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Nguyen Quang Thieu, Vietnam

Por: Nguyen Quang Thieu
Traductor: Nicolás Suescún

PROMETEO
Revista Latinoamericana de Poesía
Número 84-85. Julio de 2008.

(Vietnam, 1957)

 

Movimiento en blanco y negro 
Color negro uno

Los dos colores negros se miran uno a otro, se mueven en torno a una forma negra de vidrio.

La niñita dejó la aldea de repollo hace dieciocho años, a espaldas de su madre. La niñita durmió y despertó, lloró, babeó, mojó la banda con su lastimosa, negra orina. Lamentándose, pero no maldiciendo, vino a la tierra blanca, sus gritos cayendo en la nieve como sangre vomitada. Su esbelta silueta negra corta el pan, corta su mano, abriendo una nueva boca. De la boquita brotan babas rojas y mojan el pan. Crece en la nieve, sus dos senos creciendo, sus dos senos centelleando, dos agujas envueltas en ropas oscuras.

Los dos colores negros dejan la forma de vidrio, y se acercan uno al otro arrastrándose.
Él nació y surgió del rastrojo, de ceniza, de cáscaras de arroz y de voces tristes. El —el pelo negro reluciendo, la barba negra. Negros techos de paja cayeron derrumbados entre el sonido de los lagartos; una manada de perros negros cayó embrujada por la sombras. Desde la mañana hasta el atardecer el búfalo de agua tira del carro trazando dos líneas negras a lo largo del camino que atraviesa el arrozal. Las letras blancas en el tablero no le ofrecían ningún signo, así que él dejó  el rectángulo negro cuando la oscuridad cubrió todas las bocas y los mosquitos
mezclaron su negrura con la negrura de las casas para robarse el rojo, y la luna se desprendió de las nubes sucias para robarse la negrura del día.
 
El avanza —el negro de todos los negros, grabando la luz en otros negros. Su gran color negro lanza la mano hacia adelante para borrar todas las manchas blancas que puedan asesinarlo.

Los dos colores negros se acercan uno a otro como dos árboles en la noche, susurrando como si estuvieran llorando. Susurran, susurran, cada  vez más duro como un grito. El lenguaje blanco no puede silenciar el sonido. Sólo sus susurros permanecen, como el ruido de hojas frotando contra las hendiduras de árboles caídos.

Ellos, los dos colores negros, se han fundido. Sus labios se unen en la forma como la gente
del bosque une dos piedras. Y la sangre de la soledad, del deseo, fluye a través de las dos tragedias negras. Las dos tragedias yacen agotadas, extendidas, iluminadas temporalmente por sus pocos momentos de salvación.

Se levantan silenciosas, escondiendo las dos centelleantes y misteriosas agujas. La quietud las envuelve, anunciando la llegada de la oscuridad. Las gaviotas con sus gritos roncos vuelan sobre los techos. Silenciosamente le añaden a la escena muchos más colores negros.

 

Color negro dos

La noche cae en el jardín, cae con muchos colores negros.
La escalera de madera se queja como un dolor de muelas actuando.
El perro blanco desecha su piel del día; la oscuridad oculta
las manchas rojas de sarpullido.

*

Otros colores negro y blanco están atravesando el jardín; tienen una
llave.
La casa de madera se levanta silenciosa, deliberadamente no los ve.
A los dos los arrojan en el sendero; tratan de fundirse uno en
otro. El color rojo en el negro hace que sus hombres se encojan de miedo. El negro
en el color blanco hace un ruido sordo como el de un ataúd.
Al caer la noche el jardín resuena con el sonido de ropas
que se arrugan. En el aroma de rosas fuera de temporada hay un olor de
cigarrillos. Y la memoria —un color negro— en alguna parte todavía se extiende sobre las
cimas de las montañas, los bosques de disparos.
El viento sopla duro y junta con violencia, mezclando sus olores, los caquis blancos
y los sedosos caquis amarillos fuera de estación. Una persona es el dorso de la mano, otra es la palma y juntas tienen una llave.
La sangre corre pareja por la mano, incluso por las uñas.
La casa de madera se muerde el labio, la chapa que no funciona muere bajo su sombra.

*

El perro vuelve la cabeza en busca de parches de rojo ya perdidos
en la oscuridad. Los nuevos brotes hormigueantes no se pueden unir a nada
El veterano blanco enciende una vela
La luz de la vela y el color de su piel no se pueden fundir.
En ese color blanco hay un color negro que se mueve más allá de cadenas, de ventiladores, de explosivos.
El color negro no se puede nunca fundir con el cubrelecho blanco.
El color rojo en el negro crece como una espina viviente.

*

La vela sigue siendo blanca al apagarla, el cubrelecho sigue siendo blanco al arrugarse y el vino sigue siendo blanco al ser bebido.
Pero no se pueden fundir, dos obsesiones no pueden aglutinarse.
La casa de madera se muerde el labio, amarga: pero sigue deliberadamente mirando mirando hacia el otro lado.

*

Han atravesado el jardín en la oscuridad y con el viento; las rosas fuera de estación lloran por ellas. Se lanzan una hacia otra, más cerca y más cerca… pero no
pueden fundirse. Esa es su muerte. Y ahora el color negro se agota.

* 

 

Color negro tres 

El aleteo del pájaro llega hasta el jardín
En la noche la lluvia cae seguido suavemente
La escalera de madera se ha dormido, las muelas adoloridas se han dormido,
Sobre el colchón, con amor, el escozor se vuelve una nueva manta.

*

Desde lejos llega el delirio del mar
Una bandada de gaviots, granos de sal negra, se disuelve en las lenguas de las olas.
El mar puede sumarse a los muchos barcos que zarpan, pero no pude sumarse a los marinos
Ecos distantes se detienen en la cerca
Détente para llorar, para cantar, para hablar, y para guardar silencio
Llamados pacíficos atrapados en el trenzado flexible de una silla de caña.
Dedos se arrastran como serpientes en la noche, como gusanos, como las vidas de los
hombres. Se pueden paralizar, congelados en cada coyuntura
¡Se arrastran, se niegan a detenerse, rechazan el calor que los descongela!
Los dedos negros parecen ramitas medio quemadas
Lejos de la región, las llamas errantes silenciosamente encuentran el camino de vuelta

*

En el balcón, ellos, los dos colores negros, miran hacia la casa
El viejo hogar respira ruidoso
El viejo hogar se suelta el cabello negro bajo el sol y el viento
El viejo hogar se vuelca como una ola
El viejo hogar se entierra como una sal de millones de años

*

En el balcón, ellos, los dos colores negros, miran hacia el follaje verde
El sonido del viento trae los lamentos de su patria al pasar
sobre sus cabezas.
En la esquina de una escuela un banco de peces dorados se esconden en el agua oscura
Sobre el tapete turco los caballos se libran de sus cascos
Camino a casa, la arena se levanta.
La hoja de té chino abre los ojos y mira la extraña tetera
El toro español rompe a llorar. Las estaciones se convirtieron
En el sueño de una buena sangría

*

Rígidos, medio dormidos, los pájaros están posados con demasiado frío para abrir los ojos
Sus picos negros están muy apretados sobre sus lenguas negras
El follaje de los árboles se ha fundido
Las raíces se funden con los troncos y las hojas con las frutas
De pronto encienden una lámpara, su resplandor tan brillante como el de un explosivo
El resplandor se funde con el vuelo de una bandada de pájaros, la bandada de pájaros se funde con el silencio

*

Y ahora los ojos tratan de fundirse con el sueño
La lengua trata de fundirse con el vino, y la sangre con el corazón
Los límites tratan de fundirse con los países y las banderas con las camisas
Como largo tiempo muertas, dos manchas negras actúan y llevan a cabo su propio entierro
Esa es su forma de vivir. Y ahora en torno a ellas
los lastimosos lamentos de este viaje de fusión a lo largo de los inmensos espacios
Y la voz apagada del rechazo a fundirse. Y posiblemente…

 

Y el color blanco

 

Tan espléndida como cualquier oración, la nieve cae y cae
Cae interminablemente como sin freno —un grito apagado
Cayendo, y nada escapa, cayendo
Temblando, en el cielo, alas de libertad.

*

Cae, y gradualmente en la noche, las cimas de las montañas,
Los muchos árboles que se levantan
Caen, y las muchas columnas de humo ascienden,
Los muchos techos que se creían olvidados, y las muchas ventanas que nadie
recordó cerrar
Cae la nieve, como un ojo avisor
Que se abre más, mira directo la casa

*

Nada puede escapar a la mirada de la nieve
El mitón del bebé se arrastra bajo la cama
Cae, y el pez dorado atrapado en el tanque de agua,
El beso interminable y la lámpara de mesa siempre prendida
Cae, el rostro siempre oprimiendo la almohada, y el sueño siempre
suspendido en el aire
Cae, las cartas siempre en el baúl
Las voces siempre resonando en las líneas
Cae, y aparecen las tontas cercas de madera
Las balas siempre siguiendo su curso
Cae, nieve, desde distancias  infinitas
Tan distantes como si estuvieran y surgieran de la palma
Cae, y todos los caminos mudos hacen música
Cae, todos los trenes, todos los autos se detienen
Los pasajeros permanecen para siempre en sus puestos, siempre con sus
    pasaportes
en la mano. Nunca llegando a casa, nunca partiendo de casa

Cae, nieve que retrazará los mapas del mundo.
Y bajo el blanco mapa, siempre el museo.

Boston 1994 – Ha Dong 1995

 

 

Recuerdo de marzo

Todavía oigo las voces de los viejos narradores,
sus historias desplazándose a lo largo
de los campos oscuros, de noche.

Entre un grupo de casas blancas, una casa blanca brilla mucho.

Allí, mi madre ha estado dormitando,
siempre con el viejo dolor que le carcome el estómago.
Lleva veinte años
soñando con una casa y los pañales blancos tendidos.
Se ha perdido,
ha olvidado cuál camino la lleva de vuelta
a la casa donde yo nací.

Por la noche, también yo voy errante,
busca el mismo hogar.
Pero lo que encuentro son siempre campos interminables
Y otras casas blancas
con pañales blancos tendidos contra el cielo,
y bebés, cuidadosamente numerados,
A lo largo de los caminos.

Contra nuestros deseos,
Cada noche al llegar el sueño,
Alguien
Pinta de nuevo todas las casas del mundo de reluciente blanco.

 

Recuerdo de mayo

Una voz temblando de miedo recorre la casa
envuelta en la oscuridad de mayo
Retornas de un campo lejano trayendo flores
El agua que viertes en el jarrón suena como lloros.

En la oscuridad las flores parecen pálidas.
Sus ojos cansados parecen mirarnos directo.
Su perfume llena el cuarto
Y yo sé que nos separaremos para siempre.

Cae un pétalo. Oigo que alguien se cae,
Un quejido que brota de los labios sangrantes de alguien.
Las sombras nos devuelven la mirada desde los vidrios de las ventanas,
los llamados de los tallos cortados, de las flores decapitadas,
                                                                 suenan cada vez más duro.

La oscuridad hace que ambos desaparezcamos.
Ya no serán fácilmente escritos nuestros nombres.
Llega el 31 de mayo
pero no nos damos cuenta del error.

Mayo tiene sólo treinta días,
pero en éste, el treinta y uno, llega un hombre.
Entra en la casa
Lleva un vestido de etiqueta.
Trae un ramo de flores oscuras
y se acuesta entre nosotros.

 

Recuerdo de julio   

En mi sueño nuestros cuerpos cortan la cama en una larga diagonal.
Yacemos como dos árboles cortados por una tormenta
Inclinándose hacia nosotros, unos leñadores, las caras cubiertas por
    máscaras,
Trazan una línea vertical sobre nuestros cuerpos.

Nos cortan en pedazos rojo sangre
No hacen ni un solo ruido
La hoja nos desgarra en fogonazos de luz, brillante y de colores, como
    fuegos de artificio.
Nuestra sangre vital salta como polvo en las chispas.

La cama se convierte en un taller
Pedazos de nuestras vidas se vuelven camas, mesas, armarios, ataúdes.
Estamos en todas partes, pero los árboles ya no nos reconocen.
Para ellos sólo somos un recuerdo sordo y mudo.

Los leñadores nunca piensan que nosotros nos levantemos de nuevo,
No surgiendo de aserrín y virutas.
Tiran en las llamas los últimos, pocos trozos;
Nuestras vidas resaltan brillantes en la llamarada.

Ahora sacan a los leñadores del taller.
Pasan a lo largo bajo los árboles
Que cumplen con sus últimas peticiones
Y los dejan conservar las máscaras.

 

Recuerdo de diciembre

De pronto,
como personajes chinos,
aparecen los árboles de diciembre.

Un cuervo vuela hasta un árbol
y se posa al atardecer en silencio.
Los oídos se llenan de temor
y desaparecen en un campo.

Como un hombre a quien dejan solo, parado,
el camino de tierra
no tiene dónde esconderse.

Un hombre sale de una casa en lo alto de una colina
su cabeza ladeada
nunca brotará como una flor.

La casa en la colina
tan oscura como el cuervo.
Estos oídos todavía medio temerosos,
escondiéndose, demasiado tímidos para levantarse.

 

Orando por mi abuelo

 Como de
una estatua esculpida en mármol negro
mi abuelo surge de la
oscuridad.

Mi casa da tumbos
a través de la infinitud del espacio
la voz de mi abuelo
es el sonido de una llave de cobre
cayendo en las estancias del tiempo
en algún sitio en una esquina
la historia de mi familia reposa oculta en un baúl.

El espíritu de mi abuelo se expande
Por los cuartos de la casa.
Los cuartos se vuelven más y más grandes.
Los cuatro pilares de madera no pueden dejar de crecer,
Las hojas en el jardín se convierten en manos gigantescas.

Todas las noches vuelvo
A la casa a medio construir de mi abuelo,
esperando el momento en que se salga del mármol negro
dime: “has crecido más que la pequeña criatura en el sueño de un
    antepasado”.

 

Alas de mariposa

 En alguna parte cerca las alas de una mariposa vibran con el primer
    aliento de enero.
Las alas de una mariposa delgadas como cualquier vacío, delgadas
    como cualquier vaguedad,
se abren en alguna parte, unas verdaderas alas de mariposa.

Corrimos hasta la plaza, nuestros cuerpos tocándose,
alguien gritó airado, destruyó el momento.
Olvidamos que en alguna parte en el matorral
las orugas están rompiendo sus capullos.

Cerca en alguna parte hay una luz que no muere en la oscuridad,
un movimiento que se hace más y más fuerte en su inmovilidad,
pacientemente se esconde sobre campos y cielos,
emergiendo como una frágil belleza a punto de partir.

Cerca en alguna parte, no cerca, sino en torno
las alas de la mariposa se abren desde la oscuridad hacia la luz.
Llevan su belleza hacia el tibio aliento de enero.
La llevan hacia el mundo
sin el menor ruido.

 

Las almas de las vacas

Las vacas partieron anoche,
las oscuras vacas de dirigieron hacia
sus campos finales.

Toda la noche sus mugidos
cayeron sobre los campos silenciosos.
Toda la noche su aliento
sopló tan caliente como un viento de verano.

Terminaron sus últimos surcos
Sus yugos cayeron hacia el alba
Dejaron las huellas de sus cascos
cubriendo todos los campos del mundo.

Al alba las vacas se volvieron de un brillante dorado amarillo
y desaparecieron bajo el sol.
Sus mugidos pasaron sobre las cabezas de  los músicos
en la pequeña iglesia de la aldea
ensayando por última vez
antes de la Pascua Florida.

Ahora sólo están las nubes
—las almas de las vacas—
flotando sobre los campos
de otras vacas.

 

El tiempo

Estoy sentado con mi hijita en las piernas.
Ambos estamos enfermos
Hablamos con accesos de tos.

Las hojas secas crepitan:
Las llamas sagradas se agitan y avivan.
Pasos invisibles rodean el fuego
Levantando rachas de cenizas calientes.

Más atrás, en un otoño rojo,
Serpientes ocre se deslizan por un jardín.
Más atrás, llorando con el verano, veo
Otro yo caminando, volando en el jardín.

Más atrás, más atrás aún,
El tiempo es un lugar donde me siento junto al fuego
Una fiebre que contiene otra fiebre,
Nuestras toses, ahora una sola, esperan separarse.

 

La música 

Mías son las torcidas cornetas fúnebres,
Míos, los tambores con el parche rasgado,
Míos, los violines con sólo dos cuerdas y el mango doblado.
Su mágica música se oye distante,
Madre, veo a a mi abuela sonriendo
Detrás de una nube de humo.

Una carroza fúnebre avanza en mi sueño,
Dragones amarillos serpentean en el aire,
Suenan cornetas y tambores.
Voy de puntillas entre flores de mayo de Co
Y alguien que no puedo ver se empeña en alzarme.

Quiero esconderme en esas ropas fúnebres
Quiero cubrir mi tos con esas cenizas calientes.
Ahora veo a mi abuela vestida de seda
Con miles de velas en torno a ella
Está vertiendo agua de lluvia en una jarra
Está esperando que yo vuelva.

La espléndida carroza fúnebre es mi juguete, me pierdo en el juego.
Madre, ¿oyes mis risas?
La soledad y yo somos niños con muchas cosas qué hacer.
Estamos descansando bajo el domo de la carroza,
Estamos volando tras las banderas fúnebres,
Estamos volando hacia mis colinas nativas.
¿En dónde me puedo poner una camisa amarilla
y dormir sobre un fragante hoja de betel?
¿Pero cómo puedes, madre, lavarme allí la cara?

Amo las cornetas, los tambores,
Los violines de dos cuerdas con mis sollozos,
Y ellos me aman con su tristeza, su zozobra.
Nuestra canción resuena, me trae de vuelta a la tierra,
De vuelta al camino con blancas flores de mayo de Co,
De vuelta a la casa donde me esperas para lavarme la cara.

 

Las estrellas

Ni tú ni yo nos podemos mantener
Con la luz de las estrellas, te digo, por favor no llores.
Tu cabello ha caído sobre mi pecho
como raíces de árboles abriéndose paso en tierra pedregosa.

¿Cuántas noches han pasado?
Inspirados, nos abrazamos ante las estrellas,
Las estrellas lejanas que nunca podré alcanzar,
Que nunca podré recoger para tí.

Te pedí que volvieras, no podía dejarte ir
—eres tan joven y tan temerosa.
Te apoyas en mí, yo me apoyo en mi dolor,
Y la tierra se apoya en distantes constelaciones.

Estamos solos en esta noche extraña,
Temblando, sin comida, sin ropa, sin refugio.
¿Qué haremos cuando despierte el alba?
¿Navegar hacia el mar abierto? ¿Volver al bosque?

¿Dónde está nuestra tierra esta noche, un millón
De años en el pasado, o un millón de años en el futuro,
Con vientos polvorosos y nubes amarillas?
¿Somos los últimos humanos, o los primeros?

¿Cuántas noches han pasado?
Somos bebés que olemos a leche,
Respiramos como enfermos acabados de despertar.
Nos abrazamos, miramos hacia arriba, llamamos a las estrellas.

 

Movimiento

Como una ciudad antigua sepultada bajo tierra por miles de años que apenas está empezando a despertar, los caracoles se arrastran a través del jardín bajo una luz de luna tan enceguedora como la del sol en el verano. La cresta de su concha brilla como diamantes en la corona de una reina en festival nocturno. Sus suaves, húmedos cuerpos se deslizan, temblando con ternura. Sus antenas se alzan hacia el cielo para percibir las ondas de extraños sonidos. ¿Qué lenguaje secreto, feliz o triste, llama a los caracoles?

La luz de la luna está tranquila, los árboles están tranquilos. Los caracoles se arrastran sobre hierba durmiente y hojas caídas. Su cuerpo se desliza sobre agudos y fríos pedazos de vidrio. No sé si lloran o maldicen. Lo que oigo es el sonido del agua, subiendo para llenar la noche iluminada por la luna.

Los caracoles se han escondido en matas de plátano, en matorrales espinosos. Despiertos ahora, se escurren en silencio. ¿Es mi jardín su tierra nativa, o el jardín que está más allá, o incluso un jardín más lejano?  ¿Están escapando de su tierra nativa, o encontrándola? No importa: Esta noche canto porque su partida es tan maravillosa como un sueño, o un festival nocturno.

El último caracol repta sobre el muro que rodea mi jardín. Al desaparecer la cresta de su concha, el último destello de diamante de la corona de la reina se desvanece, y las soñadoras estrellas cambian de posición en el cielo.

Tras la ventana de mi casa esta noche, me despido de los caracoles con un susurro.

 

Las mujeres portan agua del río

Los dedos de sus pies son huesudos, con largas uñas negras:
Se extienden como las patas de los pollos.
Desde hace cinco, quince, treinta años, he observado
A las mujeres ir al río por agua.

Su cabello anudado cae en torrentes
Sobre la espalda de sus suaves, húmedas blusas.
Con una mano sostienen las varas en el hombro,
Con la otra llevan nubes blancas.

Al subir las aguas del río en una curva
Los hombres llevan las cañas de pescar y sueños del mar
Mientras los peces mágicos se alejan y lloran,
Los corchos flotan quietos en la superficie del agua
Los hombres, airados y tristes, se van lejos.

Desde hace cinco, quince, treinta años, he observado
A las mujeres volver del río con agua,
Montones de niños desnudos corren tras ellas.
Las muchachas llevan varas al hombro y van al río,
Los muchachos llevan cañas de pescar y sueños del mar,
Mientras los peces mágicos se alejan y lloran

Poemas Prometeo # 70
Recuerdo de julio Prometeo # 83


Fotografía: Natalia Rendón

Nguyen Quang Thieu   Nacido en la Provincia de Ha Tay en 1957, Quang Thieu ahora vive en Hanoi, donde es Presidente de la Asociación de Escritores de Vietnam y editor en jefe del magazín literario Van Nghe Tre. Autor de muchos libros de poesía, cuatro novelas, y dos colecciones de historias cortas, Nguyen Quang Thieu es considerado por muchos como el poeta más prominente de Vietnam del Norte, emergido desde la guerra contra Estados Unidos, que terminó cuando él estaba en el bachillerato. Su libro Insomnia of Fire (1992) -Insomnio de Fuego- ganó el Premio de la Asociación Nacional de Escritores para poesía, uno de los más prestigiosos premios literarios de Vietnam. Ya sea evocando la aldea de su infancia o explorando las complejidades urbanas o rurales de su vida adulta, Thieu enraíza sus poemas en una tradición vietnamita que reverencia el entorno. Su respeto por el paso del tiempo transmitido a todo lo largo de la colección de poemas es tradicional, pero él se mueve fluidamente a través de paisajes del pasado, presente, y futuro con distintas metáforas y yuxtaposiciones contemporáneas. Mientras pocos de los poemas mencionan la guerra directamente, sus efectos son a la vez sentidos y trascendidos en estas hermosas piezas algunas veces tristes pero siempre atrayentes. Acerca de su poesía, Ngo Nhu Binh, quien trabaja en la Universidad de Harvard, dice que es ‘…es necesaria para aquellos que están interesados en aprender más acerca de la cultura, literatura y poesía vietnamita contemporáneas.

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Última actualización: 03/01/2022