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Kwame Dawes (Ghana-Jamaica)

Por: Kwame Dawes
Traductor: León Blanco

PROMETEO
Revista Latinoamericana de Poesía
Número 88-89. Julio de 2011.

Salmo 36

 

Incluso en la noche, estirado como en un féretro,
   a causa de la maldad de su corazón no puede conciliar el sueño;

está tejiendo canastos para atrapar el pez
   que nada en un acuario en casa; 

esa es la impiedad del perverso;
   y su esposa no tiene idea

por qué él da vueltas y vueltas la noche entera,
   la boca mascullando como si hubiera guijarros entre su corazón.

Hay un oráculo en mi corazón
   y me dice que hable de este modo;

pero yo no soy un profeta, apenas un ejecutante
   de canciones, un lírida, con dos sacos

de semillas bendecidas para que germine una generación
   de hacedores de milagros. Mi tarea no es otra que sembrar la tierra,

plantar mi semilla y luego, como algún efímero
   insecto, volverme uno con la niebla.

Pero yo conozco al hombre perverso y a sus obras,
   conozco su ladina maquinación que parece

tan gloriosamente brillante en su inteligencia diabólica
   aquí a la luz del día. ¿Pero quién pudiera

suponer los planes que urde en lo profundo de la noche
   agitándose sobre el fétido fangal de sus sábanas sepulcrales?

Para un hombre sediento atrapado aquí, encallado
   tarde en la noche entre dos colinas secas,

obtener respuesta a mis plegarias es saborear agua dulce,
   y el transcurrir del miedo – miedo de la pistola

presta a esparcir mis simples sesos 
   sobre este asfalto cocinado; miedo de los antiguos fantasmas

levantándose del mar con su enigmática
   rabia, prestos a dejarme sin habla, a disecar mi semilla--

el transcurrir de tales miedos trae frescas brisas
  a mi alma, y yo se que el sonido

metálico del golpear de gigantescas alas es
  un signo del amor del cielo.

Pocas canciones excepto estas probados y comprobados
   himnarios de mayestática paciencia pueden

cantar la inmensidad de mi gratitud
   en estos oscuros tiempos. Prosigan su ablución

de amor por mi semilla y su simiente;
   traigan piedras para destrozar los burdos dedos de los pies

de mis enemigos, y acontezca que el corazón del sudoroso,
   hombre avieso, sorbiendo toda esa grasa de puerco,

se detenga tan de súbito, con sorpresa y pánico,
   para ya nunca comenzar de nuevo, nunca comenzar de nuevo.

 

Liviano como Pluma, Pesado como Plomo

                                              

Bob Marley, "Misty Morning"

 

Todo es verde luz rezumando entre la mañana
aroma a aceite de coco y a ackee*,
un aperezado reggae pulsando a través de los delgados tablones.
Esta somnolienta mañana de domingo,
los himnos de la iglesia pentecostal
metidos entre el verde denso de August Town
nadan como profecía en olas
colándose entre los tenues tambor y bajo
desde el radio transistor que parlotea en el segundo piso.

Escucho la voz metálica de Marley
corte tras corte hasta que me duelo
de las cicatrices de aprendiz,
oídos ahora alertas al fino aullido
de gravilla delgada del auténtico organizador del reggae
mezclándome sangrientas verdades desde los delgados
surcos concéntricos—vuelta tras vuelta
enloquecedor girar de profecías,
haciendo espirales de misterios y ni indicio,
ni visión de alguna jornada monumental
sobre frondas esparcidas de palmeras y la plegaria de los creyentes
a través del santo Kingston—el profeta pasa inadvertido;
(los jamaiquinos jamás han comprendido la histeria
de la Beatlemanía, nosotros morimos, no por íconos pop,
sino por políticos salameros).
Este resplandeciente vinilo negro, de atrapado sonido
es todo lo que queda, todo lo que queda
del rhygin*, profeta teje palabras.

Mis dedos se alargan y ondean a través
del susurro de viejas revelaciones como neblina,
lo áspero del redoblante agrietado y un sonido
que gotea* es lavado por alguna parte de un sueño,
no logro abrirme paso por entre el humo.
Es horas antes que una brisa marina que
viene hace largo tiempo, aún tibia de sus jornadas
cosquillea a la mañana, todo ríe nerviosamente,
todo es liviano como muda anomia,
mientras ella le cierra los rígidos ojos.

*Ackee es la fruta nacional de Jamaica y fue traída de África en el siglo XVIII por un tal capitán Blight
*Shortass, se llama así al más pequeño de entre los nacidos coetáneamente
*Rhygin, palabra de Patois que significa, salvaje, malo, caliente, alude a Ivanhoe Rhygin Martin o el Dillinger jamaiquino, héroe popular muerto a los 24 años en un tiroteo con la policía
*Sound drop, se refiere sin duda a un sonido logrado con el bajo, casi intraducible
(publicado en Shook Foil, Peepal Tree Press, 1998)

 

Boceto

Con grafito suavizo tus huesos,
hago exótica la ausencia de tus pestañas,
exhibo tus dedos, largos y elegantes,
acunando una ciruela, la luz de su jugo
llameando bermellón a través de la tensa piel.

Hago un aguafuerte de tu mirada, tierna, tierna
junto a tu frente donde el dolor
ha marchitado la piel, suavemente
como si, entre el blando plomo, pudiera calmarlo
por completo, hacerlo que se esfume. Te encaminas.

Con la mullida palma de mi mano
acaricio el liso resplandor de tu cabeza,
luego aclaro una línea gris donde tus cejas
estaban – ahora no hay nada –
estas marcas de lo que has sufrido.

Por estos días, los cuerpos se derrumban
junto a mí, los muertos, desesperados por sanar
se extenúan, estoicos, luego calladamente parten.

Mis ennegrecidos dedos te hacen redonda,
mullida como una fruta recién cogida.
Mañana yo te levanto, pájaro de huesos,
miembros suavemente colapsados.

Hay luz de sol arrastrándose a través del césped.
Pese a la sequía, está vigorosamente verde,
excepto el estrecho sendero de viejo pasto que dejamos,
ahora perturbado por el abandono entre un áspero zumbido de corte;
y esto también es un símbolo de lo que hemos perdido.

Es agosto en Columbia. Nada
puede luchar con este calor. Sólo quédate
quieto, tal vez un vientecito
soplará, tal vez un vientecito.

 

Dulces Ancianas

 

Una mujer quiere sentarse sobre el lindero de la ciudad
 a esperar que las muchachas jóvenes se reúnan a sus pies,
y aprender el patrón de la hierba tejido en canastos
o el secreto del suave regusto en el estofado—
y ella dice en voz alta, yo sólo meto mi pie y revuelvo,
lo que es suficiente para un día de reverencia cuando la edad
es un bálsamo sobre todos los pecados. Sólo algunas veces, una se
aproximará con lágrimas o el lamento de algún amor
magullado en ella—el peso de la culpa sobre su pecho, una muchacha
llena de preguntas acerca del sabor del amor, la otra
que pregunta por qué la gente no cae muerta en lugar
de cargar la piedra en su pecho enamorado.
Algunas veces, ella la sienta, y ellas observan
la forma en que la luz cae a través de la calle,
las sombras alargándose—y en este silencio
ella gorgorea una dulzura honda que crece
hasta volverse risa abierta, lo que es equívoco
en este tiempo de congoja, pero incluso la muchacha
debe soltar una risita, enjugando su rostro para esconder sus dientes,
desafiando con esta pregunta, como si esta mujer
extendida hasta derramarse desde su taburete, al fin
hubiera enloquecido. 
Pero las mujeres locas hablarán;
la vieja mujer loca desenfundará la historia que carga
dentro de ella, las historias que han estado escondidas,
incluso mientras bailaban sobre sus cabezas,
han hecho que sus pieles cosquilleen, que sus suaves carcajadas
burbujeen en funerales, en despertares, al borde de la cama
de algún alma agonizante. Las viejas mujeres locas, si lo pides,
te contarán los secretos que guardan, los hombres
que han mantenido como rehenes de sus caderas en la gruta
verde atrás del cementerio, los hombres que lloraron
por estar al tanto de otros amantes, los hombres que se derrumbaron
cuando sus penes se quedaron flácidos, inservibles
pese a las presunciones, las promesas, u hombres que las han
convertido en suaves flores, luego las han despedazado
pétalo por pétalo en la bacanal del deseo, aullando,
aullando; hombres que las han hecho despertar tarde en la noche
para caminar a través de campos enfangados rastreando
el hambre de sus lujurias; y mujeres que los tocaron
tan tiernamente, en sus llegadas entre aquellas
ocultas alcobas donde las mujeres cosen trajes,
queman pelo, y comparten los balbuceos de las heridas
que han nacido—allí en aquellos cuartos olorosos
a mentol, ellas sintieron sus pieles vueltas
de revés, sus ojos caer profundo en la oscuridad,
cuando extraviaron el sentido de las palabras
por primera vez, por la única vez;
cuando, en el agitado calor nervioso del desenlace,
prometieron no hablar nunca de esto,
pero siempre llevar su recuerdo adentro de sí;
para que aun ahora, cuando piensan en un nombre
tal como Lucy o Merle o Eartha o Una,
todavía sienten el rocío del deseo en sus vaginas.

Las viejas mujeres locas cargan estas cosas y más
dentro de ellas, y si son empujadas, si son motivadas
entonarán un himno y luego hablarán del sentido
del deseo.  Una mujer quiere envejecer
como tales mujeres, las guardianas de la entrada.
Mujeres que harán comprender incluso a la más
díscola de las mujeres, que el ansia
en ellas, el gusto por lo dulce en aquellos días
cuando la sangre se amontona profundo en ellas
es la promesa de Dios, y la risa
es la curación, y que los recuerdos alargan los días
cuando son entibiados con tan gruesos
placeres. Una mujer quiere reunir
sus secretos para así poder tener sueños
cuando los días se hagan más oscuros y fríos.
Una mujer quiere envejecer como estas dulces 
mujeres viejas, copios pechos llenas de cien
abrazos, y risa lo bastante amplia
para aliviar lo roto mujeres con recuerdos
que no se gangrenan sino que continúan floreciendo
en frescas y más frescas flores.

 

La Gloria ha Dejado el Templo

para Gabriel García Marquez

Para contarlo, debo llamarlo un sueño.
Un sueño sobre la costa caribeña de Colombia
donde un hermoso hombre negro sirve
gruesos omelettes, caóticos de cebollas y champiñones
a una variedad de inconformes, obreros del puerto,
profesores, mucamas, tres oficiales de policía,
cinco prostitutas y un puñado de abogados a medianoche;
ensopando el ron coagulado en sus vientres
con gruesos pedazos de pastoso pan blanco.
Antonio, el chef negro con agraciado ropaje
tiene una mano extendida desde su vientre
para agarrar carbones calientes, y sobre su cabeza
las entrelazadas ruedas girando
con ojos inquietos parpadeando lágrimas
pero siguiendo cada movimiento nuestro. La tierra  
se ha extenuado con tantísima sangre.
Cada uno está contando las fatalidades
como si fueran resultados de partidos de fútbol.
Pudiera llamarlo un sueño, una especie de
apocalipsis Garciamarquiano, la crónica
de un novelista a quien se entregan las resmas
de papel sobre las cuales profetizará
al viento. En cambio, admitiré
la verdad: he estado sentado en un cálido
aposento con abundante olor a incienso
y al sudor de los clérigos que han perdido
el lenguaje para consolar al desconsolado;
clérigos cuyos ídolos se han derrumbado
entre el polvo. Yo estoy oyendo el viento,
la voz que en el viento me dice
que lo escriba todo. Así que lo hago.

 

Hombre Sabio

Buscando un dios que venga desde el espacio exterior,
Tantos despistados etíopes se han extraviado       
Canción de Toots and the Maytals: “Los despistados etíopes”

Anhelo ser un hombre sabio
en las sombras.

El problema está en el discernimiento.

Las mujeres llevan joyas
y ondean velos para atraparnos
 a nosotros despistados etíopes,
mientras los profetas se amontonan
con maquillaje completo
en el estudio de televisión
para anunciar milagroso conocimiento
a millones de espectadores.

Posibilidades hay de que hallarás
entre la devota congregación
contemplando mudamente las pantallas planas
por lo menos a uno con el dedo del pie canceroso,
o a un cónyuge blasfemo,
o con predilección por el porno,
o con agudo dolor de espalda
esperando que en la pantalla
nombren su nombre,
nombren su dolor.

El hombre sabio entre las sombras
susurra el final de las cosas
mientras el mundo sigue
el patrón de las bestias
alimentándose con gusanos
para ser festín de los gusanos.

Amén.

 

Exorcismo

Para Edgar Alan Poe

Los borrachos miran a través de la penumbra, escuchan voces;
el blues man borracho conoce la neblina
de perturbados espíritus, vocifera estruendosamente
ante el modo en que su piel se eriza como si
un suave viento frío se hubiera agitado en este horno
de un aposento de Pittsburg; los muertos
se sienten atraídos ante la promesa de whisky.

Cuán relajado está tras la sudorosa
lucha con la bestia, cuán calmadamente
se aleja él después—como si ya hubiera
hecho esto antes, la danza de cuerpos
golpeados contra muros—no es fácil
matar a un hombre con tus manos
por vivir pelearían por cualquier razón.

Cualquier niño que ve el cuerpo hinchado
de un espíritu familiar, así sea una vez,
quedará marcado de por vida—no por una maldición
sino por un sorprendente ungimiento, como si
los muertos estuvieran siempre con nosotros. Ella
sabe que puedes combatir
a los muertos, silenciarlos con un cuerpo
alerta con cada uno de sus músculos, ella aprende.
La “Nave de Sión” llena el cuarto.
Tantas naves han detenido los perturbados
sueños del pueblo negro. Ahora la “Nave
de Sión” revuelve algún antiguo gen
que convierte el resplandeciente
ondear del mar abierto en un detonador
de llantos, a causa de recuerdos más viejos que la
razón.  “La Nave de Sión” se acuna
contra el codazo de las olas,
y el miedo a morir ahogada,
retorna a la mujer que canta
con esa voz robusta mientras el espíritu
mira fijamente a través de la penumbra.

El hombre borracho colapsará
eventualmente, sin más lucha.
El cuerpo del luchador cederá,
la tensión de la nuca, la tensionada
prensa contra toda paz.
Este niño verá y conocerá.
¡Canta, mujer, canta, mujer, canta!

 

 

Muerte

 

Primero muere tu perro y oras
al Espíritu Santo para alzar el inútil
bulto en el saco, pero el nombre de Jesús
no es amuleto mágico; crepúsculos y
moscas se reúnen. Es así como muere
la fe. Al amanecer conoces a la muerte;
la forma en que arriba y crece luego
silenciosa. La muerte triunfa. Entonces sales 
a la maraña de maleza espinosa detrás
del granero; y persuades un gato
negro hasta tus dedos. Le permites lamer
leche y saliva de tu mano antes
de retorcer su cuello hasta que se
alborota, arañando desgarra tu piel,
sus ojos crecen como platillos.
Un gato muerto es liviano como uno
vivo, no está rígido, no aún. Agarras
su cola y lo arrojas tan lejos como puedes. Los cuervos lo
encuentran primero; pero entonces el hedor
de las porquerizas oculta la llaga
de la muerte. Ahora conoces el poder
de la muerte, sabes que lo tienes,
que puedes quitar la vida en un segundo
y despertar igual el día siguiente.
Por eso es que no puedes temer a la muerte.
Has visto el cuello roto
de un hombre en un aljibe, tú sabes quién
lo empujó sobre el borde del aljibe,
haciéndolo rodar; sabes todo acerca
de la sangre sobre la tierra. Sabes que
un perro muerto es un gato muerto es un hombre
muerto. Ahora miras al rostro de un hombre blanco
le hablas sobre los precios del algodón y los precios de la tierra,
ríes con tu amplia risa boquiabierta
en su rostro, y él sabe una cosa
de ti: que conoces el poder
de la muerte, y morirás tan fácilmente
como vives. Así es como un hombre toma
lo que quiere, como un hombre
vuelca al mundo en sueños,
ingiere una comida sólida y espera
la muerte como si nada,
como el cielo despejado, como la luz
al alba temprano. Como un hombre
de escudo rojo, pantalones a rayas, sombrero
de copa negro, bufanda amarilla
y pañuelo mojado en agua
de colonia para neutralizar
el hedor de su boca.

 

 

El Último Poema

 

... Para nosotros, lo único que hay es intentar. Lo demás no es asunto nuestro...
                                                                                       (Parafraseando a Eliot.)

 

Esto lo escuché, tal vez en un sueño,
quisiera creer que fue la voz de Dios
alivianando un poco mi alma cargada.

Llegó, no como el viento de las colinas,
Tampoco llama celeste con la cifra sangrienta
de su dedo. No fue aquel el balido justo a destiempo

de un carnero expulsado en la llanura. Hay de mí,
tales fueron las palabras de un poeta muerto,
sin evidencia de salvación, sin apoyo;

sin promesa de retorno ni bendiciones por obediencia,
solo el flirteo de un poeta con la cadencia
de un dios. Entonces me senté entre las rosas

y masqué hojas amargas. El peso
del mandato del Señor agachó
mi cabeza rota, y las hojas del delgado

tomo de versos, este cuarteto, esta clandestina fantasía, esta esperanza
para el poder de los hacedores de la tierra, los rompedores de la piedra,
crujía insignificante e impotente como un poema.

 

Expulsando Demonios

 

Desde la cueva, una risa gorgojea hasta la superficie.
Has aprendido el dialecto de mis oraciones,
su jerga reglamentada. Ríes, yo lo expulso;
son legión; siguen regresando. 
Vine a verte en el día porque a pesar de
mi fe, temo el terror de la noche, la repentina
luz del camino juega con mis nervios.  Imagino tu
valle: la oscuridad, tú preguntándote por el
mañana: ecuaciones imposibles. Hace
una semana, te arrastré desde el sanitario. Pensé
que te hallaría sangrando. Sólo
llorabas.  Llegué.  Me sostuviste, aplastándome.

Te entrenamos bien.  Una pelota aplastada
sobre una cerca y tú siempre fuiste nuestro
emisario, al que suplicar.  Siempre fuiste
el catador de las aguas, el que pregunta al anciano
por los duros asuntos, para enfrentar la ira, para enfrentar la oscuridad
a la que temíamos y al soplo del rechazo
con el arte genial de las lágrimas y la súplica abierta del perpetuo infante.
Ellos nunca dijeron.  Te parece poco
ahora atravesar esto, como si en cualquier
momento, volvieras sonriendo
recompensado con la pelota en la mano, la respuesta lista.
 
Oro sobre tu frente resplandeciente.
Tus brazos revestidos de nervios; eres mi
más fina versión y no suficientemente extraña
para la separación necesaria de los extraños.
Es más fácil expulsar demonios
de extraños porque no estoy familiarizado
con la línea que separa las personalidades,
y mi fe no está probada por la lógica
de la sicología. Es toda fuego y espíritu.

Yo farfullo mis lenguas lentamente como el
denso aire viciado de la habitación.  Estoy esperando
que ardan en llamas,  que les crezcan alas, para
alivianar tu cabeza, limpiarla, para devolverte al niño
que solía reír conmigo por horas
por una simple imagen de soldados de pies romanos,
aplastados por Asterix y Obelix, sus sandalias
suspendidas como una vacía espiral de cuero—
la mirada de violencia cómica—cómo reíamos.
El niño se ha ido. Quiero encontrarlo,
pero estás creciendo demasiado rápido para él. 
Retornar sería para retrasar todo el amor—la barba,
la voz, la caída de la grasa, la edad
en tus ojos. Algunas veces contemplo el miedo,
como si hasta ahora en el receso de su cueva,
Estuvieras tratando de decir algo,
tratando de otorgarme la fe para creer.

 


Kwame Dawes  nació en Ghana el 28 de julio de 1962. Poeta, novelista, narrador, editor, crítico, actor, músico y profesor de inglés en la Universidad de Carolina. Creció en Jamaica donde realizó sus primeros estudios. Ha publicado alrededor de doce libros, desde su primer poemario Progenie del Aire (1994) hasta Hospital de la esperanza (2009).. Actualmente es el director del Instituto de Artes de la Universidad de Carolina del Sur. También es director de programación del Festival Internacional de Literatura Calabash. Como poeta está profundamente influenciado por los ritmos y las texturas de  Jamaica. Espiritual, intelectual y emocionalmente está comprometido con la estética del reggae. Su libro Bob Marley, el genio lírico sigue siendo el más autorizado en torno a la obra de este cantante.

Última actualización: 04/02/2021