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Doce nuevos poetas colombianos: entre la tradición y la transición

Doce nuevos poetas colombianos:
entre la tradición y la transición


Por Federico Díaz-Granados

(Revista Literaria Azul@rte)

Todo empezó esa fría, nublada y desapacible mañana del 5 de junio de 1967 en Buenos Aires. La gente se agolpaba en los quioscos para leer los titulares de La Nación, La Razón y El Clarín. Otros, por supuesto, acudían a conseguir El Gráfico para enterarse de los detalles de la fecha futbolera del día anterior.

River Plate estaba a punto de ser eliminado de la fase final del torneo, y entre revistas, periódicos y suplementos atrasados, los bonaerenses se encontraron con un libro de portada exótica: un galeón español que flota en medio de la selva y unas flores anaranjadas y un título en negro: Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, Editorial Sudamericana. (Eligio García Márquez, Tras las claves de Melquíades, Norma, Bogotá. 2003, pg. 16.)

Nada volvió a ser lo mismo en la literatura colombiana: a partir de esa fría mañana argentina Macondo hacía universal a un país sumergido desde el mismo instante de sus gestas independentistas en la más profunda y contradictoria violencia. La epopeya de la familia Buendía con su carga de mitos y supersticiones nos devolvía, además, la memoria mutilada. Antes de Cien años de soledad, los textos oficiales omitían episodios de nuestra historia como la Masacre de las bananeras entre otros. Allí, una vez más la literatura cumplía el honroso papel de contar las cosas y los sucesos desde el lado de los vencidos y no de los vencedores como suele ocurrir en la cotidianidad.

Así, los poetas colombianos nacidos en la década de 1970 aprendieron a leer y a conocer la historia reciente de su país a través de la palabra del “patriarca” mayor de las letras nacionales. La saga macondiana les permitía entender la condición de ser nacionales en un país tropical y de reconocer una tradición que hasta ese entonces no despuntaba por fuera de sus fronteras pero que sobresalía con cierta dignidad gracias a obras como María de Jorge Isaacs, La vorágine de José Eustasio Rivera y los Nocturnos del “bogotano universal” José Asunción Silva.

Sin embargo, a pesar de la amnesia de tantas generaciones, episodios como la Guerra de los mil días, el 9 de abril, la violencia liberal y conservadora, los nacimientos de las guerrillas, las masacres paramilitares de los últimos años, el fenómeno del narcotráfico y el sicariato eran parte del imaginario común de los padres de esta nueva promoción o generación de poetas. Pero si bien estos eran episodios del pasado de la patria, fue en la década de 1980, época en la que estos poetas llegaban a la adolescencia, en la que se terminó de desangrar al país: la toma del Palacio de Justicia, el exterminio de un partido de izquierda y el auge del narcoterrorismo marcaron para siempre a las nuevas generaciones colombianas y, por supuesto, a sus poetas.

Si bien los nuevos vates eran hijos de la llamada “Generación desencantada”, su escepticismo se hacía mayor ante la cruda realidad que pasaba indeleble ante sus ojos.

A los poetas colombianos nacidos en la década de 1970, al igual que a sus coetáneos en otras latitudes y hemisferios, les correspondió vivir en un mundo ancho y ajeno, con un porcentaje de hambrientos y analfabetos que supera todos los límites. El jeroglífico del mundo lo vieron de frente y las claves de acceso a los entresijos de la crisis cada día fueron más escasas. No hubo un sésamo que abriera esas puertas de la percepción, como diría el poetaWilliam Blake. Se globalizó el hambre y la miseria y, como aldeanos globales, tuvieron el privilegio de ver en vivo y en directo el bombardeo a Bagdad, la legendaria ciudad de las mezquitas azules que conocieron a través de las páginas de Las mil y una noches. Fueron testigos de las desdichas y las guerras en la cuna de la civilización occidental por internet. Así, globalizados, internetizados y desutopizados son los poetas de esta nueva generación, herederos de una hermosa y compleja tradición literaria y cercano a la sensibilidad del rock y de los nuevos héroes: Maradona, Michael Jackson, Madonna, fueron los íconos caídos en desgracia; We are the World fue el himno de una década que los involucró en el mundo, y perestroika, glasnot, Chernobil, fueron algunas de las palabras que aparecieron en la jerga común de los jóvenes.

Nunca, en sus años formativos, generación o promoción alguna estuvo expuesta a tanta información, a tantas imágenes, a tantos mensajes. Ante estos ojos se derrumbó un país y, con él, muchas verdades y certezas. Ha sido ésta, la más reciente promoción de poetas, una generación que heredó fragmentos y aplazamientos de una modernidad llena de miedos y paranoias. Al mirarse en el espejo de la realidad, la poesía de estos años representa la fragmentación de tendencias y la consolidación de voces individuales. Cualquier reflexión sobre los acontecimientos que han marcado el final del siglo XX y los primeros años del XXI en Colombia establece de inmediato una relación con la historia de su poesía, la cual ha dibujado una diversidad de voces que, a pesar de tener similares preocupaciones por el contexto social que rodea su quehacer creativo, el manejo del idioma y un permanente nutrir de las lecturas clásicas y contemporáneas, se han diferenciado por los intereses concretos de acuerdo con las realidades personales de cada poeta. Sin embargo, se puede notar en la gran mayoría de los incluidos en este panorama una profunda preocupación por el lenguaje, la configuración de la imagen y la reinscripción en tonos o formas clásicas.

La ciudad como escenario dominante y emblema del mundo moderno es protagonista de la nueva poesía colombiana, como también lo sigue siendo el amor, la muerte, el implacable paso del tiempo y la cotidianidad con sus miserias. El viaje a la semilla, a la niñez, la elección de un lenguaje—conscientes de que es éste el vehículo a través del cual se representan y se perciben dentro del mundo—, seguirán siendo preocupaciones cardinales de los recientes poetas.

Se pueden observar en esta muestra las características de una promoción que busca respuestas en la tradición poética y presenta menos intenciones rupturistas o neovanguardistas, consiguiendo con esto una poesía cuidadosa de la unión entre forma y sentido. Es curioso que los jóvenes poetas colombianos mantengan un talante tradicional en su poética. Poco de malabarismos vanguardistas o propuestas vertiginosas e irreverentes se ven en esta poesía, y sí mucho de trabajo riguroso con el idioma y de la delimitación de mundos personales desde la emoción y la reflexión.

Sin duda se trata de una promoción que ha hecho una lectura juiciosa y afectuosa de los poetas colombianos y de muchos de los autores ya considerados canónicos por la crítica, la academia y los lectores. Permanentes correspondencias con poetas clásicos latinoamericanos y colombianos. Conexiones programáticas e involuntarias afinidades permiten ver en estas voces ecos del Siglo de Oro español, de Rubén Darío, de Neruda, de Vallejo, de Huidobro, de Borges, de poetas españoles contemporáneos como Valente, Gamoneda, García Montero, y de compatriotas como José Asunción Silva, Porfirio Barba Jacob, Aurelio Arturo, León de Greiff, Héctor Rojas Herazo, Álvaro Mutis, Mario Rivero, José Manuel Arango, Giovanni Quessep, María Mercedes Carranza, Raúl Gómez Jattin, Darío Jaramillo Agudelo, William Ospina y Piedad Bonnet, entre otros.

En los últimos veinte años la poesía colombiana ha evolucionado con un rigor y una fortaleza a la par de un amplio movimiento poético y editorial, herencia de los años setenta, que se expresa a través de la creación de talleres y grupos, y en el desarrollo de nuevos espacios para la lectura de poesía, tales como recitales, encuentros, festivales y presentaciones. Vale la pena destacar la ardua labor de revistas como Golpe de dados, Ulrika, Prometeo, y festivales como los que cada año se realizan con éxito en Medellín, Bogotá, Cartagena, Manizales y Pereira, entre otras ciudades. De igual forma hay que destacar la honda huella que ha dejado una institución como la Casa de Poesía Silva en Bogotá.

Al mirar a contraluz a la nueva poesía colombiana se pueden apreciar, a pesar de tratarse de obras en marcha, unas líneas estilísticas y estéticas claramente marcadas: una primera línea crítica y autoirónica, en la que podrían inscribirse las voces de Andrea Cote Botero, Lucía Estrada y John Galán; una segunda línea coloquial, que se puede apreciar en poemas de John J. Junieles, Catalina González y Juan Carlos Acevedo, quienes demuestran que la vida diaria y la conversación cotidiana son fuentes verdaderas de la poesía de todos los tiempos; una tercera línea de talante clásico y filosófico cercana al aforismo y a la reflexión, en la que encontramos al poeta Felipe García Quintero; una cuarta línea de perfil barroco que encabezaría el poeta Alejandro Burgos Bernal; una quinta línea de corte prosaico y narrativo, en la que se ubicaría fácilmente a Ricardo Silva Romero, Felipe Martínez Pinzón y Pascual Gaviria; y una sexta línea lírica formal, que se puede vislumbrar en un poeta como Giovanny Gómez.

El presente panorama reúne, además, un azar de voces, de acentos y de tonos que considero son representativos del mapa poético del país y cuyo recorrido ya ha comenzado a alcanzar el reconocimiento nacional e internacional. A los premios internacionales de poesía Jaime Sabines en México y Casa de América en España, otorgados a dos de los poetas más significativos entre los nacidos en la década de 1960 —Juan Felipe Robledo y Ramón Cote Baraibar, respectivamente—, se suman los reconocimientos a John J. Junieles (Premio Internacional de Poesía, Ciudad Alajuela, Costa Rica), Alejandro Burgos Bernal (Premio Internacional de Poesía Gabriel Celaya, España), Felipe García Quintero (Premio Internacional de Poesía Pablo Neruda) y Andrea Cote Botero (Premio Mundial de Poesía Joven “Puentes de Struga”, otorgado por la UNESCO y el Festival de Poesía de Macedonia), entre otros.

De ahí que estos poetas configuren la carta de navegación para un nuevo siglo en la poesía colombiana, entrecruzando diferentes tendencias de la tradición literaria de nuestro país. Son los antecedentes de una propuesta estética y ética frente al mundo, de un realismo testimonial, de una lírica decantada, presente en estos poetas nacidos entre 1970 y 1981, quienes han sabido asimilar sabiamente las luces y las sombras de sus antecesores y de cada escuela, grupo y movimiento presente en el panorama lírico colombiano. Se trata precisamente de una promoción de autores que no plantean un “parricidio”, sino que, por el contrario, asimilan y realizan una lectura crítica de sus obras, y desde su pluralidad de voces logran esbozar un nuevo croquis de la geografía poética del país, una especie de innovación ligada a la tradición. Innovación no se trata precisamente de romper, sino de indagar las raíces en sus mares profundos y secretos, y redefinirlas.

Por eso no se trata de una voluntad de grupo, generación, movimiento y corriente sino, por el contrario, de mostrar una diversidad de configuración de mundos, tópicos, lenguaje donde el tono generacional lo marca un compás especial como lo es la lectura de la tradición lírica colombiana e hispanoamericana en particular. Así podemos encontrar una poesía que regresa sobre sí misma a su matriz temática, confesional, reflexiva, testimonial, con un alto contenido de metáforas y de imágenes.

¿Podrá toda aquella emoción leída y degustada, toda aquella maravilla verbal modificarse? ¿Morirá toda aquella fuerza espiritual bajo el peso letal del consumismo? Pues no. Ni el sarampión de la tecnología ni la transformación aparente de los géneros literarios hará desaparecer esta indefinible comunión. Cuando el transporte de la diligencia se implantó en los caminos pedregosos de España, el poeta imitó su letanía de ruedas con los después famosos y monótonos poemas escritos a la cuaderna vía. Quizás en los próximos años algunas de estas voces poéticas intenten imitar los misterios sin gracia del ciberespacio, la aldea global y la realidad virtual de estos días posmodernos adversos a cualquier manifestación de la belleza.

Por eso, en estos tiempos en los que muchas mitologías han quedado atrás y resultan anacrónicas, y cuando nuestra búsqueda del origen se ha perdido en la noche de los días cibernéticos, lo divino ha encontrado en la poesía su verdadero refugio para conciliar sus certezas. La poesía de este nuevo siglo agonizante lleva en sí misma la atroz letanía de lo apocalíptico. Ya no existe la amenaza de destrucción nuclear que nos aterrorizaba hace veinte años, pero sí nos produce pesadillas la probabilidad de que el mundo moderno cercene nuestras íntimas emociones. A pesar de todo eso, y si bien la juventud es un accidente cronológico que, afortunadamente, se pasa con el tiempo, este “parte de guerra”, estas noticias de la nueva poesía colombiana, nos permiten pensar que no todo está perdido y que, como lo recordó el poeta León de Greiff, “Después de tantas y de tan pequeñas cosas busca el espíritu mejores aires, mejores aires”.

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John J. Junieles. Escritor, periodista y guionista. Estudió derecho y ciencias políticas en la Universidad de Cartagena, y periodismo en la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano. Es autor de los libros de poesía Papeles para iniciar el fuego (Lealón, 1993), Canciones de un barrio en la frontera (Secretaría de Cultura de Bogotá, 2002; Premio Nacional de Literatura Ciudad de Bogotá, 2002), Viajero con pasaje a tierra extraña (Rosebud, 2006; Premio Internacional de Poesía, Ciudad Alajuela, Costa Rica, 2005); de cuentos El temblor del kamikaze (Eafit, 2003) y Con la luz que me queda basta (Panamericana, 2007); de prosa poética Temeré por mí al final de estas líneas (Lealón, 1996); la novela Hombres solos en la fila del cine (Instituto Mario Vargas Llosa, 2004) y la antología Alfabeto del fantasma (Rosebud, 2007). Ha sido docente universitario, investigador académico, redactor de El Universal de Cartagena, de El Periódico de Cartagena y de la revista Noventaynueve, así como periodista del Festival Internacional de Cine de Cartagena. Es miembro del PEN club de Colombia.

Poemas de John J. Junieles


Una vieja historia

En otro lugar me esperan
Paul Celan

Esta es una vieja historia.
Mi primer hermano no llegó a nacer
y fue enterrado en el patio,
que es hoy un lugar sagrado.
Luego nací yo.

Mis padres me llamaron como a él,
condenado a saber que cada gesto
y acto mío es inferior a él,
quien hubiera sido capaz de volar,
mientras yo ocupo el espacio suyo,
el aire de sus palabras,
todo eso que me queda grande.

Ya no hay ruidos en el patio,
las gallinas son frutos extraños
en las ramas.
La tarde abre sus venas en el horizonte,
y me trae cosas de otro tiempo.
Cuántas lunas para llegar a mí,
si cuando miro atrás creo que
no son mías las huellas que he dejado.
Hay alguien morándome, yo sé,
somos dos sombras bajo una estrella
que no es la suya.


Poema de madre

La vida es una mujer con sus dos manos para hacer lo que haga falta.
Un marcado aire de familia me une con esta modista que lleva
treinta años frente a una Singer,
que escucha radionovelas, y que aún conserva en un armario
los tres ombligos de sus hijos.

¿De qué madera está hecha esta canoa que lleva medio río sin
quejas, y piensa que todo mal lleva al bien amarrado en la cola?
¿Cuántas muertes me faltan a mí para parecerme a ella?,
para decir como dice ella: “Si vives como si tuvieras fe,
la fe te será otorgada.”

Años antes de que yo naciera madre colgó una estampa que
aún pervive: Dos niños recogen flores a la orilla de un despeñadero
y un Ángel de la Guarda conjura el peligro con su presencia.
Dime madre con tus ojos el secreto,
dime cómo se llega alegre hasta el final,
a pesar de los abismos,
dímelo a mí, que soy la única pluma sucia de tus alas.


Un viejo vecino de Longueville invita a Nicole Kidman

Ven desde tu tierra roja, desde tu refugio allá en la vieja casa de Longueville, donde mordías la tela de una muñeca pensando en cosas lejanas. Entonces yo era tu vecino, un patio y dos mundos más allá.

Aparta la cortina que te separa, asómate, deja que la luz se arrodille y el mundo se abra como un mantel ante tus ojos, que hacen olvidar el paso de las nubes. No es el cielo que cae a pedazos, son tus ojos, la delgada marea de sus párpados; es como ver el mar, y el mar nunca es igual dos veces.

Mis pies conocen el paisaje de tu espejo, soy la sombra que ves pasar mientras te peinas. Soy quien te llama cuando nadie te está llamando. No tengas miedo, yo también aprendí a leer a Emily Dickinson en voz baja, y a no cerrar los ojos de la nuca en ciertas calles.

Un hombre que va solo al cine te está esperando. Existe en este mundo una ciudad, una esquina, una puerta que espera tus nudillos. Nadie recuerda el nombre que pronuncia mientras sueña, yo sí, es tu nombre, que suena como el viento en valles y estaciones apacibles. Ven y dile adiós al frío, a tus mejillas color de tarde derrotada.

Te enseñaré cómo se cazan las mariposas, y haré que nazcan plumas en tu espalda.

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John Galán Casanova. Poeta y ensayista. Estudió literatura en la Universidad Nacional de Colombia. Ha publicado los libros de poemas ALMAC N AC STA (Colcultura, 1993; Premio Nacional de Poesía Joven), EL CORAZ ´N PORTÁTIL (Lealón, 1999) y AY YA (Ediciones El Ateneo, 2002). Es autor de una monografía sobre el cronista antioqueño Luis Tejada Cano (“Luis Tejada: crítica crónica”, Boletín Cultural y Bibliográfico, Banco de la República, vol. XXX, núm. 33). Sostuvo la columna de opinión “En el camino” para el periódico El Espectador (julio de 1994-noviembre de 1995).

 

Poemas de John Galán Casanova

 

Las putas y los poetas

Los poetas llegan
caídos de la borrachera
y hablan y hablan y hablan.

Poeta que se respete
carga un poema en el que ha escrito
sobre nosotras, la libertad,
el alcohol y otras lindezas.

Ellos saben
que aquí se les celebra todo
siempre y cuando traigan plata.

Sin plata no hay poema que valga.


El coraz´n portátil


I

Se porta el coraz ´n como una moneda.
Se arroja en cada fuente
esperando un golpe de suerte.
(O de soledad).

 

II

Nunca escasea el coraz ´n.
No bien lo has perdido
y ya está el vacío en el pecho
acuñando uno nuevo.
Lo importante es no perder el vacío.

 

III

Lanza tu coraz ´n desde la azotea
como un suicida.
No dejes de advertir: PELIGRO.
Justo es que quien intente atraparlo
sepa a qué atenerse.


Poema de la primera vez

Hay algo irrecuperable
en descubrir a un desconocido.
Ofrecerse ante la vista y el tacto
de quien hasta entonces
sólo nos ha tratado vestidos
entraña un acto de desprendimiento
poco común.
Si la ocasión permite
hacerlo sin vehemencia,
hay algo de paternal y fraterno
en desatar los cordones,
desajustar los broches
y bajar las cremalleras.
De este modo
las prendas van quedando en el suelo
como espigas segadas por el deseo.
Suele sobrevenir entonces
un instante en que la caja negra se abre
y retiene para siempre
un olor, un gesto, algún escorzo del cuerpo.
Luego vendrá lo de costumbre en estos casos:
las caricias, las precauciones, el delirio, el hastío,
el amor, la obsesión, las despedidas.
Cualquier cosa puede suceder
y llegar a borrarse.
Pero queda el tatuaje del instante
en que nos fue dado
robar el fuego
del aliento del desconocido.

 

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Alejandro Burgos Bernal. Inició sus estudios de filosofía y letras en la Universidad Nacional de Colombia; obtuvo una beca del gobierno italiano y los concluyó en la Universitá degli Studi di Roma “La Sapienza”. Allí también —en colaboración con el MACRO (Museo d’Arte Contemporanea di Roma)— realizó estudios de maestría en curaduría de exposiciones de arte contemporáneo. Actualmente reside en Bogotá. Ha publicado en revistas de Colombia y España. En el año 2001 ganó el Premio Internacional de Poesía Gabriel Celaya con el libro Dulcamaras, publicado en Valencia en ese mismo año por la editorial Germania.

 

Poemas de Alejandro Burgos Bernal

Seth

Han sido meses y días y horas en que con desconsolada piedad me he dispuesto a la poesía como si ésta fuese un enigma, un enigma o una piedra. El significado de la vocación poética se me ha ido dando a través de una imagen: el corto viaje de Seth a las puertas del paraíso, su padre moribundo sobre la tierra agria y seca y cuatro generaciones de hombres que lo lloran y un árbol que crece en sus entrañas.

Seth como emisario del padre enfermo recorre la distancia que separa el paraíso de la tierra infértil de su estirpe. Lleva consigo una aceitera con el fin de rogar al ángel guardián del paraíso que le dé unas cuantas gotas del aceite de la misericordia, aceite que había de servir a su padre quien por vez primera en el tiempo del mundo enfrentaba la muerte. Mas no tuvo a bien el ángel dar un poco de ese aceite de lástima, no tuvo a bien salvar la vida con la piedad. En cambio del aceite el ángel dio a Seth una ramita de árbol: plantada y crecida en árbol daría la cura al moribundo. Mas antes que Seth volviera, la aceitera vacía y en mano una ramita, antes que volviera terminaba la batalla.

Formas brillantes como dientes yacían en tierra cerca del cuerpo muerto, la espesura se cerraba, antes que Seth volviera todo hubo de ser perdido.

Seth entonces —aceite onfacino fue aquello, aceite de almendra amarga sobre la herida— puso la ramita en la boca del padre muerto. De aquí, aquí crecería en árbol algún día.

Fueron meses y días y horas en que con desconsolada piedad me dispuse a la poesía: no sabía —la imagen es siempre un enigma—y tal vez no me sea dado saberlo, y ha de ser milagrosa esta secreta vía, milagrosa esta cruz exigua, no sabía la cualidad de la poesía ni su manera. Supe —de piedra es la sombra del árbol— supe que el enigma de la poesía era como un cristal de roca: transparente y mutable y duro.

Una herida
dolorosa
como un ojo,
profunda y vertical
como la lengua.


Sobre la vocación

Dicho sea de paso: la poesía de Fernando Pessoa es
imágenes de Lisboa, es sólo imágenes de Lisboa

I. Simplicidad sin ostentación.

El condesito despierta en la ciudad de Lisboa, despierta en la puerta de cafés, bajo la lluvia entorrenciada de su sueño y a la vuelta de esquinas —Lourenço Santos Ltda. Camiseiros o tal vez la Tabaquería Pires en Rua da Prata esquina—como bajo paraguas metafísicos, cortando en la lluvia una flaca vigilia, una columna de sombra seca, a la vuelta de esquinas —y sólo a veces, sólo a veces… es que el sueño es triste— se va cruzando con sus vísperas como si hubiese querido renunciar a la lluvia o enflaquecer de caridad. Como si alguna expresión de realidad hubiese de persistir en el desamparo.

Como si hubiese velado toda la noche en oración.

 

II. Mientras que algo es bello es posible aferrar su esencia.

Ayunó el condesito, sin ser témporas ni vigilias. Hora tras hora fue su sombra. Se detuvo en los cafés, Lisboas sin Fernando —¿qué habrá sido de él? Fernando—, tabaquerías sin Alves ni marismas. Es fantástico cómo se tomaba una botella de aguardiente, de esas de antes con el tapón de vidrio… como si se quisiera matar. Pero no, no es eso, no es eso: a pecho abierto no se escuchan lamentos de mercado, una lejana vigilia sí, un corazón que nunca duerme, mas tan leve que ni tan siquiera es vida; a pecho abierto, desde el acabarse la de nona hasta ponerse el sol—oficio divino al fin y al cabo—, mirad, la Rua do Alecrim enneblinada.

Como si se pudiese morir de iniquidad.
Como si el alma fuese todo lo que es. El alma… la forma de las formas.

Me pregunto si, como San Ambrosio, eres
capaz de leer in immensum loqui.

 

III. Dios envió los clérigos, mas el diablo envió bufones.

La sangre en lluvia, el condesito, resplandor blanquecino de su ser. Sus ojos fríos como el mar miraron el Tajo desierto y mudo. Hojosos ramos en cortejo fúnebre: su madera es dura de color rojo como el fruto: Liliata rutilantium te confessorum turma circundet: iubilantium te virginum chorus excipiat… Sus flores verdes, a modo de ramilletes. Pavorosamente perdida, la ciudad.

Oh María, virgen santa, finalmente mi espíritu adivino…
Oh María, virgen santa… ¿sobre qué sangre caminar?
Como si hubiese teñido su sombra en veneno asirio, como en púrpura las lanas blancas.

 

IV. Yo no tengo caridad.

Lluvia es que el templo está encendido. Va iluminado por dentro el condesito, en disposición presbiterial: exorcista, acólito y ostiario. Tiene potestad para admitir los dignos y la ejerce entre difuntos: Agüedita, Nativa, Miguel…cuidado, cuidadito con ir por ahí, por donde acaban de pasar gangueando sus memorias dobladoras penas, hacia el silencioso corral: Almada, César, Samuel… holgazanes de arte e industria, no vaguéis de alma en alma, fingiendo pobreza, hurtando artificios.
No vaguéis de alma en alma pregonando cenizas.

Cuidado, cuidadito con ir por ahí salmodeando lección superior al desengaño. Como si Lisboa fuese casa santísima y misericordiosa.
Como si fuese, Lisboa.

 

V. “¿Usted sabe cuántos de los míos ardieron? En Pskov, en Novgorod…”.

Una dolorosa enfermedad, el condesito. Qué milagrosa manera ésta de caer, vestido como era de noble color, humilde y honesto. Persona devota sin duda, oyendo los divinos oficios en hábito sanguino. No hubo médico o medicastro —ni por filosofía natural, ni por física, ni por arte de astrología— que para esta enfermedad tuviese cura. Que el condesito llamaba a la muerte y decía: dulce, dulce muerte, ven a mí, que ya yo llevo puesto tu color.

Como si la mar tuviese vientre y Lisboa sólo sepulcros.
Como si la nada fuese en olor de hoja de olivo.

Federico Díaz-Granados. Poeta, periodista, profesor de literatura y divulgador cultural nacido en Bogotá en 1974. Ha compilado las antologías Oscuro es el canto de la lluvia. Antología de una nueva poesía colombiana (Alianza Francesa/Casa de Poesía Silva, 1997), Inventario a contraluz. Antología de nueva poesía colombiana (Arango Editores, 2001), Poemas a Dios (Planeta, 2001) y Poemas a la patria (Planeta, 2001). Es coautor de El amplio jardín. Antología de poesía joven de Colombia y Uruguay (Embajada de Colombia en Uruguay/ Ministerio de Educación y Cultura de la República Oriental del Uruguay, 2005). Además ha publicado los libros de poesía Las voces del fuego (Proyecto Editorial Famas y Cronopios, 1995), La casa del viento (Golpe de dados, 2000), Hospedaje de paso (tres ediciones: Ediciones San Librario, 2003; Universidad Nacional de Colombia, 2003 y Golpe de dados, 2004). La Universidad Externado de Colombia publicó una antología de sus poemas con el título Álbum de los adioses (2006). En 1998 aparecieron sus versiones de la poesía de Jim Morrisson bajo el título Una oración americana (Altazor Editores). Actualmente es subdirector de la revista de poesía Golpe de dados—la más antigua publicación de poesía en Colombia—, a la cual está vinculado desde 1996. Forma parte del comité organizador del Festival de Poesía de Bogotá. Sus poemas, al igual que sus reseñas y ensayos sobre literatura han aparecido en publicaciones de Colombia y el exterior. Ha participado en numerosos festivales, congresos y eventos literarios en Argentina, Uruguay, Chile, Perú, Cuba, Ecuador y Venezuela, entre otros.

Última actualización: 04/07/2018