Festival de Poesía de Medellín: Evocación de su origen y de la primera versión
Por: Jairo Guzmán
Especial para Prometeo
1.
Es un día espléndido para comenzar esta evocación. Los árboles de guayacán están en la plenitud de su floración. Un amarillo vivificante, contra el cielo límpido de azul. Avanzamos por el barrio Prado Centro, venimos de escuchar la agitación ideológica en los espacios de encuentro, los jóvenes vienen con la información de mayo del 68, estamos a finales de los años setenta, el parque de Bolívar es un punto bello de encuentro, muchas personas se reúnen y se sientan en las escaleras del atrio, a conversar¸ a compartir un poema, un cigarrillo, un trago de vino. Hay cierta reverberación cultural, espacios de discusión, grupos de estudio, conjunción de saberes. Es una ciudad agradable, cargada de leyendas urbanas; sus habitantes aman el tango y la poesía de Porfirio Barbajacob, cantan con mucha devoción el himno de su región que es un poema de Epifanio Mejía, uno de los poetas fundacionales de la tradición poética de esta región; es la tierra de León de Greiff y sus cómplices, quienes se reunían en el bar Los Búhos Estáticos a realizar sus veladas, leyendo sus poemas, rememorando versos de poetas como Baudelaire, Verlaine, Rimbaud. Eran los panidas, quienes editaban una revista de poesía llamada Panida, adoradores del dios Pan. Poetas vitalistas, nietszcheanos, intensos en sus aventuras por aquellos días de una Medellín de los años veinte, ceñida por un ambiente pastoril pero al mismo tiempo abierto a los aires cosmopolitas de la época. Ciudad con prestigio de pujante, surgida de un valle entre montañas que la cercan, la rodean de cierta manera opresiva porque no se ve el horizonte. El horizonte está en su deseo, en su sed de mar, en su soledad entre montañas. Muchos poetas locales, ahora olvidados, han cantado por estas calles, han escrito sus poemas para espantar el tedio, para matizar las atmósferas misteriosas de sus noches invernales. Ciudad industrial, durante mucho tiempo, famosa por su producción textil. Poblada por personas provenientes de pueblos, quienes venían huyendo de la violencia, con la intención de establecerse y hacer su nueva vida. Y así fue. Ahora en toda familia existen antecesores campesinos Todas esas migraciones hicieron posible una ciudad, que actualmente cuenta con dos millones de habitantes. Le dicen la ciudad de la eterna primavera y ciertamente es de un clima agradable, que invita a caminar, a celebrar la vida. Aquí el idioma tiene unas músicas especiales, un tono, un canto específico que suena agradable al oído. Hay poesía gravitando en las atmósferas de la ciudad del valle de Aburrá. Un valle paradisíaco encontraron los españoles en la época de la colonización. Un valle habitado por los indígenas Aburraes, quienes vestían con túnicas blancas y se negaban a ser sometidos; cuentan que preferían ahorcarse con sus túnicas a ser esclavizados por seres que les parecían muy feos. Fueron exterminados pero sentimos su presencia espiritual y algunos lugares tienen nombre de cacique como el cerro Nutibara que es un cerro tutelar de la ciudad. Del cacique Nutibara sabemos que gobernaba muchas tribus de la región que hoy se llama Antioquia. De ellos no quedó casi nada, fueron exterminados, sólo algunos nombres aburraes siguen sonando en nuestros oídos. Este valle del Aburrá era un sitio lacustre, de convergencia de aguas en forma de riachuelos tributarios del río Medellín. Aquí era un santuario y un paraíso de aves migratorias. Con toda certeza que aquí se adoraba al dios (o a la diosa) de las aguas.
Así que esta ciudad se ha levantado sobre un santuario de indígenas dignos y laboriosos, contemplativos y rebeldes.
A finales de los años setenta ya el río estaba totalmente transformado en vertedero de desechos industriales y domésticos. Para esa época Medellín estaba en plena transformación urbana, con las características de cualquier ciudad latinoamericana. También se percibían cordones de miseria y condiciones de pobreza, bastante acentuadas, propias de una ciudad industrial. Paralelo al detritus urbano había en la ciudad cierta reverberación poética y cultural. Circulaban revistas que aparecían como estrellas fugaces. Tentativas de los poetas de la ciudad por divulgar su expresión, canalizadas por las revistas de poesía Acuarimántima, fundada por José Manuel Arango, Elkin Restrepo, Helí Ramírez y Víctor Gaviria, entre otros, y Clave de Sol (1972), de duración breve, creada por Juan Manuel Roca, Raúl Henao, Fernando Rendón y Fernando del Río.
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Son los albores de la década de los ochentas y hay un lugar de encuentro muy especial, es una especie de restaurante bar, situado en la avenida La Playa, entre El Palo y Girardot, llamado La Arteria, lugar situado a la vera de la calle, desde donde, sentados tomando cerveza, se podía ver todo ese río humano, magnético y sensual, que fluía por la calle, en ambas direcciones. Concurrencia de estudiantes, ejecutivos, abogados, poetas, escritores, periodistas, muchachas lectoras, creadoras, experimentadoras de la complicidad masculina, en las noches de licores de todos los colores, risas, juergas, después de la arteria los que se iban a bares de tango, de salsa y de rocanrol, la vida en la bella villa estallaba en risas, intensidades nocturnas, lecturas; por allá los poetas comprometidos con lo social, hacia allá los poetas intimistas, un poco más allá los poetas surrealistas, luego los exterioristas, los aficionados, los exhibicionistas, en fin, un zoológico poético agradable para algunos, exótico para otros y molesto para otros más y así se remaba la noche en mares de cerveza, ron y aguardiente.
Las aventuras amorosas y eróticas de la noche, las acaloradas discusiones en torno a asuntos ideológicos y políticos o la exaltación de algunos jóvenes leyéndose sus propios poemas y fungiendo de poetas, dotados de un aire de misterio y asombro, los jóvenes poetas iban al cine y todo el cine arte europeo se ofrecía en varios sitios culturales, en cineclubes y en el memorable Cine Subterráneo que sirvió de escuela de cine a todos los comprometidos con un cine poético, sesudo, digno de ser compartido y luego discutido en las conversaciones en bares, parques, aceras, calles y sitios anónimos como las tiendas de barrio con dos o tres mesas y donde los clientes disfrutaban entre tangos, cigarrillos y cervezas una conversación placentera.
Al bar La Arteria concurrían poetas de diversas generaciones, tanto que en una noche de luna plateada y jolgorio etílico se podían apreciar poetas anteriores al nadaísmo, algunos poetas fundadores del nadaísmo, poetas subsiguientes al nadaísmo y los noveles poetas que a esta altura del siglo 21, finalizando la primera década, son poetas consolidados y que no declinaron respecto a su vocación y designio de poetas.
De los nadaístas, pasaron por la arteria Darío Lemos, Amilcar Osorio, Alberto Escobar, Jaime Espinel, Humberto Navarro Lince (Cachifo), Eduardo Escobar (cuando venía a Medellín) lo mismo que Jotamario Arbeláez. De los poetas inmediatamente posteriores a los nadaístas, los poetas Raúl Henao, Rafael Patiño, Fernando Rendón eran habituales, se conocían desde una o dos décadas atrás junto con Juan Manuel Roca. Muchas historias ligan a estos poetas a La Arteria y desde allí, quien creyera, se hacía pública su energía, su nombradía. También concurrían poetas un poco más jóvenes que los anteriores, pero en un permanente contacto por sus afinidades y diálogo inter-generacional, como los poetas de la revista Siglótica: Eduardo Peláez, Alberto Vélez, Gabriel Jaime Caro y Gabriel Jaime Franco. Allí podíamos encontrar, con frecuencia, al poeta Omar Castillo quien en 1984 funda la revista de poesía Otras Palabras. Además concurrían los poetas de la revista Punto Seguido: John Sosa, Luis Fernando Cuartas y Jesús Rubén Pasos; los jóvenes poetas que editaban incipientes revistas, de corta duración, como las revistas de poesía Grano de arena, Maya, Asfalto, Zócalo, Rana Verde, Pares y Ají, entre otras. Pudiéramos decir que parte de la historia de la poesía de Medellín está asociada a este bar y sus visitantes. Claro que había muchos más lugares donde, simultáneamente, reverberaba la vida de los poetas y sus cómplices. Los bares de salsa El Suave, El Oro de Munich, Los tres tristes tigres y La Bahía fueron puntos de referencia y sitios de encuentro de muchas personas que han influido de diversas maneras en la vida cultural de Medellín, entre esas personas muchos poetas experimentaron las noches de celebración en esos lugares que ahora son legendarios en la memoria de muchos. Ellos poblaban la noche de ésta ciudad adorable con su habla, su ebriedad, su risa y su poesía.
Es importante, para esta historia, el año de 1982. Veamos qué sucede en Medellín y qué estaba pasando en Colombia en ese momento. Se siente en el aire un ambiente socio-político álgido, con muchos conflictos cabalgantes, entre los que se destaca el ascenso macabro y sin tregua en las cifras de homicidios. Es el último año del período 1978-1982 del gobierno de Julio César Turbay Ayala. Período en el cual se decreta el Estatuto de Seguridad, que se impone debido a un escenario de descontento laboral y problemas de orden público que venían de su anterior período cuando se da una falsa prosperidad debido a la convergencia del capital de la Bonanza Marimbera (carteles de la marihuana), legalizado desde la llamada “ventanilla siniestra” del Banco de la República, junto al capital de la bonanza que se generó por las alzas en el precio del café. Esa falsa prosperidad afectó a la clase trabajadora y en 1977 se produce un gran paro nacional, realizado por las centrales obreras.
El período del “estatuto de seguridad” fue el de su fracaso ya que es justo en ese período cuando un comando del grupo insurgente M-19, en plena celebración del año nuevo de 1979, logra ingresar al Cantón Norte de Bogotá (una base del ejército) y sustrae las armas de sus depósitos. En febrero de 1980, un grupo de hombres del mismo grupo se toman la embajada de República Dominicana. Es importante anotar que es el período en el que se constituyen los grupos paramilitares, a raíz de la inseguridad concomitante en el gremio ganadero de la costa atlántica. En éste mismo período, en el año 1981, el cartel de Medellín conforma en esta misma ciudad, un grupo paramilitar denominado MAS (Muerte a secuestradores). El período del “estatuto de seguridad” es turbio y nefasto: aumentaron de manera escandalosa los abusos en derechos humanos y las desapariciones por parte de agentes del estado. Fue tanto el fracaso de ese estatuto que, a nivel del secuestro, se pasó de 44 secuestrados en 1979 a 1.126 en 1980.
Como se observa, es, también, una época confusa y caótica, con una población aterrorizada y presionada por los conflictos. Así que para 1982 hay una gran ebullición social y política. Es en 1982 cuando Pablo Escobar, jefe del cartel de Medellín, obtiene un escaño en el senado de la república, el cual pierde por causa de la campaña del diario El Espectador y el ministro de justicia Rodrigo Lara Bonilla, quienes denunciaron sus nexos con el crimen organizado, lo que detiene el ascenso político del jefe del cartel de Medellín. Es un año coyuntural, con muchas manifestaciones, confrontaciones, persecuciones y desapariciones. Simultáneo a todo ese caos sociopolítico, gravita un espíritu de renovación, de construcción de un país mejor, más vivible, entre los artistas y creadores literarios. Hay bastante producción poética en Medellín, se realizan recitales, también las llamadas peñas folclóricas, actos de solidaridad con las víctimas del estatuto de seguridad y se da la fundación de publicaciones fugaces de poesía. Por lo general las publicaciones no surgen espontáneamente, son el resultado de un clima tal que los grupos de artistas o poetas buscan la manera de expresarse, de reafirmar su voz en un tiempo que cercena los derechos de las personas mediante el terror sistemático, promovido en las ciudades como Medellín. Posterior a la generación del nadaísmo existe una generación de poetas que inauguran un nuevo momento en la poesía colombiana.
Así, en Medellín, para el año 1982 ya se siente la voz de poetas que han sido parte fundamental en la producción poética nacional. Es una constelación de poetas tales como Raúl Henao, Juan Manuel Roca, José Manuel Arango, Rafael Patiño, Fernando Rendón, Carlos Bedoya, Elkin Restrepo, Jesús Gaviria, Elí Ramírez, Anabel Torres, Víctor Gaviria, Carlos Vásquez, Gabriel Jaime Caro, Eduardo Peláez, Gabriel Jaime Franco, Alberto Vélez, Javier Naranjo, Carlos Enrique Ortiz, Jairo Guzmán, Edgar Trejos, León Gil, Omar Castillo, John Sosa, J. Arturo Sánchez, Fernando Cuartas y Jesús Rubén Pasos; luego los poetas nacidos a finales de los sesentas o a principios de los setentas como Luis Eduardo Rendón, Juan Diego Tamayo, Daniel Jiménez, Carlos Enrique Sierra y Víctor Raúl Jaramillo, entre otros. Todos ellos han contribuido de manera sustancial a configurar un nuevo panorama de la poesía en Medellín. En ese ambiente se gesta y se materializa, en febrero de 1982, la revista de poesía Prometeo. El poeta Fernando Rendón dirige y publica el primer número de la revista, con el apoyo de un grupo de trabajadores sindicalizados de Polímeros. Publicación que inicia un trabajo de divulgación bastante importante, dando a conocer autores relevantes en el panorama de la poesía contemporánea. La revista de poesía Prometeo se va perfilando como una publicación de carácter temático, pero siempre publicando obras inéditas de autores locales y de otras regiones del país. Rápidamente un número importante de los poetas anteriormente nombrados se convirtieron en colaboradores de esta revista y así se fue ganando un territorio para la expresión poética y su divulgación.
Simultáneamente en el país los conflictos sociales se incrementaron de manera abrupta y en la medida en que avanzamos en el tiempo van presentándose situaciones conflictivas de envergadura y de mucha influencia en el ánimo general. De esta manera, en el período de 1982 a 1986 los problemas se acrecientan, es el período presidencial de Belisario Betancur. En este período se hacen algunos acuerdos de paz con las FARC y el M-19. Surge la Unión Patriótica, un movimiento político de izquierda, que posteriormente va a ser víctima del genocidio de 4.000 de sus dirigentes e integrantes. El 30 de abril de 1984 fue asesinado, por sicarios, en una calle de Bogotá, el ministro Lara Bonilla. Esto implica la aprobación, por parte de Belisario Betancur, de la ley de extradición y el inicio de una guerra contra los carteles de la droga en los siguientes 10 años. El 6 de noviembre de 1985, el M-19, después de haber interrumpido los acuerdos con el gobierno de Belisario Betancur, se toma el Palacio de Justicia en Bogotá; mueren los insurgentes y los magistrados de la corte que allí estaban, como consecuencia de la orden presidencial de tomarse el palacio por la fuerza. En 1986 asesinan al director de El Espectador, Guillermo Cano Isaza, frente a la sede del diario, el 17 de noviembre de 1986 a las 7 a.m. Mientras tanto en Medellín avanza la degradación social asociada al narcotráfico, hay zozobra en la ciudad, prolifera un ambiente de crimen y asesinato, un ambiente de ánimo compungido y de bastante preocupación por las condiciones deplorables de la condición humana. Hay una confrontación ente las autoridades y el sicariato, también una racha de asesinatos indiscriminados donde son muchos los jóvenes eliminados brutalmente; era un delito ser joven en ese entonces. El siguiente período de gobierno le corresponde a Virgilio Barco Vargas quien enfrenta el fracaso de las negociaciones con las FARC y el aumento de la violencia causado por la guerra declarada por el cartel de Medellín. Luego, entre 1989 y 1990 fueron asesinados: Luis Carlos Galán, candidato liberal por el liberalismo, y los candidatos presidenciales de la izquierda Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo y Carlos Pizarro León Gómez, quien dirigió la desmovilización del M-19 durante ese gobierno para posteriormente convertirse en partido político.
La vida nacional estaba traumatizada por semejante torbellino de violencias. Frente a todas estas circunstancias la revista de poesía Prometeo logra permanencia y fortaleza gracias a la constante y persistente labor de Fernando Rendón y Ángela García, mostrando a sus contemporáneos una manera elevada de resistencia espiritual. Casi todas las revistas de poesía han sido efímeras. Como dijimos anteriormente, la revista Prometeo se convierte en un punto de encuentro de varios poetas y punto de irradiación cultural con una gran labor pedagógica, dando a conocer la poesía contemporánea entre un público lector heterogéneo pero básicamente constituido por jóvenes, estudiantes universitarios, poetas, artistas y personas interesadas en la poesía. Como hemos notado, la década de los ochenta trajo una cadena de sucesos adversos e intimidantes de la población. Medellín, en 1990 es una ciudad sometida por el pánico. La población estaba totalmente silenciada y escondida. Los asesinatos políticos eran la noticia de cada día. Las calles, escenarios de matanzas. Atentados con bombas, asesinatos selectivos. Todos los días había muertos. Muchos NN. Toda una atmósfera aterradora, de pesadilla. Ante tal degradación de la condición humana surge una respuesta lúcida y consecuente: realizar un festival de poesía como reafirmación y celebración de la vida, como una manera de confrontar una cultura de la matanza, promovida por fuerzas turbias generadoras de caos para controlar y dominar. Todas las condiciones sociales eran propicias para la creación de un evento que permitiera a la población asumir la expresión artística y poética como escudo protector, como emblema de dignidad y resistencia en medio del oprobio. Es un evento en el que los poetas reunidos en torno a la revista Prometeo deciden organizarse, aportar sus ideas y darle sentido a una celebración que se aproxima más a lo sagrado, a lo litúrgico, como catarsis colectiva, como sanación de un alma colectiva afectada, vulnerada por el atropello y la barbarie. Vemos cómo se dará un salto del silencio de los libros a la poesía que congrega y construye humanidad, hermandad y coexistencia. Así que en 1990 estamos ad portas de un suceso que cambiará la vida cultural y social de Medellín, ante un fenómeno en el que se asume a la poesía como fuente de transformación. La poesía para cambiar la vida, como lo propone Jean Arthur Rimbaud.
Así, por primera vez en la historia colombiana, una revista de poesía va a actuar socialmente, proponiendo la restitución de la dignidad vulnerada y la liberación del espíritu oprimido por la violencia y el terror.
2.
En 1990 la condición humana de los habitantes de Medellín estaba siendo vulnerada, afectada por todas las turbulencias, por todo el lastre de los conflictos. Es un tiempo en el que se ha valorado muy poco la vida. Tiempo adverso, desesperanzador. Luctuoso. La barbarie como una epidemia deja su huella nefasta en la memoria de la población. Pero simultanea a la matanza, la poesía se expresa. Si se observa la década de los 80 encontramos una producción de muy buenas obras, tal vez lo mejor que se ha realizado en los últimos 30 años. En esa década aparecen las mejores obras de Juan Manuel Roca. Raúl Henao está en la plenitud de su creación poética y ha publicado sus mejores libros. Fernando Rendón ha publicado su libro Contrahistoria. Igualmente Rafael Patiño, Carlos Vásquez, Carlos Bedoya, Gabriel Jaime Franco, Eduardo Peláez, Gabriel Jaime Caro, Alberto Vélez, Liana Mejía, J. Arturo Sánchez, Javier Naranjo, Carlos Enrique Ortiz, Gustavo Adolfo Garcés, Jairo Guzmán, Luis Eduardo Rendón y Juan Diego Tamayo, entre otros, convergían en torno a la revista Prometeo, actuando para la transformación de la expresión poética y para elevar el nivel de conocimientos respecto a la poesía contemporánea. Obviamente los poetas anteriormente mencionados no fueron los únicos colaboradores de la revista. En este contexto, el poeta Fernando Rendón convoca a los poetas antes mencionados y de todo ese intercambio, durante varias reuniones, surge el propósito de realizar un festival de poesía como manera de conjurar el miedo reinante, como congregación elevada y sagrada para la celebración de la existencia y como forma de resistencia civil ante un tiempo opresivo y degradante de la condición humana.
A través del trabajo persistente de Fernando Rendón y Ángela García, con la colaboración de Gabriel Jaime Franco, Sarah Beatriz Posada y de varios poetas y personas cercanas, se logra organizar la primera versión de una secuencia de Festivales que año tras año se han cualificado en su convocatoria y su cobertura.
Un Día con la Poesía,
I Festival de Poesía de Medellín
Es el año 1991. Definitivamente la población ya no soporta tanto miedo, tanta matanza, tanta bomba explotando en sectores urbanos. Son muchos los que han caído en el remolino de la violencia. Por las noches las calles de la ciudad de Medellín están desoladas. Hay un terror generalizado y se sabe de escuadrones de la muerte imponiendo su ley de exterminio. Todos los días amanecen asesinadas muchas personas, muchos adolescentes. Se trata del peor momento en la historia de la ciudad. La atmósfera urbana está saturada de crímenes, tanto sociales como políticos. La moral ciudadana se ve desfallecer. La valoración de la vida está en un pésimo nivel de depreciación. El protagonismo social lo tiene el sicariato y los atentados con bombas por parte del narcotráfico. Muchas desapariciones.
En este clima de convulsión social, la revista latinoamericana de poesía Prometeo logra realizar el 28 de abril de 1991, con el apoyo de la administración del Cerro Nutibara, Un Día con la Poesía evento que siembra las bases para que cada año se realice el Festival Internacional de Poesía de Medellín. Es un día espléndido, soleado, con una sensación térmica de calidez y frescura; desde antes de las nueve de la mañana se observan muchos grupos de personas movilizándose plácidamente hacia el pueblito paisa, situado en el Cerro Nutibara, uno de los cerros emblemáticos de la ciudad. Esta celebración tuvo un alto nivel de concentración de personas verdaderamente ávidas de un nuevo aire, de una nueva atmósfera en la cual se pudiera respirar mejor. Se observa que sí es posible hacer un verdadero continente, un bloque de resistencia con la poesía como lenguaje unitivo; la poesía como purificación, como elemento de cohesión y solidaridad. Se realiza una auténtica práctica de coexistencia. Se experimenta algo nuevo bajo el sol de Medellín: una convocatoria a congregarse en torno a la palabra poética y se logra alcanzar un nivel espiritual elevado, digno de una conjunción a partir de la poesía, como una liturgia donde se oficia la valoración de la vida. Fue sorprendente la concurrencia.
Todo el espacio de congregación, el cerro Nutibara, estaba ocupado por un público diverso, de jóvenes y adultos. Todos entregados al oleaje de la poesía para practicar el más antiguo de los ritos: la preservación de la vida y sus dones. El solo acto de salir de sus casas, un domingo, atendiendo el llamado de la poesía, sitúa al público en un lugar de mucho respeto y dignidad. Por ese gesto la ciudad le abre una nueva ruta al espíritu. Esta convocatoria es algo entrañable para todos los habitantes de Medellín. Es una operación de intercambio simbólico, mediante el canto, mediante la palabra creadora, revelando un sentido muy profundo de belleza y sublimación de la vida. Así, la poesía logra salirse de los dominios librescos y adquiere un poder de transformación que opera de manera inmediata entre un público que da lo mejor de sí mismo para que la acción curativa de la poesía sea posible. Sin la acogida y la voluntad espiritual de los asistentes, de los congregados, el evento hubiera sido un acto más en la mecánica social. Pero había un ánimo general propicio para darle permanencia a esta experiencia. Un Día con la Poesía tuvo como eje un recital de poesía en el que participaron poetas tanto de Medellín como de otras ciudades Los poetas de Medellín que leyeron sus poemas ese día fueron: Raúl Henao, Carlos Vásquez, Fernando Rendón, Gabriel Jaime Franco, Javier Naranjo, Carlos Enrique Ortiz, J. Arturo Sánchez, Sara Beatriz Posada, Ángela García y Jairo Guzmán. De Bogotá vinieron los poetas Fernando Linero y Jorge Mario Echeverri.
La programación se realizó desde las diez de la mañana hasta las seis de la tarde. Adicional a la lectura de poemas, hubo diversas actividades artísticas: Un montaje de poemas y danza-teatro a cargo de Marcela Ramírez, basado en el libro de poemas Anónimos del poeta Carlos Vásquez; una puesta en escena llamada Último día en el paraíso con doce actores de la Escuela Popular de Arte (EPA) y textos poéticos de Gabriel Jaime Franco, con la dirección del poeta y director de teatro Jorge Iván Grisales. También se realizó una muestra de videos sobre la vida y obra de los poetas José Asunción Silva, Luis Vidales, Héctor Rojas Herazo, Raúl Gómez Jattin y Darío Lemos, entre otros. Además, la ex Fanfarria Teatro presentó la obra Monólogo para una actriz triste. También hubo una exposición de libros y revistas de poesía y se realizaron talleres de creación poética con niños, dirigidos por el poeta Alberto Vélez. Para el cierre del evento se realizó un concierto de jazz.
Quince días antes de Un Día con la Poesía se realizaba un taller de apreciación de la poesía con un considerable grupo de jóvenes de diversos barrios de la ciudad. Acababa de nacer el evento que iría a convertir a la ciudad de Medellín en un punto de referencia muy importante para el desarrollo y promoción de la poesía a nivel mundial. Fue impactante la respuesta del público asistente. Después de tanto tiempo de tener represada la expresión y la comunicación, se logra un punto de fuga hacia otra condición más leve y elevada y se marca un derrotero, se insinúa un camino para seguir profundizando en esa propuesta de coexistencia y de fortalecimiento del espíritu. Por los días anteriores se anunciaba en la prensa: “Como canto y rocío, como estruendo y tormenta son las voces del poema, trocando en la ciudad el letargo en vivo oído, en cuerpo firme”. Este despliegue vital contribuye a crear una nueva expectativa, a enriquecer la vida de la ciudad devolviéndole su condición dialogante y fraterna. Se comienza de esta manera a romper el cerco de desconfianza, escepticismo y violencia. Un Día con la Poesía fue una manera de decirle a la sociedad que es posible defender la dignidad y cuidar el espíritu, la conciencia elevada de la vida y la existencia. Con este acto se consolidó una forma de resistencia civil cuya irradiación hizo que muchas personas estuvieran atentas y dispuestas a contribuir, desde su anonimato, con todo el esfuerzo por proteger el alma sensible y creativa de la ciudad. A partir de Un Día con la Poesía la vida cultural en la ciudad da un salto cualitativo hacia una manera vitalista y vigorosa de hacer partícipe a la poesía en el crecimiento espiritual de todos sus habitantes.
Un diario de la ciudad expresaba: “¿Qué misterio encierra la poesía que se ofrece como tabla salvadora en los momentos de crisis? El gran respaldo y acogida de un público numeroso que dio lo mejor de su sensibilidad para construir una atmósfera purificadora consolidó y reafirmó una nueva actitud ante la vida, el mundo y sus contingencias”.
Días antes de realizar el primer Festival de Poesía de Medellín, el poeta y director del evento, Fernando Rendón, declara ante los medios: “Estamos seguros que el acto del domingo no es un certamen cultural más, es un proyecto histórico que venimos adelantando los poetas. Queremos invitar a la gente a una reflexión honda sobre la poesía que se hace más relevante cuando la crisis toca fondo”. Estamos ante un fenómeno con el que se inaugura una nueva época para la poesía en Colombia. Se inicia lo que se puede llamar la globalización de la expresión poética. El primer Festival de Poesía de Medellín, presidido por el haikú de Basho “De las blancas gotas del rocío/ aprende el camino/ hacia la tierra pura/”, abrió una puerta de acceso a un nuevo escenario tanto para los poetas como para artistas. A partir de ese momento se le va a prestar más atención a las propuestas de los artistas y se asume con más seriedad el papel del arte y la poesía como factores de transformación en un contexto social conflictivo.
Un Día con la Poesía sirvió de referencia muy poderosa a partir de la cual se da un salto cualitativo y cuantitativo en el sentido de enriquecer la programación con autores de otros países, aumentar el número de escenarios y crecimiento numérico tanto del público convocado y asistente como de los poetas invitados. Estamos en pleno año de 1991, la violencia está en su cúspide de asesinatos y atentados. Continúa la turbulencia social y política. Simultáneamente los organizadores del Festival Internacional de Poesía de Medellín se reafirman más en su decisión de darle continuidad. El Festival se configura como una gran fortaleza, como ese ámbito donde es posible irradiar un nuevo sentido de la existencia.