La resurrección del cuerpo: Poemas de Michael Schmidt
Traducciones para Prometeo
Michael Schmidt nació en México el 2 de marzo de 1947. Tiene nacionalidad británica. Poeta, ensayista, traductor y editor-fundador de PN Review y de Carcanet Press en Gran Bretaña. Profesor de poesía de la Universidad de Glascow, realizó estudios en la Universidad de Harvard y en la Universidad de Oxford. Obra poética: Black Buildings (Construcciones negras), 1969; One Eye Mirror Cold (Un ojo frío espejo), 1970; Desert of the Lions (Desierto de los leones), 1972; It Was My Tree (Estuvo mi árbol), 1972; My Brother Gloucester (Mi hermano Gloucester), 1976; A Change of Affairs (Un cambio de asuntos), 1978; Choosing a Guest: New and Selected Poems (Eligiendo un huésped: nuevos y selectos poemas), 1983; The Dresden Gate (La puerta de Dresden), 1986; The Love of Strangers (El amor de los desconocidos), 1989; Selected Poems (Poemas selectos), 1972-1997, 1997; The Resurrection of the Body (La resurrección del cuerpo), 2007. Otras obras: Lives of the Poets (Vidas de los poetas), 1998, panorama integral de seis siglos de poesía británica, en varios volúmenes y The First Poets: Lives of the Ancient Greek Poets (Los primeros poetas, vidas de los poetas de la Antigua Grecia), 2004. De su poesía afirma John Ashberry: Vibrante, brillante, esta poesía está inmersa en la tradición modernista (Yeats y Eliot) y es al mismo tiempo nueva en su búsqueda. El resultado es una expresión apasionada a la vez material e inmaterial, de la cual “fluye la insólita gracia arraigada en los músculos / que procede de la médula y la linfa, que es divina…” Y Stanley Moss: “No conozco a nadie que esté actualmente escribiendo una poesía religiosa en la que el conocimiento de sí mismo sea tan conmovedor y convincente. Cuando Michael Schmidt escribe, “y en toda parte estaba Dios… cuando en la tarde / Dios mismo, no su Hijo ensangrentado, salió bajo la luz de las estrellas / y besó a su criatura y se acostó con él en la oscuridad /Y la sombra de Cristo se elevó en ellos, / Un hombre en una cruz, un hombre con una cruz dentro de él” estamos en el campo de San Juan de la Cruz y de Santa Teresa de Ávila. Y hay en su poesía referencias musicales y a Milton que no veíamos desde los profundos poemas de F.T. Prince y Robert Lowell. Conmueve, cree este lector, que Schmidt esté tan irremediablemente comprometido con las personas y la poesía, que sea tan humilde, tan imponente, tan tierno, tan exigente y duro consigo sí mismo a pesar de toda su pasión —y por la belleza de sus canciones de amor.”
De su poesía también escribió Marilyn Hacker:
“Conocido fundador y editor de la PN Review y de la editorial Carcanet Press en Gran Bretaña, autor de originales obras de crítica sobre poesía clásica y contemporánea, Michel Schmidt prueba de nuevo que es ante todo un importante poeta de gran aliento. The Resurrection of the Body (La resurrección del cuerpo) es una obra magistral; la narración apremiante mantiene mantiene clavado al lector a tiempo que (como el peregrino al entrar en la Cúpula Dorada cuya creación y destrucción es una de esas narraciones) se maravilla y aprecia la densidad del lenguaje, la perfección de la forma y las imágenes, la poesía” (Marilyn Hacker).
Poemas de Michael Schmidt
Don Juan
Con sus shorts de algodón, sus medias blancas, sus botas con hebillas de cobre,
Llevó las dunas a casa con él, en su cuero cabelludo, en las estrechas comisuras
De sus ojos azules. Cómo lo cepillaron y lo frotaron
Su nodriza, su hermana mayor, la criada de labios leporinos
Primero a secas, después mojado, con una toalla grande de rayas blancas y rojas
Como de barbero, pero él no sangró, apenas tenía unos pocos
Rasguños en las mejillas y en la espalda, aunque lloró; lloró
Como si le hubieran raspado la piel, como si lo hubieran desollado.
Nunca más volvió a ir a la playa y jamás volvió a
Nadar de nuevo (porque sabía nadar) con las radiantes
Sirenas, aunque, después recordaría, soñaría con
La succión de sus labios, la irisación de sus colas azules,
Y su pelo que era verde y plateado, sus senos fríos
Que ellas dijeron que podía tocar, y que sostuvieron para que los besara
Que eran firmes y redondos como ninguna fruta que él hubiera visto
O tocado o probado, dulces y más oscuros los pezones,
Dulces con una forma de dulzura que él no había visto,
Más oscuros y puntudos, la piel como la piel de sus labios.
Palpó en busca de sus piernas, largas piernas, pero no tenían piernas
Solo la hermosa aleta, la garbosa cola
Cuyas escamas eran suaves como terciopelo y al acariciarlas de aquí para allá
De plateadas pasaban a turquesas, de turquesas a plateadas.
Lo miraban fijo cuando las acariciaba en el mar.
De no haber sido por la arena
Habría vuelto con ellas, se habría convertido
En un sireno, no una pobre criatura de cola bifurcada; habría sido conocido
Como componedor de corazones fáciles, un hombre que hacía el amor
Así como otros hacen zapatos, o música, o quesos.
Pero la arena se coló en su sangre, obstruyó el corazón,
Y duele la escoria ahora, tras las costillas, todavía caliente
Por su eterno banquete con su anfitrión
De piedra, su suegro, y el caballo y el plinto,
Y la lista de esposas desechadas que no puede recordar
Como una cara, una voz, un olor, o un gusto en la lengua,
Aunque tenga todo un futuro para acorralarlas.
Los caminos de su tierra están enlosados
Con lo que a primera vista parecen adoquines, pero de hecho son
Las conchas de corazones rotos. Las carretas de paso
Volviendo a casa dan tumbos sobre ellas; los carreteros son
Muchachos que alguna vez conocieron a su padre, o supieron por qué en sus corazones
Hay arena, y rescoldos, calientes, y un roer como de ratas
En su ingle, como el deseo, como el hambre o el dolor.
Serían apuestos si en el marco de las ventanas
Apareciera una muchacha, vagamente soñando, una sirena,
Y fueran claramente enfocadas, podrían más bien ser hombres,
El hombre que sus padres tuvieron la intención de que fuera.
En su tierra las mujeres visten de negro y llevan velos en la cara.
No sonríen, aunque solían hacerlo. Viven de rodillas.
Y los muchachos llevan sus carretas camino a casa pasando por la bahía.
No nadan. Ninguna cara los observa desde las olas,
Con deseo, y el mar les da la espalda. Chupa los guijarros
De la playa y escupe; chupa y de nuevo escupe.
Nueve Brujas
Bastante después de un trozo de la Masque of Queens de Ben Johnson, 2 de febrero de 1609
I
El cuervo que yo llevaba bajo el brazo
graznaba y graznaba. Tomé la cabeza con la mano
y torciéndola un poco hice que callara.
Tengo el pico, la lengua, un ala curva
Para avivar el fuego, levantar una brisa, o dar sombra a los ojos
Si la luna relumbra candente y las estrellas echan chispas.
II
He estado con los mamíferos recogiendo
Saliva en la quijada de un lobo rabioso, la cola del gamo hembra,
Cerdas de la jeta de un zorro, bolas de estiércol de conejo,
Allá arriba en el páramo. Durmiendo entre las espinas de la aulaga hallé
A su tonto gato Escrúpulo, el vientre lleno de ratón y arpía.
Aquí está, vivo y coleando en el costal de cáñamo.
III
Me tendí en un surco de trigo recién sembrado,
Escuché el deshielo en la tierra, a los gusanos moviéndose, a los topos
Despertando en sus oscuros túneles, enmendándose.
Estaba oscuro bajo la lluvia cerrada, y ni una estrella en el cielo.
De mi garganta como en gárgaras dije el hechizo del moho.
Mis zapatos, la capa, mis muñecas están llenas de semillas de trigo.
IV
He estado en el Éufrates reuniendo calaveras
Muy frescas, con sus caras, sus grandes ojos
todavía llenos de lágrimas. Los recogí en los caminos,
En los solares, en las mezquitas, los autos, las zanjas, los hospitales.
Aquí tengo tres docenas ensartadas con alambre de púas,
Fue todo lo que pude traer. Mañana conseguiré más.
V
Estaba tan fresca todo el día debajo de la cuna.
Casi hice dormir al sueño de la bebé, cuando la noche se acalló
Chupé su aliento, aspiré su propia aspiración,
Tan fresca era, tan dulce, que la apreté mucho
Hasta que los espasmos de su cuerpito se calmaron como la noche.
La tuve entre mis brazos hasta que regresé.
VI
Tenía un cuchillo cuando bajé de la montaña.
Marqué mi destino con una cruz.
Encontré Ávila: la mujer inclinada rezando,
Teresa, la santa: rezar es trabajo, orar un acto
Sagrado como revolver la sopa, o tejer, barrer.
Recorté su tejido y en cubitos su oración, la barrí del todo.
VII
El asesino estaba colgando de la soga, allá
En pleno camino en la horca (roncaba el vigilante).
Las venas que lo regaban hace una semana, estaban secas.
Se doblaba, amarillento, con marcas de picotazos en los ojos.
Me robé la camisa y dejé que se vieran sus costillas,
Y los pantalones y los zapatos, dejando sus piernas al aire, humano.
VIII
La lechuza puso nuevo huevos en mi sombrero puntiagudo,
Cubriéndolos con plumón negro del pecho y la cola.
Se quedó con ellos hasta que salió la luna:
Subió con él a lo alto del cielo, chillando, en círculos.
Yo tomé mi apestoso sombrero y volé hasta mi casa
Más rápido que un ave de rapiña. ¿Quieren suflé, hermanas?
IX
La última, la nueva, la bruja novicia soy yo.
Esta noche salí en busca de cosas de novata,
Amapolas, cicuta, beleño, árnica, higuera silvestre
De tumbas, caracoles, sapos y sarin, cucarachas.
Mi intención no era encontrar duraznos, peras o manzanas
O al dios del amor posando riéndose en un níspero.
Le robé su arco, su venda, sus zapatos alados;
Tomé su risa y lo dejé allí
Golpeado en la rama, la mirada ausente, detenido
Como el cucú de un reloj dañado, como un juguete dejado atrás,
O un niño que soñó ser libre pero al despertar era de piedra.
Comparto la risa con mis hermanas. Bailamos una giga en el brezal.
Jacob y el Ángel
Y cuando el varón vio que no podía con él, tocó en el sitio del encaje de su muslo, y se descoyuntó el muslo de Jacob mientras con él luchaba .
Génesis, 32, 25
“Cayó en la oscuridad y yo lo atrapé.
Tenía los ojos cerrados, no deseaba ver
A un hombre abrazándolo, siendo él un ángel.
Mientras mantenía cerrados los ojos, sus labios podían cantar
Contra mi piel, era tan nuevo, el pelo
Que le salía en la nuca, el pecho y los costados.
Sus piernas y muslos suaves, sin nada de vello,
Apenas un aura, el rostro embelesado de deseo.
¿De qué color eran sus ojos? Los seguía cerrando,
Como Cupido, ciego, y eludía mis miradas.
“Esa fue la lucha que tuve con el ángel.
No se trataba de darle nombre. Yo fui testigo suyo,
Toqué cada pulgada suya y la besé y la amé,
Pero él, que tomó la adoración de mis dedos,
Que me despojó del deseo, que me hizo amar,
Se fue aunque lo sujeté con fuerza, se fue
Con los ojos muy cerrados, muy rápido hacia abajo,
Se fue de mis brazos, como vapor, como un suspiro.
“Dicen que luchamos: descendió y me desafió.
No fue así. Yo ya había estado allí
Casi dormido; cayó en mis brazos,
¿cómo podía no amarlo? Permíteme contarte:
Era un ángel pero no tenía alas:
Era ligero y luminoso y dejó tras de sí
Una oscuridad y una ceguedad, yo quedé ciego
Porque él no me miró ni me nombró.
Imagínate: mis dedos sobre su rostro
No pudieron sentir sus ojos. Tendidos los dos respirando
Después de una larga noche. Así nos encontraron
E inventaron el cuento de que habíamos luchado.
Él era un ángel, yo era Jacob. Él cambió mi nombre.
Yo dije que las cosas habían sido así y él no dijo nada.
Se fue arrastrando su manto, desapareció.
Dije que las cosas había sido así, sí, y él me había puesto un nombre.
“Llamé al sitio Peniel porque allí ví
El rostro de Dios y viví, viví para contarlo.
No vi sus ojos sin embargo, solo su rostro”,
Y el sol salió sobre él, y desapareció.
La resurrección del cuerpo
…So will I melt into a bath to washe them in my bloode…
S. Robert Southwell, S.J.
Barrido ha sido el piso el sótano. Lloran las mujeres
Como sombras de antorchas, dieron vueltas en torno a la estera
Aquellos, una docena, próximos dolientes, descartando sus mantos,
Soltando su cabello. Hace tanto calor en el sótano de la muerte.
Profesionales, saben lo que va a suceder:
Ella se estremeció, tembló, abrió la boca, se dejó ir.
Saliendo de la cegadora luz del día, el Sanador desciende.
Alza la mano y calma el revoltijo de mujeres
Desciende como un farol a la caverna,
Asumiendo del sofocante mediodía un fresco brillo.
Viene como del desierto con lentejuelas de rocío
Y su mirada, austera, no cruel, atraviesa a las mujeres
Y se posa en la figura reseca tendida en la estera,
Humana, casi más allá del dolor, pero no una niña.
El hombre le había dicho niña pero era casi mujer,
Sus delicados pies, las largas piernas, el vello en la entrepierna,
El vientre plano, firme, los hermosos, pequeños domos de sus senos
Jadeando, jadeando, no una niña, aunque su padre, doliente,
Insiste, la cree, niña. Así que le dice, niña.
Qué siente él al alzarla caliente y temblorosa
De la estera, casi sin peso, tan suave, y con todos
Esos olores, heces y sudor revenido, el olor
De su cuero cabelludo, y su aliento tan dulce, sorprendente;
La piel suave y caliente, la mierda y las flores, la orina
Y algo más; y la humedad del vello en sus brazos
Hasta los codos, luego la muy oscura suavidad,
Sustancia de sombra, su carne, tan suave, y el aliento
No cansado o quejoso ahora en el descoyuntado cuerpo;
¿Qué siente él, al ver sus propios brazos blancos bajo su pelo oscuro,
Sabiendo lo que sostiene, y lo que esto le hace a sus piernas,
A su entrepierna, sus entrañas, su palpitante corazón? La sostiene
Y del pecho donde la aprienta contra él
Fluye la insólita gracia que tiene su raíz en sus músculos,
Que procede de la médula y la linfa, que es divina,
La gracia de un hombre a quien el amor ha convertido en Dios,
El amor del Dios encarnado cuya carne sabe el nombre de su criatura.
La sostiene así como su madre pronto lo sostendrá contra su pecho,
La pasión que da vida, o amor; y luego, compasión.
¿Y qué siente ella? ¿Quién puede saber lo que ella siente?
¿Qué sentirías tu, o qué sentiría yo, apretados contra su pecho,
Contra su piel fresca, su olor de polvo del camino,
Del fuego de hogares, de vino, el tacto de su cabello, del pan…
Qué siente ella? Ella siente amor, siente su deseo,
Confundiéndola, el deseo pero no la necesidad, la sostiene
Con ternura, sus labios tocando su hombro y su cabello.
Del sótano la llevó afuera al aire puro
Despojándola de la pestilencia que el sol disolvió.
La gente se aglomeró. Camina entre la multitud
Con su ligera carga, lo miran y se retiran, temerosos,
Brujo, ven que la muchacha lo mira a los ojos.
La deposita al lado del aljibe, se puede parar por sí sola.
Junto al aljibe se pone de pie derecha como una caña y Jesús la baña,
Le lava primero el pelo, echándole agua con una calabaza hueca,
Luego las orejas, los ojos y los labios, la cara, el cuello
El corazón y las manos, la espalda, el vientre, los largos muslos,
Lava sus pies como si fueran los de una niña.
La fiebre ha bajado. Le dice padre, padre
Aunque el hombre que es su padre está al lado de él.
Le dice padre. Y él la envuelve con su propio manto.
Muebles para una balada
Mas, ¡ay Madre de piedad!,
que sobre la cruz le tienden
para tomar la medida
por donde los clavos entren.
(Lope de Vega)
La piedra firme, el árbol partido por el rayo,
Entre las ovejas, que dejan su lana,
Que cortan y copulan, y paren su corderos
En la tormenta, bajo la luna…
El jinete en su babeante caballo
De noche, al barco, a la cita, a la tumba,
O al campo de batalla para encontrar
El magro cadáver de su muerto señor…
Y en Dumfermline, otro señor bebe
Vino a grandes tragos y desdeñoso se limpia
Las mejillas con la diestra, y hace llamar
A su ramera, pide su sabueso, pide el arpa…
La luna nueva mece a la luna llena, llena,
Que tiene como un bebé en sus brazos;
La luna llena se va yendo y se magulla,
La luna nueva se engorda con su dolor.
Y quien es ella allá en la atalaya
Del castillo, del pueblo, la mansión o casona,
Mirando con un temor como la muerte,
Viendo a su amado en el brezal
Que viene hacia ella para verter su último aliento
En su boca, en un beso, en una tos;
Ella anhela tenerlo y con ese aliento
Él la alimenta el final de la estrofa,
Así que como una hostia en la lengua,
Y en su costado un tajo, sus pies
y sus manos perforados. No lo llames Cristo.
Déjalo sin nombre y mécelo en tus brazos.
Los límites, las marchas entre la retama,
Las rocas goteantes, el páramo henchido,
El árbol partido, todas las cosas lo ven pasar
En su alto corcel. ¿Es él la Palabra?
Se aleja cabalgando y deja oscura nube,
Un vellocino de gracia, la mujer todavía
Allá arriba en la atalaya, los brazos libres
Para asirlo vivo, abrazarlo muerto.
Viaja hacia el sur, donde subirá
A una cruz más alta que cualquiera aquí.
Aunque pasó por aquí y por toda parte,
Se llevó consigo el pan y la sangre
A Palestina, donde dijeron los profetas
Que viviría y moriría y resucitaría.
Dentro de la balada la muerte es muerte,
Rezar no puede, creer no puede.
Pero quizás pueda seguirlo,
Traerlo a cuestas para tenderlo
A causa del amor, a causa del amor,
La noche, la moza, con las ovejas.
No puede una balada resucitar los muertos.
Se duele y mata, y se duele de nuevo.
Dejadla que espere en plena medianoche
Como la luna nueva absorbiendo dolor.
Así vivirá él y así ella esperará
Su visita y su violación,
Sus labios, el trueno de su pulso,
Su ciudadela su hermoso vientre…
Dejad la metafísica a los judíos.
Cuida sus pobres ovejas el rústico,
El señor bajo la lluvia se está oxidando,
La mujer reprime un gran bostezo,
Entra, se sienta, él no ha llegado.
Bebe una poción, se duerme y sueña
La piedra firme, el árbol partido por el rayo
Hacia una tormenta, bajo la luna…
La perdemos al renunciar la luna
Y así es la cosa, se hizo la balada
con muebles tal como estos,
el helecho goteante, la luna de día.
En medio
La flecha lo atravesó todo,
Las plumas — blancas al volar,
Rojas al darle al árbol—
Quedaron como un injerto.
Un pájaro posado en la punta
Frotando su pico amarillo,
Atrapado en sangre como cal
Aleteó, se agitó. Otro muerto.
*
Comprad metamorfosis romanas:
Un árbol la cruz, y el vino sangre,
Pan, o pan de jengibre, la carne:
La verdad no es esta ni es aquella.
¿Pero qué hay en medio, qué hay
Entre un abrigo andrajoso y la edad,
Entre un león y un rey,
Entre Leviatán y Lucifer?
Una flecha emplumada y un pájaro,
Cal viva y sangre, un aleteo
Y la vida misma, un arco y el amor:
Llamadlos dos puntos: la línea en medio.
La lengua no puede nunca traducir
Aquel movimiento, o trazar la línea.
En esto reside el misterio:
El proceso, no la A ni la B.
El lugar donde la sustancia (¡la alquimia!)
Se transforma y no puede volver atrás;
El vino es salado en la herida,
La hogaza de pan se cuece en la cruz.
No es solo a Cristo a quien le son dadas
Tan osadas transiciones, tales pesares,
Tenerlo en nuestras manos y bocas,
Tragarlo y volverlo nosotros mismos.
*
En caso de encontrarnos solos
En la caverna de Proteo
Ya sea mujer o hombre
La criatura es, divina o bestia.
Es apretón y puñetazo y abrazo,
Jadeo y agarre, pellizco y jalón,
Es el beso, el tener muy cerca,
Y no el amante con hábito de maleza
O qué era cuando abrazaste
En la penumbra de la caverna,
El agua lamiendo tus muslos,
El olor de pescado y excremento.
No es finalmente el resplandor
Que tienes; sino más bien, cómo fuiste
De él a ella, y a ti mismo,
Allí reside el misterio.
Todavía no
Dijo mi padre que tenía que talar el árbol,
Era muy alto y espeso en la copa, y caía
Hacia la casa de modo que con el viento raspaba
Las tejas de pizarra, los gabletes y la chimenea
Dejando allí marcas como de intento.
Le dijimos, no lo corte todavía, por estar tan lleno
De nidos grandes y pequeños, de abundantes frutas.
En primavera y verano hablaba con mil voces,
Los pichones ebrios de amor, los pájaros como peces
Nadando entre las ramas, y siempre cantando.
Y luego un día llegó cuando despertaron los pichones,
El amor se acabó, cayeron de sus nidos
Al aire, rebotaron sobre hojas, sobre ramas,
Casi cayeron al suelo, pero encontraron sus alas
Y alzaron vuelo chillando, hermanos, hermanas, chillando.
Y los nidos quedaron vacíos. Ahora debemos talarlo,
Dijo mi padre. De nuevo le rogamos, todavía no,
Porque con el otoño las frutas moteadas empezaron
A volverse rojas, o doradas, como faroles luminosos
Alimentadas con dulzura filtrada de la tierra.
Y un olor de almizcle y naranja, de durazno y de rosa.
Y cuando caían (se daban en las ramas de la copa,
No se podían coger, tomábamos solo su oferta)
Las limpiábamos y cortábamos las oscuras magulladuras
Hechas al caer en el prado amarillo, muy duro entonces.
Al llegar el invierno, las frutas eran mucho más dulces,
Eva cayó por una fruta de esas, y arrastró a Adán con ella:
Ninguna serpiente susurró, ningún dios cuidaba del jardín.
Solo mi padre. De nuevo, todavía no, dijimos, al recordar
El efecto del invierno en el enorme árbol inclinado.
Una vez se deshizo de todas sus hojas. Vimos la huella
De la escarcha y los carámbanos de casi un metro
Y como era simplemente que la luna de diciembre
Se posaba en él y colgaba de sus brazos como una niña.
Todavía no, dijimos, todavía no. Y mi padre murió.
Y el árbol barrió por completo las tejas con sus alas.
Los pájaros regresaron y anidaron, ya era primavera,
Y nada había cambiado mucho, todavía no, todavía no.
Entre Birnam Wood y Dunsinane
Con su camisón de noche húmedo de rocío, ¿cuánto
Había caminado sonámbulo? (Ya se empezaba a ver
El alba empezando a avivar los colores del oriente.
La luna estaba en el cielo, pelada como un guijarro,
Sin dar nada de luz, ni música en su esfera.
Redonda era, solo redonda, solo redonda era).
Sus pies calzaban barro del campo y del bosque.
Se había acostado en las agujas de pino y al despertar
Se preguntó dónde estaba su almohada, y por qué
Sentía tanto frío, adentro del cuerpo, como un hueso
A lo largo de la columna vertebral, no había visto por cierto
Al caminar dormido, llevando a la fiera dama
Estrujando sus manos, lavándolas con cieno,
Trazado su camino por el asesinato, que no todos los perfumes
De Arabia, ni la muerta luz de luna, ni la brisa…
De no haberla detenido, ni tomado en las suyas sus frías
Manitas para compartir la mancha, y no suspiró ella
Al pasársela acompañada por un temblor de amor?
¿Y no la había él besado y al seguir caminando
Hallado el cuerpo sangriento del Señor en el bosque del deseo
Quien al ver al joven extraviarse entre ramas respirando
Lo abordó, lo abrazó y lo apretó contra su pecho
Bebiendo el olor del sueño de su cuero cabelludo,
Y tocando amoroso su pelo, su vientre, sus muslos?
Mejor, enamorado, caminar siempre así, dormido,
Los ojos bien abiertos, y el corazón, como aquí,
Sin voluntad de medir el efecto o la causa,
Reflejar cómo por un lado, o cómo por el otro
Contar hasta dos (porque él estaba enamorado
De dos, de él, de ella, y cuando amaba
Al primero amaba a la otra mientras dormía),
Siempre y cuando no despertara en un surco enlodado
O sobre agujas de pino en el lecho del bosque.
Al sentir sus pies y sus dedos tiesos de frío,
Y el deseo negativo, sin Dama, sin Señor,
Ni cuentos de hadas, ni fueron felices para siempre.
Al despertar embotados el corazón y la cabeza,
La esperanza, sus manos congeladas en el vientre,
Qué podía contar fuera de lo que estaba viendo:
Desapareció blanca y farfullando entre los árboles
Su Dama; se echó atrás y buscó al Señor
Desvanecido en la oscuridad, los latidos de su corazón
Yendo con él de vuelta entre los árboles.
Se fueron, solos, juntos. La luz del día dijo:
Nunca serán felices para siempre, para siempre.
Terceras personas
Si solo no hubiera abierto la puerta cuando ella golpeó,
O respondido el teléfono cuando llamó,
Si al empezar a escribir su historia más brillante
Hubiera eliminado su llegada,
Escogiendo en cambio introducir una amante menos complicada
O, en lugar del matrimonio, un viaje…
Es escalofriante presenciar su llegada, su mano en la aldaba.
Él era mayor, tal vez, establecido.
Ella llego con lágrimas y encanto y magia quizás.
No recuerdo. Sobresaltado
Adopté una postura de amor, agradecido (ella era, después de todo,
Joven, bella).
La abrazó y durante una década, más, se obligó a creer
Que la amaba, incluso después de que
Sus ojos giraran, y su cabeza, en tantas obvias direcciones
Y que su risa
Se regara como flores rosadas en otros muchos prados,
Se regara más profundo y más suave.
Y alegremente se entregó a tantas sorpresas del amor
Que no podía acabarlo.
No podía concluir el capítulo envenenado. No podía respirar.
Ella le dio el beneficio
De toda, toda duda, resistiendo, sin embargo por fin
Tiró el cuento a la basura.
Presunción
Urdió una línea. Ella sabía que él la escuchaba,
La urdió y él cortó las hebras sueltas.
Todo lo que ella decía era de algodón.
Luego, al enrollar el hilo entre el índice
Y el pulgar, se convirtió en seda,
Y al tomar la aguja para ensartarlo,
El verso urdido por ella se volvió de fino oro.
No podía creer en ella, pero él lo tomó
Porque ella seguía urdiendo verdades
Deshiladas de sus labios que él miraba.
Algodón, seda y oro, ella quería
Que él tomara el hilo y se cosiera la herida
Pero ella todavía tenía el cuchillo en la mano,
En la espalda, goteando y echando vapor.
Bajo el brazo izquierdo tenía el gran tajo
Cual una boca incrédula. Pero él creía en ella.
***
“Su padre era panadero…”
Para A.G.G.
Su padre era panadero, y él el hijo menor
Se entiende que le pegaran, y que lo amaran.
Su padre era un panadero de Oaxaca
Y tengo entendido que era el mejor.
Sus tres hijos y sus hijas siendo niños
Lo ayudaban el horno y con los cerdos.
He oído decir que tiene pollos en el patio,
Y en navidad un pavo rucio, y un perro
Como estropajo viejo y de amarillos ojos
Que nadie acaricia y se come los restos
Que pide ladrando. Me contaron que
El padre prosperó, aunque bebía.
Y su hermano menor sigue su camino.
También tengo entendido que su amor
Fue temprano, floreció y se marchitó.
Pero luego volvió en otras formas, extrañas
Algunas, y se lo llevó muy lejos.
Su padre era un panadero de Oaxaca.
Y siempre, niño, olí el pan recién horneado,
No siendo todavía adulto y aún oliendo
La fragancia de su pelo negro muy oscuro.
Me gusta su forma de hablar que es la mía,
Hasta darme cuenta que he de ser panadero
Desde antes del alba con bandejas de masa
Para darle de comer hoy, mañana y siempre
—o por un tiempo— panes color de miel.
La zanja exterior
I
Desenterró la jarra. Estaba llena de arcilla.
Desprendió los grumos y guijarros, los tiró al aire
Como un vino dulce de Faleria libre de la garganta seca.
Ya vacía se la llevó a los labios y sopló
En el borde haciendo un sonido romano,
Luego la puso en su oído, una marea romana;
Y cuando la inclinó de nuevo fluyó de ella
Como una libación, un oscuro vino almizclado
Como de una herida fluye la sangre ansiando el aire,
Una herida en la garganta de un viejo enemigo,
Hecha en los rojos campos de dunas del África,
Cartago, allí donde la sangre es sal, y costras;
O es vino que sale a borbotones de una crátera rïente,
Dulce en los labios como el bello beso de un muchacho.
II
Encontró la jarra de largo cuello en la zanja exterior
—A ella por azar le tocó cavar en el sitio de la tumba
Con la piqueta. Y de pronto al mismo tiempo
Se abrió el surco de hierba como una boca.
Adentro la luz a través de las motas flotantes de polvo
Tocó una larga lengua gris tan envuelta en silencio
Que por la sorpresa inicial no pudo hacerla exclamar.
Gris, y las motas doradas; y luego el oro,
El oro pregonado de la corona, y sus doradas zapatillas,
¿Y estaban sus dedos anillados con oro y lumbre?
¿Y no eran ambos senos grandes combas doradas?
¿Y con los ojos cerrados, éstos azules y radiantes?
¿No sonreía ahora mismo, con amor, con amor?
—Encontró la jarra de largo cuello en la zanja exterior.
III
¡Haber estado muerto entonces, y que ella lo encontrara!
¡Haber estado tendido en la cerrada oscuridad
Al dar ella el primer golpe, alzando con las manos la piqueta
Para luego clavarla aquí mismo, junto a mi corazón!
¡Haber estado muerto cuando esos brazos blancos, cuya luz
Despertó de un golpe la indolora oscuridad, esos labios
Abierto por el asombro ante cosas tan brillantes, no personas;
Haber estado ligeramente muerto, como dormitando
Y volver en sí ante su asombrosa presencia,
Primero silenciosa y luego arrodillándose a su lado,
Y tocando, tocando el disco dorado que escondía su corazón
Y quitándole las joyas azules de los ojos!
Y tras quitarlas, las órbitas huecas, vacías, eran suyas,
Y mugre caía por las cuencas, el hueso se estremeció
Y la quijada se abrió por fin; sobre la columna
El cráneo se desvió, afectado, bajo la luz.
IV
Ella se arrodilló un minuto allí antes de llamar a los demás.
Fijó la mirada en los huesos y el oro. No era él.
Sobre el borde de la tumba con sus labios de hierba
Vio al joven, sosteniendo la jarra en las manos,
Y cómo se inclinaba como un romano, sin camisa,
Luminoso, y oscilando por el calor.
Su corazón se desbocaba en sus muñecas, en sus sienes.
Arrebató las dos joyas azules con las manos.
Allí había oro, también suyo, para reclamarlo,
Las vértebras y las costillas, el esternón y los fémures,
Los huesos de las muñecas y los talones eran de ella,
También el cráneo, ciego, con la frente y las mejillas rotas.
Eran de ella para delinearlos, cepillarlos, fotografiarlos,
Levantarlos. Su esqueleto, sus joyas, su corazón,
Mientras la zanja exterior se estaba llenando de vino
Como una copa, o como un cáliz lleno de sangre.
Todos los huesos eran suyos. Ella le pidió a él que viniera
Por los labios de hierba, y él fue adonde ella estaba.
Anfión
Vivimos en una casa de papel.
Tu vivienda está hecha de piedra
Y la mía es morada de ladrillo.
Pero vivimos en una casa de papel.
Las paredes de nuestra casa de papel
Son páginas arrancadas de los libros;
El cielo raso es gótico, oscuro.
Vivimos en una casa de papel.
Cada uno de los vidrios de las ventanas
Es un verso de un poema o un lamento:
Idas o reprimidas las lágrimas de amor
Vivimos en una casa de papel.
Expresión de pena o de pérdida
Anterior, cuando estábamos separados,
Eludiendo nuestro actual corazón.
Vivimos en una casa de papel.
Llovió en New Town.
Cenamos. Tu mano tocó la mía,
Casi. Y yo encontré mi corazón.
Vivimos en una casa de papel.
En Rye nos despertaron las campanas
Y caminamos en las calles adoquinadas.
Estaba con el corazón en la boca.
Vivimos en una casa de papel.
En Penhurst, avenidas de otoño
Llevaban a la primavera.
¿Cuál era el hechizo? Tus ojos.
Vivimos en una casa de papel.
Chatsworth, Manchester,
Mi pulso late en tus muñecas
Tenso como un verbo para conservar
Con vida en una casa de papel.
¿Qué hacemos para convertir
Las páginas de este espacio,
En argamasa, ladrillo y piedra?
Vivimos en una casa de papel.
En esta página yo escribo casa
Hecha sólida, con piedra,
Y en ella, querida, los dos
Que viven en una casa de papel.
Desempaca sus vidas y haz
Fuego en el hogar y vuelve
Sus suelas fulgor. Si ahora
Vivimos en una casa de papel.
La podemos rehacer y darle
La forma de un farol cuya cálida
Luz baña el prado y la nieve.
Vivimos. En una casa de papel.
Créeme, estas duras piedras
Ligeras en la lengua como palabras
Son ciertas, y no por mucho tiempo
Viviremos en una casa de papel
Sino en una casa que construimos
Con tacto, y horas, y nucas,
Mis labios alcanzando tu pecho.
Los muros de nuestra casa de papel.
Al alba se habrá vuelto un lugar
Duro y reservado para estar
Enamorados, y corazón a corazón
Vivimos en una casa de papel.
De esas páginas extraeremos
Una amplia residencia.
Guardadas, dobladas mantendremos
Las paredes y tejas de papel
De la casa donde una vez vivimos
Y que el tiempo transformó en esto,
Sólida, fabulosa.
Vivimos en una casa de papel.
Queriendo pensar
¿Por qué cuando quiero pensar en ti, pienso en él?
Es posible que haya muerto, pero todavía se tiende junto a ti
Calentando sus manos encallecidas entre tus muslos.
Todavía puede estar vivo, con sus labios para siempre
Plegados en tu tetilla izquierda, sobre el corazón.
Quiero pensar sobre ti en mis brazos, como estuvimos
un tiempo. Después él llegó —no se supo de dónde— para quedarse.
Era alto, y dorado, desnudo hasta la cintura, cuando aserramos
Y talamos toda la leña del otoño, y la apilamos
Junto a la puerta de tu cocina. Tú siempre observabas.
Le diste una palmada en la espalda y husmeaste el aire
Acre de nuestro sudor, captaste su olor
En ese otoño, cuando me tendí junto a ti, empezaste a pretender
Que estas manos mías eran sus manos en la oscuridad, y estos labios
Suyos, y suyo el pelo en mis axilas, y tú lo aspiraste.
Con hambre, apretado contra mí, apretado
Contra un hombre que te imaginabas en mi lugar:
Dando forma, alargándome para estar bien en tu cama; no es de Extrañarse
Que cuando pienso en ti, lo que hago día y noche, pienso
En lo que tú estabas pensando, en cómo mirabas al mirarte yo,
Y en la forma como, al terminar el otoño, justo antes de irte tu
Esa noche, sin hacer ruido, librándose de él para siempre,
Me lo encontré al atardecer en un claro del bosque
Después de semanas en que habíamos, silenciosos, trabajado juntos,
Hasta que anocheciendo descansamos en la fresca hierba alta sin decir palabra.
Y aunque yo te amaba a ti todo el tiempo, como te sigo amando,
Él se acostó conmigo y se sintió satisfecho,
Yo me acosté con él y ni por un minuto pensé
En que tú nos observas a través de la puerta mosquitera, sino
En su olor de bosque, en cómo olía de rico, con su mano en mi pene.