo el más alto lugar
En la escala de los apetitos, sino el más elevado pensamiento Poético
Superior al que nos legó Octavio Paz en sus ensayos.
Lástima que termines vilmente en las recetas de cocina
Hecho bistec o solomillo.
Día tras día me crece la sospecha
De que eres Dios personificado
Haciéndose pasar por los inmaculados cuchillos.
Quizá nosotros, por la desgracia de querer saberlo todo,
Ignoremos ver en tu hocico el instrumento de la divinidad
Hozando para encontrar el corazón del hombre.
Gracias hermano, Gracias,
Por darnos el placer terrenal de glorificarte en el trincho,
Porque igual de inmenso eres
Con un poco de sal o con arándanos.
Tú mereces estas Gracias, cerdo,
Te doy mis cerdas Gracias.
Nelson Romero Guzmán nació en Ataco, Tolima, Colombia, en 1962. Es licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad Santo Tomás. Ha publicado los libros de poesía: Días sonámbulos (1988); Rumbos (1995); Surgidos de la luz (2000); y Voy a nombrar las cosas (2000); Apuntes para un cuaderno secreto (2011); Música Lenta (2014); Bajo el brillo de la luna (2015); La locura de los girasoles (2015). Ensayo: El espacio imaginario en la poesía de Carlos Obregón (2012); El porvenir incompleto, tres novelas históricas colombianas (2012). Premios: Premio de Poesía Universidad de Antioquia (1999); Premio Nacional de Poesía Ciudad de Bogotá (2007); Premio Casa de las Américas (2015); Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Cultura (2015).