La juventud condenada. Poesía en la guerra.
Por:
Alan Riding
Traductor:
Luis Hugo Pressenda
(La Nación y The New York Times )
La tragedia, ¿es menos dolorosa cuando se la presenta en versos conmovedores? La violencia organizada, ¿parece menos trivial cuando se la describe con patriótica poesía?
Hoy, muchos consideran que la fotografía es la manera más eficaz de transmitir la penuria de los combatientes de una guerra, sus víctimas y sus enlutados deudos. Pero durante la Primera Guerra Mundial fue a través de la poesía que muchos británicos llegaron a compartir el horror de la vida y la muerte en las fangosas trincheras del norte de Francia.
El impacto de la poesía plasmada durante el transcurso de esa guerra fue tremendo, y no sólo respecto de los mensajes en verso procedentes del Frente Occidental que podían leerse en los diarios.
Para cientos de soldados británicos, escribir poesía liberó amargos sentimientos que habrían causado consternación si hubiesen sido expresados en cartas enviadas a sus respectivas familias.
Frecuentemente garabateados en pequeñas libretas a la luz de una vela, muchos de esos poemas no eran suficientemente buenos como para merecer su publicación. No obstante, más que en ninguna otra guerra antes o desde entonces, el recuerdo de la Primera Guerra Mundial perdura en Gran Bretaña a través de la poesía.
Hasta hoy, cada vez que los británicos van a la guerra, los primeros versos del poema El soldado, escrito en 1914 por Rupert Brooke, son recordados: "Si muriera, piensen sólo esto de mí:/ que en un campo de batalla extranjero,/ existe un lugar apartado que significa para siempre Inglaterra".
Coincidentemente con el 84° aniversario del Día del Armisticio, celebrado el 11 de noviembre último, el Museo Imperial de la Guerra, en Londres, inauguró la exposición Himno a la Juventud Condenada, que toma el nombre del título de un poema de Wilfred Owen.
La exposición se centra en doce soldados poetas de la Primera Guerra Mundial. Unos pocos de ellos -de manera más destacada Owen, Brooke, Robert Graves, y Siegfried Sassoon- aún hoy son leídos. Otros, como el poeta irlandés Francis Ledwidge, han sido redescubiertos gracias a la exposición, que durará hasta el 27 de abril.
Cada poeta tiene destinada su propia y pequeña sección, en la que las versiones originales de los poemas -escritos a mano alzada o mecanografiados- son exhibidos junto a sucintas biografías, fotos, cartas y, en algunos casos, dibujos, un uniforme o un par de botas, mechones de pelo o una medalla al heroísmo. En siete casos se muestran además los telegramas enviados a familiares de los poetas para informarlos acerca de su muerte. Suaves acordes de piano del compositor y poeta Ivor Gurney, que enloqueció después de la guerra, se oyen como música de fondo.
La ambientación un tanto venerable de la exposición parece apropiada. "En tiempos de guerra y de calamidad nacional, numerosas personas a las que rara vez se ve en iglesias o librerías se vuelcan a la religión o a la poesía en busca de consuelo e inspiración", escribió Jon Stallworthy, ex profesor de literatura inglesa de la Universidad de Oxford, en un folleto que acompaña la exposición. "La interacción de las dos -añadió- nunca quedó más claramente demostrada que en la Gran Guerra."
Pocos de esos poetas del frente de combate formularon referencias directas a Dios, pero se daba por sentado que Dios estaba del lado británico. Por ejemplo, el poema El soldado, de Brooke, fue leído en la catedral de St. Paul el domingo de Pascuas de 1915 como una muestra de lo que el deán de St. Paul calificó de "patriotismo excelso y puro". Además, Stallworthy señaló que tanto muchos otros poetas como soldados y civiles encontraron inspiración para sus himnos de batalla, elegías y exhortaciones en "Himnos antiguos y modernos" de la Iglesia de Inglaterra.
Sin embargo, los 12 poetas de esta exposición apenas fueron típicos soldados. Ocho eran oficiales, seis eran egresados de Oxford o Cambridge, y sólo uno era soldado de carrera. Dos de ellos, David Jones e Isaac Rosenberg, el menudo descendiente de inmigrantes rusos que fue destinado a un batallón aguerrido, eran también artistas visuales. La mayoría se incorporó al ejército como voluntario a los veintipico de años; Edward Thomas estaba casado y tenía hijos cuando lo mataron, en 1917, a los 39 años.
Su poesía variaba de tono, con un entusiasmo que daba paso a la desesperación. Brooke, un hombre apuesto que se había convertido en un poeta atractivo antes de 1914, se sumó al conflicto con pasión. En una carta que le envió a un amigo, escribió: "No es un mal lugar para morir, Bélgica 1915. Mejor que toser y expulsar un alma civil tapado en la cama, entre desinfectantes, y atragantado de remedios en 1950. Ven a morir. Nos divertiremos en grande".
En cambio, Brooke murió de envenenamiento de la sangre en abril de 1915 mientras se dirigía a combatir en los Dardanelos. Inmediatamente fue venerado como un santo romántico. Sin embargo, el poeta Charles H. Sorley fue uno de los que criticaba a Brooke, refiriéndose al sentimentalismo de su obra, y advirtiendo que "está demasiado obsesionado con su propio sacrificio". La visión que tenía Sorley del conflicto era más tenebrosa. Un soneto que escribió en 1915 comienza: "Tal cual, tal cual es la Muerte: ni triunfo: ni derrota/ Sólo un balde vacío, un pizarrón completamente borrado/ Una piadosa supresión de lo que ha sido”. Sorley tenía 20 años cuando lo mataron, en octubre de 1915.
Ledwidge, el poeta irlandés que se unió al ejército británico para combatir "un enemigo común a nuestra civilización", se quedó perplejo cuando Gran Bretaña ejecutó a nacionalistas irlandeses después de la Sublevación de Pascua en 1916, la insurrección republicana en Irlanda contra el gobierno británico del Ulster. Pero aún estaba combatiendo en el Frente Occidental cuando lo mataron, en julio de 1917. Los primeros versos de La tumba de un soldado captan el lirismo de su poesía: "Y luego en la quietud de la medianoche, brazos cuidadosos/ Lo alzaron para bajarlo lentamente por las laderas de la muerte,/ Para que no oyera una vez más las frenéticas sirenas de alarma/ De la batalla, los gemidos moribundos, y el penoso aliento".
Owen llegó a Francia en diciembre de 1916 y demostró ser un soldado valiente, pero seis meses después debió regresar a Gran Bretaña porque sufría de neurosis de guerra. Para ser sometido a un tratamiento psiquiátrico fue enviado a un hospital escocés, donde con Sassoon -otro poeta que trataba de recuperarse- se hicieron muy amigos. La exposición muestra el original manuscrito del poema de Owen Himno a la juventud condenada, que revela cambios introducidos por Sassoon, incluyendo el reemplazo del vocablo "muerta" por el de "condenada" en el título.
El pesimismo de Owen es patente en las primeras líneas de ese poema: "¿Qué fúnebres tañidos se ofrendan por éstos que mueren como reses?/ Sólo la ira monstruosa de los cañones,/ Sólo el tableteo raudo e incesante de los fusiles/ Pueden apagar sus precipitadas plegarias" . En una carta de 1918, Owen expresó: "Sobre todo no me concierne la poesía. Mi tema es la guerra, y la compasión de la guerra. La poesía está en la compasión". Owen murió una semana después de concluida la guerra. El telegrama que anunciaba su muerte le llegó a sus padres el Día del Armisticio.
Mientras tanto, Sassoon emitió sorprendente y públicamente una protesta, advirtiendo en parte: "Creo que esta guerra, a la que fui por considerarla una guerra de defensa y liberación, se ha convertido ahora en una guerra de agresión y conquista". Un grupo de amigos, Graves entre ellos, lo salvaron de que fuera sometido a una corte marcial argumentando que estaba mentalmente desequilibrado. Tras reconocer que su protesta había fracasado, Sassoon se reincorporó a su regimiento en Francia y logró sobrevivir a la guerra. Sassoon, que murió en 1967, sería tiempo después más reconocido por su libro Memorias de un cazador de zorros y otros volúmenes autobiográficos. Si bien también publicó su libro de memorias de la guerra, titulado Adiós a todo eso, Robert Graves fue el único de los poetas británicos que sobrevivieron a la guerra que se convirtió en un poeta trascendente, además de firmar novelas de fuste como Yo, Claudio. Murió en 1985 a los 90 años. En el frente de batalla, en 1916, cuando tenía 21 años, reveló su disgusto por la guerra en un poema titulado Muerte de un boche (boche es un apodo con el que los franceses llamaban a los alemanes) y que termina: "Fruncía el entrecejo y apestaba/ de verdosa palidez su rostro y su uniforme/ hinchada la barriga, con anteojos, el pelo al ras,/ una sangre ennegrecida le manaba de la nariz sobre la barba".
Algunos de sus poemas fueron publicados sólo después del fin de las hostilidades, y eso mantuvo vivo el recuerdo de una guerra en la que murieron 900.000 soldados del Imperio Británico, más de 19.000 de ellos en un solo día, el 1° de julio de 1916, en la Batalla del Somme.
En el poema Preludio: las tropas, Sassoon los recordó: "Batallones y batallones, marcados por el fuego del infierno; / El ejército sin regreso que fue esa juventud; / las legiones que padecieron y polvo son".