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La manada, la especie

Obra del artista Spencer Tunick

Por: Gloria Chvatal

 

 

Sentiste desde la cuna un amor medido, cómo el amor se evitaba, se entregaba en otras manos, cómo se retiraban las miradas y se abandonaban los caminos más promisorios.

Las preguntas profundas y las respuestas esperadas no llegaban. Escuchabas palabras vacías, que relataban vanas historias y miradas absortas ante relucientes posesiones. La sonrisa abrazadora y la palabra agradecida a la vida no estaban.

La palabra sabia, atada a la autoridad, la autoridad atada a sus abultados bolsillos.

Al salir a la escuela todo fue peor, una mano de hierro se apretó contra la otra para evitarte volar. ¿Y qué aliados tenías? Los que conseguías en complicidad oculta, evitando cumplir a cabalidad los estereotipos que se proyectaban en todas las pantallas. El poder apareció en tu vida, con fuerza, para ajustarte a sus pretensiones antinaturales, que te alejaban del amor, de ti mismo, de la naturaleza profunda a la que nos debemos.

Una telaraña de muerte se tendió entre todos para succionar lentamente el tiempo, la concentración, las monedas, el amor. La tierra fue presa de todo tipo de torturas y sus frutos humanos fueron aprisionados, degollados y cercenados, para atar todo lo libre a su economía depredadora.

Creíste que la vida sería libre, feliz, y que el amor se extendería como un manto frondoso. Dos almas ardientes abrazándose y extendiendo raíces y sueños hacia una vida justa, brillando a los ojos de todos.

Tu dijiste yo creo en él. Yo amo a los que creen, a los que no son nadie, los abusados, los expulsados, que merecen el oro de los dioses que se desprende en cada instante de los frutos de la vida, para colmarnos de dicha, si sabemos y podemos percibirla.

Te mecía el espíritu que impulsa el latido de los dioses, que bombea en nuestra sangre oleadas de amor. Soñaste y evocaste el amor a toda prueba, sin fisuras, que deshace el odio, el egoísmo, la mirada envenenada por el ego.

La poesía nos llama a que escuchemos ese latido y caminemos decididos al lado de la vida que nos abraza, a que construyamos el país soñado con el canto de todo el amor del mundo, alimentando nuestro sueño, hasta que desaparezca la pesadilla de nuestra realidad.

La manada es la especie, las células se acercan y se mezclan para que surjan formas más elaboradas de la vida, los animales, abrazados en unidad se fortalecen y protegen. La convivencia de la manada se teje en sus intereses compartidos y en el impulso solidario con el que todos se cuidan.

La unidad entre humanos es la naturaleza superior de las comunidades primitivas. La vemos también en el pueblo que se hermana para sortear las múltiples dificultades que el poder le impone cada día. El sagrado pueblo abraza sus hijos, sus madres, sus muertos.

La infancia del hombre fue la abundancia de la vida derramada en frutos sobre la tierra. Nosotros amamos y confiamos en lo desconocido, porque somos ella y ellos. Unos pocos se enfermaban de miedo al hambre o a lo desconocido y se apoderaban, mediante saqueo y muerte. También estuvieron siempre los indiferentes. La tierra fue perdiendo sus brotes y está quedando desnuda. Manadas de humanos fueron arrojados al borde de los caminos, que conducen a paraísos protegidos por altos y filosos muros. Millones fueron amenazados y devorados por perros, sus fieras aconductadas para el terror.   

No hay límite para su ambición, han aceitado su máquina de dominación y muerte, vomitando inmundicia sobre los puros, los sabios y los despiertos, mientras duermen de aburrimiento y miedo a los que no sueñan, que duermen lentamente la guerra.

El aprendizaje de la disgregación es su programa. Reconoceremos su mensaje nefasto que habla de sus miedos y busca debilitar nuestras convicciones. Por el engaño debilitan la manada y la vuelven presa fácil de sus intereses. Avanza con fuerza la mentira, la desconfianza, la muerte en el corazón del hombre. La muerte se quedará con su fantasmagórico sueño.

Este mundo se cae a pedazos arrastrando tras de sí los seres más bellos e inocentes.

Parece ceder terreno la vida y que un abismo insalvable se abriera a los pies de todos los bellos guerreros del amor, que encendemos el fuego en los corazones y la claridad en el pensamiento de los nuestros, para abrazarnos cada noche y soñando planear la toma del alba.

Vivimos de manera errada, desde el amanecer hasta el anochecer desarrollamos prácticas sin sentido para la vida, como sociedad y como individuos nos hemos equivocado demasiado. Nudo gordiano alimentado de barbarie y apatía. Caos generalizado. Una plaga que extiende su incapacidad de vivir armoniosamente y va dejando despojos.

Hablan de innovar, y desean tener objetos sofisticados que los alejen de la real y desnuda verdad. Se traiciona la vida, a los bellos seres inocentes que están naciendo en un mundo que se arroja al vacío. Volvamos a la naturaleza, a la fuente que nos hacer ser humanos, alto sentido que roza lo divino.

El horizonte de la guerra se habrá transformado en valiente impulso revolucionario, brotado de nuestra unión para abrazar la tierra, para que se hablen y se construyan nuevos territorios del entendimiento. La justicia, la verdad y la creación de una vida nueva para todos en la memoria original de América y de los pueblos ancestrales del mundo, que abrazan la tierra y sus frutos, que honran la vida, donde el hombre es hermano, como nos lo dijeron siempre los grandes poetas y los sagrados hombres que más se han elevado.

Publicado el 13.04.2018

Última actualización: 02/10/2020