Ana Istarú: Poesía escogida
Por: Juan Cameron
La selección de textos de Ana Istarú fue publicada por Editorial Costa Rica el año recién pasado. El volumen recoge textos de sus seis libros publicados, más algunos inéditos, e incluye La estación de fiebre, obra premiada que lleva ya cuatro ediciones en su país, dos en España (editoriales Torremoza y Visor) y una traducción bilingüe aparecida en Francia. La autora es una de las grandes voces femeninas en nuestro continente.
Ana Istarú es actriz y dramaturga. Nació en San José, en 1960, y a partir de los quince años de edad se ha dado a conocer como poeta ubicándose prontamente entre las mayores cultoras del género aparecidas en estas últimas décadas. Como dramaturga ha obtenido, en España, los galardones Premio María Teresa de León para Autoras Dramáticas (1995) y Premio Hermanos Machado de Teatro (1999). En 1990 se le concede la beca de creación artística de la Fundación John Simon Guggenheim, de Nueva York.
En el género lírico ha publicado los siguientes volúmenes: Palabra nueva (1975), Poemas para un día cualquiera (1977), Poemas abiertos y otros amaneceres (1980), La estación de fiebre (1983), La muerte y otros efímeros agravios (1988) y Verbo madre (1995). La publicación de Poesía escogida, el reciente 2002, entrega a sus lectores una visión más o menos completa de la obra de esta costarricense, sin duda uno de los hitos más relevantes en la poesía de su país durante el siglo XX.
Su escritura es cálida y rica en eufonía. De ella se ha dicho que posee "una armonía de expresión emotiva con un gobierno infalible de la forma" (Jurado del Certamen EDUCA 1982); y la Colección Visor la ubica "por derecho propio, en el cenáculo privilegiado cuyas fundadoras fueron la Storni, la Ibarbourou, la Mistral, la Agustini".
La poesía de Ana Istarú posee un alto contenido erótico; pero no es el tema cuanto sorprende y gratifica, sino el desarrollo del lenguaje mostrado por el texto: Cubro de cielo tu espalda/ Tú entre mi espalda y el cielo.
Estas formas, sin duda, provienen de la fuerte influencia española en su país y aparecen a menudo en quiebres sintácticos cargados por la imagen y el fino trazo de su escritura: Dos puños en jazmín/ dos palomares/ de fina luz tejidos/ sobre la angosta escala/ de las costillas llevo.
De la necesaria subversión poética da cuenta también el contenido. La narración del goce, la sensualidad emanada cuando no la abierta descripción -aunque la fisiología no acompaña siempre al trazado literario- constituyen también elementos de un discurso ideológico en pro de la igualdad de los sexos, en pro de la libertad en el decir y de la protesta frente a una sociedad mostrada como cerrada y pacata.
Este enfrentamiento entre ética y moral no resulta panfletario en ningún caso. Su canto recurre de femenina forma al Cantar de los Cantares y a cuanto elemento lúdico o pánico pueda figurar, en ese gozoso ejercicio, en nuestra memoria colectiva. Es la voz de la hembra, de la ciudadana, lo reclamado por ella. Aquel verso, Desde entonces no salgo de la estación del celo, es asumido con certeza en su escritura, más allá de una simple declaración de rebeldía.
Y con el mismo amor -tal vez el más bíblico- habla de su país y de esa estirpe silenciosa e inmensa de los "ticos": podría besarlo/ con tanto hollín se atoran las palabras/ quiero llorar zurcirle las heridas/ esto está hecho y consumado/ tenemos héroe para rato/ y qué carajo a ver quién me lo quita.
Varios son los poemas aportados por Ana Istarú a la antología virtual; baste citar unos pocos. En Bolero irrepetible la enumeración transgrede el principio de unicidad que tanto el esquema social como el motivo estético parecieran exigirle a la poeta. La armonía se obtiene aquí a través de un ritmo muy melódico y cargado de significaciones, el cual aporta al oído del lector: Hombres que amé, los esplendentes hombres de los cines sombríos (...) los delgados, los altos, los altísimos,/ los que tenían un dejo de avellana/ en los hombros,/ los feos/ que tanto quise amar/ como a los más hermosos,/ buscando el tramo tibio detrás de sus rodillas.
Similar recurso utiliza en Yo, la hembra fiera. Aunque a la voz de la experiencia opone acá la de su declaración de principios -Yo, la marsupial,/ la roedora,/ la que no tiene tregua (...) yo, la hembra fiera,/ la traidora,/ la taimada,/ la que a la muerte ha echado/ a perder/ su cacería- un carpe diem que aporta de manera efectiva y feraz a la luz más germinal de la vitalidad.
Y, para completar la dialéctica trinidad que su canto esconde, aparece su poema Pesebre; una pieza plena de recursos y significaciones para complementar de manera simbólica los dos principios primarios: Huelo a pienso y a pasto y a pesebre/ Que pase el universo con su capa de chispas (...) Todo mi cuerpo es gozo./ Benditas mis aureolas bajo el beso de un dios.
Ana Istarú completa, además, junto a Eunice Odio y a Carmen Naranjo, el ciclo de la mayor expresión poética femenina de su país, para el siglo XX; e inscribe su nombre, más allá de los simples elogios o comentarios, en un círculo mayor que atañe a nuestro idioma y a nuestro continente.
Juan Cameron, poeta chileno nacido en Valparaíso en 1947. Libros en poesía: Las manos enlazadas, Una vieja joven muerte, Perro de circo, Apuntes, Escrito en Valparaíso, Poesía dispersa, Cámara oscura, Video Clip, Como un ave migratoria en la jaula de Fénix, If I go back/ Si regreso, Tras el propio paisaje, Registro curricular, Cuaderno de Rosario, Visión de los ciclistas y otros textos, Jugar con la palabra, Versos atribuidos al joven Francisco María Arouet y otros textos desclasificados, Treinta poemas para leer antes del próximo jueves.
Ábrete sexo
Ábrete sexo
como una flor que accede,
descorre las aldabas de tu ermita,
deja escapar
al nadador transido,
desiste, no retengas
sus frágiles cabriolas,
ábrete con arrojo,
como un balcón que emerge
y ostenta sobre el aire sus geranios.
Desenfunda,
oh poza de penumbra, tu misterio.
No detengas su viaje al navegante.
No importa que su adiós
te hiera como cierzo,
como rayo de hielo que en la pelvis
aloja sus astillas.
Ábrete sexo,
hazte cascada,
olvida tu tristeza.
Deja partir al niño
que vive en tu entresueño.
Abre gallardamente
tus cálidas compuertas
a este copo de mieles,
a este animal que tiembla
como un jirón de viento,
a este fruto rugoso
que va a hundirse en la luz con arrebato,
a buscar como un ciervo con los ojos cerrados
los pezones del aire, los dos senos del día.
Anunciación
¿Y este baño de nieve?
¿Y este aserrín de almendra en los pezones?
Y en mis regiones lunares,
¿por qué esta Pócima lenta de tu boca
volcada como aceite,
saliva somnolienta?
¿Cuáles palabras, cuáles,
me has puesto sobre el sexo?
Navegan hacia un cielo
mis dos muslos sonámbulos,
y en tan tierno declive
un ramillete helado de fresquísimos berros
deslizas del tobillo hacia mi gozne.
¿Y este aroma viril, sus estrellas saladas?
¿Cuáles palabras, cuáles,
escozor de jengibre
de tu barba crecida, entre mi sexo?
¿Cuántos besos has puesto
sobre esta ventanita?
Adiós. No escribes más
con tus húmedos dedos.
¿Qué cosa has dicho? Un algo,
un ya no supe cuál de anunciación.
Te has puesto la bufanda. ¿De dónde viaja a ti
toda la luz?
Adiós dardo bellísimo del sol.
Te yergues todavía. Te estás por ir.
Devuelves hacia el lecho
esa boca sanguínea
y alcanzas con el borde de tu lengua
las cimas de mis senos,
sus morenos torreones de azúcar diminutos.
Abro los ojos. ¿Dónde
miro pasar volando
un abrigo raído?
¿Por qué, como la nieve, en el tejado?
Un dios se mueve en mí.
Adiós, arcángel.
Carta del don
La carta, la jadeante,
me acuclilló en el charco rosicler
del corazón.
La carta
se humedece las manos,
sacude de mi frente el lebrel de la agonía.
Yo te bendigo, dice
y hunde su lengua de papel
entre mis belfos helados.
Me vuelca sobre el suelo, sudorosa
y sopla
con letras negras: yo te bendigo,
brindo
por este vaso de tu preñez.
La carta dice cosas a mi cuerpo
y es como un beso largo que me incita a llorar.
Recompone
su corona de hierbas.
Hunde su dedo índice
en mi vientre de paño,
donde mi embrión refulge
como el grano de la luz.
La carta se marcha
como los dioses griegos.
Deja tirada a una mujer
a merced de los lobos
dorados de su dicha
sin saber si cantar,
si romper en el aire
el rosetón de vidrio de su risa.
Está propensa al llanto.
La carta
deja tirada a una mujer que lame
su péndulo de luces
contra la oscuridad.
Despedida
Te irás del sótano
salino de mi carne.
Ya no estaremos nunca tan cerca como ahora.
Yo seguiré cantando mi gravedad marina,
domeñando el rugido de tierra de tu parto
hasta llenar la estancia tan alba del vacío
con tu ser deslumbrante.
Ese cordel de sangre del centro de tu talle
lo cortarán.
Jamás serás de nuevo mi cometa secreto,
el capullo de rafia,
el cosmonauta asido a mi matriz.
Cortarán ese lazo de savia sin regreso
y llevarás por tanto mi nombre sobre el vientre
como un botón rosado,
allí donde mi amor
no pudo más e imprime
su cóncavo dedal de despedida.
Ya no estaremos juntos como juntos estamos,
atados como liquen. Vas a nacer. Por siempre
soy tu animal materno.
Donde quiera que vaya la hoguera de tus pasos
tenderé una señal,
un eslabón de viento,
un trazo que nos ate más allá de la tierra,
un dibujo invisible que nada lo lacere.
Un rayo interminable donde mi amor transite
y viaje de mis senos a tu boca candente.
Un rayo que yo pueda ponerme entre los labios
cuando su azul letargo me tienda al fin la muerte.
XI
Mi clítoris destella
en las barbas de la noche
como un pétalo de lava,
como un ojo tremendo
al que ataca la dicha,
al que el placer ataca
y contraataca
con zumos delicados,
enfebrecidas salamandras.
El útero olvida
su suave domicilio. Desata
las cuerdas del espacio.
Varón, que te recorre
mi pubis, fuego y raso.
XXIII
La suavidad del pan que no ha nacido
sostienen sus caderas,
un lomo terso de venado,
la curvatura del melón,
altazas mejillas donde escribió
su adiós final a la espalda.
Cómo no amar a este varón
sentado en sus dos lunas,
volcado como un río sobre el lecho.
Amo su boca tocada por la abeja,
amo sus higos apretados, amo esta órbita doblemente dulce:
detenidos ocasos sus dos nalgas,
oh gloria de la esfera, las dos copas
en que lo habrán vertido un día.
Su grávida ternura me devuelve
a las cosas más terrenas.
Los ángulos equinos, el traje circular del universo.
Cómo no amar a este varón tocado
con piel de albaricoque en la cadera.
XXVIII
pene de pana
pene flor del destino mío
empuñadura del sol
envidia del anturio
aguda palabra
mástil de las estrellas
garza despierta
garza dormida
cigüeña
farol de la promesa fecunda sobre el humus
anguila escarcha
brazo guerrillero
medusa tenor
de la línea el alma cardinal
columna cálida
ovillo menguante
generosa cintura
sonrisa oscura y clara
de puntillas el amor
vías lácteas dormidas
despiertas vías lácteas
canción del pueblo
desmesurados niños atesora encierro tibio
cuna de la semilla
fruto brillante
panal el pene
himno
cónsul de Dios más excelente excelso
que ninguno
la nuez se hermana con su cuello
llave de naves invisibles
la delicia
vendavales sus quehaceres
azadón
un exaltado obrero
pene de penas el olvido
desbordadas deidades te humedecen
oboe maduro
oboe el tenue
tú muerta vida de la muerte