La compasión
Por: Daniel Kunene
Lo que más necesitamos en el mundo de hoy es la compasión. En algún punto a lo largo del camino perdimos la necesidad de amar, de solidarizarnos, de amar al vecino. Las muchas guerras inútiles, las cárceles, las cámaras de tortura, el abuso de la tierra que nos sostiene, el trabajo infantil obligado: Estas y muchas otras atrocidades de nuestras sociedades actuales disminuirían dramáticamente si reclamáramos y recuperamos la compasión, amar al vecino, permitir que nos ame a su turno. El amor no es la debilidad; el amor es la fuerza.
La poesía es un medio poderoso para revivir la llama desfalleciente del amor a nuestros hermanos y hermanas. La poesía desplaza hacia la canción la lengua que sólo o en gran parte apela al intelecto. En este proceso, reaviva nuestra conciencia para acoger la compasión. La llama renace.
Cuando los trabajadores introducen la poesía en el trabajo, pronto desarrollan un ritmo, y el trabajo entonces se vuelve más suave y a veces incluso placentero. Así sobrevivimos.
Cuando nos oprimen, como bajo el Apartheid en Sudáfrica, y nos enfrentamos a nuestro opresor, la poesía nos ayuda a levantar el ánimo y a fortalecer la esperanza. Así sobrevivimos.
Cuando enterramos a nuestros combatientes en la lucha por la liberación, la poesía nos ayuda a restaurar nuestra fuerza y a reforzar nuestra convicción en la justicia de la causa por la que morimos. Su entierro se convierte en un lugar de renovada dedicación a la causa a través de la poesía y la canción. Así sobrevivimos.
Cuando levantamos nuestras voces en la poesía y la canción contra la barbarie de los linchamientos, tratamos de reavivar en la conciencia y humanidad del linchador un sentimiento de compasión y de amor, y así quizás salven las vidas de otras potenciales víctimas de esta atrocidad.
Hoy en día, cuando los líderes de las naciones declaran guerras innecesarias, y entrenan hombres, mujeres y niños para matar; cuando crean frases como “daños colaterales”; cuando tergiversan el lenguaje en apoyo de su insistencia en que sujetar a un ser humano a un acto de barbarie como el “submarino” no es tortura, entonces nos damos cuenta de que la compasión misma está siendo torturada.
Nuestro deber como poetas es levantar nuestras voces para que la compasión viva. Así sobreviviremos.