Rene Daumal: La evidencia absurda
Por: Raúl Henao
René Daumal es el más secreto de los poetas franceses modernos menos por complacencia en la tiniebla que toda palabra interpone al develar la realidad, que por experiencia luciferina de la misma, ya que para él la palabra poética es ante todo camino de conocimiento, evidencia absurda, grito de guerra santa a la apariencia del mundo.
Pocos, muy pocos poetas de nuestro tiempo pueden hablarnos desde esa verticalidad que conjuga en la misma emoción central el vértigo de la altura y el abismo, devolviéndole a la poesía su carácter de aventura metafísica, de creación o génesis de un mundo que se resiste a ser moldeado sólo por el ensueño o la fantasía, porque en última instancia responde a los designios de una más alta magia o vigilia verbal.
Desde los tiempos que Daumal hace parte –junto con Rolland de Reneville, Roger Vailland y Roger Gilbert-Lecomte- del Grand Jeu (El Gran Juego) ese grupo de artistas al margen del surrealismo por su tendencia al misticismo y la metafísica oriental, que prefiere la experiencia poética a la literatura y hasta a la poesía misma, no diferenciado de ningún modo el arte de la vida…resulta claro que se trata de aquellos videntes y “horribles trabajadores” a los que Arthur Rimbaud señala la continuación de su obra en el punto en que la dejara por temor a la locura: “No hay dos maneras de ser vidente, sólo se ve por asfixia o congestión ( yoga,ahogamiento, narcosis)” dice oportunamente Gilbert-Lecomte. Y Pierre Minet –amigo del grupo- nos habla al respecto de la elección de cierta vía seca o húmeda que en el hermetismo alquímico conduce al conocimiento absoluto, buscado afanosamente por estos dos poetas, deplorando que Daumal –en contraposición a Gilbert-Lecomte- eligiera para arribar a dicha meta la vía seca, caracterizada por el ascetismo feroz que le impusiera “el mago Gurdjieff”(Aldous Huxley) y su extraña secta de danzarines del bosque de Fontainebleu, llevándolo a una muerte prematura, cuando apenas contaba 36 años, a principios de 1944.
En fin, a cada paso se habla del fracaso de los poetas en la búsqueda de lo absoluto y nada queremos aventurar al respecto porque aquí sólo importan las señas en la hoguera que nos hacen desde lejos los integrantes del Grand Jeu, así fueran dictadas por elefecto mortal del opio, el libertinaje o la insolación a la que lleva el “recuerdo de sí”, ese asalto y reconstrucción del “Yo trascendental acabado y extático” (Edmund Husserl) que fuera el núcleo principal de las enseñanzas de Gurdjieff.
Particularmente Daumal, admirable conocedor de las doctrinas hindúes, nos reitera –con el Budismo- lo ilusorio de la llamada personalidad humana. En realidad, no existe un YO separado del cuerpo, sino una multiplicidad de pensamientos, sensaciones, deseos y pasiones que se pretenden como tal y tras de los hay NADA: ese algo innominado que constituye paradójicamente nuestra única, trascendental identidad y a la que no se accede sino por vía de la conciencia de sí, de la más implacable y sangrienta batalla espiritual .Con Rimbaud, Daumal nos recuerda que “el combate espiritual es tan brutal como la batalla de los hombres” y a semejanza de él nos convoca no al sueño sino a la vigilia, alta vigilia que constituye la clave o llave del auténtico juego poético.
Es a este propósito que el poeta, artista subjetivo, poseso de la inspiración o la escritura automática a través del cual habla siempre el Otro, ese Sosías o Doble que suele vampirizar a la generalidad de los escritores…especie de enigma psicológico -al que alude, en extraña connivencia con nuestro poeta, Blaise Cendrars, el formidable novelista y aventurero franco-suizo, en un revelador pro-domo que escribiera para explicarnos y de pasada explicarse a sí mismo la gestación de su obra Moravagine-
Deberá cambiarse en artista objetivo, en un verdadero creador-conocedor-amante capaz de transformar el mundo, cambiar la vida, mediante el ejercicio de la palabra poética, que ya no estará al servicio de la ilusión de ser sino dela necesidad de ser. El poeta yano describirá el mundo sino quelo creará al nombrarlo, no será un cantor sino uncreador: “la creación de un poema es análoga a la creación de un mundo” nos dice Rolland de Reneville. Y Daumal agrega a esta frase encantatoria lo siguiente: “en el punto más alto, el hombre que escribe un poema (o lo que fuere) en toda libertad, en toda conciencia del por qué, del para quién, del cómo de su obra, realmente crea un mundo”
Tal es, en resumen, la “satánica ambición de lo absoluto” (Andre Rousseaux) en la que se embarcará René Daumal y de la cual su vibrante poema La Guerra Santa o su insólita novela inconclusa El Monte Análogo, son la alegoría, el cuento de hadas, el relato inacabado… A falta de tiempo para comunicarnos lo incomunicable, que quizás entrevió, siguiendo el camino a las cumbres del ser indicado por Gurdjieff, cuyas doctrinas se permite poner en entredicho Rolland de Reneville, al dictaminar de manera terminante que “los frutos de un conocimiento sin amor son los de un árbol cuya sombra es mortal”.
Nosotros, sin embargo, creemos que, como en el caso de Yeats, Pessoa, Nerval o César Dávila Andrade, siempre se sobrevalorará el influjo, el peso de la tradición esotérica o “filosofía perenne” -como la llama Aldous Huxley- en la vida y obra de un poeta. Independientemente de ella, el gran poeta obedece los dictados de su propio carácter o investidura que, finalmente, se constituye en destino y fatalidad. Así estamos seguros de que con Gurdjieff o sin él, Daumal habría llegado al umbral (y tal vez traspuesto) esa puerta de “un mundo único, de un único sol” a la que se refiere en su ensayo Poesía Negra, Poesía Blanca…habría llegado a hablarnos no de la montaña sino por la montaña que une el cielo y la tierra, en transparente paráfrasis de toda búsqueda espiritual.
Porque al fin de cuentas ni siquiera precisamos apartarnos del marco de la poesía misma para encontrar antecedentes de la aventura daumaliana , que pertenece igualmente a la tradición de los grandes románticos alemanes, para no ir muy lejos. Acaso el pensamiento tanto de Daumal como del singular personaje de su novela el Padre Sogol (¿George I.Gurdjieff?) “nuestro primogénito en lo que a la montaña se refiere” no se encuentra por anticipado y a grandes líneas en el magistral y nunca bien comprendido opúsculo de Heinrich von Kleist Sobre el Teatro de Marionetas, donde el trágico poeta alemán, con aire “un poco distraído”, nos abandona frente al supremo interrogante:
“¿Tendremos que volver a comer del árbol de la ciencia
Para caer de nuevo en el estado de la inocencia original?”
Los lectores de René Daumal no abrigamos la menor duda de que dicha incógnita pertenece al advenimiento del “último capítulo del mundo”.