¿Por qué la poesía?
Por: Álvaro Miranda
Una gran parte de los sucesos que nos da la vida, no son susceptibles de ser explicados; sin embargo, la ciencia, la técnica y la brujería intentan a toda costa dar una respuesta al amor, al deseo, a la poesía, a todo lo que existe sobre cielo y tierra.
¿Por qué escribo? No sé y no me inquieta saberlo. Algunos dirán que para sacar los demonios, otros que para que lo quieran más los amigos, los demás allá para darle apellido a su par de pantuflas. Sea cual sea la razón, es mejor no caer en la “interpretosis”, en esa exigencia tan occidental de querer hacerle la autopsia a todo, inclusive la conciencia con la manida frase de “conócete a ti mismo”, cuando bien sabemos que el hombre es insondable.
Escribir debe ser un acto sabroso como tomarse una cerveza fría a la orilla del Caribe y dejarse llevar por los cantos que las sirenas en música de vallenatos colocan sobre el cristal de la tarde. Pensemos que el sol está radiante, el mar sin olas y el cielo azul. En medio de tanta dicha uno, en su hamaca, se acuesta debajo de una palmera, bebe un sorbo de aquello que lo rodea y no se pone a explicar por qué lo hace o el por qué de su alegría. Lamento que alguien, después de escuchar a Beethoven, Agustín Lara o los Rolling Stones, se dedique a realizar una interpretación verbal, que nunca apunta al centro, de aquello que lo ha conmovido.
Debo decir, sin embargo, que muchas veces en la vida, la guerra me ha tumbado de la hamaca y el mar de mis encantos se ha llenado de sangre. Porque detesto estos pasajes de horror donde el gorila que llevamos adentro despierta, he sentido que la poesía, como estética de lo bello o de lo feo, es el único lugar posible donde el hombre no se derrumba porque con el dedo señalador encuentra una ética de sentidos y de imágenes.
Un escritor en ejercicio debe preciarse de haber leído más que lo que ha escrito. Conozco, sin embargo, personas que han invertido la relación y cojean con los resultados. De igual modo sé de muchos que han leído mucho y se bloquean en un párrafo. ¿Dónde está la chispa? ¿Cuál es la fórmula? No existe.
¿Qué impulsa a que para muchos la poesía como ejercicio de la escritura o de la lectura esté siempre presente y en otros no? Las razones para los primeros están en la experiencia, lo leído y lo oído. Para los segundos la vida no es más que el uso de los esfínteres, cenan, van al baño y nada más.
Freud había dijo en alguna de sus cartas que Goethe en su Werther armonizó algo que había ejercitado, su gran amor por Lotte Kastner, con otro suceso del que había oído, el destino del joven Jerusalem que se había suicidado. Goethe, con ese deseo de suicidio tan ávido en él, en uno de esos intentos de matarse encontró un punto de contacto para su identificación con Jerusalem, quien llega a la muerte por sus propias manos. La fantasía, que es más que esfínteres, blinda, en este caso, al poeta, de un suicidio derivado por sus vivencias. Shakespeare, nos lo dijo Freud, tuvo razón cuando equiparó la poesía a la locura, “el sublime frenesí". Oh diosecitos mínimos que somos: “La vida es un cuento relatado por un idiota; un cuento lleno de palabrería y frenesí, que no tiene ningún sentido” (Willam Shakespeare).
El suceso de la escritura es porque es y no porque uno lo explique. Si es verdad lo que dice André Breton sobre Poemas, la obra escrita de Pablo Picasso, “Todo existe por sí mismo. Es un sol en el vientre con miles de rayos. El resto no es nada”.