El poeta y su medio ambiente
Por: R. Blanca Emmi
Quizás sea necesario aproximarnos mínimamente a los conceptos involucrados, antes de centrarnos en el tema que nos ocupa.
En primer lugar, la expresión medio ambiente puede utilizarse en la acepción corriente, y aún en su sentido más amplio sin desvirtuar la reflexión.
Nos referimos así a todo elemento que rodea, circunda y posibilita la vida, y en especial la del poeta; y al cual éste, como veremos, debe prestar atención para mejor realizar su tarea.
La palabra poeta, en cambio, en un sentido corriente, se utiliza para nombrar a los escritores-hacedores de poemas, entendiendo como tal a los que utilizan las palabras para concluir una composición literaria que cumple con determinada unidad y estructura.
Se suele identificar la poesía,- o sea la belleza, la esencia que el entorno guarda- con el poema, y se llega a creer que la poesía es obra de los poetas.
Se comprenderá que en esta visión, se volvería mucho más simple la tarea del poeta. Si encontrar la poesía fuera símbolo de encontrar el poema, y viceversa, no se haría necesario ningún vínculo del poeta con su medio. Bastaría sólo su pelea con las palabras.
Sin embargo, esta instancia prioriza a una parte de la tarea poética, y queda por fuera quizás lo más medular del proceso de creación, como lo es la revelación poética, que de algún modo involucra al misterio.
La poesía, en la óptica de nuestra reflexión, lleva implícita una pulsión de vida que nos conduce a revelar la esencia, y genera asombro a quien la descubre.
El descubrimiento de esa esencia, de parte del artista, otorga a éste la materia prima de su obra. Ya que, como afirma el poeta Wallace Stevens “la poesía es el tema del poema”. Ella está allí, ofrecida a todo ser, independientemente de su oficio. Es tarea y parte de todos y todo lo que nos rodea.
No obstante, la sensibilidad, quizás el asombro es quien hace a un lado la ajenidad de lo descubierto, constituyéndose en el cordón umbilical que nos une a la poesía.
La ajenidad sería entonces, sólo aparente. Ese asombro funcionaría quizás como los rayos de una rueda, que la unen con el eje.
¿Cuándo se produce la revelación poética? Se podría aventurar que, cuando sucede el descubrimiento de la esencia- aún en el ámbito de las palabras-, impactando en nosotros, mediante el asombro. Quizás esto lleva a la poeta Selva Casal a afirmar que no existe buena y mala poesía, porque la llamada mala poesía simplemente no es poesía. Dado que en este último caso, agregamos, el asombro, no sucede.
La revelación poética es un salto irremediable que expone a quien salta, al abandono de la seguridad propia del eje. Esta irremediabilidad se intuye, y en la mayoría de los casos, produce cierto desasosiego o incluso ansiedad.
Por eso, quizás se ensayan pequeños saltos que agravan ese desasosiego del verdadero poeta que quiere ir hasta el final.
Si tomamos por válida la imagen de la rueda, diríamos que no lograremos ni tiene sentido acercar hacia nosotros el neumático, y el ejercicio del salto requiere cada vez más de un esfuerzo de despojamiento.
Debe saltarse entonces, "ligero de equipaje".
Cuando el poeta logra palpar, abarcar los rayos de la rueda, se vuelve uno con la esencia que descubrió. En el ínterin, no se descarta que se le considere como un inadaptado, un paria que habita más allá del mundo. Esto, claro es, porque frecuentemente se cree que el mundo comienza y termina en el eje de la rueda.
El poeta ejercita el ojo del alma, produce dentro de sí un ablandamiento de la razón cotidiana, abandona su seguridad; entonces asume irremediablemente el compromiso de desguazar la realidad entera en busca de su esencia, aún en la aparente sencillez de una descripción cotidiana.
¿Qué mueve al verdadero poeta a este ejercicio? Aunque es un fenómeno complejo, se observa que, esa pulsión colabora en gran medida a aumentar cada vez más su percepción. Este es un estímulo que tiende a perpetuarse a sí mismo.
Todo lo que el poeta logra percibir tiende al rescate de la esencia en la que a su vez se proyecta. Es entonces un viaje de ida y vuelta a sí mismo.
Vive en forma más o menos conciente a la experiencia de la trascendencia.
Va intuyendo con cada revelación producida que la luna tiene otra cara aunque no se vea, que la saciedad es sólo aparente y pasajera, que todo es parte de todo.
No importa en qué forma se produce la revelación, en el sueño o la vigilia, con imágenes claras o enigmáticas o adheridas previamente a las palabras que logran conmoverlo.
Es tan peculiar el descubrimiento, que el poeta palpita, se desvela, suele no hallar paz hasta que intente compartir con los otros hombres esa revelación, utilizando la herramienta que le es propia, o sea, la palabra, del mismo modo que un pintor utilizaría su paleta.
Entonces, a efectos de compartirlo, la busca, se apropia; está pendiente de las palabras aunque es altamente probable que no quede satisfecho.
Puede volver así a su aparente aislamiento. Más que nunca necesita el silencio.
Es preciso hacer desfilar a las palabras, escucharlas retumbar.
Pero el poeta aprende, es cada vez más consciente de que las palabras no son vírgenes, que además son autónomas y tienen vida propia.
El poeta busca a las palabras como un director de cine busca al actor adecuado para su personaje. Sabe de antemano que la perfección es sólo una aspiración, que la contaminación que trae aparejada esa autonomía, esa vida previa, es inevitable.
Aun en el caso en que el poeta también narre, nunca excluye de su tarea el poner la palabra al servicio de la revelación, lo que significa cerrar cada texto sobre sí mismo para abordar la esencia.
Seduce a la palabra y se siente seducido por ella. Esta relación de acercamiento y alejamiento, de abandono y dominio imprime al poema elementos de la danza.
Por eso parece tan importante enfrentarse al poema en el blanco del silencio, eludiendo la frívola comodidad de abandonarlo, inconcluso, sobre camastros de palabras.
Así, la armonía se despeja, y se facilita el escuchar, encontrar el ritmo que ese poema propone.
Elegidas tentativamente las palabras, ¿cuál es el mejor modo, también tentativo de diagramarlas?
A ésta altura el poema también va adueñándose del poeta. Le indica su interés o desinterés, su capacidad o resistencia. Suele afirmarse, frente al desconcierto de un poeta por ubicar una idea en el texto que “al poema no le interesa”. Esto, a pesar del entusiasmo del poeta, que a veces no logra despojarse de sus vivencias.
Entonces, el poeta deberá optar entre el amor a su idea y la responsabilidad que implica su tarea.
En el juego de seducción no podrá, por respeto a esa tarea, ser el vencido, pero a pesar de su esfuerzo, se sabe que es dura tarea el salir vencedor.
¿Cuál es esa tarea, entonces, de la que el poeta es responsable, como parte de un todo en el avance hacia el poema?
Al hablar de la revelación poética, hemos ido desarrollando el sucesivo, peculiar acercamiento del poeta como tal a todas las manifestaciones de su mundo, interno y circundante, y en especial, a su esencia.
Sin dudas, nada significaría para el universo que éste experimentara lo que quizás pueda considerarse un privilegio, visto como una responsabilidad, si no lo compartiera en algún momento con los demás.
Sólo convertiría al poeta en un inadaptado al entorno que proponen sus semejantes.
Del mismo modo que el salto del que hablamos crece y va dando sentido a la unidad, deberá crecer también su dominio por la palabra.
Si el poeta no logra abordar las palabras sin temor, familiarizado con ellas, es posible que, sin proponérselo, falsee lo que ha querido compartir.
Todo su esfuerzo personal y solitario de “lanzarse” se volverá en vano.
Pero, ¿es que el poeta relata por puro relatar, como si volviera de un viaje de placer?
Debemos reconocer el entusiasmo que sin dudas produce ese puente a través de la palabra. Pero la propuesta de participación, de ser posible, debería intentar condensarse en una sola palabra bien elegida, bien ubicada dentro del poema, para que impacte y conmueva al receptor. Se trata de exprimir a la palabra hasta que grite, para que el receptor desvíe su atención y ponga de sí para seguir a su modo exprimiendo al poema.
La tarea poética para que trascienda, debería buscar involucrar al lector en el descubrimiento y asombro de la revelación poética y provocar en él la necesidad de dar su salto. Esta es la herramienta que el poeta usará con mayor idoneidad para cambiar el mundo.
Es claro que, si el hombre que existe en el poeta no se esfuerza desde su calidad de ser humano, si no milita valores éticos compartidos y proclamados por la comunidad social respecto al medio ambiente que sustenta su vida, el poeta como tal, su peculiar modo de saber y aprehender, resultará limitado en sus posibilidades, ya que no logrará la unicidad con su medio. Sus poemas no surgen, diríamos, de un auténtico asombro.
Es responsabilidad de ese hombre que habita el poeta, el lograr dejar atrás su omnipotencia, sus ansías de poder, y concentrarse en el increíble mecanismo de relojería del que participa y que nos mantiene vivos en el mundo. Concentrarse así en el respeto por lo que se transforma a través de los siglos, teniendo en cuenta un desarrollo armónico.
Pero la tarea revolucionaria que corresponde a la poesía es el ejercicio que propone la revelación poética al descubrir nuestra esencia en la ajenidad. Traducir esto en un poema es el más valioso aporte del poeta al medio ambiente.
La revelación poética se alimenta de la contemplación, de la mirada perceptiva pero, por otra parte, ingenua, del poeta.
Este tiene el compromiso creciente de estar cada vez más con los ojos del alma abiertos a aquel equilibrio de las acciones humanas que posibilita la sostenibilidad. No olvidemos que, el escritor más desgarrado, transforma aún sin saberlo a su texto en un grito de auxilio para su salvación.
También es deseable que el poeta incorpore en su conciencia y a efectos de interpretar o aprehender el medio ambiente, en su sentido amplio, los mecanismos que lo posibilitan; dado que éstos son mecanismos silenciosos pero efectivos para la supervivencia. Sucede así, que, cuando la lava del volcán invade la selva, ésta se defiende generando líquenes, o, incluso, al tiempo que las hormigas devoran las plantas, los pájaros cumplen con la tarea de polinizarlas. Los ejemplos son innumerables; entonces, prestarle atención a cuestiones del medio que nos circunda es un acto de supervivencia, y la supervivencia debería ser una preocupación esencial del hombre.
Pero al poeta no le basta la razón, el conocimiento intelectual; sino que requiere del detenerse, del contemplar en aras de su sensibilidad.
Es indispensable su búsqueda hacia afuera y adentro para que su transformación se dé.
Sintetizando, según vimos, el poeta utilizará palabras para compartir la revelación poética, que le brinda unicidad consigo y con el medio ambiente.
Y esto es privativo de su tarea. No dedicará su tiempo a explicar simplemente lo que vio o lo que sabe, porque eso lo hará sin dudas mejor el biólogo, el narrador, el ambientalista.
El compromiso del poeta es con la revelación poética y con lo que ella sugiere en el riesgo del “salto” a aquello que lo circunda. El ejercicio del hallazgo de esa pulsión de vida que lo haga conmover, la dimensión de su asombro, lo llevará como vimos, a potenciar su compromiso con la palabra.
A través de la palabra buscará impulsar a los otros seres a la trascendencia; o sea, a la búsqueda de la esencia escondida en su medio, para apropiársela; lo que en definitiva, constituye la búsqueda de su propia trascendencia.
Entonces, logrará que el compromiso de ellos con el medio ambiente, se convierta en la responsabilidad que implica el compromiso con el respeto y con su propia supervivencia.