Rogelio Martínez Furé: Poeta popular: ¡Qué más quisiera!
Por: Pedro de la Hoz
(Juventud Rebelde)
Cuando se habla de Rogelio Agustín Martínez Furé, aflora muchas veces el entomólogo que muchos llevamos por dentro para despachar a este prominente intelectual cubano con una sola palabra: folclorista. Quizá porque, a fin de cuentas, Rogelio fue y es el pilar de una de las más necesarias, consistentes y vitales instituciones culturales cubanas, el Conjunto Folclórico Nacional.
Pero resulta que este matancero, que sobrelleva sus 70 años con la majestad de un príncipe senegalés, no resiste las clasificaciones, a no ser una tan vasta, flexible y esencial con la que suelo saludarle: poeta. O sea, demiurgo, creador.
Una de esas veces en que lo interpelé, me dijo: «Si supieras que lo de poeta va más en serio de lo que piensas. Poeta, escritor de versos, lo he sido por mucho tiempo, pero ahora sé que muchos se sorprenderán cuando lean un libro mío que va a salir en Letras Cubanas».
Y así fue. La presentación de Eshu (oriki a mí mismo) y otras descargas resultó un suceso en la segunda jornada de Lecturas en el Prado y promete serlo aún más durante la próxima Feria Internacional del Libro Cuba 2008.
«Este libro nació de la necesidad de expresar la validez universal de los principios éticos y filosóficos presentes en la cultura cubana y aportadas por los componentes africanos de nuestra identidad», confiesa Furé.
«De momento se me ocurre un neologismo para denominarlos, etnopoemas, porque en realidad funcionan como una especie de espejo de nuestra etnicidad. A finales de la década pasada comencé a escribir esos versos, consciente de que estaba registrándose en diversas partes del mundo una expansión horizontal de las prácticas espirituales de origen africano en sus variantes cubana y brasileña, y que faltaba una proyección vertical, un viaje a las profundidades de ese pensamiento».
—¿Por qué no abordar ese tema en un ensayo, o en una monografía de carácter analítico?
—En el lenguaje académico no funciona el principio fundamental que animan esos versos, la unidad dialéctica entre el yo y el nosotros. Eshu, Elegguá, es el orisha de las contradicciones, pero también el de la complementariedad. Tenía que expresarme desde mi experiencia individual con todas las voces que han nutrido mi entorno cultural.
—¿Cómo entra la oralidad inherente a las culturas africanas en estos textos?
—He ahí otra contradicción que había que salvar. Para que la tradición oral penetrara esos poemas debía romper fronteras y sentir la poesía como un acto de integración y no de segregación de los lenguajes. Pero eso no lo inventé yo: los cubanos tenemos una palabra en la que caben todas las formas y los contenidos más diversos. Es la palabra descarga. Es usual en la música, en la conversación. En la descarga entran lo humano y lo divino, la especulación y la sentencia, las variantes lingüísticas que uno desea, los préstamos idiomáticos... Tal vez por haber estado inmerso tanto en el mundo de la música como en el de las investigaciones folclóricas de campo haya sido natural que me identificara con la amplitud de ese concepto.
—¿Alguien pudiera considerar el poemario como un ritual pedagógico o moralizante?
—No lo creo. Recuerda una enseñanza de los odus de Ifá: cada cual escoge su camino. Mi única aspiración es transmitir un venero de identidades.
En la bibliografía de Martínez Furé figuran las antologías Poesía yoruba (1963), los tomos de Diwán africano —complicaciones de poetas de ese continente en lenguas francesa, portuguesa y originarias—, Diálogos imaginarios (1979) y Briznas de la memoria (2004), entre otras obras.
—Después del libro de poemas tuyos, ¿con qué obra nos sorprenderás?
—Para la Feria, y como parte de las novedades que traerá Galicia como invitada de honor, una editorial de esa comunidad presentará mi antología Poesía anónima africana, traducida al gallego. Más adelante debe aparecer mi Diccionario de poetas africanos, obra a la que he dedicado buena parte de mi vida.
—¿Te reconocerías como un poeta popular?
—¡Qué más quisiera yo! Es algo demasiado grande para pensarlo siquiera. Te voy a contar una anécdota. Un tiempo atrás compuse, junto a Luis Felipe Roca, una guaracha que se llama Como cambia la gente. El tema salió por televisión en una telenovela de moda. Un día, en una cola, un señor comienza a cantarla. Yo le pregunté de dónde había sacado aquella melodía y el hombre, sin pensarlo dos veces, me respondió: «Ay, chico, esa es una canción muy antigua que desde niño estoy escuchando». Nunca supo el hombre la tremenda alegría que me dio: saber que lo que uno hace puede pasar a formar parte del imaginario de otros.