Nicolás Guillén: El mundo es un gran zoo
Por: Gustavo Valle
Tomado del Centro Virtual Cervantes
El gran zoo es, más que un bestiario, un ensayo de zoografía disparatada e imprecatoria, un libro de poemas fresco y humorístico que siempre deja deslizar una moraleja, y sus chistes atacan a un enemigo específico. Se trata de un libro que puede leerse de varias formas: como colección de poemas juveniles; como bestiario atípico pues no sólo incluye animales sino también nubes o guitarras o relojes, otorgando características zoomorfas a toda la realidad circundante; o como conjunto de fábulas cuyos antecedentes están, sin duda, en Esopo y La Fontaine.
Desde su publicación en 1967, con dibujos del también poeta Fayad Jamís, El gran zoo cosechó las más diversas críticas. Se lo leyó como un libro que traía una «nueva modalidad» dentro de la obra poética del cubano: su tono irónico y lúdico revelaban a un Guillén prácticamente desconocido. Después de escribir sus libros emblemáticos (Motivos de son, Sóngoro cosongo, West Indies LTD, etcétera.), El gran zoo parecía apartarse de las grandes preocupaciones del cubano y proponía una especie de juego que, en el fondo, vendría a ser un juego muy serio. La crítica se dividió. Algunos quisieron ver en el libro un divertimento inteligente, un alegre sarcasmo. Otros advirtieron en él la recuperación de la vena vanguardista dejada a un lado tiempo atrás, y de esta forma observaron la continuidad y coherencia de toda una obra. De modo que el debate se limitó a algo como esto: ¿Era el autor de El gran zoo el Nicolás Guillén de siempre?
Probablemente ambas posiciones críticas tengan razón. No cabe duda de que al releer este libro a la luz de toda la obra poética de Guillén, se advierten, de inmediato, las diferencias. La forma libre, conversada, a ratos ligera, siempre chispeante, despreocupada, pero nunca frívola, moralizadora y comediante, hace de El gran zoo un libro visiblemente diferente al resto de su obra. Sin embargo, un examen más detenido también revelará las huellas del Guillén comprometido, del Guillén hipercrítico con el poder, del Guillén enamorado o del Guillén de las atmósferas rítmicas que siempre estuvo presente en toda su obra anterior. De manera que la discusión, después de 35 años de la publicación del libro, parece no tener mucho sentido. Ambas posiciones críticas son igualmente ciertas, e incluso, complementarias. Yo agregaría otra: El gran zoo es, probablemente, el libro más moderno de Nicolás Guillén.
A pesar de su breve extensión, es un libro profundamente ambicioso. Ya el título lo dice: un gran zoológico que lo quiere integrar todo. La historia, los hombres, la naturaleza y los sueños caben en los territorios de este singular parque. El gran zoo es Cuba y los cubanos, pero sobre todo es el mundo entero y sus habitantes. Sin embargo, a diferencia de los grandes proyectos totalizadores que por esa época se practicaban en América Latina (pienso en las grandes novelas del boom, el ambicioso universo poético de Lezama Lima o el torrencial verbo del chileno Pablo de Rocka), Guillén totaliza desde la discreción y conforma su universo a partir de fragmentos. Lejos de toda épica, Guillén escoge el camino de la pincelada y del gesto. Si se nos permite el símil pictórico, El gran zoo viene a ser su obra gráfica mientras que sus anteriores libros fueron compuestos al óleo. Pero esto no le da un tono menor. Todo lo contrario: desde sus hallazgos mínimos y su irónica economía, El gran zoo lleva consigo los rasgos de un mundo que está iniciando un proceso de ruptura. Un mundo que pronto verá afectados sus proyectos fundamentales y se constituirá, a partir de la segmentación de sus elementos y sus proclamas, en una especie de comunidad sideralizada, posmoderna, para más señas. Los principios rectores parecen próximos a naufragar, las brújulas comienzan a desmagnetizarse: se da inicio a una época (que todavía continúa) de extravío y de despiste.
Puede resultar curioso que Guillén asuma esta forma de ver el mundo siendo un poeta de la Cuba revolucionaria en pleno 1967. Es una época donde todo lo dicho anteriormente parece un imposible. El proyecto socialista está fortalecido. La revolución vive un buen momento y goza del apoyo entusiasta de una gran parte de la comunidad internacional. Prácticamente no hay intelectual latinoamericano que no publique o no quiera publicar en la revista Casa de las Américas y el mismísimo Mario Vargas Llosa forma parte de su consejo editorial. De manera que pareciera no estar a la vista una crisis (todavía falta un año para el affaire de los misiles) que afecte la estructura hegemónica, y los principios rectores están claros y no han perdido vigencia.
Sin embargo, una segunda lectura del libro que nos ocupa puede traernos sorpresas. Por ejemplo, el poema «Aviso gran zoo de La Habana» es, sin duda, una crítica irónica y corrosiva sobre la escalada armamentista: «Hay una colección (dentro del gran zoo) de hachas atómicas / máscaras rituales de forma antiaerolítica / y macanas de sílex radioactivo». Quien firma el aviso es El director, el mismo que anuncia la creación de El gran zoo en el primer poema del libro. En la página siguiente leemos «Los oradores», poema que ridiculiza a todos los que practican la retórica pública y vacía y que después de horas hablando, «cuando al fin enronquecen hacen gárgaras / con las palabras que les sobran».
No es difícil ver en estos versos una crítica bastante directa a las instancias de poder de la isla. Pero no nos engañemos. El gran zoo no es una crítica al gobierno socialista de Cuba sino un gran sarcasmo que hace nido en los vicios y desgracias de la civilización contemporánea. El blanco de sus disparatados y venenosos dardos es múltiple: Los usureros: «Monstruos ornitomorfos / en anchas jaulas negras, / los usureros». El hambre: «Ésta es el hambre. / Un animal / todo colmillo y ojo». La bomba atómica: «Prohibido arrojarle alimentos... / La dirección / lo ha dicho y advertido, / pero nadie hace caso, / ni siquiera el ministro». Todo cabe en El gran zoo. Incluso el tiempo, a través de su instrumento brutal, el reloj, se zoomorfiza y tiene aquí un lugar asignado: «Quiróptero / de una paciencia extraordinaria / no exenta de crueldad...».
Creo que el gran logro de Nicolás Guillén en este libro es la utilización de un molde tradicional (el bestiario) para la representación de un universo moderno. Y el resultado de esto es la animalización de la realidad como privilegiada perspectiva crítica. Ya la taxonomía propia de los bestiarios y libros de maravillas, su obsesión por las formas estructuradas y los compartimientos estancos, otorgan a todo lo que en ellos se represente un añadido irónico y una mueca sarcástica. Si a esto añadimos que los poemas de El gran zoo están escritos con un sentido musical que busca constantemente la chifladura y los encabalgamientos sonoros y sorpresivos, el resultado es una recreación conceptualmente libre del mundo y sus participantes, cuyas características se caricaturizan y ridiculizan hasta el cansancio.
Pero no todo es humor ácido y crítica corrosiva. El gran zoo incluye en su inventario de seres motivos que otorgan el rostro más poético del libro. «El Caribe», «La Osa Mayor», «El Aconcagua», «Las nubes», «Los vientos», «La Estrella Polar» se exhiben en este gran zoológico como metáforas de la imaginación y sus poderes.
Descontextualizados de sus referentes más reconocibles y reubicados en universos que no les son propios, estos poemas, dedicados principalmente a la naturaleza y sus paisajes, permiten, como ningún otro, el libre vuelo imaginario y abren un espacio que a falta de otro nombre debemos llamar fantástico. Fantástico porque las identidades de la naturaleza se intercambian y dialogan, se confunden entre sí: los ríos son serpientes, el Aconcagua «anda en lentos rebaños / con otros animales semejantes / por entre rocallosos desamparos», o la Estrella Polar «se descongela sin remedio».
Quizás sean estos poemas los que dieron a El gran zoo ese tono juvenil y menor que la crítica le endilgó. Sin embargo, son precisamente estos poemas los que contienen un sentido crítico más oculto y quizás más desestabilizador, pues al delimitar y exhibir «Los vientos» —por ejemplo—, Guillén no sólo pone a volar su imaginación sino que se burla de todo espíritu taxonómico y clasificatorio para finalmente dar en el blanco al que, en el fondo, el libro apunta: la soberbia del hombre, el falso orgullo de pretender reunir tras las rejas de algunas jaulas, la realidad viva, compleja y cambiante de la naturaleza toda. De ahí que no sea casual que la escasa fauna que ocupa este zoo esté conformada por animales antropomorfizados. Hombres que son animales, animales que son hombres. De los 36 integrantes de El gran zoo, sólo cinco son animales propiamente dichos: «Escarabajos», «El tigre», «El cangrejo», «Monos» y «Gorilas». Tomemos un ejemplo. ¿Quiénes son los gorilas? En el caso de Guillén, es fácil imaginárselo:
El animal que está a la vista,
a poco más
es un gorila enteramente.
Patas en lugar de pies
y casi garras en lugar de manos.
Le estoy mostrando a usted
el gorila americano.
La crítica siempre ha querido ver El gran zoo como un familiar cercano de los Poemas y antipoemas de Nicanor Parra o de Estravagario de Pablo Neruda. No cabe duda de que el uso creativo del aviso publicitario que hace Guillén, la sentencia breve, afilada y a veces estrafalaria, y el aprovechamiento de cierto discurso del grafitti, lo acercan a las postales poéticas de Parra e inserta el libro en una modernidad todavía vigente. Pero la singularidad de este libro no sólo está en su tono «menor» y sus jugarretas verbales, sino en la recreación crítica del universo a través de la seudo-clasificación de algunos de sus participantes más polémicos, pero también más poéticos. Una recreación crítica que nunca abandona la ternura a pesar de ejercer la ironía. Leído hoy en día, El gran zoo impacta al lector acostumbrado al Nicolás Guillén del son, de la poesía negra y del solemne compromiso político. Quizás sea el libro del cubano que mejor ha resistido el paso de los años y los imprevisibles cambios de la historia.