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Estelas que no cejan

Fotografía tomada de elciudadano.com

Por: Verónica Zondek

Escribo a cualquier hora y donde surja.  Digo, anoto en papeles, libretas, reversos de boletas.  Mas el cuerpo poético mismo, es decir la estructura, la corrección, la melodía, el ritmo, el sentido, etc..., me ocurre en un tiempo limpio de quehaceres, en esos paréntesis que uno atrapa al vuelo o esos a los que uno se entrega entre un entre y otro, para poder dar luego forma a los escupitajos sembrados durante meses y a veces años, sobre algún tema de obsesión que por molesto, por obstructivo para el bien y normal vivir o por deseo de decir, de abrir un espacio donde sea posible respirar bien, gozar o volverse alegre por un rato, se vierte al papel.  Pero habitualmente es a la inversa.  La escritura se me da como esas piedras en el zapato (que dan alivio cuando se sacan), como un algo inevitable que debo objetivar para lograr mascarlo y luego expulsarlo.  La escritura es siempre para mí un presente en llamas, incluso cuando indaga en el pasado.  El pasado es sólo relevante en una poética cuando habla desde aquí.  El tiempo no es transcurso sino presencia.  En ese hurgar y presentar, en ese observar y mirar, en ese comentar, en ese anotar, ahí, es donde se encuentra la incomodidad de la letra escrita.  Es justamente esa incomodidad la que me hace buscar la palabra, la que no deja que me relacione con ella como si esta fuese un juego, aunque convengo en que hay muchos modos de hacer que esta hable, de que esta le hable a otro y cobre significado dentro de una comunidad dada.  La palabra sola es grito y a veces siento que grito y no veo donde éste cae y la angustia no me cesa.  Otras, alcanzo a percibir su aterrizaje y entonces se me da el contento y respiro. 

 

Distingo dos etapas en mi escritura: La explosiva, expresiva y dolorosa que es la primera y luego la trabajosa, la que da forma, la estética, la musical, la placentera que es la segunda y se extiende por añares porque se topa con esa otra obsesión que es la de lograr un poema que se diga del modo más potente, penetrante y perturbador, porque pienso que la tarea de un buen poema es primero abrir una brecha desde donde sea posible mirar como si fuese esta la primera vez que se ve y luego resistir el embate y molestar sin tregua.  Es la búsqueda de un lenguaje que re-vivido, vuelve a significar, vuelve a decir.  Ambas etapas se me dan siempre entre quehaceres y deberes, sin perjuicio de que cuando estoy en ellas el mundo parece desaparecer y el tiempo se detiene, haciéndome olvidar por un momento, por ejemplo, que debo ir a buscar a mi hija al colegio o agregar un leño al fuego.

Como necesidad básica para la escritura distingo por sobre todas las otras el imperio del silencio.  Esto también implica que lo cotidiano inmediato esté solucionado o al menos silenciado, permitiéndome ser aparte, ser otra, una no necesitada, una desconocida para el entorno propio.  El silencio puede darse en mi escritorio, en medio del barullo del mar, frente a una ventana en un café, sentada en el micro, mientras manejo el auto o me habla alguien, etc...  Es decir, en cualquier instancia donde logre ese grado de abstracción y por ende sea capaz de transportar mi pensamiento y emoción a otro lado.  Ese silencio me envuelve y aguza la mirada, los sentidos, la piel... y es en ese espacio donde logro atrapar a la palabra.  El razonamiento sólo se hace presente en la segunda etapa: cuando pienso que lo anotado vale la pena y merece estructura, hilo conductor, música, ritmo y un algo de hipnosis que agarre a un lector hipotético, lo seduzca y lo obligue a leer, para perforar por un instante lo cierto y dado o el contento fácil y derrumbar la certeza adquirida a fuerza de costumbre y flojera e introducir la uñeta de la duda, transformar el ojo, temblar la carne hastiada, de ese ser sinónimo de contento sin tapujos.

Escribir es también para mí, un modo de conocer el mundo, de hacerme de un terruño reconocible, de establecer lazos con un pasado que me permita leer y vivir en conciencia el presente y la comunidad que habito,  de instalarme en una especie de plataforma que aunque siempre está a punto de hundirse, flota, deja una estela. Esa plataforma está siempre a una cierta distancia e impide mi participación plena,  pero me entrega un ojo que observa, que anota, que comenta, que penetra y que finalmente es testigo que trasciende el tiempo.  Por eso no hay escritura sin ética.  La escritura es un entramado del ser.  Es la fértil tierra para ese vagabundeo.  El árbol genealógico.  El mapa donde es posible estar con el otro.  Un río para navegar más allá del horizonte conocido sin perjuicio de caer en los abismos y en las fauces de los monstruos.  Una tierra donde plantar y ojalá ver la cosecha,  la flor, la semilla.  Memoria para aplacar el miedo del presente.  Certeza de que hay un continuo.  Fruto para llenar el cuenco del vacío.  Hambre de hogar.  Remanso para el estertor del alma que arrastra los ojos que no pueden dejar de mirar.  Mantra para aplacar la bestia.  Silencio y patria blanca.  Garabatos que pueden calmar la sed, ahuyentar el terror y atrapar la tibieza de esos otros que conforman el núcleo que en el colmo de su atrevimiento, anidan.

Dar nombre.  Memorar.  Familia oscura sobre fondo albo.  Extrañeza del ser.  Presencia en tierra conocida.  Investigación.  Escritura como indagación de lo que se da por hecho, de lo prohibido y de la entrelínea.  Trasgresión.  Más allá.  Ver y decir. Cargar nuevamente a la lengua con un sentido, robársela a la industria devastadora de las comunicaciones. Re-significar.

En resumen, veo a la escritura como una obsesión anotada.  Como expresión de entrega o de búsqueda.  Como un modo para decir el mundo y provocar.  Como un espacio que con su distancia permite aprehender el entorno, apoderarse de él y darle forma para luego  entregarlo y esperar.  Escribo para introducirme en las oscuras noches del alma personal y colectiva.  Viaje, movimiento hacia adentro y hacia afuera que recauda y procesa datos de una realidad esquiva.  Mapografía cognoscitiva.  Espacio de libertad, investigación, resistencia, pensamiento y ampliación de los sentidos.  Un modo de habitar y hacer comunidad.  Vaso comunicante entre lo que se escribe y lo que se escribió con anterioridad.  Comunidad que trasciende y se instala en la materialidad de la letra.  La comunidad pienso, precede al individuo que escribe: o sea le hace entrega de la lengua y en el caso de yo, la que escribe, debo devolvérsela enriquecida en sentidos.

Después de todo lo dicho y pensado.  Tras tanto y acucioso merodeo, ¿podría alguien decir que el “porqué escribo” de una poeta es distinto al “porqué escribo” de un poeta? 

Última actualización: 29/08/2021