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León de Greiff

Por: Fernando Charry Lara

(El Jabalí)

 

Nacido León de Greiff en Medellín, capital de la región antioqueña de Colombia, en 1885, en su ascendencia se juntaron las sangres española, alemana, y escandinava. Inicialmente figuró, en su ciudad natal, en el grupo de los Panidas. Dirigida por él, se publicó en 1915 la revista que dio a conocer a esos jóvenes. Casi todos ellos se trasladaron pronto a Bogotá. Y a los pocos años se juntaban a la nómina de Los Nuevos, que con este nombre editó una revista en 1925. A la distancia Los Nuevos debieron advertir a los ismos surgidos en Europa alrededor de la Primera Guerra Mundial: futurismo, expresionismo, cubismo, dadaísmo, surrealismo, imaginismo y principalmente en lengua española, creacionismo, y ultraísmo. Pero seguramente no se interesaron demasiado en lo novedoso de sus tendencias. Dos de Los nuevos, a lo largo de sus vidas, fueron exclusivamente poetas: León de Greiff y Rafael Maya. Los otros, en su mayoría, alternaron la literatura con la política y el periodismo.

Si aún hoy la circunstancia social y económica de Colombia no permite a sus escritores dedicarse exclusivamente a la tarea literaria, mucho menos era posible a quienes comenzaban a consagrarse a ella en los años 20. Y así debió León de Greiff resignarse, desde su juventud a desempeñar modestos empleos en oficinas de estadísticas públicas. Una sola vez como funcionario de la Embajada Colombiana en Suecia, se le ocupó en el servicio diplomático. Cuando, anciano, se retiró de su último cargo, la pensión de jubilado apenas alcanzaba a cubrirle sus necesidades más imperiosas. Murió en Bogotá en 1976. Casi se le escuchan todavía los pasos por las calles que día y noche recorrió. Su impar y solitaria estampa fue en sesenta años, para las gentes, la encarnación del más raro, insolente y misterioso arte poético. Existen dos poemas suyos, por lo menos en que dibuja su silueta. Un soneto, de 1916: "Porque me ven la barba y el pelo y la alta pipa / dicen que soy poeta…". Y aquel otro, su autorretrato de muchos años después: "…belfa la boca hastiado gesto/ si sensual, ojos gríseos, con un resto/ de su fulgor, -soñantes, de adehala / todavía.- La testa sin su gala / pilosa. El alta frente. Elato. Enhiesto…"

En Colombia, hacia finales del siglo XIX, en la primero promoción del modernismo hispanoamericano se presenta la figura de José Asunción Silva (1865-1896). Lector primero de Bécquer y luego de Poe, Baudelaire, Verlaine, así como de prerrafaelistas, decadentes y simbolistas, fue Silva — como con acierto reconoce José Olivio Jiménez- "el poeta de su generación que más intuitivamente, y con mayor lucidez crítica a la vez, se entra en el ámbito del simbolismo". Ya en el siglo XX el ejemplo más seguido fue el de Guillermo Valencia (1873-1943) con su gesto de clásico y de parnasiano. La descendencia inmediata del modernismo fue la de los poetas Centenaristas, hacia 1910: Luis Carlos López (1879-1950), Porfirio Barba Jacob (1883-1942), José Eustasio Rivera (1888-1928) y Eduardo Castillo (1889-1938), principalmente. A los Centenaristas se les considera como segunda generación modernista aunque ya en ellos López representa una de las varias reacciones que, dentro del mismo modernismo, se levantan contra este: la de la exaltación de lo criollo.

A los Centenaristas siguió el referido grupo de Los Nuevos. Uno de sus integrantes, el poeta y crítico Rafael Maya, señaló que "la ultima onda del movimiento modernista no acaba en los Centenaristas sino en la generación que sucedió a ésta, o sean Los Nuevos"

Aparte de situar allí los propios versos de su primer libro, menciona los de León de Greiff, Germán Pardo García, José Umaña Bernal y Rafael Vásquez. Y aún cuando el comentarista hizo la salvedad de que no se refería sino a las primeras producciones de dichos poetas, su testimonio explica, por sí solo, la situación de la poesía en Colombia hasta bien avanzada la década de 1930. Pero la creación de León de Greiff, por lo que más adelante se dirá, queda al margen de estas consideraciones. Es en 1939 cuando oficialmente van a reunirse los poetas de Piedra y Cielo, en quienes es evidente su distancia de Los nuevos en concepción de la poesía, asuntos y lenguaje. El avance hacia la poesía contemporánea se afirmará definitivamente con los colaboradores de la revista Mito (1955-1962). Grupos posteriores seguirán nuevas y persuasivas corrientes.

Desde luego, parecería superfluo plantear, como cuestión primordial, la pertenencia de un escritor a determinada orientación o movimiento. Bien dijo Jorge Luis Borges desconfiar de las escuelas literarias, por pensarlas "simulacros didácticos par simplificar lo que enseñan" Las contradicciones inherentes a mucha obra hacen verosímil esta sospecha. Sin embargo, tratándose de la filiación poética de León de Grieff, creemos que el planteamiento del asunto queda al margen de la que pudiere tomarse por inútil controversia. Se intentaría con ello, en cambio, la simple aproximación al sentido artístico que debió guiar su poesía. Pues de dos maneras, aparentemente opuestas, se ha querido estimarla. Algunos la llaman modernista: su amor a la música, la relación estrecha que entre ésta y la palabra se establece en varios de sus poemas, la vinculan con el legado del simbolismo. Otros acaso acertemos al pensar que constituye una diversa manifestación de la vanguardia hispanoamericana de los años 20, sin mayor relación con los ismos que en ésta se presentaron, pero, como ellos no menos importante en su novedad y en su actitud.

Fueron pocas o casi ningunas las declaraciones que a lo largo de su vida dio León de Greiff sobre cuestiones poéticas. Excepcionalmente, advertimos algunas. Como cuando, en una Cancioncilla, funde música y poesía insinuando: "sólo la música es. La Poesía, la Música son una sola Ella". Más en la sexta de sus Prosas de Gaspar (1937) encontramos una revelación en la que, a pesar del tono humorístico o desdeñoso, se evidencia clara su predilección por una poesía culta, artística, sin concesiones a la facilidad ni al frecuente predominio de lo sentimental. Entre aquellas líneas se lee: "La poesía —yo creo- es lo que no se cuenta sino a seres cimeros, lo que no exhiben a las almas reptantes las almas nobles; la poesía va de fastigio a fastigio: es lo que no se dice, que apenas se sugiere, en formulas abstractas y herméticas y arcanas e ilógicas".

A través de esa sexta prosa de Gaspar es patente, nos parece, la afinidad de León de Greiff con la poesía simbolista. La cual, como es sabido, generalmente se toma, junto con la parnasiana, como influencia decisiva en la poética del movimiento modernista. Movimiento o época cuya plena vigencia, de acuerdo con los manuales literarios, ocurrió aproximadamente entre 1880 y 1920. Aunque con razón se piensa que, por lo menos de alguna manera, el ejemplo del modernismo no cesó por largo tiempo de pervivir, no obstante los cambios de sensibilidad y la sucesión o capricho de las modas. Volvemos a Borges para dar integra la confesión suya en el prologo que en 1972 antecedió a sus poemas El oro de los Tigres: "Descreo de las escuelas literarias, que juzgo simulacros didácticos para simplificar lo que enseñan, pero si me obligaran a declarar de donde proceden mis versos, diría que del modernismo, esa gran libertad, que renovó las muchas literaturas cuyo instrumento común es el castellano y que llegó, por cierto, hasta España".

Pensamos ahora no sólo en la obra de León de Greiff sino en las de otros poetas a quienes, a pesar de no vivir en los días actuales, todavía podemos llamar nuestros contemporáneos, como serían Yeats o Valery, Antonio Machado o Juan Ramón Jiménez, T. S. Eliot o Wallace Stevens. Pensando en estos poetas, así como en el ascendiente que siguen ellos ejerciendo, acaso nos preguntaríamos si la herencia del simbolismo deba juzgarse enteramente extinguida. Ciertas apariencias-el prosaísmo, la ironía, el humor, el lenguaje coloquial (no ausentes del todo en ellos, aunque tampoco habituales) podrían inducir a respuesta afirmativa. Pero la obstinación en lo misterioso y en la revelación de lo personal oculto y único, que sigue dominando en célebres poéticas de nuestro tiempo, nos hace suponer que no se ha olvidado y es difícil olvidar la lección del simbolismo. Además es notoria su valía, por la total subjetividad que entraña, en corrientes como el surrealismo y el expresionismo cuyo influjo en la poesía del inmediato pasado, y aún en la de hoy, no llegaría a ser desconocido.

Se recordará que los simbolistas persiguieron la música de las palabras, como los parnasiano habían buscado su precisión plástica. De Greiff aspiró también a tomar de la música su virtud de remembranza, vaguedad y sugerencia, hermanando la perfección armónica de la dicción con la melodía. Siguiendo la formula mallarmeana, De Greiff prefería no nombrar sino sugerir. En viejas palabras de Remy de Gourmont el simbolismo representó "individualismo en literatura, libertad de arte, abandono de las formulas enseñadas, tendencia hacia lo nuevo y lo raro, aún hacia la extravagante." Los tres rasgos principales que en la poética simbolista destacan comúnmente la crítica sobresalen en la obra de De Greiff: exaltación de la imaginación y de la sensibilidad, renovación del verso, y espíritu de independencia. Insistir, como nos hemos atrevido a insistir, en el simbolismo de los poemas de León de Greiff, es otra manera de situarlos en la mejor tradición de la poesía de Occidente hasta la mitad de nuestro siglo. Manifestó Juan Ramón Jiménez en su curso de 1953, en Puerto Rico, sobre el modernismo: "los poetas mas representativos de todo el mundo, desde fines del siglo pasado hasta los días que corremos, fueron y son simbolistas". Quisiéramos avanzar en la suposición de que el vanguardismo de De Greiff fue también otro beneficio que le dejó el simbolismo.

En su Historia de la Literatura hispanoamericana (1954) Enrique Anderson Imbert recordó sucintamente la insurrección de las vanguardias en la convulsa década de los 20. Algunos poetas, ya para entonces en la madurez de sus vidas, sintieron deseos de repetir las experiencias europeas desde el expresionismo hasta el dadaísmo. "Otros —añade el crítico argentino- que al terminar la guerra andaban más o menos en los 30 años , fueron más violentos, decididos y consecuentes en su afán de escandalizar: Cesar Vallejo, Vicente Huidobro, Oliverio Girando, León de Greiff". En Colombia, fue De Greiff quien con mayor eficacia representó ese cambio de maneras literarias, convirtiéndose en "el índice inconfundible de la nueva escuela". Lo anotó Rafael Maya, al traer la memoria, el ambiente y la hora en que apareció: las gentes tradicionalistas "se congregaron en capillas y sinagogas para llorar la muerte del soneto, estrangulado como un cisne por las manos de un poeta rubicundo, de nombre bárbaro, que instaló el búho sobre el hombro de la Musa. Los jóvenes, en cambio, aplaudieron, aquella fuerza nueva que venía a remozar la sensibilidad poética de un pueblo apenas salido de la orgía romántica". El alemán Rudolf Grossman, en su Historia y problemas de la literatura latinoamericana (1969), anota que en De Greiff "se pone de manifiesto con especial nitidez otro rasgo del expresionismo temprano: su polaridad de sencillez y preciosismo en una y la misma personalidad. (…) Si alguna vez sorprenden por la sencillez como otras veces, por la extravagancia, eso también forma parte de sus caprichos, como la acrobacia métrica, que debía expresarse ya en los títulos de sus creaciones: Tergiversaciones (1925), Libro de Signos (1930), Variaciones alrededor de la nada (1936) Fárrago (1954)". Y en su ya mencionada relación Enrique Anderson Imbert traza breve imagen de la "única" e "inimitable" personalidad del poeta:"Complejo, introvertido, sarcástico, descontento, imaginativo, con estallidos de ritmos, palabras y locuras, siempre lírico, León de Greiff fue, entre los buenos poetas colombianos, el que abrió la marcha de vanguardia. Desde Tergiversaciones no cesó de contorsionarse. En realidad ya desde 1915, en la revista Panida de Medellín, había empezado a asombrar con una poesía que no se parecía a nada de lo que conocía en Colombia. Después aparecieron, en España e Hispanoamérica, poetas que, al crecer, dejaron la sombra a León de Greiff: pero el vino primero y lo que hizo lo sacó de su cabeza. Juvenil en su arrebato lírico, pasan los años pero sigue gozando del respeto de los jóvenes, generación tras generación".

¿Qué podía haber de solidario entre León de Greiff y los poetas vanguardistas que irrumpieron en la escena literaria como él, un poco antes de 1920? Pienso que el mayor vínculo es el de haberse enriquecido en su juventud, unos y otros, con lecturas comunes. En primer término, la de Rimbaud, ejemplar en su insurgencia contra los ordenes establecidos y en su amor por la fantasía y la invención verbal. Las de Aloysius Bertrand e Isidoro Duchase, Conde de Lautréamont ("Oh Gaspard de la Nuit! Oh Aloysius Bertrand! Oh Lautréamont! Oh Chants de Maldoror! tan amados vosotros (y al loco Blake, y Coleridge) en la adolescencia, en la juventud y aún en la edad madura, era más en los albores de la juventud, casi en la pubescencia…"). Imágenes, ráfagas sonoras, delirios y sueños de una oscura y subterránea corriente romántica, incuestionable en todos ellos y que casi secretamente se prolonga hasta nuestros días. Fue Hugo Friedrich, como lo recuerda un estudioso de De Greiff, quien dijo que el romanticismo, desapareció como escuela, perdura "como destino espiritual de generaciones posteriores".

Pero De Greiff leía asimismo a otros poeta, y si fuésemos a los más antiguos mencionaríamos, por ejemplo, a Francois Villon, su camarada y "casi que su cómplice", su camarada y "casi su complica", en cuya burla irreductible se mezclan la jovialidad y la pena. Entre los españoles, a Manrique, Góngora y Quevedo. También a poetas de la antigüedad clásica. A románticos ingleses y alemanes. A italianos, rusos y orientales. Es muy vasto, en espacio y en tiempo, el catalogo de sus fervores. Verlaine, una de las adoraciones de toda su vida. Baudelaire, constantemente referido a su altivez, hastío, melancolía y evasión de la vida cotidiana, como en sus símbolos y correspondencias. Edgar Poe en su vida cotidiana, como en sus símbolos y correspondencias. Edgar Poe en su mundo nocturno, ídolos femeninos y sombrías desolaciones, pero sobre todo en la práctica de la filosofía de la composición: el hallazgo del ritmo, el tono y los recursos estilísticos más apropiados para la creación de la atmósfera poética. Laforgue, largamente seguido por varios poetas hispanoamericanos en su mueca de disgusto e ironía ("Julio Laforgue sedujo mi juventud…")

La circunstancia de haber compartido, a lo largo de una vida, el asombro o el enajenamiento ante creaciones singulares como las de Rimbaud, Blake y Lautreamont, y luego su simpatía por otras de enérgico dinamismo como las de Jarry, Apollinaire y Max Jacob, emparienta forzosamente a León de Grieff con la poesía vanguardista de los años 20. Algunas de sus actitudes vitales lo unían también a aquellos nombres. Tengamos además en cuenta que el vanguardismo no fue, ni pretendió serlo, una escuela, sino un común ademán sedicioso. De su conjura iría a perdurar, por ejemplo, la certidumbre de que el poema es un objeto; un ser vivo, diríamos mejor. Y de que tiene un fin en sí mismo.

Estudiosos del desarrollo de la literatura hispanoamericana han puesto de presente que durante la época del modernismo se gestaron todos los avances que las vanguardias del decenio de 1920 reclamaron, ingenua o maliciosamente, con exclusivas originalidad y novedad suyas. La vanguardia renegó del pasado modernista sin vislumbrar (u ocultando) que en él, precisamente germinaron tales logros. Ha venido a reconocerse, pues, la conexión causal entre modernismo y vanguardia. Un ensayo del argentino Saúl Yurkievich, A través de la trama (1984), da nuevas aportaciones al respeto, mostrando como la modernidad, afán de actualidad, nació con el modernismo. En éste se prefiguraron las libertades de los vanguardistas: "al querer captar lo móvil instantáneo, prepara la visión veloz y simultánea, la mutabilidad, la excitabilidad de la proteica poesía de vanguardia. (…) Con los modernistas comienza la identificación de lo incognoscible con lo inconsciente, de la originalidad con la anormalidad. La oscuridad y la incongruencia empiezan a convertirse en impulsores de la sugestión poética. Lo arbitrario, lo lúdico, lo absurdo, devienen estimulantes estéticos. Por irrupción de las potencias irracionales, las oposiciones y los conflictos se instalan en el interior del discurso para minar la concatenación lógica, la coherencia conceptual. El signo poético se vuelve hermético, ilógico, anómalo, cada vez más distante del discurso natural. El poeta busca un voluntario obnubilarse para transgredir los límites de la percepción normal, busca sobrepasar los significados emergentes para que resurjan las virtualidades semánticas. (…) La poesía modernista es la caja de resonancia de las contradicciones y conflictos de su época. Refleja esas crisis de conciencia que generará la visión contemporánea del mundo".

Es también cierto que, como el mismo Yurkievich lo señala, dentro de la evolución de la vanguardia hispanoamericana (y no solo en ella, sino el movimiento mundial del que fue reflejo), se dieron dos épocas. A una primera, estrepitosa, de estilo y temáticas internacionales que llegó a desmerecer en repeticiones y monotonía, siguió una segunda en la que los anteriores desajustes, dejando de ser ostentosos, lograron interiorizarse. Profundizando, con ello, la expresión poética. Lejos del bullicio surgieron así creaciones de tanta importancia como Trílce de Cesar Vallejo, Residencia en la Tierra de Pablo Neruda y Altazor de Vicente Huidobro. A esta segunda época corresponden también los mejores tomos de León de Greiff: Tergiversaciones, Libro de signos y Variaciones alrededor de nada.

León de Greiff es, ante todo, el creador de un lenguaje poético. Su obra, un permanente ejercicio de habilidad verbal. Ese debió ser su concepto, implícito en todo cuanto escribió: la poesía es una experiencia física de la palabra, hasta llegar con ella a sustituir la mezquina realidad cotidiana. Y manteniendo la convicción de que el fin de la poesía no es otro de aquel que señaló un escritor francés: la creación de un lenguaje dentro del lenguaje. Su grandeza radica en gran parte en una maravillosa capacidad de construcción idiomática y en la forma como en ella conviven la expresión culta junto al habla corriente, el arcaísmo, el neologismo, las voces extranjeras y las de su propia invención. El innegable interés por la obra de De Greiff se justifica también en la aproximación a ese arduo y heterogéneo fausto de la palabra.

Variaciones alrededor de la nada es, entre los libros de León de Greiff, aquel en el que el acento del poeta acaso se manifestó más intenso, cendrado, ardoroso. Sobre todo en la limpidez de las favilas ("Nació en el viento y se finó, ¡radiosa / canción maravillosa!"), de los rondeles ("Ha tiempo esa flauta no suena, / la flauta lontana que un día / trabó su opaca melodía con el canto de la Sirena."), de las arietas ("Yo me enveneno con un recuerdo…"), de los ritornelos (" Esta rosa fue testigo / de ese, que el amor no fue, / ninguno otro amor sería…"), de los sonecillos ("Yo quiero sólo andar, errar -viandante/ indiferente-, andar, errar, sin rumbo…"), de las canciones nocturnas ("En tu pelo está el perfume de la noche/ y en tus ojos su tormentosa luz. / El sabor de la noche vibra en tu boca palpitante. / Mi corazón, clavado sobre la noche de abenuz…). Allí la Trova de los navíos, de Odisea, de Calypso y de la aventura ("Ayer zarparon todos los navíos. / No sobró ni un mal leño para el viaje…"). El lenguaje se carga de agudo, penetrante lirismo; resplandece de sencillez e intimidad. Noche y mujer, indivisibles, son el destino de su amor. Y de su obsesión: "La noche. La noche…! Mi monomanía". Allí también la serie de relatos en la que se expresa la multitud de espíritus que poblaron su espíritu ("Multánimes almas / que hay en mí): su diversidad de personalidades poéticas, Leo le Gris, Matías Aldecoa, Eric Fjordsson, Sergio Stepansky, Claudio Monteflavo, Ramón Antigua, Diego de Estuñiga, Harald el Obscuro, Guillaume de Lorges, Gaspar, Beremundo el Lelo y otros más, cada uno personaje de sueño y a la vez desmesuradamente real. Mediante la invención de estos seres imaginarios León de Greiff manifestó la versatilidad y universalidad de su alma. Ellos son los dobles suyos: objetivaciones de un mundo interior en el que se juntan, hasta confundirse, las riquezas de la experiencia vital y de la experiencia cultural del poeta.

Si tuviésemos que precisar la posible influencia que la obra de León de Greiff ha ejercido sobre la posterior poesía (y novela) hispanoamericana, aunque ella no haya sido debidamente reconocida, no dudaríamos en señalarla, sobre todos en poetas colombianos, en los siguientes aspectos principales que merecen más estudiosa relación y aquí apenas se enuncian. En primer termino, en la expresión de la poesía utilizando como contorno, indistintamente, la prosa o el verso; en la creación de un cierto tipo de poema narrativo, del que son modelo sus relatos; en la invención de personajes que acuden con dobles del poeta y exteriorizaciones de su universo íntimo, a través de los cuales se manifiestan diversos caracteres poéticos; en la visión del trópico tal fuerza anárquica, densa, febril, alucinada; en la presentación del sinsentido, de la futilidad, de la derrota, de la existencia humana; en la frecuencia del tema del viaje, de la evasión. Dichas actitudes, aunque no pertenecen con exclusividad a la obra de De Greiff, sí constituyen en ella conjunto que las caracteriza y cuyas huellas aparecen, indelebles, en poetas más cercanos. Ellos, vale la pena aclararlo, no han tomado nada de su lenguaje, de sus peculiaridades formales y, menos, de su buscada alianza entre música y poesía. La obra de De Greiff no hizo parte de escuela, ni la formó; no cuenta, tampoco, con discípulos posibles. Otros poetas, no digamos si mayores o menores, los tienen. El acento de De Greiff está a salvo de cualquier imitación. Es suyo, inalcanzable. Su belleza, en ocasiones tan íntima, sorprende a la vez por su lejanía. No concebimos aquellos vocablos sugerentes, volubles, melodiosos, sino en el solo aire de sus poemas. Su poesía revela, como pocas, la intención de permanecer tenazmente insobornable y solitaria. Su extremo subjetivismo hace que sea, más que original casi única. Por eso es tan tuya su atmósfera de sueños, melancolías, nostalgias, deseos de expresar lo inexpresable, lo inadvertido, lo inefable. Por ello la exclusividad de su lenguaje.

La lectura de los poemas de León De Greiff nos lleva a la presunción de que habiéndose iniciado su autor dentro del modernismo pero debiendo sobre todo su formación a la lectura del precursor Poe y de los simbolistas franceses, el sentido más hondo del simbolismo, que concibió a la poesía como aventura infinita, habría de conducirlo, en muchos momentos, el texto vanguardista. Sin embargo, el vanguardismo de León de Greiff es creación original suya que no se relaciona con particularidades formales ni con temas, programas o manifiestos de direcciones poéticas juveniles que le fueron contemporáneas.

Del simbolismo recibió De Greiff su más nocturno y exacerbado ascendiente. De él le vino, desde los primeros poemas, una aguda sensibilidad, compleja, y refinada: cierta rebeldía contra la realidad circundante, opuesta al derroche de su imaginación; la presencia constante del hastío y del fastidio; una extrema percepción sensorial; el gozo de la estética, de la libertad formal, del sueño y del misterio: un imperioso estado de exaltación espiritual. Le vino también su pasión por la música como ideal de composición poética. Le vino, remozada, la vitalidad de un romanticismo que permanecía oculto. Por él le acompañó una visión, no hacía el exterior de las cosas, sino aquella que en muchos renglones se empeñó en asomarse a la entraña de su alma.

Y del simbolismo, poesía abierta a nuevas formas, motivos y tendencias, le vino igualmente la necesidad de rejuvenecer, con su fe en las fuerzas mágicas de cada vocablo, una poesía que hasta su tiempo perseveraba en antigua esclavitud no sólo a la declinación sino, además, a lo razonable, a lo verosímil, a lo conceptual. Sus palabras llegaron como ráfaga de altanera frescura. Antes de que otros vanguardistas asomaran a la escena literaria, dio una primera y perdurable lección de insurgencia y de transformación del gusto poético. Cuando muchos de esos mismos vanguardistas cayeron en la intrascendencia y el engaño, conservó a lo largo de su vida, juntas, la novedad y la dignidad de la poesía. Que comenzó con él, en Hispanoamérica, a actualizarse y a comunicarse con el mundo de esos años. El juego verbal, el humor, el sarcasmo, lo absurdo y lo arbitrario estimularon asombrosamente sus creaciones. Pocas veces se había escuchado voz semejante en habla castellana. Fue la suya una personalidad fuerte y única que no adocenó sus poemas en ninguno de los varios ismos y vanguardias de la época. Por lo que llegó a ser excepcional hacedor de lenguaje y mundo poéticos.

 

Relato de Sergio Stepansky

Juego mi vida, cambio mi vida.
De todos modos
la llevo perdida…

Y la juego o la cambio por el más infantil espejismo,
la dono en usufructo, o la regalo…

La juego contra uno o contra todos,
la juego contra el cero o contra el infinito,
la juego en una alcoba, en el ágora, en un garito,
en una encrucijada, en una barricada, en un motín;
la juego definitivamente, desde el principio hasta el fin,
a todo lo ancho y a todo lo hondo
- en la periferia, en el medio,
y en el sub-fondo…

Juego mi vida, cambio mi vida,
la llevo perdida
sin remedio.

Y la juego, - o la cambio por el más infantil espejismo,
la dono en usufructo, o la regalo…:
o la trueco por una sonrisa y cuatro besos:
todo, todo me da lo mismo:
lo eximio y lo ruin, lo trivial, lo perfecto, lo malo…

Todo, todo me da lo mismo:
todo me cabe en el diminuto, hórrido abismo
donde se anudan serpentinos mis sesos.

Cambio mi vida por lámparas viejas
o por los dados con los que se jugó la túnica inconsútil:
- por lo más anodino, por lo más obvio, por lo más fútil:
por los colgajos que se guinda en las orejas
la simiesca mulata,
la terracota rubia,
la pálida morena, la amarilla oriental, o la hiperbórea rubia:
cambio mi vida por un anillo de hojalata
o por la espada de Sigmundo,
o por el mundo
que tenía en los dedos Carlomagno: - para echar a rodar la bola…

Cambio mi vida por la cándida aureola
del idiota o del santo:
la cambio por el collar
que le pintaron al gordo Capeto;
o por la ducha rígida que le llovió en la nuca
a Carlos de Inglaterra;
la cambio por un romance,
la cambio por un soneto;
por once gatos de Angora,
por una copla, por una saeta,
por un cantar;
por una baraja incompleta;
por una faca, por una pipa, por una sambuca…
o por esa muñeca que llora
como cualquier poeta.

Cambio mi vida — al fiado- por una fábrica de crepúsculos
(con arreboles);
por un gorila de Borneo;
por dos panteras de Sumatra;
por las perlas que se bebió la cetrina Cleopatra —
o por su naricilla que está en algún Museo;
cambio mi vida por lámparas viejas,
o por la escala de Jacob, o por su plato de lentejas…
¡o por dos huequecillos minúsculos
- en las sienes- por donde se me fugue, en gríseas podres,
toda la hartura, todo el fastidio, todo el horror que almaceno en mis odres…!

Juego mi vida, cambio mi vida.
De todos modos
la llevo perdida… 

                                 León de Greiff

*

Fernando Charry Lara nació en Bogotá, Colombia, en 1920. Es doctor en Derecho y Ciencias Políticas. Fue fundador de la revista de la Universidad Nacional y Director de la Radiodifusión Nacional de Colombia. Es miembro del consejo de redacción de la revista Golpe de Dados. Miembro correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua y honorario del Instituto Caro y Cuervo, además de profesor universitario. Los títulos de su obra poética, breve pero intensa, son Poemas (1944); Nocturnos y otros sueños (1949); Los adioses (1963); Pensamientos del amante (1981) y Llama de amor viva (1986). Entre sus libros de prosa podemos citar Lector de poesía (1975); Poesía y poetas colombianos (1985); José Asunción Silva, vida y creación (1986).

Última actualización: 06/03/2019