Odiseo Elytis, el poeta de la luz
Por: Pilar Fernández Rodríguez
(Extremadura al día)
Nació en la isla de Creta en 1911 de una familia procedente de Mitilene, la antigua Lesbos. Ateniense de adopción, la vocación poética le hará dejar la carrera de derecho cuando estudiaba en la universidad. Con la llegada de la década de los 30 se integra en la “Generación de poetas jóvenes griegos” que recoge las nuevas tendencias europeas y, partiendo del Surrealismo, buscan un lenguaje literario propio. A esta misma generación pertenecieron también Yorgos Seferis y Yanis Ritsos, otros dos grandes líricos contemporáneos de Elytis.
Nuestro autor publica sus primeros poemas en la revista “Na Grammata” (Las nuevas letras) en 1935 y ya destaca por su originalidad al centrar su obra en la exaltación de la luz, la diafanidad del paisaje y la presencia del mar Egeo. Una lírica que se distingue por la ausencia de recursos mitológicos y la búsqueda del sentido de la eternidad.
En 1979 recibió en Premio Nóbel de Literatura, lo que atrajo los ojos del mundo hacia este país de pasado esplendor. Sin embargo, en España, a pesar de tener en común con Grecia que somos dos países mediterráneos, la obra de los escritores en lengua griega ha sido poco traducida y difundida. En esta ocasión, hemos consultado la versión publicada en 1981, en Barcelona, por Editorial Pomaire, realizada por el profesor chileno Miguel Castillo Didier y que lleva por título “Odiseo Elytis: Antología Fundamental”.
La obra de Elytis se ha definido como una poesía de la luz. Es un elemento fundamental en su lírica. Para el poeta, esto parte de la raíz esencial del arte griego: “los europeos y los occidentales, dice el autor, hallan siempre el misterio en la oscuridad, en la noche, mientras que los griegos lo hallamos en la luz, que es para nosotros algo absoluto… El sol y el mar están indisolublemente ligados a la luz, la transparencia, la increíble hermosura de las islas griegas”.
Esa luminosidad se asocia frecuentemente al color en sus poemas. Así el blanco, el glauco y el azul celeste son términos recurrentes. El color más reiterado es el blanco, el albo; le sigue el azul del cielo y del mar y, como tono característico de sus versos, el glauco: que es amarillo teñido de verde claro. El color de la infancia y de la inocencia. Color que aparece incluso en los títulos de algunos de sus poemas como “Edad del Glauco Recuerdo”.
Entre las obras publicadas por Odiseo Elytis encontramos: “Orientaciones”, “Sol el primero”, “Canto heroico y fúnebre para el subteniente caído en Albania”, “Dignum est”, “Seis y un remordimiento para el cielo”, El árbol de la luz y la décimocuarta belleza”, “El Monograma”, “La erre del amor” , “Los medio hermanos” y “El pequeño Nautilo”.
La lírica del poeta cretense es una elevación de los objetos y de los seres, elevación de la naturaleza y de La lengua griega, una mitificación de las sensaciones, la exaltación de la luminosidad del universo. Todos los elementos están al servicio de una poesía que, en su conjunto, pareciera ser un anhelo de eternidad, una búsqueda constante del paraíso. La persona de Elytis abandonó este mundo en 1996, sus palabras diáfanas nos seguirán acompañando para siempre. Es la inmortalidad de los poetas.
Les ofrecemos, algunos ejemplos de la poesía de este autor griego del siglo XX, en la versión castellana realizada por Miguel Castillo Didier, profesor chileno que actualmente dirige la Cátedra Neohelénica de la Universidad Caracas (Venezuela) y ha sido el responsable de la traducción del escritor al castellano.
Sol el primero
No conozco ya la noche, terrible anonimia de la muerte.
En lo hondo de mi alma ancla una flota de estrellas.
Véspero, centinela, brilla junto a la celeste
brisa de una isla que me sueña
para que anuncie yo el alba desde sus altas rocas.
Mis dos ojos en abrazo te navegan, con el astro
de mi verdadero corazón: no conozco ya la noche.
No conozco ya los nombres de un mundo que me niega.
Nítidamente leo las conchas, las hojas, las estrellas.
El rencor me es superfluo en las sendas del cielo.
Salvo que sea el sueño, que me vuelve a mirar
cruzar con lágrimas, el mar de la inmortalidad.
Véspero bajo el arco de tu fuego de oro,
La noche, que es sólo noche, no la conozco ya.
Tiempos Serenos
Un nombre fresco cual si en el mar hubiese crecido
o hubiera vivido con una azulada primavera en el pecho
trae al mundo cerca. Y es el día
en cuyo interior ha comenzado el íntimo
Orto que olvidó las lágrimas,
mostrando en los espacios de los ojos
terrenales fragmentos de felicidad.
Salmo primero
Heme aquí pues,
el creado para las niñas y las islas del Egeo;
el amante de los saltos de las corzas
y sacerdote de las hojas del olivo;
el bebedor de sol y cazador de saltamontes.
Heme aquí justo al frente
del traje negro de los decididos
y del vientre vacío de los años, que abortó a sus hijos,
del grito del celo.
Una brisa disuelve los elementos y un trueno golpea las montañas,
¡Suerte de los inocentes, de nuevo sola, hete aquí, en los Estrechos!
En los Estrechos mis manos vacié
y otras riquezas no ví, y otras riquezas no oí,
sino fuentes frías que manan
granadas o Céfiros o besos.
“Cada uno y su arma”, dije:
en los Estrechos mis granadas abriré.
En los Estrechos, guardianes a los Céfiros pondré.
¡Liberaré los viejos besos que mi anhelo ha consagrado!
Una brisa disuelve los elementos y un relámpago golpea las montañas.
¡Suerte de los inocentes, eres mi propia suerte!
Oda a Santorini
Isla volcánica del archipiélago de Las Cícladas
(Fragmento)
Brotaste de las entrañas de un trueno,
estremeciéndote en las nubes contritas,
roca amarga, sufrida, orgullosa,
buscaste el sol como primer testigo
para enfrentaros juntos al temerario fulgor
para desplegaros en el piélago como un eco.
Despertada por el mar, altiva,
erguiste un pecho de roca,
salpicada por la inspiración del viento sudeste,
para que allí grabara sus entrañas la esperanza,
para que allí esculpiera sus entrañas el dolor.
Con fuego, con lava, con humo,
con palabras que predican el infinito,
diste a luz la voz del día.
Del Egeo
El amor,
El archipiélago
y la proa de sus espumas
y las gaviotas de sus sueños.
En su más alto mástil el marinero mece al viento
Un canto.
El amor,
su canto
y los horizontes de su viaje
y el eco de su nostalgia.
En su roca más empinada la prometida espera
un barco.
El amor,
su barco
y la indolencia de sus mistrales
y la borla de su esperanza.
En su más leve ondulación una isla mece
La llegada.