Para fundar la realidad: Una palabra
Por: Claudia Trujillo
Especial para Prometeo
Bajo el extraño hechizo de las palabras nos tendemos subyugados por una hermosa asfixia, fascinados todo el tiempo por la belleza que arrastra el corazón a cierto resplandor en la tiniebla.
Comenzamos a devenir, cuando la palabra nos es revelada como el único truco posible para fundar la realidad.
Hundir las manos en la escritura quizá tan solo trate de hacer visible, lo que ya de por sí es sagrado.
Hay un deber oculto en cada poema; el ejercicio de aprehender el mundo desde el silencio, de asir su respiración, de capturar su perfume… como una fotografía que no cesa, … y con la misma tozudez, sembrada en sal la mirada, leer la amargura en un golpe de abismo; fisura de ser, pregunta insomne.
La boca de la vida luminosa y de la muerte oscura, su sentencia callada, es a la vez, la boca y la sentencia de la poesía que vigila los límites entre lo sacro y lo profano que vela por su equilibrio secreto.
Así la poesía se torna la hija del piélago y trae en su aliento la antorcha de la verdad y de la gracia que ha descubierto, atravesada por las razones de la intuición, posesa por la iluminación de lo divino.
El poema nace de un estado extremo de tensión, del fustigamiento por la pregunta, de la diáspora, de la desilusión intensa, de la necesidad de liberar el alma de la carne, del anhelo de restituirse al todo, de borrarse de ese todo, en la palabra.
Una inmensa urgencia de poblar el ser de las cosas, hurgar su sentido, hallar su desnudez y su fatalidad, con la esperanza de que al palpar su intimidad, nos sea ofrendada su alma; y por comparación y por resonancia y por analogía, también la nuestra.
Se hace patente que aquello que permanece a la sombra, iluminado tan solo por la fuerza de la imaginación, reinando desde su invisibilidad, aquello que no se retiene con la cifra del aliento para ser comunicado al mundo; es justamente “la evidencia oscura” de esa otra luz que no se atrapa con la razón.
Ya de por si la palabra es portadora del equívoco, del significado errático. Todo acto de nombrar es apenas la aproximación, la ilusión, el sueño de la sustancia sagrada; mas no la sustancia misma. Toda palabra es la quimera, el éxodo que huye y se pierde entre la niebla.
El encantamiento, la seducción velada y vaporosa de la poesía, radica justamente en la precisión para aprehender el espíritu entre el humo, el alma que se esconde entre el vaho. Su contundencia debe hacer florecer ese silencio, esa intangibilidad en un aliento preciso, justo habitante del fuego de ser, firme y erguido en su existencia de viento.
Solo el silencio cobija el símbolo intacto, salvo si hallamos, como el mago, la palabra plena, la palabra exacta que permita transfigurar el pensamiento en realidad inaplazable, la poesía en acto rotundo.
Mago
Flota sus manos en la oscuridad
para amasar el mundo;
juego de niños.
Como el regalo
que nos es propio
inventa el azar...
Tras el velo de la materia
esconde su herramienta,
guarda el cielo...
...allí los elementos secretos
de su oficio:
allí su pensamiento sin término,
su devoción por lo inédito
su pasión por lo eterno,
lugar de la ilusión
corazón puro.
Como centro de todo prodigio
edifica los sueños
sobre el polvo..
Ojos y boca
desbordan lumbre divina
sobre la carne...
ahora sustancia herida,
realidad que se libera,
para ser pájaro
o verso
o casa sobre la tierra.
Mago:
palabras de silencio,
actos de fuego.