EDITORIAL
EDITORIAL
Decía el poeta español Jorge Riechmann que Cada poema logrado es una intimación a quitarse las orejeras, salirse del carril, desuncirse de la noria, pararse al borde de la autopista y respirar. Es una invitación a romper la férrea y ajena disciplina cotidiana en cuya irracionalidad nos hemos extraviado. Nos dice: asómate a esta ventana profunda; come este bocado de verdadera realidad.
No hemos visto aun todo lo que puede ofrecernos esa ventana profunda. Bastaría recordar el poema El corazón humano, de D.H Lawrence, en el que a su vez él nos recuerda que Existe otro continente/ el del corazón humano/ del que nada sabemos, al que no sabemos explorar, para entender lo que todavía nos hace falta para que ese bocado de verdadera realidad sea, por fin, diferente al que se nos ha ofrecido durante los últimos siglos.
La poesía, sin embargo, ha estado auscultando y adentrándose en nuestras zonas más desconocidas, y sin ella sin duda que nuestra visión de la realidad y del mundo serían de una pobreza sin nombre. La poesía tiene entonces, entre muchas otras, una doble virtud: nos da luz, y al mismo tiempo los ojos para verla.
Y ver y decir lo visto es ya en sí un acto de rebelión, sobre todo en nuestro tiempo, en el que se pretende que no miremos más que en la dirección que nos proponen aquellos que nos han hecho padecer la historia. Pero todo prueba que los tiempos están cambiando, y que en pocos años el bocado de verdadera realidad que nos podrá mostrar la poesía, desde su ventana profunda, será sin duda mucho menos amargo.