Canciones de paz desde Medellín
Por:
Nguyen Phan Que Mai
Traductor:
Claudia Castro Luna
“Atravieso la mitad del globo para sentir
las salobres rojas lágrimas de los colombianos dentro de mi sangre.
Lágrimas de aquellos que perdieron sus casas a causa del conflicto
Que ahora lloran lágrimas vietnamitas mientras oyen
Cómo la aldea de mis ancestros
Fue hecha polvo por las bombas”.
Mi voz ascendió hasta un majestuoso atardecer mientras yo cantaba en vietnamés el poema “El Color de la Paz” que escribí en Medellín para la gente de Colombia y que puse en escena en la ceremonia de clausura del 23º Festival Internacional de Poesía de Medellín. Frente a mí, más de cuatro mil personas estaban sentadas en silencio. Algunos de ellos cerraban sus ojos para recibir mis palabras en sus corazones. Algunos de ellos tenían sus manos sobre su pecho para sentir mi amor por su país.
Fue mi segunda oportunidad de leer mi poesía aquí, en el Teatro al Aire Libre Carlos Vieco –la primera vez, una semana antes, en la ceremonia de apertura del Festival – hubiera debido sentirme nerviosa. Sin embargo no lo estaba en absoluto. Mientras la música acariciaba mi voz y los ojos de la audiencia entibiaban mi corazón, me sentí total y completamente en casa. Sí, en casa. ¿Cómo podía no sentirme en casa, cuando los últimos ocho días aquí en Medellín, había recibido la más cálida la amistad y amabilidad de la hospitalidad? ¿Cómo no sentirme en casa cuando los miembros de la audiencia se habían mecido conmigo mientras yo cantaba acerca de mi hermoso país, Vietnam, habían reído conmigo mientras les enseñaba vietnamita, habían vertido lágrimas mientras escuchaban en mi poesía cómo la gente vietnamita combatió conflictos y guerras, y me habían dado los más grandes abrazos que eran capaces de dar?
Por cientos de años, mi país Vietnam tuvo que atravesar muchas invasiones extranjeras, guerras y conflictos. Guerras y conflictos que habían arrebatado las vidas de millones de personas, incluyendo miembros de mi propia familia. Guerras y conflictos que me hacen apreciar el significado de la paz y me hacen sentir una fuerte conexión con la gente colombiana, que durante muchos años han sufrido las terribles consecuencias de guerra y conflicto. Nunca olvidaré el dolor en la voz del director del Festival –el poeta Fernando Rendón- cuando declaró en el discurso de la apertura del Festival: “Colombia experimenta una de las más grandes tragedias humanitarias de la tierra, con una guerra de más de medio siglo, que ha dejado cinco millones de víctimas, algunas muertas, otras desaparecidas, heridas, mutiladas o desplazadas, siendo una de las más largas guerras de la historia humana, y la más vieja de las guerras libradas en Suramérica”.
LA MAGIA DE MEDELLÍN
Antes de venir a Medellín, había siempre creído que la poesía tenía un poder especial para tender puentes de amistad entre las diferentes naciones y para elevar el espíritu de la gente. Tuve la oportunidad de testimoniar ese poder en la vida real, en una lectura de poesía muy especial que tuvo lugar durante el segundo día del Festival. El poeta Luis Eduardo Rendón, que estaba encargado de la programación del Festival, me había explicado que mi actividad para aquel día, 7 de julio, iba a ser especialísima, ante personas que habían sido desplazadas debido a la guerra civil de Colombia.
En cuanto el sol matinal abrió sus ojos, subí a un colorido bus con el poeta colombiano Álvaro Marín y el poeta haitiano Josaphat Robert Large. Luego de hora y media de ascender por estrechas y tortuosas carreteras, que nos condujeron a la cumbre de una empinada montaña que miraba hacia el valle de Medellín, llegué a una colorida sede para los desplazados de La Cruz y La Honda. Un gran grupo de jóvenes y de gente mayor así como hermosos niños, comenzó a reunirse. Parecían emocionados de vernos y estaban aún más deleitados cuando yo hablé unas pocas palabras en español. Algunos niños alegres y de nuevos amigos me empujaron afuera del edificio, hacia un área abierta donde tres grandes ollas se alzaban encima de las volutas de humo. Allí, se me ofreció un delicioso café colombiano, y fui abrazada por un grupo de mujeres que estaban preparando el almuerzo para nosotros, y para la comunidad completa que comería con nosotros. De pie alrededor de las ollas hirvientes y sorbiendo café, escuché las historias de esta maravillosa gente, mientras me contaban cómo habían tenido que escapar de los pueblos de sus ancestros y habían abandonado sus hogares debido a la terrible violencia traída por la guerra civil. Como agricultores, habían tenido que dejar sus tierras y venir aquí a reconstruir sus vidas. Todos ellos habían estado luchando para hacer vida, algunos de ellos se habían convertido en vendedores callejeros de la gran ciudad de Medellín. Me mostraron sus rudimentarias viviendas, que colgaban de la loma de la montaña, ahora verdes, con árboles y jardines. Las lágrimas sofocaron mi mirada mientras nos mostraban un video acerca de su comienzo en La Cruz y La Honda, donde tuvieron que cavar para obtener agua, reunieron materiales para sus nuevas casas y desenterraron rocas para hacer nichos para el nuevo jardín.
Aquel día, leyendo poesía a la gente de La Cruz y La Honda, se dedicaron poemas a aquellos que sufrieron conflictos, guerras, se dedicaron poemas a los vendedores callejeros, los trabajadores, recicladores, y a los jardineros, yo misma estuve particularmente conmovida. Fue la primera vez que palpé el real significado de poesía cuando vi las lágrimas en los ojos de mi audiencia. Y no dudé por un segundo en compartir mis lágrimas con ellos, lágrimas por el dolor de su separación y pérdida, lágrimas de esperanzas y sueños de un mejor futuro.
UN FESTIVAL DE ARTE Y DERECHOS HUMANOS
“No más balas/No más armas/No más combate…:” Son estos, versos que un niño de 12 años leyó en un evento de poesía organizado por la Escuela de Poesía, a la que tuve el placer de asistir. Fue emocionante conocer que el Festival Internacional de Poesía de Medellín ha establecido una escuela de poesía y celebró muchos talleres para niños desamparados, para darles una voz para luchar contra la guerra civil y la violencia.
Durante el Festival, me sorprendió cuán posible es para los desamparados ser parte de un gran proyecto internacional. Algunos miembros de la audiencia me dijeron que ellos habían experimentado significativos cambios dentro de ellos mismos a partir de su asistencia al Festival: ellos aprecian mucho más la poesía, la literatura, el arte y la lectura y han comenzado a escribir poemas y a expresarse por sí mismos. También tuve la oportunidad de apreciar algunos de esos poemas. En La Cruz, tres mujeres tomaron el escenario con nosotros y compartieron los poemas que habían escrito acerca de las experiencias de sus vidas. Incluso pude comprar unas pocas copias de su colección de poesía para llevarlas a casa y darlas como regalo a mis amigos.
Durante el Festival, fui afortunada de conocer a la doctora Juliane Kronen, miembro consejero del Premio Right Livelihood, quien me dijo que su organización había otorgado el Premio Nobel Alternativo al Festival Internacional de Poesía de Medellín porque “el Festival ha contribuido significativamente al desarrollo sostenible de Medellín mediante la resolución del conflicto y la contribución a los derechos humanos”. Es en verdad mi honor y privilegio ser parte de este significativo proyecto.
De la respuesta y entusiasmo de la audiencia durante el Festival, pude sentir que la contribución y el valor del Festival son altamente apreciados. No creía que fuera posible arrastrar a miles de personas a una lectura de poesía si no se le atribuyera valor a ella. Yo misma encontré que el Festival abarca gran valor artístico: la calidad de la poesía leída durante los eventos es muy alta e inspiradora. Muchos de los poemas son muy próximos a la tierra, impactantes y pueden hablar a la gente que pertenece a diferentes clases sociales.
Es sorprendente cuán bien organizado es el Festival Internacional de Poesía de Medellín. Instructivos, traducciones y programas están bien preparados. Toda la correspondencia previa y posterior al evento fue dirigida profesionalmente y de una manera sincronizada. El Festival también posee una sorprendente incumbencia de grupos de gente marginal, que vive en áreas muy pobres y suburbiales, que generalmente no posee acceso a eventos artísticos internacionales. El apoyo logístico fue extremadamente efectivo, y asegura que todas las actividades se den fluidamente y sin ningún problema. En cada evento, recibí un asombroso apoyo logístico y de traducción. Estoy maravillada de cuán capaces y serviciales fueron los miembros del equipo y los voluntarios.
Personalmente para mí, el Festival Internacional de Poesía de Medellín es un modelo de cómo la poesía puede ser usada para promover la inclusión social, la paz y la reconciliación. Como soy una apasionada por el trabajo social y la poesía, me siento inspirada por el Festival para iniciar proyectos similares en el futuro: dirigir un taller de poesía para grupos de personas vietnamitas desamparadas, y ayudar a hacer Festivales de poesía en mi país, más orientados hacia los grupos socialmente excluidos…
Los valiosos contactos internacionales que hice durante el Festival me están ayudando a alcanzar mis sueños de emplear la poesía para tender puentes de amistad y comprensión entre las naciones. A partir de la correspondencia posterior al Festival con otros poetas internacionales, tengo la esperanza de poder llevar las historias de Vietnam para compartir con la audiencia en India, Austria y Cuba en el futuro más próximo.
Para los desplazados de La Cruz, Colombia
La plática alrededor de los niños
olía a salsa elevándose de sus casas
que se aferraban como huezos límpidos a la falda de la montaña.
Sus padres y abuelos de pie
bajo un techo improvisado, contándome
como habían escapado balas
que caían como lluvia
desde helicopteros girando arriba de sus cabezas;
los niños se acercaron a mi primero, tímidos como gatos,
después se rieron,
frotando sus manitas sobre la seda
áspera de mi vestido vietnamita.
Mis oídos zumbaban todavía
con las explosiones de las historias que acababa de oír,
y lágrimas ardían en mis ojos
cuando los niños alcanzaron y tomaron mis manos.
Me llevaron al sol,
a la rayuela, el juego lejano de mi niñez.
salté, me doblé, recogí
perlas de risa que brotaron
de sus bocas doradas por el sol
y sentí que pertencía
a esta tierra
quebrada por una guerra civil
y el maleficio de drogas.
Cuando nos levantamos
con pasos ligeros llenos de esperanza
supe que los muertos nos cuidaban,
ví como el color de la paz
se convirtió en color de risa,
cantada por los niños de Colombia.