Notas sobre aspectos fundamentales de la poesía coreana reciente
Por: Kim Hyeon-Kyun*
* Universidad Nacional de Seúl
(Revista Espéculo)
Esta época nuestra es época de novelas y no de poemas. El ámbito poético se refugia en unas minorías que son a un tiempo fabricantes y consumidores, con lo que queremos significar que los poetas son casi los únicos lectores de poesía que hoy existen. Con ser esto cierto, no lo es menos el hecho de que en la literatura coreana el género más dinámico, en el que las fuerzas innovadoras se manifestaron con mayor pujanza, fue precisamente el poético. Ello se debe a que la poesía, siendo un género de escasa difusión, ha actuado en la literatura coreana moderna como género experimental de avance, y una de sus funciones ha sido la de abrir nuevos caminos y crear posibilidades de modernización para los otros géneros. Entre los poetas más destacados nos paramos a citar sólo algunos nombres: Kim Soo-Young de los sesenta, Kim Ji-Ha de los setenta, Hwang Ji-Woo de los ochenta y Jang Jung-Il de los noventa.
La tradición poética coreana,[1] desde sus orígenes hasta hoy, evidencia una trayectoria significativa en relación a la “tradición de la ruptura”[2]. Es cierto que cada época exige una nueva manera de pensar y asumir el mundo y que sostener un proyecto poético en torno a una sola perspectiva resulta prácticamente imposible. Pero en lo referente a esa tradición, nunca ha estado más viva que en las últimas décadas. La poesía coreana de nuestro tiempo mira y actúa y siente muy diferente de la poesía de cualquier otro periodo de la historia.
Ya se ha derrumbado la convicción de que el mundo tiene un camino y la historia una dirección. Diversas circunstancias han ocurrido para favorecer la apertura del espacio poético. A los hechos externos que influían en la realidad coreana como el derrumbamiento del comunismo en la Unión Soviética y Europa Oriental o la reunificación de Alemania, hay que sumarles los hechos internos, especialmente el fin del gobierno militar y la instauración de los gobiernos civiles y democráticos. De ahí que muchos poetas coreanos de nuestra época hayan visto desmoronarse los signos que cohesionaban su idea sobre la poesía y el mundo, y se hayan visto obligados, o bien a replantear sus actitudes y conceptos, o bien a guardar prolongados silencios. El cambio radical ocurrido en Kim Ji-Ha evidencia esta situación. El mencionado Kim, considerado en su patria y fuera de ella como la voz de los pueblos oprimidos,[3] particularmente durante la dictadura militar de los setenta, se ha convertido a partir de mediados de los ochenta en un poeta que canta sigilosamente la vida misma desde una perspectiva vitalista.
Como se ha señalado con frecuencia, durante largo periodo la poesía coreana ha seguido dos grandes cauces. Por un lado, la tradición de la poesía modernista, representada por el grupo de Moonhakgwajisung [Literatura e Inteligencia] (1970~80), que tiende hacia lo subjetivo, lo trascendente. Por otro lado, la corriente realista, representada a su vez por el grupo de Changjakgwabipyung [Creación y Crítica] (1965~), que continúa una actitud rebelde ante la realidad o la preocupación por la relación entre la literatura y la problemática social. Estas dos vertientes principales confirman el panorama de la poesía coreana posterior de modos tan distintos que representan dos caminos paralelos. De este modo, las estéticas planteadas por los dos grupos no se agotan, sino que expresan las claves de una postura que se multiplica y profundiza. El antagonismo entre las dos tendencias mencionadas dio lugar a una discusión que se prolongó durante mucho tiempo, y en muchos casos, constituía un obstáculo para ver el más allá. Fuesen o no conscientes de ello, los poetas vivían bajo la sombra de la generación anterior que les imponían el canon literario.
Por otro lado, la poesía de los últimos años acaba con la absurda y poco fructífera polémica que se venía arrastrando desde hace mucho tiempo, entre realismo y modernismo, entre poesía comprometida y poesía pura, y todo tipo similar de polarización artificial, más pertinente en el terreno de la ideología que de la estética. Como consecuencia, la poesía actual muestra su diversidad en el hecho de que a pesar de que se cuenta con varias revistas ninguna ha podido dar realmente un mapa de navegación, ni ser verdaderamente una visión de conjunto, lo que hicieron en los años pasados las dos revistas arriba mencionadas, dirigidas por los críticos y académicos Baek Nak-Chung y Kim Hyun respectivamente.
Ahora cada poeta elabora, en mayor o menor medida, un tono propio que rebasa el plano general de pertenencia a una o a otra estética. De ahí que una profusa variedad de formas, temas, influencias, voces, una pluralidad de vías y direcciones conformen el panorama de la poesía que se ha producido en Corea desde mediados de los ochenta. Lo que se observa apunta hacia un pluralismo poético en el que conviven varias tendencias entre las cuales cada poeta explora nuevas posibilidades artísticas. A primera vista, esta situación puede dar una impresión de caos; sin embargo, la falta de armonía constituye algo así como su peculiaridad. Más precisamente, esta situación caótica implica un dramatismo y una tensión interna.
Teniendo en cuenta el peligro de las generalizaciones indebidas, aquí se trata sólo de aproximaciones a ciertos rasgos que, por su extensión, contribuyen a dibujar el perfil de un momento literario. Los poetas de hoy muestran una serie de rasgos comunes que permiten verlos como integrantes de una promoción de poetas claramente diferenciada de la anterior, que marca una etapa nueva, distinta en el proceso literario.
En primer lugar, dentro de una producción tan rica y variada, ellos muestran una marcada tendencia hacia la poesía universalista, menos preocupada por asuntos inmediatos o por declaraciones generacionales, si bien comparten el tema de la angustia generada por la sociedad moderna. Como ya hemos señalado, la poesía de las décadas de los setenta a los ochenta, debido sobre todo al carácter inhumano que el gobierno militar estaba tomando en Corea, adquiere un cariz social y existencial que reivindica la protesta como fórmula poética y con ella un lenguaje llano y directo. Desde los sesenta la situación del país -la corrupción política que imperaba en el país- dirigió la atención a problemas de índole política y social. Con estos condicionantes, se produjeron innumerables poemas caídos en la trampa de la ideología. Hay una toma de conciencia en estos poetas que se contemplan a sí mismos como voceros o portavoces de su tiempo, de sus realidades, y de su mundo. El resultado palpable de esta actitud es la comunión entre la realidad y el lenguaje poético. Por tanto surge una íntima relación entre el autor, la obra y el lector, tal y como podemos observar en los poemas de Shin Dong-Yop, Park No-Hae, o Kim Ji-Ha. Este último mencionado ha sido uno de los poetas emblemáticos, de entre todos los constituyentes de su generación, que ha tenido mayor eco entre los lectores. En él, la pasión ha podido armonizar la firmeza de su mensaje con la fundamental autenticidad lírica, superando así riesgos de la poesía política.
Sin embargo, lo que provoca un cambio más drástico en la escena literaria coreana ocurre el año 80, cuando el ejército dispara contra los manifestantes en la ciudad de Gwangju. Este acontecimiento es una nueva marca tan evidente y una división tan profunda que no se le puede ignorar de ninguna manera. Se habla de este año como el punto de inflexión que divide la historia reciente del país. El 80 ha dejado una impresión indeleble en la conciencia del país y en su literatura. Prueba de una nueva forma de poetizar la realidad son algunos de los poemas que se escribieron a raíz precisamente de la matanza, que fue el despertar de la conciencia. Ellos se centran más directamente en cuestiones y problemas a que se enfrenta Corea en uno de los momentos más decisivos de su historia. Ante esta cruda realidad, muchos poetas como Moon Byung-Ran, Ko Un, Kim Nam-Ju, Kim Joon-Tae o Baek Moo-San, reaccionaron, llevados por sus sentimientos de solidaridad social, tratando de dar cuenta de semejante estado de cosas y de responder al desafío de explicar lo que había sucedido.
No hay duda de que la poesía realista social, tal como la practica Kim Ji-Ha, significa un gran aporte a la historia de la poesía coreana contemporánea. La poesía coreana alcanza especialmente su gran madurez artística gracias a este arte realista social, gracias a su feliz incorporación del referente social y político, la historia y la cultura de Corea. Pero, a partir de mediados de los ochenta, con la disolución de la inflación ideológica tiene lugar un cambio de enfoque significativo en la producción poética, ya que el énfasis en el aspecto temático cede terreno a la preocupación por las técnicas específicamente literarias y artísticas. Aún más, la dignidad de la poesía se cuestiona hondamente, a consecuencia de lo cual el lenguaje poético se convierte en una de las preocupaciones centrales, y la vida cotidiana invade a la poesía. La poesía coreana ya se enfrenta a la época que exige textos polifónicos y no los textos canónicos basados en la filosofía práctica. La crisis de identidad que atraviesa el texto poético actual hace que, a menudo, se desdoble en sucesivos términos para designar lo mismo. Aparte del término “poesía urbana”, se usan indistintivamente otros muchos: “poesía deconstructiva”, “poesía cotidiana”, “poesía confesional”, etc. Ante la ausencia de parámetros críticos que dieran cuenta de las nuevas tendencias poéticas, se ha echado mano también de términos como “pastiche”, “intertextualidad”, “parodia”, “metapoesía”, “poesía ecológica”, etc. Las diferentes tendencias de la poesía actual abren la posibilidad a una nueva poesía de carácter radical, fácil de relacionar con el discutido postmodernismo.
La dinámica poética de los últimos años describe, más o menos, el siguiente proceso: 1) declive de la estética realista; 2) acuñación de un nuevo paradigma que, pese a su pluralidad, se polariza, y cuyos rasgos distintivos más visibles son: a) el uso del lenguaje coloquial y de términos del ámbito cotidiano; b) la reintroducción del humor, el pastiche y la parodia; c) la temática urbana; d) el sentimiento de lo íntimo y lo individual; e) la literatura como intertextualidad; f) la difuminación o despersonalización del sujeto poético tras complejas combinaciones artísticas cargadas de referencias literarias. Todos estos elementos conforman el horizonte de la nueva creación. Este cambio operado dentro del discurso poético fue a consecuencias de una serie de otros cambios producidos fuera de él. Y eso que cambia afuera determina tanto el declive del paradigma de las décadas anteriores como la desaparición de las condiciones históricas de las que dicho paradigma derivó. Es en este periodo que se comienzan a cuestionar abiertamente los fundamentos del modelo poético hegemónico hasta ese momento. El cambio de un sistema discursivo a otro pasa siempre por fases intermedias, y el paso de un discurso a otro conlleva un periodo de duda y de vacilación. En este periodo de transición, el poeta Hwang Chi-Woo adelanta el estilo y acuña el sentido por los que, en la primera mitad del los noventa, discurriría la nueva creación. Él expone el sinsentido mediante el humor y la burla desacralizadora. Maneja con sutileza “lo literario”, tiene perfecta conciencia del estatus estético de la expresión poética y recurre, para atacarlo y rebajarlo, a la sátira, la parodia y la intertextualidad, con lo cual consigue desmitificar la seriedad y solemnidad de lo poético y construir una poética de lo cotidiano, de la misma manera de lo que pasa con la antipoesía de Nicanor Parra. Es ésta la tendencia más productiva de la poesía coreana de las últimas décadas y la que posee un número mayor de poetas innovadores y reconocidos: además del citado Hwang, debemos incluir a personalidades como Lee Sung-Bok, Park Nam-Chul, Park Sang-Bae, o Cho Won-Kyu.
A principios de los noventa, los poetas coreanos sienten un colapso ante la ausencia del enemigo o centro, o lo que es lo mismo, la relativa democratización del país. Este nihilismo paradójico es la primera experiencia en toda la historia de la literatura coreana. Bajo la ausencia total de un centro como producto de la experiencia socio-histórica, la nueva corriente del llamado postmodernismo o postmodernidad invade a la literatura coreana en plena escala, ocupando el vacío. En términos generales, se podría afirmar que emerge un movimiento de ruptura que provocaría el desplazamiento de un modelo poético moderno hacia otro postmoderno o contramoderno. Como bien es conocido, el término postmodernismo o postmodernidad no puede ser aplicado en la definición de un momento histórico y cultural concreto sin que ello encierre alguna contradicción. Para muchos, la postmodernidad “no es nada más lo que está después de la modernidad”[4]; para otros, se trata de una experiencia antagónica. Hay quienes entienden la posmodernidad como un ademán conservador, otros como la superación de las falsas antinomias de la modernidad. Para algunos, el modo postmoderno de conocimiento implica la pérdida de credibilidad de los “grandes relatos” o “metanarrativas” legitimadoras del pensamiento moderno; para otros, es el nacimiento de nuevos paradigmas de pensamiento. A pesar de las innumerables controversias al respecto, encabezadas por Habermas y Lyotard,[5] muchos teóricos coinciden en situar el nacimiento de este periodo histórico llamado postmodernismo en la década de los años cincuenta y principios de la de los sesenta. Sin embargo, es a finales de los años ochenta cuando en Corea esta noción gana la calle expandiéndose en los diferentes ámbitos sociales.
¿No se hace esta noción, la de postmodernismo, necesaria, para hablar de toda la poesía coreana de los últimos años, en su contemplación de conjunto? Los debates al respecto conllevan la contradicción, desde el principio, ya que parten del concepto diferenciador y descentrador para terminar clasificando y encasillando la literatura coreana. De todas maneras, hay que reconocer que no todo el mundo está de acuerdo en que se pueda hablar de postmodernismo en el contexto coreano. Esto, sin embargo, no implica que algunos de los fenómenos y manifestaciones de lo postmoderno no puedan moverse por ese espacio. En efecto, el postmodernismo funciona como un criterio muy importante para describir los cambios que han ocurrido en nuestra época. A partir de este supuesto se han realizado numerosas investigaciones sobre la poesía coreana reciente, particularmente la de las dos últimas décadas. Si aceptamos la existencia de un espacio postmoderno, en el que van apareciendo una serie de producciones artísticas marcadas por la heterogeneidad, podremos apreciar inmediatamente una serie de coincidencias, de planteamientos comunes, de rasgos similares, entre la poesía coreana actual y lo que ha dado en llamarse “estética de la postmodernidad”. La crítica ha distinguido algunos rasgos que muy bien pueden ajustarse a muchas definiciones y características del postmodernismo, como son la ruptura de líneas entre texto e intertexto, el hibridismo de los géneros literarios, la invitación a la participación más activa del lector, o la autorreferencialidad del proceso creativo, entre otros. Nuevos paradigmas anotados nos permiten suponer la configuración de una práctica poética basada en un modelo anticanónico con respecto al hegemónico hasta entonces. Como puede observarse, el tenor básico de la poesía postmoderna indica la inadecuación de la poética realista a la nueva situación histórica social. Esta situación puede llevar a una reacción irreversible y un corte definitivo de la tradición poética, preparando un nuevo terreno radicalmente diferente, quizá con nuevos cánones poéticos, tanto en su contenido como en lo formal.
Entre otras muchas, la reflexión metapoética es una de las tendencias más actuales, vinculadas a las formas del arte postmoderno. Este fenómeno, calificado por Linda Hutcheon de “narcismo”, no es una novedad absoluta si se tiene en cuenta que la posibilidad de desplazar las reflexiones sobre la poesía desde el discurso teórico al la poesía misma estuvo a disposición del poeta desde los orígenes mismos de esta actividad creadora. Sin embargo, en las últimas décadas, se observa una mayor conciencia crítica, que provoca un planteamiento más complejo de la problemática de la escritura. Este fenómeno, en cierta medida, vendría propiciado por el ambiente cultural y literario de la época, puesto que la poesía de este periodo muestra más que nunca el protagonismo de esta original forma de literatura que articula una reflexión sobre sí misma. La crítica establece una relación existente entre la proliferación de la metapoesía y el cambio social que tiene lugar en los ochenta, especialmente la situación que la tragedia nacional de mayo de 1980 produjo en la sociedad coreana. Este tipo de práctica, vista como manifestación concreta de una crisis de la realidad, supone a la vez un camino para la transformación de convenciones y normas de escritura y lectura, al tiempo que nuevos horizontes para la serie literaria. Pertenecen a esta tendencia, cuyo relevante precursor sería un Kim Soo-Young de los sesenta, los poetas como Hwang Chi-Woo, Jang Jung-Il, Park Nam-Chul, Jang Kyung-Lihn o You Ha. Todos ellos se sienten interesados por cuestiones como la propia función de escritor, su responsabilidad como poeta, la validez del mensaje poético que desean transmitir, sus receptores y otros aspectos relacionados con el oficio literario.
Mientras tanto, también en lo temático las constantes que se han ido destacando en las obras publicadas durante las últimas décadas son muy heterogéneas. Como ya hemos dicho, en el eje de los finales de los ochenta se produjo el declive del realismo histórico y una fatiga evidente de sus recetas más incisivas y radicales. Tomaban cuerpo las dudas sobre la posibilidad real que tenía la poesía como instrumento para transformar el mundo y la historia. De todos modos, no fue el realismo en sentido amplio quien entró en crisis, sino el realismo histórico, la poesía social y sus alegatos más contundentes y coyunturales. Por ello continuaron otras opciones realistas, en el sentido de realismo interior, y las alternativas de una reflexión o discurso moral a partir de lo cotidiano. Sobre todo, desde finales de los ochenta, al lado de la preocupación sociopolítica, se deja notar la presencia cada vez más patente de los temas ecológicos. Los poetas como Ko Un, Kim Ji-Ha, Choi Seung-Ho y Lee Moon-Jae, indagan en los problemas ecológicos y sociológicos a que se enfrenta la sociedad coreana de hoy, advirtiéndonos que la crisis del medio ambiente se puede solucionar sólo a través del respeto a la vida, o sea, un diálogo profundo que el ser humano entabla con su entorno natural porque, recordando a Ortega y Gasset, yo no soy yo desligado de mis circunstancias.
La ciudad es otro de los núcleos temáticos de primer orden en la poesía de las últimas décadas. Casi no hay poeta de esta época que no haya continuado, con mayor o menor frecuencia y acierto, esa tradición, iniciada con Baudelaire, de blasfemia acusadora de la barbarie civilizada o de la violencia urbana. Esta circunstancia resulta una consecuencia lógica, si tenemos en cuenta que la mayor parte de los poetas coreanos viven en una de las metrópolis más grandes del planeta, espacio problemático que representa la encrucijada de todas las desgracias y contradicciones del mundo moderno. La condición urbana de estos escritores les ha marcado hasta extremos insospechados, haciéndoles reaccionar en contra de los problemas derivados del crecimiento urbano del que son testigos. Dentro del desarrollo de esta línea poética, y durante los últimos años, los poetas como Choi Seung-Ho, Lee Ha-Suk, Ha Jae-Bong, Lee Yoon-Taek y Jang Jung-Il nos han legado algunas de las obras más representativas y renovadoras del panorama poético coreano. Entre ellos, la presencia de Jang Jung-Il ha dado lugar a la concienciación de todo: la incomprensión, la envidia, las lecturas malintencionadas e incluso la adulación desmedida y el elogio devotamente acrítico. La importancia que ocupa la vida urbana o cotidiana en su poesía es un rasgo que lo define como un poeta plenamente moderno. Pero la ciudad, además de ser una realidad social en su poesía, supone un espacio escritural en el que se forja una poética desmitificadora. Como hemos visto, si bien hay una coincidencia por parte de los críticos de ver en la última poesía una ruptura del compromiso mimético con la realidad, no por ello se trata de un arte no representativo. Efectivamente, el fuerte elemento realista aparece siempre a lo largo de la historia de la poesía coreana.
El otro rasgo de la poesía coreana actual que podemos indicar es la gran cantidad de voces femeninas. Es notorio que en la poesía actual, después de No Chun-Myung, Mo Yoon-Sook, Kim Nam-Jo, Kang Eun-Kyo, Moon Chung-Hee, Kim Hye-Soon, Kim Seung-Hee, Choi Seung-Ja, Choi Young-Mi, Hwang In-Sook, las poetas están siempre presentes y adquieren en muchos casos un papel protagónico, como lo muestran Kim Sun-Woo, Na Hee-Duk o Huh Soo-Kyung. A este respecto, ya la crítica ha observado cómo en los momentos de revolución la voz femenina suele desaparecer del escenario poético y cómo, en cambio, vuelve a dejarse oír en los periodos de serenidad, orden y concreción, esto es, cuando el ejercicio poético puede hacerse instrumento de confesión y afirmación personal.
Las descritas hasta aquí son sólo unas cuantas tendencias generales que no pueden ni pretenden responder a la totalidad de la producción poética coreana, ya que cada obra publicada representa un nuevo matiz, una aportación singular al abanico de pluralidades en el que se ha venido manifestando la poesía coreana de los últimos tiempos. Más aún, la poesía coreana actual todavía está en proceso de formación, por lo cual sería precipitado intentar adoptar una opinión definitiva sobre la expresión poética actual. Sin embargo, a la luz de lo arriba expuesto, podemos afirmar que la poesía coreana actual se escribe, en su pluralidad, con un propósito definido: el cuestionamiento de la tradición poética, especialmente la heredada del “realismo poético”. Aunque convive con otras líneas más conformes con la tradición o con la tendencia social, esta veta representa la propuesta poética más llamativa en la actualidad de Corea.
Para terminar ya, aquí señalamos una de las tendencias significativas que comenzaba a hacerse obvia en los setenta y ochenta, y se intensificará aún más en un futuro muy cercano. Se trata de la poesía hacia la reunificación nacional. Durante largo tiempo, la reunificación ha sido una anhelada pero elusiva meta de los coreanos. Sin embargo, recientemente y a partir del Gobierno de Kim Dae-Joong (1998~2003), ha ido progresando, a un ritmo acelerado y en contra de toda expectación, el espíritu de confianza y cooperación entre las dos mitades de la península, lo que ha engendrado la esperanza de que podría alcanzarse la reunificación en un futuro no muy lejano. A pesar de que bajo el Gobierno del conservador Lee Myung-Bak (2008~) las relaciones entre las dos Coreas están pasando por su peor momento en años, no cambiará drásticamente la política de acercamiento iniciada en 1998. Esta situación nos permite presumir que aparecerá en la escena poética una considerable cantidad de poemas que temáticamente giren en torno a la reunificación.
* * *
NOTAS
[1] En su ya clásico prólogo a Poesía en movimiento (1966), Octavio Paz afirma que lo que llamamos tradiciones nacionales son, casi siempre, versiones y adaptaciones de estilos que fueron universales. Visto desde esta óptica, la poesía coreana es una mera abstracción, y lo único cuya existencia es evidente es la Poesía, tesoro común a todos los pueblos. Sin embargo, esto no implica que el factor nacional pueda del todo olvidarse. Las literaturas nacionales serían tan diferentes las unas de las otras que el intento de resumirlas bajo el denominador común no correspondería a ninguna realidad. Considerado de este modo, la poesía coreana, aun cuando comparte en cierta medida las tradiciones universales con otros países, tiene su propia coreanidad, y los poetas coreanos también se insertan en la tradición particular de su país. Nos parece oportuno citar, a modo de síntesis, la dialéctica entre lo nacional y lo universal a la que Paz se refiere como explicación global de la mexicanidad. Véase Octavio Paz, “Prólogo”, en Poesía en movimiento, 23.ª ed., México, Siglo XXI, 1995, p. 4.
[2] Rodríguez Monegal inventa este concepto para caracterizar el proceso casi ritual de cuestionamiento de la herencia literaria inmediata, o lo que es lo mismo, el conflicto permanente entre la tradición y la renovación. Véase “Tradición y renovación”, en América Latina en su literatura, 11.ª ed., México, Siglo XXI, 1988, pp. 139-145. Por su parte, Paz se vale de esta expresión para describir el sesgo que la continua ruptura de la tradición ha terminado por establecer como constante en la literatura hispanoamericana contemporánea. Véase Los hijos del limo, 3.ª ed., Barcelona, Seix Barral, 1990, pp. 15-37.
[3] La revista Proceso publicó en su número 201 (8 de septiembre de 1980) algunos poemas de Kim Ji-Ha con versiones de José Emilio Pacheco bajo el título de “Kim Chi Ja, el poeta en prisión”. A partir de 1960 la publicación de cada nuevo poema significó una estancia en la cárcel para el poeta. En la protesta internacional de los setenta para su liberación participaron Sartre, Simone de Beauvoir, Marcuse, Oe Kenzaburo, Chomsky, Claude Simon, Joseph Needham, Louis Malle y Robbe-Grillet.
[4] Octavio Paz, La otra voz, Barcelona, Seix Barral, 1990, p. 6.
[5] En torno al debate entre ambos, véase Richard Rorty, “Habermas y Lyotard sobre la posmodernidad”, Revista de Occidente, 85, junio de 1988, pp. 71-92.
* * *
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Fernández Moreno, César, coord. (1988), América Latina en su literatura, 11.ª ed., Siglo XXI, México, DF.
Joon-O, Kim (1993), Poesía urbana y poesía deconstructiva, Moonhakgwabipyungsa, Seúl.
Paz, Octavio (1990), Los hijos del limo, 3.ª ed., Seix Barral, Barcelona.
__________ (1990), La otra voz, Seix Barral, Barcelona.
__________ (1995), Poesía en movimiento, 23.ª edición, Siglo XXI, México, DF.
Seung-Hoon, Lee (1991), Poética posmodernista, Sekyesa, Seúl.
Rorty, Richard (1988), “Habermas y Lyotard sobre la posmodernidad”, Revista de Occidente, número 85, pp. 71-92.