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Ars poética

Por: Laure Morali
Traductor: Rafael Patiño Góez

 

Tu aliento vuelve a entrar al poema como a casa.

Escribir entonces…
Escribir para los contornos.
Esculpir el silencio con los sonidos.
Envolver las palabras y las formas de inmensidad.
Atreverse a la blancura de la página, a la opacidad de las cosas.
Poner el oído contra el muro del silencio apoyándose sobre las palabras.
Crear una partición de vibraciones haciendo palpable lo invisible, las emociones.
Religar lo infinitamente pequeño a lo infinitamente grande…

Escribir permite hacer circular el aliento del mundo entre la envoltura de las palabras y como las palabras hacen parte de nuestro cuerpo, la escritura ayuda a respirar mejor, impulsa.  

A partir del momento en el que se hace entrar al Otro en nuestros textos y en nosotros, es nuestra mirada lo que se lava, nuestra visión del mundo lo que se alarga, nuestra lengua lo que se renueva, nuestra voz lo que aparece… 

La escritura es el único país que yo conozco en donde es bueno sentirse extranjero. 

Escribir otorga el poder de aproximarse tan íntimamente a las gentes — más que permitido — que uno se instala en el corazón mismo de sus contradicciones, sin juicio, sin razón. Se  experimenta una especie de amor incondicional. Peligroso amor cuyo poema único puede elevarnos. 

El poema es este instante fotografiado entre los naufragios de la emoción. Él vuelve presente lo que ya no es más.

El poema es el relámpago que sigue al rayo, bien que haya caído ayer, hace diez años o dentro de los cinco segundos que siguen. 

Sólo la poesía puede reconciliar lo irreconciliable en la brecha de silencio que ella impone entre fuerzas contrarias. 

Desde el momento en que la escritura se mezcla con el espacio, ella cava como un geólogo en los estratos del tiempo. Y ella lo mezcla todo, acerca los continentes separados, forma archipiélagos con islas dispersas, lleva el viento del mar al interior de las tierras donde brotan abetos enanos, invierte las fronteras, hace saltar los territorios inventados que gruñen entre nuestros cuerpos, pinta paisajes sobre la piel arrugada de los hombres, abre pistas entre la nieve de la memoria, subleva,  entre la paleta de las palabras, recuerdos vueltos polvo de estaciones, una ligereza ofrecida al aire en pausa de páginas pesadas de silencio.   

Con su fuerza interior, esa de las palabras habitadas de aliento, el poema nos mantiene de pie pese a todas las hogueras y las caídas de las cuales guarda huella…

El poema tiene a la desnudez como armadura.


Laure Morali nació en 1972 y pasó su infancia en Bretagne. A la edad de veinte años, se fue a estudiar a Quebec. Escribe poemas, cuentos y narraciones. Dirige talleres literarios. Algunas de sus obras: La route des vents paraît, 2002; La terre cet animal, 2003; Traversée de l’Amérique dans les yeux d’un papillon, 2010 y Comment va le monde avec toi, 2013.

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Publicado en febrero 22 de 2014.

Última actualización: 15/01/2022