Ensayo sobre el ensayo latinoamericano
Por: Luis Britto García
Últimas Noticias, Pare de Sufrir, 25-03-2007.
1. Con perdón de los ensayistas: las estrellas del equipo de Nuestra América son narradores y poetas. Y no por falta de oportunidades al bate. Hojee el lector cualquier publicación cultural y la encontrará agobiada de enjundiosos tratados. Apenas por el qué dirán se admite un poema (breve) o un relato (brevísimo). Según algunos papeles literarios, poesía o narrativa no son literatura. Pues todo ensayista ejerce de crítico, y ningún jefe de redacción le rechaza un trabajo por pavos de la represalia. Otra cosa sucede con las editoriales, las cuales saben perfectamente que el público quiere versos y ficciones. Con ellos se llenan las librerías, a excepción de los manuales de autoayuda y los ensayos sobre el último grito de la moda cultural europea.
2. Género que pretende resolver enigmas, es el ensayo el mayor misterio de nuestras letras. Se estila rechazar como ensayo cualquier texto que demuestre de manera científica lo que afirma. Si además fuéramos a exigirle no incurrir en ficción o poesía, no quedaría títere con cabeza. El problema de juzgar los ensayos es que sólo los critican ensayistas. Pero el tiempo es el único capaz de revelar su perennidad o irrelevancia.
3. La imposibilidad de definir un género no implica la dificultad para clasificarlo. Negar que en Nuestra América se cultiva un ensayo político sería pretender la inexistencia de Bolívar, Sarmiento, Martí, Vasconcelos, Mariátegui o Benjamín Carrión, quienes fueron ante todo ideologías en pie de guerra. El poder toleró el ensayo político mientras saliera positivista, vale decir, partidario de la sustitución de la población y cultura americanas por las europeas. Después, parte de los más celebrados ensayos políticos se redactaron para demostrar que el arte no debe ser político. Consúltense los demoledores ensayos La CIA y la guerra fría cultural, de Frances Stonor Saunders, y Mundo Nuevo, de María Eugenia Mudrovic, quienes prueban que mediante el llamado Congreso por la Libertad de la Cultura y la Fundación Ford, la policía política del más grande imperio de la tierra financió un elenco de revistas y ensayistas europeos y latinoamericanos para que predicaran el apoliticismo. Toda policía es política, me dijo una vez un guerrillero sandinista casi niño. Todo ensayo también.
4. Pero para un ensayo la mejor forma de ser político es no serlo. Releamos Memorias del Fuego, de Eduardo Galeano. Ni ostensible catecismo ni visible proselitismo electoral lo agobian. Las voces de la Historia dialogan con las tramas de la epopeya, de la cotidianidad, de la exageración. Hasta las miserias tienen su sitio para contrastar con la talla ciclópea de la saga. Contra la panegírica que califica las Memorias- como Historia, narrativa y poesía, alega el resentimiento que no son ni lo uno ni lo otro ni todo lo contrario. Acierta: son el ensayo épico, que enseña que cada gesto, cada escaramuza tiene su sitio en la colosal batalla del mundo.
5. Ah, por favor, nada de épica, me dirán. Somos indios mansos sin más patrimonio que la resignación. No, señor: se nos murió la Historia y nos dejó vivitos de milagro. Está bien. Allá va el otro ensayo que sigue a los seres pequeños demostrando que son grandes a su manera. Aquí está el huraño Carlos Monsiváis reseñando a los meros machos que acuden en tropel a las galas de Juan Gabriel, a los topos humanos que salvan prójimos en pleno terremoto, a los movimientos sociales que proliferan en un modo de vida mexicano que sólo se puede definir como "la catástrofe diferida". Por allí anda Edgardo Rodríguez Julia informándonos sucintamente de los éxtasis de Una noche con Iris Chacón (la bomba de Puerto Rico). Allí está José Ignacio Cabrujas hipotetizando que en cierta época se prohibía retratar a los diputados porque eso ponía en cuestión su virilidad. Es el costumbrismo metafísico: una crónica de lo trivial que revela profundidades y abismos, cuando no ternuras.
6. A ver, ya nos pusimos bolerísticos y terminaremos nostálgicos. Por ese camino se afirma que es no sólo recuperable sino valiosa la inanidad de la memoria, y así llegamos a textos capitales como Caracas física y espiritual, de Aquiles Nazca, o La tierra de Venezuela y los cielos de sus santos, de Alfredo Armas Alfonso, o Gallego de Samuel Barnett.
7. Ya está. Ya dejamos de lado todo vestigio de raciocinio salvo por su fruición estética o decorativizante. Por aquí se va por el ensayo barroco, que opera, como el estilo que le presta su nombre, excitando la fe por vía de la abrumación sensorial. José Lezama Lima originó el pecado de suscitar atmósferas de paralizante éxtasis acumulando referencias más que cultas culteranas. Diáfana sierpe de la alucinación severo maneja Sarduy. Maravilla cómo se afana tanta sombra engastando fulgores. Lo que se dijo, se dijo, irrefutable en la carnalidad del verbo. Trópico entrópico.
8. Dos caminos hay hacia la mística: la proliferación y la sencillez. Vale decir, todos los caminos llevan a la unión trascendente, por la selva barroca o por el desviado trazo de la parábola. No ha menester teología, ni siquiera de la Liberación, para despojar el ensayo de enrevesadas pompas eruditas y dejarlo en el hábito franciscano. Y sin embargo dice mucho algún apólogo de Frei Beto sobre los llamados patrimonios de la humanidad, o alguna florecilla de Ernesto Cardenal sobre la poesía de uso.
9. Diagnosticó Meter Brook un Teatro Muerto, correcto, bien montado, pero que como el amigo latoso aburre a todos y a nadie interesa. Sírvanos su certificado para clausurar la urna del Ensayo Cadáver, que no está muerto, sino mal embalsamado. Acucioso, atildado, melindroso, maquillado, informado, compuesto. Del difunto hablemos bien y démosle sólo la última mirada antes de su descanso eterno. Muere sin nacer todo relato o verso ensayístico. Sólo está vivo quien se va de juerga con las malas compañías de la narrativa, la poesía y la contundente estadística.