"El poema es un conflicto"
Por: Yván Silén
“Original” es lo que no depende de un modelo sino que es el modelo.
Emanuele Severino
Todos mis huesos son ajenos; yo tal vez los robé!. . .
y pienso que, si no hubiera nacido, otro pobre tomara este café!
Yo soy un mal ladrón… A dónde iré!
César Vallejo
La poesía es la experiencia radical de lo-Infinito. Es la cercanía brutal con lo-Dios que se nos propone (desde la ausencia misma de El). Desde lo más acá el poema avanza contra Lo más allá de todas las cosas por venir. Y desde ese encuentro, desde esa epifanía que irrumpe en el poema, la nada se devela en el devenir de lo insospechado.
El poema no es otra cosa que el conflicto de las cosas que irrumpen como nunca antes habían acontecido. La postmodernidad se halla sorprendida por el NO VENDERSE de la poesía. Como dijéramos en los años noventa: ¡LA POESÍA NO TIENE PRECIO! Este no-tener-precio no es otra cosa que la nada que procrea, que logra, que realiza y que se orgasma a sí misma. La nada se parece al ser. El poema es una cosa peligrosamente bella (la belleza no es inocente); es una cosa desconocida, incierta y, por ende, es un significado del sentido no dicho y no pronunciado. El poema es un no-“valor de uso” y, sin embargo, es el bien que el status quo no puede asimilar. El poema, al escribirlo, al escribirse, determina todos los actos vitales del poeta. El aëdo, aunque esté en la revolución, aunque se halle en la toma del poder, aunque lleve un rifle ambiguo sobre el hombro, vive para escribirlo y se realiza al escribirlo.
El poema, casa, cosa y caza del ser, es luminoso: alumbra, de lector en lector, la nación entera. El poema escrito es constante y ambivalente; dice su fin y se prolonga. El poema orienta. El poema, aunque atente contra sí mismo, apunta esencialmente hacia la identidad del ser. El nihilismo no lo nihiliza. El poema es lo que no retorna a la nada. Su no-ser-mercancía, o su mercancía-inútil, se resiste al proceso de nadificarlo. Su sentido se resiste al absurdo y se lo apropia.
La poesía es el ente que siente el sentido.
El poeta, entonces, lo experimenta el sentido (del poema) como el problema mismo de la nihilización que se establece en la realidad y el establishment. El ser del poema se orienta contra la nada y a su vez orienta al poeta en la oscuridad de la postmodernidad y del neoliberalismo. El ser poeta ilumina el ser ente del poema para a su vez dejarse iluminar por éste. El poema “huye” de la crítica a través del tiempo. “Huye”, se transforma y se “deforma” en la esperanza de que no puedan cazarlo en el manoseo de la idiotez misma. La costumbre no elimina el poema. Este siempre está delante. Porque el poema se retira hacia sus propios encuentros (hacia sus azares, sus coincidencias y sus conflictos) con lo constante. Cada poeta, si es “afortunado” en su tragedia, a mitad de la angustia, descubrirá los encuentros en la novedad de lo original (de lo “nunca” dicho).
El poema es, pues, la “nada” que la escritura transforma para hallarse en el desconcierto de los encuentros. El poema acaece desde su ser antimercantil (sólamente quinientos ejemplares) hacia lo que no puede ser todavía: su luminosidad, su posibilidad de ser lo que es nos desconcierta, nos sorprende, nos atestigua. El poema es el hecho imperecedero y constante de los efímeros. El poema contiene el futuro próximo de lo que siempre resulta angustiante: la presencia cotidiana de la muerte. El poema deviene hacia la nada del futuro y hacia la nada del pasado. El poema es, pues, la anticipación de lo-Dios. ¿Del futuro-escatológico de Dios? ¿Del Apocalipsis del tiempo? ¿Del pasado que “retorna” en lo-semejante? Él, el poema mismo, es la oscuridad de las cosas. Porque el “ser”, la historia del poder, se devela como el mal de los hombres: el Exterminador que se ha hecho presente. Porque el poema es el-MAL-de-la-heterodoxia que se enfrenta a la-maldad-de-la-ortodoxia. El ser mismo, siendo la apariencia total (la ambivalente, la ambigua--lo paradójico--), se desplaza simultáneamente hacia lo frágil de la “objetividad” y hacia lo precario de lo íntimo. Los cafés donde pernoctan los poetas están desiertos. Pero el poema, pese a su precaria publicación o a su precaria existencia, es incierto, es la tentativa y la tentación.
La realidad del poema es inatrapable. Está volando. La crítica, ante su “cosa”, ante su ente, ante su esencia, es siempre un fracaso. Porque el poema es la presencia de la angustia fugaz. El poema se antimercantiliza, y no puede hacer otra cosa con su esencia, porque ésta es su forma de ser más profunda. El poema deviene “nada” en el devenir de las cosas. El poema se nadifica, política o antipolíticamente, contra la presencia del nihilismo despolitizado. El poema es, pues, el rechazo obvio, paradojal y secreto de la sociedad capitalista. El poema aspira más: desea el rechazo total de toda “sociedad”-paranoica en su conservadurismo de nada. El poema es la “antinada” que no soporta el simulacro. El poema es la lógica oscura de la lógica. Es la lógica del sueño, del inconsciente, de la locura y de la poesía. Es la lógica prohibida de sí mismo. El poema es un atentado contra la epistéme platónica de La República y de Occidente.
El poema es el retorno de otra epistéme más extraña. El poema, el poeta mismo (la “voz” poética, el “sujeto” poético), es el saber de lo más oscuro. Es la realidad de lo más insobornable e insondable. Es el inconsciente de lo imprevisible. El poema se paraleliza, se anticipa y termina por simbolizar a las cosas. El poema se rebela contra sí mismo y se revela hacia el mundo. Dice lo insospechado de la realidad que el mundo no quiere entender, no quiere mirar y no quiere ser. El poema se epistemiza. El poema dice el ser como la cosa sensible, como la plasticidad misma del cuadro, o de la imagen, o como la música, o como la entidad de sí mismo: la metáfora-conceptual y el concepto de su ser metáfora. El poema es lo incognoscible del enigma del ser que irrumpe: el universo como la presencia del caos. El poema desde la epistéme se proyecta al caos de la energía oscura de Dios.
El poema vive marginado, ignorado, censurado, borrado y “desempleado” políticamente en el límite social del mundo y del espanto. En este “sentido de sentir”, en este aspecto del secreto, la poesía adviene como el espanto del amor que “siente el sentido”. Adviene desde el amor mismo al espanto. Acontece míticamente en la nada del ser que agoniza hacia el desastre de la gravedad. La nada comienza a ser en el sentido de lo bello, porque éste, lo bello mismo (kanteano o nietzscheano), no la protege. La nada está desamparada, a la intemperie o en la desolación misma de la belleza. No hay protección alguna del arte nietzscheano que nos proteja de la nada que somos. El Superhombre es, pues, el vagabundo desconcertante que acontece en el capitalismo decadente.
El poema es el accidente de la nada y de lo-Dios. Y desde la nada el poema acude a la cita con lo existente que lo contiene. El “todavía nada” (Emanuele) del poema lo vuelve turbulento, lo vuelve conflicto, lo torna malestar no sólo de la cultura freudiana, no sólo de la ontología o de la fenomenología, sino también de la prohibición del Antinihilista.
El poema es, pues, la no-nada o lo breve del ser. En este “sentido de sentir” el poema se añade como la crítica radical de la cultura cristiana. El poema es lo y EL que escucha el ser. El poema es la oreja que escucha el ser. El poema es el no-silencio que lo anticipa y lo pospone. El poema entre los silencios disolutos avanza entre las murmuraciones, entre la maldad cristiana y entre las calumnias de la sociedad inevitable. El poema es otra opción que el hombre demókrata no sospecha. El poema denuncia la cultura que lo margina. La delata como fraude contra una humanidad suspendida y tachada económicamente por el capitalismo. El poema se opone a una humanidad robada y genocidada. El poema dice, en la discordia con la filosofía (Heidegger), que la epistéme, el saber, ha sido deformada por los demagogos de las legislaturas y por los buhoneros de los congresos. El poema es dichoso y arádnido. El poema es restaurador de un secreto que se va telegrafiando o emilianizando poco a poco. Y que corrige en su reaparecer, en su constancia, el sentido malsano de la cultura que lo aflige. El poema hila los hilos que la cultura genocida de Occidente ha pretendido borrar de una historia que yace palimpsesteada.
El poema es, entonces, la diferencia de los que no han dejado de cantar. Es lo que subyace en lo real como disturbio. Es una presencia aislada que se opone al aislamiento. Es la distancia de la nada consigo misma, la incoherencia de la nada con su propio haber, y la soledad y el silencio de la nada. El poema siente todo eso del sentir(se) y se opone a la nada que lo constituye. El poema es una contra/dicción; una para/doxa. El poema es lo insospechado, lo incierto, lo que no se prevee. El poema es el modelo del ser que no ha acontecido en el haber. El poema permite que la poesía siga siendo altiva y políticamente “gitana”. Su nada es su coronación contra todo intento malsano de mercantilizarla. La poesía, y su hijo bastardo el poema, está esencialmente desmercantilizada. Pero esta nada termina por escandalizar a la epistéme.
La academia, la universidad misma, vive en el escándalo de la destrucción de las humanidades. Porque la academia vive y se ha enfrentado desfavorablemente al escándalo de la penuria enigmática de la poesía (el barroco, el romanticismo, el modernismo, el surrealismo, etc.). La razón vulgar, la docencia-demokrática, se enfrenta a la razón extraordinaria del poema extravagante: la originalidad de la poesía. En este “sentido del sentir” (la nada) la ciencia siempre estará sorprendida por la poesía del espacio-tiempo. La epísteme (ciencia) no sabe contestarle a la poesía del desconcierto o se convierte en ella misma. Porque ésta, la poesía del Poema, la poesía del cosmos, dice contra los silencios organizados políticamente por la nada del status quo. Occidente se ha deshecho en el acaecer capitalista de los hechos políticos del nihilismo. El poema, sin embargo, es e irrumpe en la discordia del ser y la nada, de la objetividad y lo íntimo, de la realidad y el sentido de los sueños, de la locura y la poesía. El poema es, pues, esa metáfora enorme que no niega a los contrarios, sino que los ata, los atrae y los proclama: el ser de la nada y la “nada” del ser.
Pero cuando hay discordia los neologismos atacan estéticamente al lenguaje de la gramática. El poema es el lenguaje sutil y lírico que ataca el atraso constante e indebido de la gramática. Es el reverso insospechado, el sueño insospechado de la gramática de la decadencia del capitalismo demokrático. Porque lo que ha sucedido es ésto: el poema no tiene objetos; el poema no se dirige a nadie. La nada lo constituye grecorromanamente a través de sus ilusiones de complicidad. El lector quiebra la soledad “absoluta” del poema. Y en un gesto inconsciente de su capitalismo mental, el lector pretende apropiarse y “nacionalizar” el acaecer insólito del poema. Pero el lector no hace otra cosa que intentar quebrar el enigma del poema. Busca egoísta y malintencionadamente apropiarse de lo insólito del poema para poder posar en las ruinas circulares de la episteme. El lector busca inútilmente separar al poema de su propio misterio. Simplificarlo al máximo y hacerlo políticamente tonto (o “curiosamente” demokrático). Intenta, pues, despojar, saquear (plagiar) al poeta de lo que le es propio. Busca saber más que el poeta y convertir al “crítico” en el verdadero poeta de las universidades. El crítico necesita urgentemente tachar al poeta. Porque el binomio insondable “poeta-poema”, poeta-poesía, poeta-misterio de Dios, lo seduce y lo amenaza. Aun así, el poema proseguirá ser-estando oscuro, enigmático y cerrado contra toda interpretación académica. Hoy intuimos, debido a ese verbo insondable del ser, de la esencia o del ente, que “detrás” o “delante” del poema sabemos a ser, sabemos a nada y sabemos a Dios. Hoy comprendemos… que después del poema sabemos a muerte.
10 de abril del 2009
Puerto Rico