English

Jean Arp o el lenguaje desencadenante del sueño

Por: Luis Eduardo Rendón

Cabezas de muertos
que brillan como soles
ruedan sedientas hacia la fuente del vacío

J. A.

 

Especial para Prometeo

En la poesía de Jean Arp (1887-1966), también genial escultor y pintor, seres y objetos encarnan súbitamente nuevos y diversos atributos y funciones en la eternidad del instante; en un mismo verso, como en un sueño, muta súbitamente su realidad, no sujeta a leyes estáticas sino plásticas, dúctiles, mediúmnicas. Las flores de carne tienen lengua de sueño.

El brillo de su obra, no eclipsado por la sombra de dos guerras mundiales (en ambas ocasiones huyó a Suiza, donde cofundó el dadaísmo), sigue resplandeciendo en las llamas del humor y la compasión que de la mano pueden salvar al mundo, como lo ejemplifica el cine de Chaplin. Pintabas una lágrima entre el rocío/ una lágrima entre perlas/ Pintabas la claridad que hace latir el corazón/ la dulzura que hace mover los labios/ Pintabas la noche que tiende las estrellas / el sueño claro / el buen placer de las flores.

Anegado de sangre el espíritu del hombre, desdibujado su rostro por la codicia y la subordinación al crimen, el arte le enseña a pertenecer de nuevo a sí mismo, excluyéndolo de la absurda maquinaria de la muerte. Lo devuelve a su infancia creadora, a su propia alma u hogar, sustrayéndole de la prisión del horror en la que devino la historia.

En el universo jeanarpiano, imágenes sustantivas fluyen sin intermediación racional, brotan sin restricciones en danza reveladora. Los verbos o acciones asignadas o predeterminadas a cada ser son simples yugos realistas, pues las estrellas cuchichean y vuelan de fruto en fruto. Leer sus poemas es ingresar a un cine donde los personajes no ejercen un libreto sino la mutabilidad de un juego imprevisible. El sueño es un gato su lengua es una flor.

El tierno humor jeanarpiano barre los límites, en un ejercicio de insubordinación imaginante. Por virtud del sueño el universo se humaniza, la umbela de las estrellas se cubre de labios. El artista, al reconstruirse totalmente en cada experiencia creadora, ejerce una regeneración similar al dormir=morir. Con el pincel o la cuerda, la máscara, la tecla, el cincel o los pies bailarines, su ejercicio es renacer. El día se despertó en una mano de cristal.

Poesía como caleidoscopio de la infancia u oráculo onírico que contiene, sintéticas, las semillas del futuro. Qué necesario ser otros por el agua escultora del sueño que nos unifica, por el vino de otro mundo que nos inunda como a una esponja. Las piedras son ramas de agua. Los reinos pierden su diferenciación, su jerarquía, en el baile de la imaginación las estrellas se visten con senos; en el patio de la infancia se pulsa lo imposible con cuerdas invisibles, mientras sicodélicamente Las campanas tocan años en cada minuto.

En el fondo de uno la historia se repite, escenas arquetípicas se repiten de vida en vida, para develar los mecanismos de la película universal.El hogar que nos contiene es nuestra misma sustancia. Al respirarlo en el sueño, respiramos el pasado con los antepasados, nos sostienen sus huesos que alumbran, brasas del hogar. Las paredes son de carne humana.

La locura brota allí donde el espacio contiene la reacción de un solo personaje: el espacio está sobre aviso. Ya no duerme como la leche. Y si montañas líquidas flotan en el aire no es porque estemos en otro mundo ¡todos están aquí! sino tal vez porque El padre vuela a través de la madre.

El canto, que antecede a la palabra hablada, pervive genético en las células; el aire, la primera forma del canto, tonifica la psiquis: el ánimo se templa con el canto. Al color, sutil vibración, lo podemos tocar, la vida vibra en el reloj del corazón. Arriba en lo alto/arriba arriba en lo alto/el rojo canta una canción/canta canta/y el tiempo pasa.

Hablando de seres ilustres, las piedras, los próceres parecen imitarlas, qué ilusión, porque contrarias a ellos, -que siempre están en el pasado y ya no escuchan-, Las piedras tienen orejas para comer la hora exacta. Piedras próceres de nuestra osamenta.

La fuerza tiene colores de acuerdo a su naturaleza, no está sólo en el músculo o en el órgano, en el relámpago de un pensamiento o en el jugo de un gesto; reside también en los símbolos, vitamina espiritual. La fuerza del león es blanca. Lo que mora en el león como signo, su habitante singular es extensión de la melena del día, símbolo de la luz.

Sin el abrazo estamos incompletos y desaparecemos. Lo que no tenemos es el imán que nos atrae, el imposible estimulante, el ballet que transmuta a la bestia, por ello el elefante está enamorado del milímetro. Tan parecidas a nosotros, como los soles en su vuelo químico, las piedras son atormentadas como la carne.

La edad vive de cabello en cabello/ a través del aire que ha quedado huérfano. De duros secretos vivos, las piedras están llenas de entrañas. La sociedad y el individuo se renuevan como un árbol, mudan como serpientes, diluvian. Las semillas son maestras en caída libre, como los frutos. La hija repara el desgaste de un eco.

Por lo revelado durante siglos bajo la luz negra de Eleusis y el sonido electrizante de su verdad enigmática, los hongos tienen voz de trueno. Aunque pretendamos “ver” por un microscopio o un telescopio, toda intermediación es un fracaso si primero no nos vemos a nosotros mismos como parte indisoluble de la visión, en caso contrario, el águila tiene gestos de presunto vacío.

 

Última actualización: 25/06/2021