Conciencia poética
Conciencia poética
Por Víctor Raúl Jaramillo
Para la XIII Escuela de Poesía de Medellín
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Al borde del nuevo milenio, lo que debe interesar al hombre que se silencia ante la estrategia del poder y las consignas violentas que resultan de los días sumidos en la miseria, es la poesía; la manera de nutrir el espíritu que es ternura y destrucción como otros han anotado. Pero para prestar atención a la acción poética, para generar esa actitud, debemos activar nuestra cercanía al lenguaje, al movimiento de la palabra. El lenguaje divide y acerca y, en función de la poesía, establece la búsqueda de los hombres que enfatizan el encuentro global de los sueños. El lenguaje permite la comprensión y la interpretación del mundo, de su mano nos aproximamos al sentido poético que no es otro que el favor de amasar el pan de los pueblos y la cifra de cada uno de los que aciertan a develar qué es lo que la palabra presenta y oculta en sus acciones; la palabra o el lenguaje que celebra la unión fraterna de las generaciones.
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El genio poético se advierte en la acción que nos permite el lenguaje a través de su encarnación y de su sentido, presentes en la palabra y sus inmediaciones. El poeta se expresa y crea un mundo paralelo a la realidad, denota lo real mismo que lo acontece y de la mano del lenguaje traduce las actividades del mundo, establece los hilos conductores para representar la condición del hombre que transita por la vida como quien tiene un camino. El genio poético es acción de la palabra danzante que cruza las líneas de la carne y del fuego, que atrapa dejando libre las estaciones múltiples del verbo. El poeta activa en su canto los ritmos primigenios y los enlaza con su contemporaneidad, desarrolla la visión de los sentidos últimos que el diálogo con el Universo le prepara; espera y atiende a la revelación; cruza el puente que lo acerca a su propio centro y se permite el brinco de los ríos que sostienen su marcha a través de los siglos. Esto es, abre los ojos a través de su hacedura a la reconciliación de los vínculos sagrados con el mundo; hace con su camino disperso un tejido justo donde la palabra toma su pulso y resignifica, da otro sentido al valor usado de los días; establece su duda y confirma su certeza frente a la totalidad de las cosas que se presentan en su pensamiento, en su sentimiento, en su intuición; emprende el viaje y lo testifica dando orden a un caos que lo presenta como hombre incompleto que busca la plenitud, hombre indeterminado que se arroja al nombrar para pertenecer de alguna forma a la manifestación maravillosa de lo que acontece. El genio poético parte del asombro, de la anticipación a los sistemas dados, de su trascendencia; el poeta que se acerca a la genialidad reescribe el mundo, funda en su hálito la belleza y la verdad.
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El poeta atiende a los dictados que sus descubrimientos le otorgan. La acción que emprende se justifica en la transformación de la visión que los hombres comunes tienen de las cosas, de la moneda usada con que se relacionan entre ellos todos los días de su existencia. La voz poética atiende al nacimiento del mundo, porque cada vez que el mundo es nombrado, los días se inauguran con un sentido de libertad, con una significación que permite aguzar los oídos, preparar los sentidos todos al restablecimiento de lo creado, a la manifestación de lo descubierto en la voz del poeta. La poesía es esencial, nombra lo justo, aunque muchas veces se reafirme en la acción discursiva de las cosas. La voz del poeta es la voz de lo nuevo, y, al mismo tiempo, la recuperación de lo imaginario que se presenta desde siempre. La poesía es reflexión de las horas, es sugerencia de los estados ausentes del lenguaje, es caricia que se desdobla en los territorios del alma, acción, conducta, polivalencia del símbolo que se encarna en la voz del poeta que es la voz de la realidad presente, de lo real activo que engendra la singularidad crecida; es decir, el canto del sujeto que se aúna a la pluralidad del mundo. En el poema el yo queda escindido para dar paso a lo universal, a la razón espiritual que el lenguaje como medio nos ofrece.
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La razón de la poesía es el enunciar a través de un velo las instancias íntimas del mundo. Darle al sinsentido un orden que lo establezca como forma particular de las cosas, para enfrentar así una vinculación con el sentido general de la realidad que se acredita en el espíritu de lo viviente. La poesía existe porque el hombre existe, es su justificación. La poesía nombra por primera vez, sugiere la actividad que se inscribe en el ritmo secreto del cosmos. La actitud poética viene de lo humano, en ella se desarrolla una acción que se emparenta con el milagro, y, por lo tanto, hay que ajustarse a su presencia. La poesía es la magia que se restablece en el uso cotidiano del lenguaje, en ella se evidencia lo creador. La poesía es muerte de lo continuo, pero al mismo tiempo, recuperación del habla primera, trabajo diario, autodescubrimiento, reescritura. En las manos del poema yace el corazón que alguna vez estuvo en el seno de la Tierra, sin sujeto, sin comunidad.
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La acción del poeta es una acción religiosa. Las inmediaciones de lo que acontece en el poeta están contagiadas del espíritu de lo sagrado, en la medida en que las advierte y las nombra y las dispone para el acto creador. Cosas que han estado desde siempre y que el poeta revela. El mundo no sólo es Naturaleza para el poeta, es además sentido religioso, cultura que se impone y dispone para activar los lazos que unen al hombre con el mundo. El tiempo del poeta es el tiempo de las razones sencillas, es la vida sin remedos, es el juego de lo primero y último. Lo sagrado del poeta es el acto valeroso de enfrentarse a la nada de donde se engendra el poema, nada que se determina en el nombrarse, función conceptual que el pensamiento recoge desde lo mítico que se presenta, destello de algo innombrable todavía que el poeta amasa en sí mismo, hasta darle cuerpo y dejarlo libre a la luz del lenguaje donde se reintegra la conciencia poética de lo existente.
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La belleza en la poesía es la conjunción de lo puramente armónico y rítmico, con lo sensual grotesco; es la desgarradura en función del pétalo de la rosa; es el concepto de lo bello donde se genera al mismo tiempo el movimiento del horror, cada uno en su inmediatez sensible y a partir de una percepción que posteriormente los reintegra a la reflexión del mundo y sus cosas. La belleza expresada en el poema es la imagen en relación íntima con el pensamiento, es razón y sinrazón distantes e insoslayables que actúan de manera recíproca en la construcción de lo que acontece. En la dimensión de lo bello se abren las posibilidades de horizontes contrarios que de alguna manera se corresponden. La belleza en la conciencia poética es la unidad misma expresada en las multiplicidades que custodian el sentido íntimo del Universo. Es la violencia practicada a las palabras para que ejerzan con autenticidad su posición, para que abran las puertas por donde entran los hombres a redimirse del tiempo y aseguren la intervención de su propia voz catastrófica y demencial, hasta purificarla en el orden de la santidad que mueve al mundo desde que fue nombrado. La poesía nos incluye en el mundo, da fe de nuestro habitar, es conciencia de nuestros pasos dóciles e infernales, es el dominio de la salvación y la conquista.
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La complejidad del mundo no se diferencia de la complejidad de nosotros mismos, quizá porque nosotros seamos el mundo. De esta manera nos habla la poesía, nos detecta, nos alerta, nos implica; su dirección es la de los caminos abandonados a sí mismos y que de una u otra forma restituyen los vínculos con la otredad; la poesía es una corriente de aguas tumultuosas donde permanecen los hombres solitarios, y, al mismo tiempo, es la congestión de los pueblos que se agigantan en la individualidad de aquel poeta que comunica su creación del lenguaje. Lenguaje propio, esquivo y equívoco, oscuro en su primera consideración expresiva; pero que no es preciso entender de forma inmediata sino en el ritmo, en la musicalidad, en el silencio que media las descripciones y las figuras que al poema le pertenecen. El lenguaje poético oculta y revela, incita a la manifestación de nuestro espíritu, y la biografía de nuestro espíritu es la biografía de los pueblos; somos la humanidad, cada uno en su tránsito. A cada uno le pertenece el mundo, por lo tanto somos el mundo en su complejidad abierta a la transformación, al nombrar que se sucede de la mano del lenguaje. Nombramos el mundo para hacerlo más grande, la finitud del mundo que nos pertenece se amplía, se expande de la mano de la poesía, en su cuerpo se establece la llave de lo extenso.
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El poeta se consume en la palabra, establece en la derrota de no saberse poseedor de su sentido último, una renuncia, una victoria. Otros lo han dicho. Derrota por victoria: en su acción restituye el valor del lenguaje, y en cada palabra ofrece su renuncia a la verdad que queda establecida sin él en las postrimerías de un mundo que no puede abarcar, porque el poema ya es otro. La victoria del poeta es la de saberse vencido de antemano por las palabras que lo aquejan, que lo dividen, que lo completan. Pero el poeta no renuncia a nada en la medida en que su amor es el mundo, pues sabe en el fondo que el mundo sería sin él y por lo tanto se marcha. Renuncia y no-renuncia, actitud complementaria del sacrificio soberano que es ausentarse del tiempo y permitirle por tanto que se adjudique la interpretación de su curso, de la vida vivida, del régimen parasitario que nos revela como pensamiento confundido, como imagen desbordada en la sustentación de lo que se nombra. Majestad y humildad del poeta que deviene en el hacer y padecer el mundo, en el establecer un manojo de experiencias que lo aseguran y lo discriminan en el interlineado de lo que se pudre, en la literalidad de los días que sin su presencia faltarían a la memoria y al horizonte de lo irrepetible.
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El hombre, en su singularidad, expresa su condición de ser en el mundo, activo o pasivo en la comunidad, a través de la conciencia poética. Él sabe que ignora las participaciones secretas de lo existente, si en su rigor no entran a jugar papeles protagónicos el poema, la poesía, el poeta. El hombre sustenta su actividad diaria en la formulación sencilla de las cosas, en el volver sobre sí mismo siempre, para darle azotes a las acciones que se repiten una y otra vez. La conciencia poética nos permite acceder a una sanación, a un describir el mundo sin afecciones enfermizas que desordenen nuestra alma, porque el poema se inscribe en la encarnación de la historia, en la presencia ante los hombres. Por lo tanto, es acción efectiva de la palabra que reorganiza el mundo dándole un sentido, estableciendo en su centro una voluntad de crear. Pero el mundo es el hombre, en su respiración se halla la pasión y la entrega a las estaciones que se suceden para darle alivio, diversidad en la continuidad. Por eso, la multiplicidad de significaciones lo sustentan como mundo complejo, como hombre que atiende a la participación, a la reintegración del ser que establece su comunión con el poema.
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La poesía es una experiencia interior, es la manifestación de nuestro ser en condiciones de presencia, de realidad. El ser que se establece en la conciencia poética despierta a la expresión oculta del lenguaje, se realiza en el orden de lo simbólico y al mismo tiempo escucha lo definitivo hasta desarrollar una cercanía a lo sensible en los márgenes de lo dicho. Cercanía que no merma en el momento en que se comprueba la actitud críptica, la situación escondida, el envés; aquello que el lenguaje deja sin decir. Lo que la poesía presenta se siente, se ordena, se piensa, se vive. El poeta se agiganta en su desnudez para descubrir las manifestaciones secretas de lo que existe, de esa manera se relaciona íntimamente con el lenguaje, activa su propia lingüisticidad, da pie a la sustentación de una voz, afila el pulso hasta desentenderse de lo aprendido y estimula la voluntad de crear que lo lleva a las inmediaciones de lo nuevo. En ese sentido el poema es ente que transita en los caminos de la realidad observando sus propias consideraciones sobre el mundo. La poesía es una transformación de la visión que se tiene de las cosas; de su participación se desprende la cercanía a lo secreto, a lo clandestino de la actividad mágica del lenguaje.
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La poesía no es una fragmentación más sino el sentido de la totalidad de las cosas; todo esto por su movimiento continuo y su relación íntima con el lenguaje. La poesía no supone inclusiones y exclusiones, en sus límites están los límites del mundo, en su cuerpo transfigurado se expresa lo originario inmutable y la transformación perpetua. La poesía es puente, mediación, escenario; en ella también se precipitan las máscaras, se ofrece la caída, se detecta el peligro. La poesía es lenguaje y sus palabras se encuentran por primera vez en los papeles del mundo. La poesía es pensamiento y sus reflexiones justifican el encuentro de esas palabras que antes eran nombradas en el gastado trajín de los días. Todo esto no quiere decir que el poema sea una totalidad acabada; el poema está siempre haciéndose, ejecutando su voz en la literalidad del mundo, interpretando dicha literalidad, y de ahí que su hacedura se restituya en la medida del lector que siempre que se acerca permite la expansión de su cuerpo. Y esto porque el poema anuncia nuestra condición, nos lleva a través de los siglos para intentar una atemporalidad que la música ya ha conquistado. Por lo tanto, la poesía se canta, se lleva al plano continuo de la acción. De ella se desprende nuestro ser, la decisión espiritual de habitar y habitarnos como unidad de lo que somos.
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En la poesía se presenta la relación íntima entre imaginación y pensamiento, de ella se articula la virtud de encontrar paisajes y reflexiones que nos convoquen a lo que el mundo manifiesta desde su voz secreta. De todos modos es más la imagen en el sentido estricto de la acción mágica que el lenguaje poético expresa. Pero la acción de una actitud reflexiva sobre lo que acontece también suele presentarse como se presentan las diferentes líneas y estilos en el campo formal de lo poético. La poesía se sustenta como verso, pero eso no quiere decir que sólo de esa manera exprese su verdad. La prosa puede en muchos casos ser más conductora de poesía que un sistema versal. De uno u otro modo, la poesía debe incluirse en el poema y éste debe activar su dosis de belleza en el tránsito de su permanencia; esto es, a medida que se relacione el poema con la vida, su formulación imaginaria y de pensamiento desarrollará una incidencia mayor o menor en el ámbito espiritual del hombre y de allí su grandeza o el olvido que a muchos ya ha dejado en la proximidad de las tumbas. La poesía asegura aquello que permanece, pero los poemas, cada uno en su indiscriminada carrera por el lenguaje, sólo determinan momentáneamente lo que entre líneas debe quedar inscrito en el orden de la escritura del mundo.
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La poesía entiende de lo religioso, de lo social, por lo tanto se capitaliza como una extensión de los hombres que apuntan a la unión de los pueblos. Su credo, si tiene alguno, es el credo de los hombres en conjunción, en función de la intimidad y por lo tanto partícipes de las diferencias. La conciencia poética crece en el sistema totémico de las cosas, participa de los cantos chamánicos de las tribus, se erige en las calles y en las direcciones insospechadas de lo que podrá ser el ser desde la visión de las generaciones futuras. La conciencia poética abre los procesos de aprehensión a todo lo viviente y nos permite legislar nuestras acciones. La poesía es la única que puede establecer leyes en el corazón de los hombres. La poesía es placer, diversión, creación y humanidad. El poema es juego secreto, devenir de hombre solitario, comprensión donde el poeta deja su inteligencia toda, su locura y su cordura que es una locura canonizada. El poeta teje y desteje el mundo para afinar su canto. La poesía lo libera, la conciencia poética es su potencia, por lo tanto, escriba o no escriba en el papel virgen sus malabares, podrá participar del mundo como iniciado, a la espera de su tiempo, del tiempo de la creación que sólo el Tiempo y la Sabiduría que el Tiempo permite podrán acreditar.
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La presencia de la conciencia poética está determinada por el habitar, y este habitar se activa por el decir, por el nombrar, por la acción que se genera después de lanzada la palabra. La conciencia poética es una conciencia que se establece en la correspondencia del hombre con el mundo, y no sólo se da en la escritura literal de las cosas, es decir desde la inmanencia, sino en la trascendencia donde los vínculos crecientes con lo existente generan una polivalencia, una acción múltiple en la significación y en el encuentro con el sentido. La conciencia poética activa en el hombre la perspectiva de una visión que se transforma en cada una de las experiencias que se engendran a través de la participación de lo viviente; esto es, desde la aproximación de las palabras, los símbolos, las metáforas. La conciencia poética nos abre la mirada mágica que del mundo se recupera, es por su acción como reescribimos las cosas que se suceden en el mundo, es por su mano como los hechos humanos adquieren valor; la conciencia poética nos suscita, nos centra y descentra hasta cultivar en nosotros ese hallazgo poético de las cosas. Lo que la conciencia poética nos aporta es otro nivel de diálogo del alma consigo misma, otro nivel de pensamiento, otra manera de padecer lo que el mundo nos ofrece.
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En la conciencia poética está expresado lo arcano, lo sensible múltiple que se deja ver desde la realidad que nos acontece. Lo real que se desborda en la transfiguración de la realidad; esto es, lo conducente interior que interpreta lo exterior, aquello que afirma, de alguna manera, nuestra participación del mundo. La poesía es observación de lo existente, de lo ausente próximo que instaura una relación silenciosa con nosotros desde su casa aún no tomada. El poeta es rebeldía que se agolpa al frente de las palabras para tiranizarlas y al mismo tiempo para ser su esclavo. Rebeldía que arroja decibeles de luz en los aposentos de la sombra, de lo oscuro continuo donde la voz es reflejo del pálpito, fruto embriagado de mundo, existencia y padecimiento. Debajo de lo que crece y decrece se esconde una palabra secreta, una razón latente de las cosas; ese estar presente sin dejarse ver es a lo que el poeta, llamado al trabajo sin descanso, tiende, es de ahí su condición de ser que actúa en el ser, inmanencia y trascendencia que se obliga a tamizar lo real confuso de su interior hasta lograr la expresión clara de lo que se dice. El poema es algo que desciende de sueño en sueño fundando la realidad participativa de lo creador, el poema es el engendramiento luminoso del ser que establece su morada en lo que funda.
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La conciencia poética anima la acción del hombre que se detiene un momento en su loca carrera por dominar el mundo, y lo enfrenta con la manifestación de la Naturaleza que ha sido alienada por su inteligencia. No se trata de una conciencia impuesta, sino de una conciencia participativa, íntima y efectiva que recobra los pulsos vitales del hombre frente a la Tierra como consideración mítico-mágico-religiosa; de ahí la reintegración del ritual en inmediaciones de lo sagrado. El mundo como morada, la Tierra como madre dadora de cobijo, Hestia que se ubica en el centro del círculo común para fundar el mundo. La conciencia poética concede la posibilidad de establecer una experiencia personal ante las cosas que se suceden en el tránsito del lenguaje. Nacimiento de las palabras a la luz comunitaria que recibe la videncia o el extraño secreto del poeta. La conciencia poética reescribe el mundo a partir de su lectura, lo manifiesta desde la intención secreta de lo que aparece en las palabras del poeta; pero esa manifestación del mundo no es su transformación, es su inmanencia engendrada en la mutación de lo visto, es la reinterpretación de lo que acontece de manera factual y sin temor a ser olvidado por la actividad del hombre que crece como especie desde el centro de la Tierra.
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La conciencia poética nos permite un conocimiento de sí mismos, y por su encuentro con lo íntimo del hombre, nos acerca de manera profunda a la actitud renovadora que necesitamos para enfrentarnos con el mundo y sus cosas. Los días transcurren de forma patética si no les damos asombro y alegría, y esas son algunas de las manifestaciones de la conciencia poética. Nuestra vinculación al lenguaje nos permite establecer la cercanía al mundo, mas no la mirada directa a lo que nos ofrece; porque nosotros no vemos el mundo de frente, asistimos a su encuentro a través de símbolos, de la palabra que nos acontece y a la cual hay que trascender en función de la poesía que nos pide que seamos observadores de todo. Por tanto, la conciencia poética es un puente para el acercamiento a nuestra verdadera singularidad, a la expresión de lo visto en conjunción con lo existencialmente vivido; esto es, a la relación del mundo objetivo en relación con la subjetividad que suma nuestra manera espiritual de enfrentarnos a lo que ocurre en el margen de nuestra existencia.
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