1994
Por: Fernando Rendón
Un testigo desprevenido que hubiera asistido a nuestras ardorosas reuniones de comienzos de año, habría podido asegurar, con pruebas visibles, que el grupo de trabajo de Prometeo se había vuelto de repente completamente loco. Se informaba en una de las reuniones que habíamos enviado 100 proyectos a embajadas, entidades y empresas, y que poetas de 55 países habían sido invitados al Festival. Tal era nuestra energía, nuestro impulso, y de tal forma confundíamos el sueño con la realidad, y nuestro deseo obstinado con la capacidad de materializarlo. Percibíamos el exuberante compromiso de los habitantes de Medellín con este nuevo devenir. Un texto de Juan Gelman reflejaba las vías abiertas de una triple correspondencia entre los poetas, el público y los organizadores, en la búsqueda de la supresión de los límites:
¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí la sed,
hasta aquí el agua?
¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el aire,
hasta aquí el fuego?
¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el amor,
hasta aquí el odio?
¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el hombre,
hasta aquí no?
Juan Gelman, quien recibiría unos años después el Premio Cervantes, vivía una tragedia personal desde 1976, por la desaparición de su hijo Marcelo (20 años) y de su nuera María Claudia García (19 años, en embarazo), a manos de la dictadura militar argentina. Su hijo fue asesinado y su cuerpo hallado dentro de un tambor de cemento en un río de Buenos Aires. Su nuera fue trasladada a Uruguay (en desarrollo del Plan Cóndor) y, después de haber dado a luz a su hija, fue asesinada en las instalaciones de una fábrica de automotores. Su cuerpo fue desaparecido y nunca fue encontrado. La pequeña niña fue secuestrada por el Jefe de la Policía de Montevideo. Juan Gelman inició una prolongada búsqueda, aparejada a una campaña de denuncia y a una extenuante búsqueda de su nieta, nacida en cautivero; de los restos de su nuera y del esclarecimiento pleno de la verdad. Juan nos pidió en 1999, al poeta alemán Tobias Burghardt y a mí, desarrollar una labor de denuncia, entre poetas y artistas de todo el mundo, contra el presidente uruguayo Julio María Sanguinetti, que obstaculizaba la investigación y negaba que en ese país se hubieran presentado robos de bebés. La campaña había encontrado eco en 25 países. Una nueva campaña adelantada por Juan, Tobías y yo obtuvo la adhesión de varios miles de escritores, intelectuales y artistas de 115 países en los cinco continentes, entre ellos los Premios Nobel de la Paz Rigoberta Menchú Tum y Adolfo Pérez Esquivel, y los Premios Nobel de Literatura Imre Kertész, Gabriel García Márquez, Günter Grass, Wole Soyinka, José Saramago, Derek Walcott, y Darío Fo, entre otros. Un año después Juan encontró a su nieta Macarena. Se practicaron exitosas pruebas de ADN. Juan estaba feliz y agradecido. Nos escribíamos con frecuencia. Me dijo que antes que se probara plenamente su parentesco con Macarena, había sabido que ella era su nieta simplemente porque a los dos les gustaban los gatos. Macarena Gelman García es actualmente diputada de la república uruguaya.
En 1994 se abordó por primera vez la participación de invitados de nuevos continentes. Intervinieron poetas de tres naciones asiáticas (Japón, República Popular China e India), de una nación africana (Suráfrica), y de seis países europeos (Francia, Italia, Inglaterra, España, Hungría y Luxemburgo). Medellín empezó a ser sopesada en el exterior en una nueva dimensión.
Una risueña anécdota propició el surafricano Mazisi Kunene, creador de una novela épica sobre el emperador Shaka Zulu, llevada al cine y a la televisión internacional. Kunene debería viajar de Durban a Medellín, con llegada el 1° de junio, en un extenuante vuelo de 24 horas con breve escala en París. Yoni Ciro, encargado de la recepción poetas en el aeropuerto, esperó en vano durante horas su arribo al terminal aéreo de Rionegro, para disponer su traslado al hotel donde se hospedaba a los invitados.
No llegó Mazisi Kunene. A punto de retornar para informar sobre la ausencia del surafricano, Yoni Ciro notó un agitado tumulto cercano, y al acercarse para saber qué sucedía, vió a un negro gigante tumbado en el suelo. Era Mazisi Kunene, exembajador de su país ante la Unesco, el gran bardo ebrio de vino, que llegaba hasta nosotros de una forma insólita, y que danzaría como un rey zulu en la clausura del Festival, al son de tambores.
Por supuesto el Festival cuenta con un arsenal de historias. El poeta y periodista Neb Raj Bathia, llegó también ese año a la ciudad precedido de un aura hinduísta, hasta que cambiamos de parecer sobre el trasfondo de su ser: Bathia fue pillado in fraganti, masticando carne de res en el restaurante. Alguien le preguntó por qué comía carne asada de animal vacuno, si se consideraba un animal sagrado en su país. Con pasmosa velocidad objetó: “En mi país las vacas son sagradas, pero en Colombia no”.
Era sorprendente el compromiso progresivo de la juventud con el Festival, agredida por la extrema violencia cotidiana. Más impresionante aún que pudieran apreciarse en los actos miles de mujeres, bellas como jamás se habían visto. En un período de horror, cuando predominaba el sicariato como modelo para los jóvenes, que mataban a un desconocido por unos pocos pesos; las mujeres embellecían a ojos vistas, puesto los asesinos solo temían a las mujeres hermosas.
El poeta Rudolf Peyer fue el primer representante de Suiza en el Festival. Exacto, como un reloj suizo, preparaba sus lecturas con cronómetro, aunque siempre excediéndose del límite de tiempo sugerido por la organización, Peyer encontraba nuevas razones para justificar el tiempo adicional: “el de los aplausos”. El Neue Zürcher Zeitung era en ese momento el periódico de mayor circulación de Suiza en Europa, con un tiraje de 130.000 ejemplares diarios. Peyer publicó en sus páginas, el 16 de agosto de 1994, una crónica sobre la cuarta edición del Festival, que tituló Medellín: también una capital mundial de la poesía:
Medellín no comienza en Medellín. Medellín comienza en los periódicos, en las revistas, en la televisión, en los libros. Lo que interesa de Medellín son los titulares: los carrobombas, los narcotraficantes, una atmósfera digna de Hitchcock o del viejo Oeste; sin el mundo de la cocaína no sabríamos nada de Medellín. En el mundo hay ciudades más grandes, más viejas y más bonitas que Medellín. Desde que Medellín se convirtió en sinónimo de mafia de drogas, el nombre de Medellín lo conoce cada niño. Medellín es, más que cualquier otra ciudad del mundo, una ciudad de segunda mano, para Dante sería como la boca del infierno. Medellín tiene dos millones de habitantes; tiene amas de casa, jardines infantiles, obreros, trancones… nada diferente de Zürich, Roma o los Ángeles. Solo que Medellín tiene la ventaja de que lo que uno primero conoce es lo que más retiene. Acabo de llegar de Medellín, ¿de cuál Medellín quieren que les cuente?
En Medellín tuvo lugar hace poco el IV Festival Internacional de Poesía. La invitación la recibí de la embajada de suiza en Bogotá y de Pro Helvetia. “¿Tendría usted el ánimo (la valentía) de ir a Medellín?” La negra etiqueta me dictó la respuesta: “Ja, ahora, ¿donde mataron a Escobar?” mi decisión dependería de qué tan peligrosa realmente era Colombia. Después de tantos años de tener ese lugar bajo tierra, con las peores referencias, obtuve la mejor respuesta arqueológica amiga: “Colombia hoy por hoy no es más peligrosa que otro país de Latinoamérica”. La documentación que tenía del anterior Festival, para la situación europea era sospechosamente sensacional, exagerada, increíble. El periódico argentino Diario de Poesía tituló sobre el III Festival: “El Cartel de la poesía: 60.000 espectadores”. Cuando las lecturas eran amenizadas por un grupo de música popular, los músicos eran rechazados por el público: “¡Queremos poesía!”.
Una primera impresión del público afluente nos es proporcionada en la fiesta de inauguración en el Teatro Metropolitano. Los 1800 pases de cortesía hacía ya una semana estaban agotados. En un principio la organización acompaña los tumultos de espectadores y espectadoras a través de las entradas, pero el conglomerado sólo se calma cuando ya todos han tomado asiento, aunque sea en los pasillos, o cuando se han recostado en las paredes.
En Medellín estaban casi todos seguros de que hoy sobre nuestro planeta la lírica podría manifestarse. El Festival tuvo con ésta una gran acogida; esto no sólo representó un corte horizontal a través del continente sino también uno vertical en las últimas generaciones. El ecuatoriano Jorge Enrique Adoum, uno de los grandes pensadores de Latinoamérica, es uno de quienes regresó, y confiesa “yo no escribo para nadie, pero cuando 10.000 espectadores dejan salir más y más expresiones de júbilo, es cuando me doy cuenta de que sí escribo para otros”.
El que quiera entender el fenómeno del público de Medellín, debe en primer lugar olvidar nuestras reglas europeas: “La poesía”, se dice entre nosotros, “no se vende, no tiene público”. En la mayoría de los países latinoamericanos la lírica es, por el contrario, el género literario número uno. No por accidente fueron alguna vez poetas tres de sus hasta ahora cinco Premios Nobel. Y esta predilección por la poesía se convirtió en Medellín en euforia poética. En mi primera lectura ante unas 700 u 800 personas, al principio estuve tan irritado que quise interrumpir mi recital. Luego de mi primera palabra empezó una mujer, de espaldas a mi atril, a hacer gestos, y luego cuando me di cuenta de que las tres o cuatro primeras filas del púbico no me miraban a mí, sino a la dama, supe entonces: “¡Estoy leyendo ante sordomudos!”
Como el punto más sobresaliente estaba la lectura de 17 poetas el domingo al medio día. En el teatro al aire libre Carlos Vieco en el Cerro Nutibara, con capacidad para 3000 personas. Desde las dos de la tarde hasta las ocho y media de la noche estuvieron presentes unas 2000 a 2500 personas. Una reminiscencia de la húngara Eva Toth puede servir de prototipo. Después de su grupo de lectura, fueron servidas las mesas para un refrigerio, los cocineros y las cocineras permanecían todavía en la cocina. Luego apareció el cocinero jefe ante los poetas y dijo: “Como el personal de la cocina ha trabajado para ustedes, se ha perdido de los recitales, esto me parece injusto. Yo les pido que nos den una pequeña muestra de su arte poético mientras que la comida está servida”. Mientras tanto los poetas, más honrados que reprendidos, se reunían en la cocina para probar que los cocineros de Medellín no sólo leen libros de cocina.
Comenzaba con una cita del poeta colombiano Jorge Zalamea: “Estoy llegando a un consolador final, en la poesía ningún país subdesarrollado”, y terminaba con las palabras: “Vuestra actualidad, queridos embajadores de la palabra (…), quiero que obtengan un certificado de la esperanza en la ilimitada vida que nuestro pueblo se merece”.
Hay colegas poetas que vienen del Festival de Poesía de México y viajan del Festival de Medellín al de Lima. Hay poetas, como se puede observar, que sólo en pos de la poesía viajan. Y estos conocedores de Festivales concuerdan en que no hay ningún Festival de poesía que se puede comparar con el de Medellín. Medellín tiene el Festival de Festivales y lo más importante en este Festival es el ambiente. Medellín es por una semana una ciudad maníaca, obsesiva, loca por la poesía.
(Traducción: Andrés Felipe Velásquez)
MARIN SORESCU, Ministro de Cultura (Rumania):
Creo que lo que sucede con la poesía en Medellín está vinculado con la fantasía, sobrepasa la realidad, eso fortalece la confianza de los poetas en la poesía. Hay gente que siente la necesidad de respirar poesía. Este hecho significa que nuestro mundo no ha perdido la inocencia. El Festival es muy democrático, muy amistoso y mantiene alerta la verdadera inspiración. Hay aquí un filtro muy importante para la poesía: el público. Es un público muy generoso, muy competente, que ve en la poesía una posibilidad de salvarse, un público que da coraje a la inspiración. Una participación en el Festival de Medellín, es como una vacuna contra el alejamiento de la poesía. Ella nace en todos los lugares y puede nacer también en la ciudad. Hay ciudades que son poéticas y ciudades que rechazan la poesía. Medellín forma parte de la primera categoría. Es una ciudad poética por excelencia.
JUAN GELMAN, Premio Cervantes (Argentina):
En realidad uno piensa que si llega a tener dos o tres lectores es suficiente. Pero creo que lo que se dice sobre Europa es cierto. Voy a comparar dos Festivales de poesía: uno en París, en el que estuve recientemente, donde el público era bastante reducido; en el otro, realizado en Medellín, Colombia, pasaban miles de personas; este Festival se cerraba con un acto poético en el que leían todos los poetas invitados, que podían ser 30 o 40, empezaba a las dos de la tarde, en un teatro al aire libre, y terminaba a las ocho de la noche, de un domingo. La poesía latinoamericana no tiene la culpa de lo que pasa en Europa. Yo creo que los europeos tendrían que revisar un poco críticamente lo que les pasa a ellos, qué fenómenos sociales, de deshumanización, inciden en eso.
Fuertes sucesos políticos y militares continuaban signando la escena social en el país. Durante los primeros días del Festival de este año, estando en el restaurante del hotel con un grupo numeroso de poetas, a la hora de la cena, escuchamos una fuerte explosión. Como si se hubieran puesto de acuerdo, todos los invitados se miraron y me interrogaron con sus ojos. Para no alarmarlos más, anticipé: -¡No es una bomba! -¡Es pólvora que queman los jóvenes para celebrar la llegada de los poetas a la ciudad!
Meses después, Editorial Colina editó una antología de poemas de Marin Sorescu, quien nos había cedido los derechos sobre una publicación. La Embajada de Rumania convocó al cuerpo diplomático a un coctel en su sede para presentar el libro. Todo estaba preparado para iniciar el acto, pero inesperadamente llegaron solo unos pocos diplomáticos. El embajador rumano Cristian Lazarescu informó contrariado que, contraviniendo todo protocolo, la Embajada de Estados Unidos había convocado a los embajadores acreditados en Bogotá a un acto paralelo, a la misma hora.
Durante ese año adelantamos durante varios meses, en el auditorio Epifanio Mejía de la Cámara de Comercio, el programa semanal Tiempo de Poesía, que nos permitía mantener una actividad poética continua, exponiendo a la ciudad la obra de poetas consagrados, al lado de talentosos jóvenes poetas; con una importante afluencia de público.
Continuábamos desarrollando el programa de radio La Torre Abolida que, bajo la dirección de Jairo Guzmán había implementado 144 emisiones desde 1992. También editamos el CD Poetas del Mundo y concluimos la edición del documental Como si despuntara el día, alrededor de los hechos de la tercera versión del Festival.
Nos afirmábamos en todos los buenos augurios, cimentados en el ascenso de un espíritu transformador de la interioridad de la ciudad, en contraposición al ejército de enemigos de la paz y de la vida.
No imaginábamos que finalizando el año, Luis Alfredo Ramos Botero (hoy preso por nexos con el paramilitarismo), el mismo alcalde que firmó el Acuerdo 35 de 1993 del Concejo Municipal, que reconocía al Festival Internacional de Poesía de Medellín como evento de ciudad, otorgándole 30 millones de pesos anuales para su realización, había borrado de un plumazo su propósito, eliminando del presupuesto de la Alcaldía de Medellín la partida que protegía al Festival para la celebración de su quinta edición. Era de reírse el hecho de que, a todas las dificultades que teníamos para su financiación, a fines de 1994, se sumara el que tuviéramos que hacer “lobby” ante algunos concejales para recomponer el rubro.
Pese a todo, las publicaciones de la Revista Prometeo continuaban su trabajo divulgativo, y ese mismo año tiramos cuatro nuevos números. El primero, conteniendo selecciones de poetas chilenos y colombianos; y bajo el título más extensivo de Escritura viva del continente, una muestra de poetas latinoamericanos contemporáneos. Posteriormente editamos un número doble de las Memorias del IV Festival Internacional de Poesía de Medellín, con poemas de Gonzalo Rojas, Juan Gelman, Marin Sorescu, Ernesto Cardenal, José Emilio Pacheco y Juan Calzadilla; una selección de poetas japoneses y una antología de poetas polacos, con textos de Wislawa Szymborska, dos años antes de que ella recibiera el Nobel de Literatura; y una dilatada antología de poemas humorísticos, ilustrada con pinturas de Antonio Samudio, bajo el título La poesía ríe última.
Nuestro grupo de trabajo se ampliaba con la presencia activa de Luis Eduardo Rendón, Aydé Atehortúa y Eliana Tabares, que inyectaban nuevos bríos a nuestro desatado trajín. Entre todos nuestros objetivos “específicos” sobresalía el propósito delirante de la transformación espiritual de la ciudad, nuestra lucha por ayudar a modificar la vida.
Luis Eduardo Rendón, una montaña de sueños; un poeta serio, silencioso, reflexivo, se integró este año al grupo de trabajo. Con el paso de los años se evidenció el disciplinado organizador que era, dedicado a su tarea del alba a medianoche, obsesivo, tenaz, místico, riguroso en extremo, previendo minuciosos detalles de la programación de los actos del Festival, con enorme responsabilidad y amor.
Comenzó su trabajo poético a sus once años. Oleadas de amigos visitaban mi casa, debatíamos asuntos entre alcoholes y volutas de humo, él estaba atento a los diálogos, refinando su oído, construyendo un lenguaje analógico singular, elaborando una poética aliada a su capacidad de actuar sobre el mundo.
Su obstinado trabajo en la edición de la enorme colección audiovisual de la organización, que porsiguió al lado de su bella, Natalia Rojas; sus certeras propuestas de ediciones antológicas; sus dedicadas y bellas traducciones, en colaboración con G. Leogena, durante inagotables jornadas; su exigente selección de lectores y presentadores del Festival, en asocio con Carlos Gabriel Arango Obregón; su espíritu crítico, abnegado y necesario a todos, que lo instaba a sobrellevar las más pesadas cargas, lo hicieron entrañable e imprescindible para el trabajo compartido.