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Todo es muerte o amor

Por: Ángela García

Especial para Prometeo

REBELION

Tanto para la rebelión como para la celebración Jorge Gaitán Durán se agarra al erotismo. En una como en otra clava su conciencia de muerte. El hombre político se refuerza en la trascendencia del filósofo. El hombre de su tiempo y el que lo sobrevivirá. La cita del amor y el llamado poético. Muchos de los textos que lo estudian refieren especialmente su actitud política, su papel como intelectual y el compromiso con Colombia, pero para mí insisten sus libros capitales Si mañana despierto y Amantes.

Antecedentes de estos dos libros ya habían aparecido en poemas como El libertino y en el primer poemario Asombro. También en su caso, los primeros libros se quedaron sólo como aproximaciones a lo que será su obra definitiva.  En El Libertino Jorge Gaitán Durán empieza a sondear lo que dirá de modo inmemorial sobre el cuerpo, separándose de la descripción sensual o estética para acercarse a su condensación de tiempo. Sensual también, pero en todo caso por evidencia de vitalidad, conjugación del presente, exaltación del instante. En la coherencia de esas piezas iniciales que luego se desarrollarán está el día, el sol, algunos de sus símbolos más reiterados. El nuevo día recibido con la simultánea aceptación de nuestra fugacidad. Y por eso también ahí comienza la definición de la conciencia sobrecogedora de la muerte asociada a la fiesta. El estar vivo define  lo que es cuerpo, define la palpitación del instante, como un mediodía, como una fulgencia solar de irreparable belleza. Detente aquí y goza el nuevo día-termina diciendo en El  Libertino-(...) El labrador solar / abre su anchurosa mano llena de polen ¿Por qué irreparable? Toda totalidad es inminencia de vacío. La condición edénica qué signo te hace con el más pequeño hueso del esqueleto?

El libertino es un texto de 230 versos, -algunos párrafos en prosa-, a la vez interrogativo y sentencioso sobre la errática historia en el devenir del individuo. El que ha muerto, el que ha tenido su esplendor, el que ha tenido su hora, que fue llevado por la voluntad del deseo, entre monumentos levantados por los pueblos a la indigencia humana, el libertino, el hombre, único animal de la creación que no sabe morir. Es un poemaambicioso en su recorrido ontológico. Las citas veladas de personajes le confieren una vaguedad por momentos, la selección de imágenes que buscan el contraste hallan una pedregosa formulación, la lectura más que fluir comunica aspereza, incluso contradicción. A veces una enumeración, otras, exclamaciones de hastío. Se siente su crispamiento, el desafuero; la incomodidad  forcejea entre la sencillez y el prurito de la razón. También desde aquí pese a lo sentencioso de algunas frases se percibe una intención que  evita definir para enfocar la palabra única, misterio correspondiendo al enigma de la vida, lugar donde el cuerpo se alza. Se me ocurre que la sensación final de ésta argumentación - más que poema- de El libertino es precisamente el retrato de un ánimo exasperado que se exime de ofrecer claridades.

EL CUERPO LA VIA

Qué hay detrás del instante, qué hay detrás del cuerpo que enlazamos y nos enlaza? pregunta Octavio Paz. Tratando de hallar respuesta, se ve a sí mismo merodeando en los terrenos originales de la literatura erótica, cuyo mundo es el de la imaginación, según dice, pero bajo la tensión de una crítica a la realidad.

Quiero vivir los nombres
Que el incendio del mundo ha dado
Al cuerpo que los mortales de disputan:
Roca, joya del ser, memoria, fasto.

Si hacemos un recorrido imperdonablemente veloz por la poesía erótica en América Latina después de la segunda mitad del siglo XX, encontramos que el cuerpo deja de ser instrumento de poder o símbolo de  soberanía de uno de los lados de la pareja humana; deja de usarse como bandera de la diferencia, o territorio para una expedición geográfica. La noción del cuerpo como espejo refleja la eternidad del momento según Lezama Lima, pero por su parte Octavio Paz dice que lleva a la lucidez. Una urdimbre original, matriz del silencio, el lenguaje afásico y sus perspectivas embriagadoras registradas  por Cesar Moro la densa fascinación de la mirada, la furia de olor y tacto, el estremecimiento, gritos, jadeos, imprecaciones también forman una ”substancia silenciosa”,-dijo- el sudor, los paisajes de la saliva.  Siendo el cuerpo centro de un orden universal tiene por ello semejante capacidad de revelación, concluyó Huidobro.

La poesía tiene que sacudirse el romanticismo para atender a los sentidos que reflejan una sensualidad más peligrosa, aunque lo azaroso se vuelva balsámico huelo la muerte en sus caricias, en su mirada el crimen, (Susana Cerdá, Buenos Aires 1948-2010). Los enamorados se temen quieren ser como uñas o dientes en el otro, se sospechan, pero se desconocen la luz los ciega (...)se abrazan en su miseria hasta encontrar un cuerpo;  ambos admiten el mismo peligro, a ambos el reto los encandila,

                                   atroces arden como dos mundos
                                   que una vez cada mil años se cruzan en el cielo.
 (…)
                                  Sólo en la palabra luna inútil miramos
                                  cómo nuestros cuerpos son cuando se abrazan,
                                  se penetran,
                                  escupen,
                                   sangran, rocas que se destrozan,
                                   estrellas enemigas, imperios que se afrentan

Temblar, palpar, arder, penetrarse, dar lugar a la sombra, a la noche, a la hendidura, la desgarradura, la mucha vida que rompe la piel, la avidez y el delirio, combustión continua. Es esta la zona del abandono donde se encuentra al otro, contrario o semejante, que ha corrido quizás desde antes por las propias venas, pero lo descubrimos apenas en el momento de balancear el propio peso sobre él  tan bellamente dicho por la argentina Lilliana Lukin. Es a través de la expedición en sí mismos con el cuerpo del otro como lámpara que se logra la autosuficiencia de los amantes definida por Juan Lizcano. Autosuficiencia que es simultáneamente experiencia de la fugacidad de la pareja. El ser individual desaparece en el espejo, y en el momento mismo en que mutuamente se vacían, en extrema intimidad convertidos en desconocidos, estrechándose a tientas.  

Al mirarnos, sangres que al correr juntas atraviesan el infierno, con música que no es de nadie: el alma. Para Jorge Gaitán Durán el cuerpo es territorio natural donde el amor tiende su espacio de cumplimiento, de realización. Pero esta realización es efímera,  el sabor de una palabra que se pierde de nuevo en la sed, en el incendio de ser y que nos enseña el abismo. Reino, pérdida; fondo, cumbre; dos polos entre los que el poeta enfrenta el reino del esquema: no se trata de los opuestos, sino de una complejidad embriagadora en pos de la continuidad que indica el rastro candente. Su método es verse e inscribirse como testigo, no escribe “nos besamos hasta el fondo”, escribe “se besan hasta el fondo”, así adquiere el derecho que da la distanciación, cosa que sólo se consigue en el sueño. El alejamiento es para él una necesidad propia de la reflexión literaria, su vocación. Ello le permite además retomar de tanto en tanto la voz propia apuntalada en el plural, que es pensamiento sobre la condición humana “…el tedio, / la sospecha que invencible nos ata” al tiempo que preserva la contemplación del fenómeno cumplido por él y su amada, experiencia de dos que se encuentran en lo alto del poder para el balance de fuerzas,  dos dinastías que se disputan un reino, asediados por el deleite y contenidos por el duelo, conciencia de poder y de pérdida, tener toda la vida por delante y también toda la muerte. Leal a esta conciencia se afirma en la realidad, pero cuestionándola hasta la médula de su rareza, con sencillos símiles que nombran la irracionalidad de la dicha, felicidades extrañas como un lucero en pleno día.

Es necesario tomar ciertos ejemplos concretos: En El guerrero, Jorge Gaitán Durán se define amoroso y carnal, pero asumiendo el sentido universal de lo humano y reiterando el uso del subjuntivo en presente: lleve la muerte en su espada quien por amar debe morir. Yendo del individuo al hombre, llama al hombre, intenta ajustar la experiencia del amor con la experiencia del ser social y más aún el ser político. La dignidad humana medida, mejor aún, confrontada con la capacidad de amor, o el desafío que implica para una persona la aceptación del amor, sus cumbres escabrosas, aprende a ser hombre quien por ello sufre. El costo de crearse, la inhospitalidad del cielo en la expresión de JGD contraría con sencilla elocuencia uno de los preceptos más socorridos de la religión.

EL ESPEJO FLAMEA

sólo aquí como un don fugaz
puedo abrazarte,
al fin como un dios crearme en tus pupilas

Es con semejantes versos en Si mañana despierto que su dilucidación filósofica y sociológica se sintetiza, como el amante que es, sin ocuparse del narcicista que surge, porque con todo es mutua la revelación. Narciso conlleva un desenlace fatal, pero aquí, son dos soles rojos en un bosque oscuro (...) boca que busca la boca (...) un relámpago de sangres juntas...el reflejo surge en ojos reales, el espejo es (el otro) la otra, la visión que ella tiene de él y le entrega sólo porque entre los dos se crea un oráculo, y porque en el instante de pulverizarse hay un mutuo rescate. Ahí está él, ella en su esplendor, lo único real. Existen ambos, porque mutuamente son testigos, hay un diálogo de visiones, no es sólo la imagen fija del espejo. En Genio y lujuria, Norman Mailer, hablando sobre Henry Miller, manifiesta que sería demasiado simple pensar en el narcisista como en alguien enamorado de sí mismo pues el narcisista también puede detestarse sin dejar de serlo, la enajenación que atrae al narcisista es “la relación fundamental, que se produce con uno mismo. El mismo amor y odio dialéctico que la pareja siente hacia el otro es experimentado dentro de uno mismo. El diálogo interior casi nunca cesa.” (...) El ojo de la conciencia está siempre observando sus propias acciones (...) no se haya insismismado, sino que más bien se trata de un yo que está absorto estudiando al otro. El narcisista es el científico y el experimento, todo en uno.

El cuerpo del otro, espacio testimonial donde acontece la propia historia, allí se guardará el testimonio de haber sido porque allí ardimos. La huella en otro cuerpo dirá que fuimos ocupación transtornando el instante, distendiendo la plenitud celebratoria, acto furtivo del presente real, “cuando abro tu carne hiero el tiempo (...) me hundo en ti para enfrentar la muerte. El amante y la amada se convierten en altar para el ritual donde los dos se ofrendan, el narcisismo se disuelve en lo mutuo. No hay mercurio pasivo. Al otro lado hay también agitación continua, perseverancia en la búsqueda, otra selva. U otra dinastía, una galaxia total con todos sus ciclos de átomos en la sangre, y todo lo que la antecedía y lo que la sucederá, hecho fundacional, herencia que asegura su descendencia, lazo anudado. Incluso cuando Gaitán Durán invoca al hijo, no lo piensa como un heredero o continuador del hilo de sangre, biológicamente hablando, sino como prueba de la proyección del instante eterno.

El suyo era un erotismo vinculado a la exaltación amorosa, no sólo al placer natural para el que dos seres están dotados, ni la escueta lujuria, sino la más profunda capacidad expresiva del cuerpo cuando llega al abandono, una suerte de lucha y sacrificio fundacionales. Dos cuerpos como un altar para una ceremonia suicida pero en el sentido de donación arrebatada que hace recordar a Sor Juana Inés cuando exclama “muero porque no muero”. Y es este el aspecto que lo distingue de Sade y Bataille, influencias literarias y filósoficas por cierto no poco frecuentes entre sus contemporáneos, bajo el aura del existencialismo y el surrealismo, -entre ellos muchos latinoamericanos que se encontraron en París y en  Madrid a mediados de los años cincuenta y comienzos de los sesenta-.

Jorge Gaitán Durán concurría bien con cierto registro de David Herbert Lawrence sobre el poder de la naturaleza, (¡el bosque lleno del misterio de los huevos y de los capullos a medio abrir, y de las flores en brote (...)por todas partes los capullos y el impulso de la vida!), los ciclos de la ofrenda y su metáfora de los higos maduros, la fecundidad delirante de la tierra, su gusto por las frutas espléndidas y el orgasmo como instantes de fulguración.  Es grato no encontrar en su poesía exaltación de la belleza femenina o de la masculina más que vía la naturaleza, el gozo de la luz del mediodía.  Sus poemas y textos acarrean desde los egipcios y los incas antiguos el tono de odas al sol. Son notables las anotaciones en su Diario sobre la búsqueda de luz en Van Gogh, la luz técnica y la luz interior.  El sol dibujando el mundo tangible, lleno de líneas y colores, los ambientes humanos y los ciclos perfumados de la naturaleza en contraste con la ignota tiniebla. El sol es el aquí, el mundo, las nobles voces de la tarde. A través de esta metáfora quizás demasiado sencilla incluso un ápice ingenua, el poeta se refiere a una especie de triunfo sobre el tiempo cuyas formas antínomicas eternidad- instante desasosiegan. El día es el instante, claro latido; la noche, espesura de preguntas sin respuestas.

ORGASMO-PALABRA

La eternidad se fuga del tiempo y del lenguaje, intentar nombrarla es otra expedición. También puede ser un cierto modo del abandono, en cuanto nos apartamos de la experiencia para dar testimonio de ella, catapultados  por la concupiscencia del ardor creativo . Crear una fábula, la última fábula de la casa. Una fábula, el mito de su paso por el mundo, su presencia entre los seres amados, recreado en la palabra que lo sobrevive.  Testimonio de su plenitud que como fábula es afirmación, como fábula tiene un peso singular, se convierte en legado, en epopeya. Ahora cometo el lugar común, aludo a la siempre fresca, siempre moderna metáfora del viaje. Estoy hablando todavía de la intensidad del instante. En este caso también por una vía distinta a la de Sade para quien - según Camus- la sed de supervivencia pasa por la aristrocacia del cinismo y la voluntad de apocalipsis, la de Jorge Gaitán Durán es fundacional, conciliada con el poder renovador de la naturaleza, no con el poder destructor.

La intensidad que buscó Bataille implicaba un violento y ciego desencadenamiento, embestida y destruccion del otro (1). Sade defendía la soberanía de su deseo ejercida hasta el sacrificio de otros para el gozo enajenado. Jorge Gaitán Durán abraza la idea romántica de la unidad del origen: venimos del vacío y sólo en el orgasmo, por instantes, hay colmadura, la intensidad de la existencia se revela y fulmina la historia. Para los tres el orgasmo es la única libertad posible en el mundo abrumador, pero se diferencian en la comprensión real de tal libertad; tres diferentes modos de libar en el miedo y los tenebrosos panales del deseo; para aquellos la candencia helada de la muerte; para Jorge Gaitán Durán el nacimiento, somos el sol que nos alumbra. En el momento del orgasmo el caos llega a ser cosmos.
“Evidentemente el torbellino sexual no nos hace llorar, pero siempre nos turba, en ocasiones nos trastorna y, una de dos: o nos hace reír o nos envuelve en la violencia del abrazo... es debido a que somos humanos y a que vivimos en la sombría perspectiva de la muerte el que conozcamos la violencia exasperada, la violencia desesperada del erotismo. " George Bataille (Las lágrimas de Eros).

Allí está el orden simiente, balance de lo que vive para Jorge Gaitán Durán.  La inmolación es mutua, hay violencia, pero no hay crimen, mientras que para Bataille, como para Sade el erotismo es mística al revés, - lo anota Juan Liscano- una disolución en el exceso, una suerte de ética de cumbres que se derrumba en la soberanía del goce, fundidos con la muerte.

Qué hay detrás del instante, qué hay detrás del cuerpo que enlazamos y nos enlaza? pregunta O.Paz. La interjección del alma de Jorge Gaitán Durán responde como canto del que tiene la vida misma como patria, y cada palabra es el sentido total de esa patria y sólo si la haya es admisible morir. El sentido de esta muerte la aprehende de sus maestros terribles, con quienes su voluntad intelectual quiere concordar, pero encuentra la insistente formulación de su diferencia, porque en él la palabra es centella que mata, pero sumándonos en la suma. El sismo lírico –escribe- se asemeja a la trepidación del orgasmo, es decir, a la más recóndita actividad de lo sagrado.

CELEBRACION Vs ENAJENACION

En El Buscón poema libertario, acrimonioso, libelo contra dios, y contra la moral  JGaitán Durán conmina las maniobras del  poder y todos los modos de autoridad que en su estudio sobre Sade explica con argumentos más radicales.  Empieza por recrear las circunstancias históricas de donde surge el libertino, y poco a poco ilustra que la causa de los sucesivos presidios esencialmente fue su posición a favor de la república, en los albores de la Revolución Francesa hacia 1975. Fue el poder, el Estado que dieron y seguirán dando lugar al libertino. El libertinaje no puede existir sin el Estado. En aquellos años en que Gaitán vivía en París, Francia, en un delirio colonizador totalmente traidor a los principios de libertad e igualdad de siglo y medio antes, asesinaba líderes en Argelia. Cómo no volver a poner en el escenario  las sabias aseveraciones: la libertad política se reduce a una farsa cuando los prejuicios siguen intactos (...) De la teocracia restaurada no tardará en renacer la aristocracia.  Cómo no situar con firmeza la ética fundada en la rebeldía de Sade, en Colombia donde la alianza de iglesia y estado escondian mutuos crímenes de atrocidad demencial. Se une al reo para abominar del poder y la esclavitud, del colonialismo abierto y soslayado, del timo del hombre por hombre.

No tenía la arrogancia de Sade, o no estaba tan asediado por la propia afrenta al mundo pese a su comprensión y admiración por el conde recluso. Comprendió que la herida de Sade, rubicunda y escocida por la ley humana, era un resentimiento furibundo que proclamaba la destrucción -vano afán, por incompleto-.  Nuestro poeta retomó, actualizó para la literatura, pero con una dirigida intención para la atmósfera cultural provinciana que se vivía en Colombia, aquella voz que denunciara el crimen “legal” de los detentadores de las leyes y las normas  por tanto más abominables y ruines que el crimen al margen de  esa ley cometido por los miserables y apóstatas. Comprendió que la altivez de Sade era una espada, igual que cualquier  arma inocente de los daños colaterales. La espada es pura, como los elementos naturales, como los venenos, como el almorejo en los campos cultivados. Sólo que Sade era conciente de tales daños colaterales, Sade no arrancó el almorejo de su cultivo filósofico. Digno hijo del racionalismo francés, se apegó al argumento cerebral, con todo y su defensa de los instintos naturales, pero obsecado en la razón señaló el vicio de la providencia y la inconsistencia de la virtud. Y pese a ser tratado como loco, combatió razón con razón, sin arredrarse  usó el prodigio de su espada. Dijo Albert Camus que pese a su obsesión destructiva Sade sabía que el atentado contra la creación es imposible. Y Gaitán Durán le da continuidad esta reflexión, sin negar el doble nexo orgíastico y político con Sade, la exaltación por la naturaleza y por la escritura hace una defensa del rebelde, hasta entonces conocido sólo como el libertino, reubica el significado del apelativo común a la acción del rebelde dándole su justa dimensión.

JGaitán Durán introdujo a Sade pensador en la parroquia bogotana. Un pensador que para su investigación sobre el hombre no tenía más herramienta que su propio cuerpo enjaulado y una mente lúcida que se valió de tinta y papel o de sangre y paredes amenazada por la guillotina. Acepta el orgasmo como metáfora de la libertad porque confronta la mojigateria de las castas ricas y porque como metáfora del tiempo sintetiza tanatos y fecundación,  destrucción y creación.

Sus reflexiones sobre Sade,  sus harto conocidas referencias a Bataille marcan la estela de su rastreo no sólo en el erotismo, sino en el más limpio ejercicio político de un individuo. El concepto de libertad desarrollado en su escritura y conducido por lecturas del surrealismo, el existencialismo, -sobre todo Camus- le van dando concentración a sus preocupaciones filosóficas, y lo van armando en su empeño contra la mediocridad cuyo poder, dijo, es más peligroso que el poder mismo.

Hacia 1955 emprende la edición de la revista Mito empezando con ella su verdadera batalla en Colombia, donde la falta de formación de los obreros hacía fracasar –como lo predijo el mismo Marx- la causa revolucionaria. “La clase obrera no era lo suficientemente fuerte para formar un partido proletario... el sindicalismo era fuerte como motor inmediato de masas, pero débil estructuralmente, espiritualmente, debilidad que fue el secreto de la fuerza liberal del lopismo”, escribió. Para empezar a formar había que incomodar las conciencias, pues no basta con la fuerza de la rabia acumulada, la ira ciega o la sed de venganza. Este tipo de fuerza no crea los fundamentos de una sociedad, la lección era reciente con los años de violencia, la mortandad siniestra a la que contra toda comprensión humana, parece haberse acostumbrado el país.  La agitación de las conciencias no es una experiencia mental, pese a que se ejerce en lo intelectual, apunta a la vivencia esencial de la vida. Apunta al cuerpo y sus posibilidades extraordinarias, apunta a la relación con todo lo que sabe respirar. Mientras que dirige la revista y escribe sus artículos, su crítica a la clase dirigente de la que había surgido, se decantaba su poesía.

AMOR-MUERTE

Sus poemas esenciales carecen ya de elucubraciones teóricas y se afilan en la palabra elemental, concreta, como una planta viva cuyo proceso está atado a la muerte, único destino imposible de cambiar, fatal belleza irremediable. Despojado del peso constante del raciocinio la elementalidad del instante pleno encandece en sus palabras. Poemas como un ofertorio, la contemplación conciente del tiempo que pasa es un veredicto del fin; o simplemente es fortaleza de ánimo para saberse parte de un proceso material irreveresible. Escanciaba eso que exudan los días, algo estrepitoso y febril que al mismo tiempo emana de la muerte. Esa suma de plenitud. Buscaba y detectaba señales, enfrentándolas con el poema (única permanencia posible) formas en que la muerte actua, su lenta paciencia, las metamorfosis de la zarpa. Los órganos, la materia cuando se asoma a la nada, ya sin el espíritu que la anima, pero con su fulgencia, efecto del distanciarse, horas después, efecto de la inercia como en Sospecho un signo.  Denunciando la enajenación, observaba la vida en sus ciclos totales, la plenitud y los detritos, y como Sade que usa la morbidez de la carne como idóneo vehículo para la concupiscencia del crimen, toca las llagas más hondas del hombre ... mutilado por las caducidades.

Lo filósofico aquí no es una doctrina sino un ojo abierto y una lengua leal que no descuida la sombra mientras el cuerpo se hincha de la plenitud del instante. Y entonces sobreviene el poema emblemático, conciencia de lo efímero en la duda, Si mañana despierto y dice para siempre. “he tenido el tiempo en mi boca como un vino”. La coherencia está en esta secuencia, seguida de Vengan cumplidas moscasno es poca cosa vivir, el mundo es bello y el deseo es vasto”. Asociación de Pénelope con la muerte, la amada siempre lozana, el encuentro definitivo, fatal, belleza irremediable.  La muerte como un rastro marcando una senda contraria a la fijeza o al precipicio, como un llamado irremediable seguido de un pacto, en su caso, que acepta la vida en su festejo cabal -“empollabas la herencia con tus mimos (...) Hoy te pago el ansia con que viví cada momento”- pues no hay otra elección para enfrentar la muerte.

Un burgués que carecía de esa seguridad burguesa en el futuro. Contaba con la muerte no como una comprensión madura, sino como una ofrenda de su vida por la vida vivida. Hijo de un país como Colombia, país del no futuro, al que combatió con actos fundacionales, con claridades. A distancia tuvo una visión de perspectiva sobre Colombia y sus modos escuetos y sigilosos de matar. Y sucede como una clarividencia. Saber la muerte próxima, es también paróxistico, sentir su aliento pegado al tuyo, saber su mirada puesta en tí, en cada movimiento. Saber que cada día vivido es una concesión suya, extraño y cruel juego. Vivir en el vaho de su proximidad, la sensación de inminencia, cada minuto el último, cada mediodía un inesperado regalo. Esa proximidad tan clara, los sintomas, la vulnerabilidad del cuerpo, las pintas de sangre. ¿De qué otra manera explicarlo?

La muerte conducía la mano para su nombradía pero también su conciencia poética alerta, llena de vida, la observaba a ella como un linde al que llegaría contando con un plazo. Entre la bruma de lo que se puede entender, ese sinsaber de lo humano, que distingue ciertos olores en lo oscuro, señales que no sabe nombrar, visiones que no tienen imagen objetiva o concreta. En ese terreno difuso sinembargo la prisa arreciaba su escritura, la poesía empapada de esa prisa iba con otra velocidad arrimándose al destello del instante, como metiendo la mano en oro líquido. Abrasado en lo vivo la quemadura era un mal menor, nunca en vano al deseo arrancamos el humano amor que a las estrellas desafía y palabra por palabra tras la joya del orgasmo preservó su obra. 

Última actualización: 17/07/2018