La mántica griega en dos casos y cuatro poemas
Por: Walther Espinal
Furor apolíneo-dionisíaco
Apolo es hijo de Zeus y Leto. Desde su nacimiento fue coronado con Hiedra y fuerza invencible. Sus flechas son un regalo de Hefesto. Y Zeus le entregó un carruaje que es tirado por cisnes. Apolo nace en la isla de Ortiga, que luego fue Delos, y posteriormente, Delfos. La historia de Delfos narra que este lugar, antes de llamarse así, era conocido como Lugar de Pito, a los pies del monte Parnaso. Allí el monstruo Pitón servía a Hera persiguiendo a Leto, la madre de Apolo. El dios de la lira acaba con el animal Pitón y desde entonces instituye en su honor los juegos fúnebres píticos y un santuario para su culto. Este templo después tendrá el nombre de Delfos, Delfis, Delfín, porque Apolo se convertía en este ser mitológico y entretenía y guiaba a los ocupantes de las naves.
Por un año, Apolo abandonaba a Delfos y pronunciaba oráculos en el país de los Hiperbóreos. A él se le atribuyen también las artes de la medicina y el tiro con arco. Se dice que profetizó la justicia y la equidad.
Para Giorgio Colli, Apolo representa la plenitud del conocimiento y la presunción del saber, características inherentes ambas al arte adivinatoria. Apolo, a pesar de conceder la sabiduría a los hombres “...se mantiene a distancia, él es el dios que hiere de lejos...”. A diferencia de Dioniso, el dios de la luz no comunica la sabiduría fuera de sí, es decir, como un modo de manifestación del carácter, sino que “...la sabiduría que él concede está compuesta de palabras, y por eso es algo que concierne al hombre...” Lo que ocurre entonces con el dios del equilibrio es una armonización de los elementos proféticos. Por eso su culto no despierta en la religión griega una conmoción tan profunda como la que produjo Dioniso por ser éste “...un dios reciente...” Un ejemplo para ilustrar la aceptación de Apolo dentro de la religión griega fue su oráculo en Delfos el cual conservó “...su celebridad desde el arcaísmo hasta la época imperial...” y mantuvo con las divinidades veneradas hasta el momento un respeto por “...sus características iniciales...”
Otro rasgo de Apolo consiste en la profunda afinidad que él guarda con Dioniso en el campo de la sabiduría. Al respecto Nietzsche hace notar que la entrada de Dioniso en Delfos, el presunto establecimiento de la paz entre los dos dioses, ocasionó “...la transformación de la mántica apolínea, hasta entonces sobriamente adivinatoria, en mántica extática, o sea, revestida de tintes dionisíacos...” Esta conexión entre Apolo y Dioniso, Giorgio Colli la llama la contradicción simultánea o la identidad de naturaleza. Aquí Apolo frena los excesos de Dioniso de una manera legalista, es decir, lo acompaña llevando a cabo un movimiento paralelo.
En la Grecia arcaica la convergencia entre ambos dioses “...no se remonta a un episodio concreto, a un acontecimiento histórico, a un acto de concordia...”, sino que se manifiesta en el hecho de su permanente “...intercambio de nombres y atributos...”
Tanto Apolo como Dioniso suscitan en el vidente lo que Platón llamó manía. Aunque con efectos particulares en cada caso. Por ejemplo, en la posesión apolínea el adivino transmite “...una palabra que no comprende y que pronuncia con una boca demente, pero que se interpretará como sabiduría...”. Mientras que el dios de la uva con su furor “...incita a los hombres a la demencia y él mismo es un verdadero demente...”. En sentido estricto, Apolo y Dioniso, son los patronos de la manía o mántica, entendida como señal o anuncio de la sabiduría. Por el momento, digamos, que la definición más completa sobre el asunto de la mántica griega la proporciona Gorgio Colli: “...la manía es la sabiduría vista desde el exterior, en su manifestación primaria, en su primera aparición como visión, danza, contacto, sonido que sólo se percibe, aunque aún no llega a escucharse...”
Dioniso nace en la Tracia. Las ménades “...mujeres poseídas a veces por un delirio divino...” lo criaron en el interior de los bosques, al modo de unas nodrizas del dios de los árboles y de los frutos. Dioniso, “...hombre barbudo y vigoroso...”, andaba con un tirso que solía llevar como un cetro. Este tirso “...era una vara enramada cubierta de hojas de hiedra y parra...” La leyenda Boecia considera a Dionisio hijo de Zeus y Sémele. Una antigua forma de caracterización de lo dionisíaco fue la manifestación del entusiasmo divino, esa especie de crisis que acomete a las bacantes, adoradoras del dios, y que las lanza “...corriendo por los campos entre gritos y movimientos desordenados...”. En el culto dionisíaco la música de flauta acompañada de la noche y la luz de antorchas era el telón de fondo para el sacrificio del ternero que se comería crudo.
Sileno, genio de las fuentes, era el compañero de viaje de Dioniso. A Sileno se le representa “...como un viejo calvo, y feísimo, siempre borracho...” No obstante, su repulsiva presencia es fundamental dentro de la sabiduría popular de los griegos. Según la leyenda: “...el rey Midas persiguió durante largo tiempo en el bosque, sin poder alcanzarle, al viejo Sileno, compañero de Dioniso...” Hasta que por fin lograría apoderarse de Sileno, el demonio montado sobre un asno pintado a veces con cola y pezuñas de caballo. El rey Midas consultaría entonces a Sileno como si fuera él un oráculo. La pregunta fue la siguiente: “...qué cosa debía el hombre preferir, a toda otra y estimar por encima de todas...” 18. Inmóvil y obstinado Sileno permaneció mudo. Hasta que se echó a reír y pronunció este vaticinio: “...raza efímera y miserable, hija del azar y del dolor. ¿Por qué me fuerzas a revelarte lo que más te valiera no conocer? Lo que debes preferir a todo es, para ti, lo imposible: es no haber nacido, no ser, ser la nada. Pero después de esto, lo mejor que puedes desear es morir pronto...”
“...Así justifican los dioses la vida de los hombres, viviéndola...”. Esta es quizá la mayor consecuencia obtenida del apareamiento entre Dioniso y Apolo. Apolo, dios solar, “...bañado en la solemnidad de la bella apariencia...”, proporciona mesura y engrandece la producción escultórica. Su rasgo representativo consiste en encarnar el principio de individuación. Dioniso, desde la otra orilla, celebra la alianza entre los humanos, a la vez que excita el entusiasmo de la vida ardiente. Su evangelio de la armonía universal comparte con el Uno Primordial la manifestación contradictoria y eternamente sufriente.
Melampo y la fisiología mística
Según Robert Graves, Melampo “...fue el primer mortal al que le concedieron poderes proféticos...” Nieto de Neleo, pariente de la dinastía Pilos, asentada en Mesenia. A Melampo se le considera el pionero en practicar el saber llamado epameía, el cual “...designa los cuidados que se presentan al enfermo como los actos del culto que se rinde a los dioses...” A este oficio luego se le conocerá como medicina.
Melampo sanaba por medios físicos lo que le confería el carácter de iatrómantis. Y su capacidad mántica la adquirió a través de una experiencia serpentina que lo transmutó y le hizo encarnar una fisiología mística sin precedentes: “...tras pasar por ella se convierte en ser especial, adivino, hombre dotado de poderes...” El mito griego da cuenta de ello: Melampo salva de la muerte a una camada de serpientes jóvenes que estaban a punto de perecer a manos de los criados. Las víboras agradecidas por el favor, lamen y limpian los oídos de Melampo y él puede entender el lenguaje de los pájaros. Desde entonces el adivino interviene en la conversión de magos e intermediarios de la conexión entre dioses y hombres. Y en Grecia, es el primero en instituir templos a Dioniso.
Existen dos anécdotas que amplían la perspectiva humana de este mago: la primera tiene que ver con su hermano Biante, quien estaba perdidamente enamorado de su prima y cuyo padre sólo la entregaba a cambio de que un hombre fuera capaz de ahuyentar el ganado de su territorio, pues este ganado era para él lo más preciado del mundo. Ese hombre fue Melampo. Y lo hizo por Biante, sin contar que en los establos un perro furioso custodiaba los pórticos. Por eso Melampo “...en cuanto puso su mano en una vaca, el perro le mordió una pierna...” Y estuvo en la cárcel. Sin embargo, su osadía le permitió una excepción: el rey Fílaco le otorgaba un premio a Melampo “...aunque sólo después de haber estado en prisión exactamente un año...” Y fue así que Melampo intercambió su libertad y una porción de ganado por curar la esterilidad de Íflico, príncipe e hijo de Fílaco.
La segunda anécdota refleja el perfil de monarca que tuvo el personaje. Marcel Detienne así lo atestigua en su libro Dioniso a cielo abierto, donde otro rey, esta vez Proitos de Argólida, angustiado porque sus hijas son presa de la locura, al rehusar los cultos de Dioniso, acepta entregar dos tercios del reino a Melampo. Era tanta la calamidad que la peste se extendía con rapidez entre las mujeres.
Melampo es uno de los preferidos de Apolo, después que el dios lo conoce y se le hace visible a orillas del río Alfeo. De ahí en adelante Melampo continua profetizando luego de observar las vísceras de las víctimas sacrificadas.
Este tipo de adivinación, el estudio de las entrañas, especialmente el hígado (hepatoscopia) proviene del Oriente y los etruscos, primeros habitantes de Toscana, la aprendieron para obtener una clave del futuro. Tages, el propietario de esta técnica, la confió a la humanidad y desde entonces se le conoce como disciplina etrusca o haruspicium. Cicerón, en su tratado De Divinatione, ilustra el origen de Tages: en la ciudad de Tarquino, a unas sesenta millas de Roma, un agricultor vislumbra “...una criatura infantil que salió de repente de uno de los más profundos surcos...”, la cual revela los secretos de la haruspicina por medio de libros sacerdotales.
Los adivinos etruscos, que Melampo probablemente conoció, pueden compararse con los druidas de Gales. Arrunte, descrito por Lucano, era su máxima figura. Su poder consistía en interpretar los sucesos de la naturaleza, el curso del rayo y los mensajes de las criaturas aladas que vuelan por el aire.
En la antigüedad la curación más famosa a través de la ciencia etrusca o el augurio le correspondió a Melampo. Su reto, ya lo dijimos, era acabar con la esterilidad del príncipe Íflico, quien a la postre pudo tener un hijo llamado Podarces.
Melampo tuvo éxito en su pronóstico gracias a que llevó a cabo el siguiente procedimiento: desolló dos toros y los dejó abandonados para que fuesen devorados por los pájaros. Luego con sigilo pudo escuchar la conversación de las aves. Fue entonces cuando un buitre le compartió la causa de la aridez sexual del príncipe: estando el rey Fílaco castrando una serie de carneros no advirtió que su hijo Íflico tomó el cuchillo ensangrentado que el padre había dejado cerca. Posteriormente el instrumento sería clavado en una encina sagrada cuya corteza con el paso del tiempo lo ocultó. Melampo aseguró que si el cuchillo era descubierto y su herrumbre se raspaba para ser bebida durante diez días, Íflico podría engendrar.
Por esto y por otras sanaciones Melampo fue objeto de culto en la ciudad mégara de Egóstenes. Allí existía un santuario con una estela que lo dibujaba como un hombre de baja estatura. Además, “...en su honor se realizan sacrificios y se celebra una ceremonia anual...”
Cuando el adivino era niño, la madre le acostumbró a no llevar calzado por lo que el sol le había ennegrecido los pies.
Melampo parece haber sido venerado como un dios aunque no diera oráculos de ningún tipo. Se dice también que “...las monedas acuñadas en el siglo III d.C le representan como un niño amamantado por una cabra...”
Finalmente, J.F.M. Noel en su Diccionario de mitología universal dice que las leyendas vinculan al augur con Egipto, debido a que él importó de allí los relatos míticos de Cronos. Según Clemente de Alejandría a Melampo le debemos el conocimiento de los misterios de Démeter.
Un gallo para Asclepio
Para Asclepio
un gallo
de ojo rojo
y espuelas malvas
que picotee
en la noche
con su emplumado corazón crispado.
Para Asclepio
un gallo solaz
sin ipod
ni celular
desvelado por los huevos de oro
y temeroso de cruzar la calle.
Tiresias
por su doble sexo
era llamado
hermafrodo
el que enloquece
hasta perder
la visión
hombre pájaro
cautivo
en el secreto
Tebas
la esfinge
las siete puertas
fue su casa
Ars Mantis
Melampo
curaba con raíces
y brebajes.
Al rey Proitos
le arrancó dos tercios
del reino
por sanar
a sus hijas
de la locura.
El augur
atendía
a los pájaros
y bailando
purificaba
los rituales
de Febo.
Calcante
De nada me sirven
los herbarios
de la ciudad.
Tampoco el loto
ni la lengua de Mercurio.
Sólo el cerezo
bajo la lluvia
apaga
estas visiones
de la muerte
en Troya.
Walther Espinal (Medellín). 1980. Estudió filosofía y letras en la Universidad de Antioquia. Ha participado de varios talleres literarios en la ciudad. Su libro inédito La danza de Narciso obtuvo una mención de honor en el XX Concurso Nacional Universitario de Poesía Universidad Externado de Colombia.