La poesía para una re-significación del mito y la utopía
Por: Jairo Guzmán
Comité de dirección
Festival Internacional de Poesía de Medellín
El mito es fundación, respiración primera de la memoria ancestral, pálpito del origen en la palabra. Inmanencia que nos rebasa como seres históricos aunque de sus ramajes se desprende la historia. Palabra sin tiempo, el mito respira con el oxígeno de la poesía. Danza, rito e iniciación en los misterios, la poesía es la sustancia que moviliza los símbolos en que el mito se manifiesta.
El mito contiene todos los dioses y todas las narraciones que les dan vida y poderes pero su esencia permea todo lo viviente. Desde los albores de la humanidad, el canto es la manera de evocar el origen y de transmitir los conocimientos cifrados en el mito.
Lo ignoto, lo increado, lo incognoscible, los arquetipos, el misterio, el origen y la otredad tienen un gran peso específico en nuestra deriva por el océano de la historia. Somos mucho más que el relato de la historia. En nuestra esencia gravita la conciencia del huevo solar. En nuestras células están grabadas las grandes epopeyas, las grandes batallas que ha librado lo viviente para permanecer y continuar de cara al sol. Esa poética de lo viviente ha dado paso a nuestra presencia en el mundo. La poesía es la sangre del mito.
Nuestra esencia humana es poesía, sueño, mito y utopía en movimiento. En su carta del Vidente, Rimbaud expresa: “El poeta es, pues, robador de fuego. Lleva el peso de la humanidad, incluso de los animales; tendrá que conseguir que sus invenciones se sientan, se palpen, se escuchen”.
En esta perspectiva rimbaudiana, el poeta es un Prometeo desencadenante. Roba el fuego de la poesía y lo distribuye entre la humanidad. Vemos cómo un mito resucita en un poeta, justo para renovar el sentido de la experiencia poética: la poesía para “cambiar la vida”.
Así, el poeta contemporáneo, al igual que Prometeo, tiene una parte de sí enraizada en el mito y otra en la utopía, ya que descifra el código (mito) del fuego (conocimiento, poesía, técnica) y lo distribuye entre la humanidad, con la promesa de cambiar la vida (utopía actuante), de liberarnos de toda opresión y ejercer la libertad como una adquisición, propiciada por la fuerza motriz y liberadora de la poesía.
La fuerza que tiene el mito en nuestra vida es inconmensurable. En cada gesto subyace un mito. Debajo de cada palabra hay un río mítico, un torrente que lleva en su caudal un cortejo de símbolos por los que hablan las voces ancestrales, las voces de los hierofantes, los himnos que transmitían la curación y los conocimientos cuyo origen se pierde en una nebulosa, en un tiempo remoto.
Hay un trasfondo mítico en todo momento paradigmático de la especie humana. El esplendor del mito está ligado fuertemente a la memoria sin la cual su transmisión sería nula. El mito no puede ser olvidado y esta es la razón que transforma a la poesía en su sustento, en su motor de edad en edad.
El mito del minotauro se convierte en metáfora de nuestra condición en el laberinto de la civilización y la cultura. Estamos en el laberinto y entramos a él por la puerta del mito. Deseamos la salida y la poesía se torna hilo de Ariadna, solo que la salida (utopía) se confunde con la entrada y es así que lo que es nostalgia de una edad dorada (empotrada en el mito) se vuelve deseo de un mundo pleno, como promesa por cumplir o sueño a realizar (utopía).
Mito y utopía tienen una frontera ardiente e indiscernible: la poesía; su soplo nos impulsa por un tiempo turbulento y conjetural, buscando la salida, el acceso a la otra orilla. Son los poetas quienes fundan lo que permanece, expresaba Hölderlin, y son los poetas los que preservan el poder del mito, transponiéndolo, trasvasándolo a una actualidad viva y dinámica mediante los dones de la imaginación y la palabra fundacional de la poesía.
El filósofo Hegel, en una parte de su poema Eleusis, dedicado a Hölderlin en 1792, expresa:
…– ¡Bienvenidas
Las altas sombras y su intocable espíritu,
De cuyas estrellas reluce la plenitud!
No me atemoriza, -siento que es también mi lugar el éter
De severidad, de brillo, que las rodea.
Ah! Saltan ahora por sí mismas las puertas de tu divino reino,
¡Oh Ceres, que reinaste en Eleusis!
Embriagado de entusiasmo me sentiría ahora
El espectador de tu presencia,
Entendería tus revelaciones,
Comprendería el alto sentido de las imágenes, escucharía
Los himnos dibujados junto a los dioses,
La suprema sentencia de tu consejo.-
Tu estruendo ha enmudecido, ¡oh diosa!
¡De los altares consagrados ha huido
El círculo de los dioses, de vuelta al Olimpo,
Ha huido de la profanada tumba de la humanidad,
Ha huido del genio la inocencia al que ella ha embrujado!
Calla la sabiduría de tus sacerdotes; no hay tono de consagración
Que se haya salvado para nosotros – y en vano busca
La curiosidad del investigador algo más que amor
A la sabiduría (ella posee al buscador y
te venera) –solo para dominarla ¡ellos te entierran con palabras
que fueron impresas en tu alto sentido!
Es el retorno de la noche sagrada de Eleusis, en que Deméter da luz a Dioniso. La noche que lo libera del tiempo y del espacio. En el poema Eleusis, observamos la conciencia de la pérdida de lo sagrado. El poeta recupera el esplendor del mito ante su sub-valoración y confinamiento a simple fantasía por los dictámenes de la razón instrumental. Es el poema el medio con el que el filósofo expresa la nostalgia de un tiempo glorioso, donde el pensamiento mítico fusionado al sueño convierte al hombre en un dios: “El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando piensa” (Hölderlin). Schlegel, en su “Alocución sobre la mitología”, expresa: “Llego sin más demora al objetivo. Le falta a nuestra poesía un centro, como lo fue la mitología para los antiguos, y todo lo esencial, en lo que del arte poético moderno es inferior al antiguo, se puede resumir en las siguientes palabras: no tenemos una mitología. Pero añado que estamos a punto de obtenerla, o mejor, que es el momento de que contribuyamos a articular una. Pues es este el comienzo de toda poesía, abolir el funcionamiento y las leyes de la razón que piensa razonablemente, y trasladarnos de nuevo a la bella confusión de la fantasía, al caos original de la naturaleza humana, para el que hasta ahora no he conocido símbolo más hermoso que el abigarrado hervidero de los dioses antiguos”.
Han transcurrido doscientos doce años desde esta alocución y lo que sigue vigente es el propósito de re-significar el mito. Constatamos lo que en ese entonces ya se experimentaba como algo necesario: la mitología en el corazón de la poesía.
De manera análoga a la ridiculización del mito en la ilustración, esta época que pregona la muerte de la historia ha minimizado y reducido la utopía a discurso confinado, a ensoñación pasada de moda y por lo tanto inoperante, sin importancia.
Seguimos en el laberinto y el hilo de la poesía nos va guiando, al transmitirse de generación en generación, para no perecer ante la realidad, esa contingencia, ese minotauro de la sobre-explotación y la devastación. Encontrar la salida es el sueño que alimenta la utopía. Sueño actuante, en el día a día. No se trata de ignorar la realidad. Más aún: hay que asumirla y transformarla, radicalmente. Ahora ya no nos conformamos con proclamar que "otro mundo es posible"; proclamamos que es factible y lo hacemos. Promesa por cumplir, con raíz en el mito y la historia, la utopía es una acción permanente, es el motor de nuestras acciones poéticas.
Publicado en octubre 15 de 2012.