Sobre la ley de la libertad
Por: Friedrich Hölderlin
Hay un estado natural de la imaginación que tiene, ciertamente, en común con aquella anarquía de las representaciones que el entendimiento organizó, la ausencia de ley, pero que, por lo que se refiere a la ley mediante la cual ha de ser ordenado, debe desde luego ser distinguido de aquél.
Por este estado natural de la imaginación, por esta ausencia de ley, entiendo la ausencia de ley moral; por esta ley, entiendo la ley de la libertad.
Allí la imaginación es considerada en y para sí, aquí lo es en ligazón con la facultad de apetecer.
En aquella anarquía de las representaciones, donde la imaginación es considerada teoréticamente, una unidad de lo múltiple, ordenación de las percepciones, era ciertamente posible, pero contingente.
En este estado natural de la fantasía, donde es considerada en ligazón con la facultad de apetecer, legalidad moral es ciertamente posible, pero contingente.
Hay una cara de la facultad de apetecer empírica, la analogía de lo que se llama naturaleza, la cual es chocante en el más alto grado, donde parece hermanarse la necesidad con la libertad, lo condicionado con lo incondicionado, lo sensible con lo sagrado, una inocencia natural, podría decirse una moralidad del instinto, y la fantasía acorde con ello es celeste.
Pero este estado natural depende como tal también de causas naturales.
Es una mera dicha estar así temperado.
Si no hubiese la ley de la libertad, bajo la cual está la facultad de apetecer juntamente con la
fantasía, no habría jamás un estado firme que se igualase al que acaba de ser citado; al menos no dependería de nosotros mantenerlo. Su contrario tendría lugar igualmente, sin que pudiésemos impedirlo.
Pero la ley de la libertad manda, sin ninguna consideración a los recursos de la naturaleza. Sea o no favorable la naturaleza al cumplimiento de ella, ella manda. Más bien presupone una resistencia de la naturaleza; de lo contrario no mandaría. La primera vez que la ley de la libertad se expresa cabe nosotros, se muestra castigando. El comienzo de toda nuestra virtud acontece a partir del mal. Por lo tanto, la moralidad no puede jamás ser confiada a la naturaleza. Pues, aunque la moralidad no dejase de ser moralidad tan pronto como los fundamentos de determinación residiesen en la naturaleza y no en la libertad, la legalidad que podría ser producida mediante mera naturaleza sería una cosa muy insegura, variable según tiempo y circunstancias.
Publicado el 8 de eneroe de 2016