¿Por qué insistir en la poesía?
Por: Ivo Svetina
Traducción de Guillermo Martínez
Hace dos siglos, Hölderlin se preguntaba acerca del sentido de los poetas en estos tiempos dejados de la mano de Dios. El mundo estaba desamparado porque los dioses lo habían abandonado, habían volado lejos del hombre, quien se había declarado a sí mismo como el rey de la creación, puesto la capa de la voluntad para actuar, vuelto arbitrario, auto-suficiente, caprichoso, un Narciso que se miraba en la superficie del agua como en un espejo, reconociéndose a sí mismo, su imaginaria belleza, como la ley suprema. Como el sujeto (sub-iectum) de todo, para todo. Se había convertido en un hipersujeto, el amo de sí mismo y el mundo, que se le mostraba como una (más o menos clara) apariencia, induciéndolo y atrayéndolo a penetrarla, a recorrerla desde el oriente al occidente, del norte al sur, para explorarla y nombrarla. Y con una canción en sus labios, el hombre marchó en el mundo y más allá. Así maduró el Tiempo, producto de las manos del creador humano, que agarró al hombre en sus mandíbulas, y empezó a apalearlo. De este modo Adorno fue compelido a escribir que la poesía después de Auschwitz ya no era posible. Porque los incineradores habían atestiguado la deshumanización del hombre, aunque las altas chimeneas de ladrillo habían sido construidas por el hombre mismo, el hipersujeto corría desbocado, había renunciado a su ser para fundirse con la Idea del Superhombre.
El poeta eslovenio y luchador partisano, Edward Kocbek (1904-1981), escribió durante la Segunda Guerra Mundial que la poesía era el sendero de la auto-realización del hombre, su más fuerte autenticación. Dos siglos después de la aparición del famoso ensayo En defensa de la Poesía, de Percy Bysshe Shelley, uno de los mayores poetas románticos, la poesía iba a probar una vez más su indispensabilidad, su persistencia, su prominencia en la vida espiritual del hombre, semejante a su original posición entre los antiguos griegos, en la obra de Heráclito, cuando pensamiento y poesía todavía eran uno. Cuando logos y mythos aún eran hermanos, los futuros Caín y Abel: cuando pensar, desde la curiosidad, desde el amor a la sabiduría (filosofía), surgió al lugar del soberano y nació la Idea. Y, según Hegel, cuando el arte se redujo a la sensual apariencia de la idea.
El círculo se había cerrado: la sensual apariencia no es nada sino aparición, un disfraz, una máscara. Realmente, es una ilusión que se había, a través del mundo científico-tecnológico, de-generado dentro de la realidad virtual. El lenguaje no era más el instrumento esencial de la comunicación humana (¡del diálogo que se había elevado a pensar!) sino solamente una de sus innumerables posibilidades. Por lo tanto el lenguaje de la literatura, y de la poesía en particular, no era sino uno de los muchos lenguajes (¿dialectos?) usado por cada vez menos gente. El pájaro solitario todavía cantaba, porque según el jesuita Anthony de Mello, tiene una canción.
Taras Kermauner, un consagrado cronista e investigador de la poesía eslovena en el último siglo 20, especialmente entre 1950 y 1980, creía que la poesía pronunciaba la verdad del mundo (eslovenio). Desde Hierba Quemada(Pozgana trava, 1958) de Dane Zacj hasta Anti-América (1982) de BorutHlupic. Kermauner nombraba (y así establecía) las corrientes de la poesía Eslovenia en el último siglo 20 (cosismo, ludismo, carnismo, lingüismo, misticismo). A principios de los 1980s, con el amanecer de una nueva (¿) era, detectó en el trabajo de, por ejemplo, Boris A. Novack el nacimiento de un nuevo humanismo, ya no portando gérmenes nihilistas como el humanismo impuesto después de la guerra, que había prometido el Paraíso sobre la tierra.
Y ¿cuál es la verdad del mundo (eslovenio, ahora globalizado) de hoy? El hombre contemporáneo, el hombre lleno de gula , el hombre de nuestra superficial época está experimentando una pérdida del mundo debido a una apariencia que, aunque trabajada con una tecnología de punta (3 D), ha probado concluyentemente ser una ilusión. Una mera nada exitosamente mercadeada por las corporaciones en los países desarrollados como en los del “Tercer Mundo”. Una vez más (¿), la poesía está enfrentada con la cuestión de su propia existencia, del sentido que debería tener, como la verdad del mundo, empleada en este mismo mundo. ¿Es esto aún posible? ¿Es posible para la poesía, la más inocente de las tareas humanas de acuerdo con Hölderlin, “competir” con los otros ‘media’ que están aplastando al hombre contemporáneo, ensordeciéndolo con su inhumano escándalo?
La poesía no necesita competir contra algo o alguien. La poesía no es el solo refugio del hombre que es capturado por el horror de la nada, comprendiendo que él ha perdido los fundamentos de lo que había sido construido, ‘su’ mundo durante milenios, transformándolo de hogar a prisión. Mejor, ésta es la fortaleza, la fortaleza del lenguaje del hombre, capaz de nombrar el secreto esencial del mundo, el milagro final del mundo. Sobre los últimos dos siglos, la poesía ha descubierto cientos, miles de senderos hacia el sentido, hacia la verdad del mundo, probando incontables `poéticas` y ‘estéticas’; ha alcanzado incluso el punto de descubrimiento de que el único poema genuino es aquel escrito por el puro gozo de la composición (Baudelaire) y que la suprema belleza es la Nada (Mallarmè); habiendo ascendido a la montaña más alta y llegado al final del horizonte, la poesía, por toda su embriaguez tanto con el placer como con el ascetismo, comprendió que tendría que forzar su camino a través de un muro de acero pulido –el espejo de las apariencias- y convertirse de nuevo (¿otra vez?) en la voz del hombre, de su ‘corazón’ más que de su fascinación con el juego de las apariencias y/las perlas.
La ‘deformación nihilista del mundo’ (Kermanuer) ha dejado en su despertar tanto desolación como apretados volúmenes escritos sobre las estéticas de poetas que deforman el mundo, como los ludistas. La creación de poesía puede y ya no debe ser un agradable paseo vespertino a través del templo de la Naturaleza sino ‘una marcha de vida o muerte’. La cuestión esencial de esta despejada poesía, como puede ser llamada, no es el ‘¿Cómo? (tal poesía ha sido apodada ‘filo-técnica’ por el poeta eslovenio Niko Grafenauer) ni el ‘¿Qué?’ (filo-sófico) sino el ‘¿Por qué?’
¿Por qué un poema? La respuesta es el poema mismo. Ya no es un mero sistema de signos –significantes y significado, no ya solamente el resultado de un esfuerzo estético por verbalizar lo inefable y completar con una consumada destreza el proceso denominado poiesis de los antiguos griegos, un proceso en el que lo no existente atraviesa dentro lo existente, el poema tiene que ahondar nuestra ‘superficial época’, que no es otra que la sombra más débil del antiguo tiempo ‘dejado de la mano de Dios`, y conferir sobre el hombre la fe que él ha perdido en su voluntad. En una palabra: no ya más estética sino ética. ¡Ética sin moral (lizar)! Esta es la tarea esperando a los poetas, esos poetas que agarrarán el significado del ‘horrible trabajadores’ de Rimbaud, quienes en un esfuerzo por ser visionarios, incesantemente ‘disuelven’ todos sus sentidos, en el día y la noche, en el sueño y la vigilia. Es solamente con el aniquilamiento de osificadas concepciones, emociones y pensamientos, ideas y prácticas, que la poesía adquiere sentido y es capaz de pronunciar la verdad de los mundos de hoy y mañana.
Por lo tanto es esencial que la poesía debiera persistir, no permitiéndose ser borrada del hogar del hombre, desde la casa del Ser, y eso, incluso al costo de un esfuerzo sobrehumano, debería engendrar una nueva poesía –una poesía que sea tanto poema como pensamiento una vez más, cuando poesía y pensamiento se reúnen. Y entre más lejos, más alto y más profundo el alcance del pensamiento, más fuerte, más poderoso el poema.
Publicado en junio 30 2014.