La poesía panameña existe
Por: Moisés Pascual
Exclusivo para la Revista Prometeo, Colombia
¿Existe la poesía panameña? La pregunta parece necia, pero no lo es. Una perogrullada más. Sí y no. Poeta, y necio al fin, yo. Poeta. Con toda seguridad en el mundo los simples mortales saben más del canal de Panamá, sus boxeadores (Roberto mano de piedra Durán) o jugadores de beisbol (Mariano Rivera, de los Yankees de New York), con méritos indiscutibles, insuperables, y quizás sepamos más de los escándalos politiqueros de este pequeño país, vaya infamia, pero de sus poetas, de sus poetas no sabemos nada. Nothing. Ni un verso, al menos que sea el famoso poema Patria, de Ricardo Miró. El conocimiento de la poesía panameña, a nivel internacional, es limitado. Escaso, pobre.
Quizás, alguien muy culto o enterado sepa que el poeta Ricardo Miró escribió el poema que retrata el alma de los panameños, casi un canto, Patria, en Barcelona (1909), hace un siglo ya, lejos de todo, un canto de amor y dolor, juntos, como la mejor oda o elegía que se puede hacer, lejos del hogar, como Ulises batallando contra monstruos en su regreso a su amada Ítaca. La poesía es, casi siempre, un cúmulo de nostalgias, casi una ley de emociones ocultas. Toca a críticos e historiadores revelar sus secretos.
La historia se repite, creo, pero no en círculos. Una vez que viví en España, por necesidad, y amor, algunos españoles no sabían dónde quedaba Panamá. Reí. Créeme. Aunque usted no lo crea… No era un Reality show. Algunos pensaron que se trataba de un paisito neocolonial en el centro de África. Este es el mundo en el que vivimos, en los albores del siglo XXI. ¿Cómo sería ser poeta en la prehistoria o en la Edad Media, fuera de un convento de la Inquisición? ¡Válgame Dios! ¡Arde, fuego, arde!
Además, algunos poetas premio nobel solo son conocidos en sus casas. No es para extrañarnos, pues, que la poesía panameña casi no se conozca. Es solo un ejemplo. No es nada personal. Nadie los conoce. Sus perros, quizás, le lamen los pies fríos y muerden sus calcetines sucios y hediondos. Y sus esposas los besan con labios de fuego o hielo, olorosos a un wiski triunfal de marca. Es así. Siempre depende donde cae el premio mayor de la lotería más grande del mundo. Obama, primer presidente negro (afroamericano) de EE.UU., por ejemplo. Pero a Jorge Luis Borges nunca le dieron un nobel, y es un gran poeta latinoamericano y universal. Algo así como el Papa Francisco hoy. ¡Qué suerte! El mundo está loco, y solo falta que caiga nieve en el Mundial de Fútbol Brasil 2014, en medio de protestas y muertos, goles y goles. ¿Quién será el próximo campeón… de la poesía? Eso jamás se podrá saber. Pero de seguro Messi se reivindicará, y en Argentina harán una fiesta que dure 4 días como un carnaval de Río de Janeiro. Brindo por eso, pero con un buen vino, que no sea ni de Francia ni de California, quizás de Chile o Argentina. América Latina, además de poetas, produce muy buenos vinos.
Los poetas de Panamá, hoy. Igual. Ni más ni menos. El mundo es el mismo, tiene forma de huevo de gallina. Al menos mi madre me reconoce y mis hermanos me felicitan cuando me gano un concursito nacional que da unos cuantos dólares, para comprar una lavadora nueva y pagar la tasa de basura que se derrama por las calles.La poesía, la verdad, como siempre, no ha sido muy útil. La poesía tiene otra función. ¿Cuál? Sigo buscando, y eso me gusta. Es una aventura. No es útil, es bella, quizás, fraterna o subversiva, amable o tonta, evasiva como una canción éxito de Shakira en la radio FM, mientras sutilmente casi se quita la ropa como una estrella crepuscular. Juanes se me parece más al Antonio enamorado de Rosario Tijeras, eso creo. Soy poeta y no tengo prohibido hablar de un país amigo como Colombia, detrás del muro de la selva verde que nos separa, porque reencontrarnos puede ser peligroso, casi terrorista. Por eso amo la poesía, rompe fronteras, muros, selvas, cárceles, cielos e infiernos. Y me gusta más Juanes que Shakira. ¡Lo siento! Igual, la poesía es cuestión de gustos y de verdades íntimas. El show no debe posesionarse del proscenio de la poesía.
La poesía en Panamá. Igual. Nombres que se repiten. Algunos amigos conocidos, con un oficio a cuestas, un camino hecho, como Manuel Orestes Nieto, José Carr, Consuelo Tomás, Giovanna Benedetti, y Héctor Collado, entre otros. Relevos generacionales de los Rogelio Sinán los Korsi, los Herrera Sevillano, los Pedro Rivera, las Diana Morán, las Bertalicia Peralta, los Ramón Oviero o los César Young Núñez. Vanguardias y postvanguardias. Pero hay otros nombres que surgen como muy nuevos, apenas, en el mapa de la creciente y abundante poesía contemporánea buena y mala que corre por internet y sobre el papel de algunos pocos libros que todavía existen. ¿Por qué será? La vida no es así. Nunca fue así. En la antigüedad la poesía era sagrada o cosa de honor y prestigio. Cosa de vida y muerte. Los kamikazes se volvían poetas antes de ir al morir. La vida es otra vaina. La inventamos, cada día. Ni McDonald ni Adidas patrocinan poetas. Es más fácil almorzar y cenar pollo en un amable restaurante de Quetzaltenango, que leer poemas en un festival de jazz patrocinado por la Heineken. Por eso le digo a mi hijo que en su próxima vida kármica sea tenista o rapero, pero no poeta. Eso no, nunca. Los poetas seguimos, malditos. Es preferible ser profesor y escribir sobre gramática, ortografía y nuevas reglas. Ser burócrata, emprendedor empresario o candidato al parlamento del robo y las mentiras. Poeta, nunca. Al menos que quieras asumir esa santidad más allá de cualquier estigma o fatalidad. Pero mi hijo, cuando niño me dijo que él quería ser pintor, nunca bombero ni policía. A mí me gustaría haber sido bombero…
No es nuevo. Los poetas tenemos mala fama. Por algo será. Platón quería matarnos, quitarnos la cabeza, la lengua, se dice, que por inmorales. ¿Inmorales? Nos excluyó de su Estado, su utopía, y su Atlántida. Pobre hombre, lo que ocurre es que la poesía propone una nueva ética, un nexo más vivo entre palabra y vida, y no esas viejas entelequias de las retóricas esclavistas de las falsas democracias que llenan sus panzas con los votos de los desamparados, los traidores y los nuevos ricos. El espíritu es otra esencia, y no tiene religión ni metafísica. Quizás por eso, la mejor poesía siempre grita, o es blasfemia o rebelión, total. El surrealismo lo intentó, pero Breton era como un Papa en su Vaticano automático. Porque la poesía no es una religión, es un fuego, una pasión sin melodrama, un grito de anarquía inextinguible. La libertad de todas las libertades.
El mundo ha cambiado, para bien y para mal. Bomba nuclear y penicilina. Para bien, la poesía sigue viva, vivita y coleando. Erguida como un falo de verdad, adentro de una hendidura del ojo de una cerradura por donde atraviesa la limpia luz hasta el corazón que se agita para no morir de puñales gratis, hostias sin sabor, sino de amor y verdad. Quizás, más amor que verdad. La poesía es una comunión sin domingos, una palabra que busca reencontrarse con las muchedumbres del viejo anfiteatro.
¿Me imagino cosas, mundos? Vaya a una librería, de las pocas que todavía quedan. Cada día los libros de poesía son más flacos. Escasos. No hay editoriales, no hay concursos, no hay plata, no hay nada. Se nos está acabando el papel, pero no el cloro. Si los poetas no tienen buenos amigos, fieles, o si no se metieran la mano en sus bolsillos desnutridos, la poesía no existiría. Un día la poesía morirá. Como libro de papel. Todavía no, faltan años, quizás siglos o nuncas. No quiero ser agorero. Al menos como letra moribunda sobre el papel, cada vez más caro y escaso, casi como el oro y el petróleo. La poesía del futuro será, creo, virtual, digital, casi como un holograma o un dibujo sobre la arena o la espuma del mar. Poetas del mundo, preparad sus lápices sin puntas, sus teclados, sus tablets, sus voces en las plazas. Otra cosa es ser novelista o prosista sobreviviente de algún desastre, muerte o adicción. Serás famoso. Ya nadie puede ocupar los lugares de los Nerudas o los Paz. Ya nadie puede ser tan inmortal como Gonzalo Arango derribando estatuas de mierda. Hoy la poesía es otra moneda.
Regreso a mi planeta. Mi país, mi patria, las palabras. Como dijo una vez Carlos Fuentes: “Mi patria es el idioma español”. Divago. Claro que sí, nuestra poesía existe, en Panamá, como en cualquier otra parte, como la más antigua o la más contemporánea. Está aquí, respirando, aunque su aliento no se sienta, o a veces parezca invisible o fantasma. La poesía panameña es un ES y un ESTAR, un QUERER SER, una expresión existencial, viva, que trasciende las metáforas del jaguar o la palmera. Es un archipiélago, como diría mi amigo el poeta g(k)una Aristeides Turpana, que navega en Dule Nega, donde en las noches se pueden ver juntas todas las estrellas de la Vía Láctea, todavía. Yo no sé mañana… ¡El más hermoso espectáculo del mundo!
Quisiera equivocarme. No lo sé. De cierto modo, el mundo de hoy es anti-poético, no en el sentido de Nicanor Parra, sino de otra manera, más dolorosa, pues la civilización de hoy atenta contra la poesía, tan material, comercial, cursi y vacío, y la poesía parece no encajar en nuestras vidas, según algunos. La poesía tampoco da ni dinero ni fama. Mártires o héroes de la pasión, los poetas seguimos soplando la chispa moribunda para que no se apague el fuego de algo, eso, que alguna vez encendió el alma de las grandes civilizaciones, hecha de palabras, cantos, signos, memorias y sueños imborrables, ciudades como Atenas, huellas de mundos perdidos, pero trascendentes, hijos de la historia, la escritura y la cultura global. Eso. De eso es de lo que estamos hechos, materia y sueño. Bibliotecas de Alejandría, en el fuego, pero vivas, vivos. ¡Alumbrando la intrascendencia de la inmemoria!
Poetas, no futbolistas. Odontólogos, psiquiatras. No poetas sin sueldo ni seguro social. Ni políticos ni ladrones, poetas de risas y esperanzas, encarcelados en las esquinas de sus noches y sus teclados, tocando palabras como tambores africanos, hilos de humo, telarañas de versos, solitarios entre las multitudes. Mandando señales al universo, a ver si alguien existe en las otras partes de esos mundos, utopías o mapas rotos. ¿Alguien existe, más allá, del mar y el cielo? Clownes o arlequines… hijos de Shakespeare y del soneto. Eso somos.
No. No es pesimismo, es dolor, incertidumbre, agonía, dilo tú, pero lo cierto es que a veces la poesía panameña pareciera no existir, ser ni estar, pues es muy poco lo que se sabe de ella, o lo que se sabe de ella no muestra su verdadero rostro actual, su piel, porque se ha quedado en una visión pasada de moda en antologías que jugaron su papel, ayer, con referencias extemporáneas, poetas que ya no son y que fueron, huesos o raíces, pero hoy por hoy la poesía panameña es otra y se debate en su angustia para derrotar su limbo o vacío y seguir viva, a través de esfuerzos diversos, que deben servirnos para ponernos al día con respecto a su existencia y sus caminos, taras, anclas, logros, expectativas y sueños. Huellas y alientos. Una poesía real, tangible, con voces y manos. Como atada a una suerte de prehistoria o puerta trasera, con su mano abierta y mendigante. ¡Olvidada Cenicienta! ¡Paloma que quiere cantar en su jaula de oro falso! La poesía panameña de hoy se construye, como una casa, pero en silencio.
La poesía panameña tiene su historia, es una poesía joven, pero desconocida. La poesía panameña no es la misma de ayer, ha sufrido cambios, ha pasado por todos los “ismos”, busca caminos, es sujeto de influencias, se parece a otras, se repite, se ensaya, en espera de visiones críticas que la ubiquen en su justo lugar, ni más ni menos. Como dice el poeta Manuel Orestes Nieto, quizás el rostro más visible de la poesía panameña a nivel internacional, refiriéndose a la poesía de los más jóvenes: “Las recientes generaciones poéticas panameñas transitan por pesquisas disímiles, propuestas variopintas, ventanales diversos”. Es cierto. Caminos abiertos a destinos no escritos, ni finales. La poesía actual panameña está en tránsito, cruza puentes, busca mares nuevos, raíces de antiguos árboles sólidos, es ciega y mira lejos, entre aquellos horizontes que puedan dar flor y frutos, para crecer, y ser poesía, solo poesía.
Estos apuntes a vuelo de pájaro sin pretensión de ensayo, crítica o profecía, son tan solo una aproximación para mostrar algunas de las caras y voces de esta nuestra poesía actual. He aquí un fragmentario tomado de (ME VIBRA, brevísima antología arbitraria Chile-Panamá. Compilación y selección de Gladys Mendía, y Edilberto González Trejos. Paracaídas Editores, Perú, 2011) y (El mar que nos unió. Breve selección de poesía panameña. Metáfora Editores, Guatemala, 2013, con el apoyo de PoétiCA, Poetas por la Integración Centroamericana), antologías surgidas al calor de los Festivales de Poesía, esa misma poesía que se construye en silencio poco a poco como una casa y que nadie parece escuchar en la soledad del cosmos, tan rica y variada, como su propia gente, plena de emociones, nostalgias, imágenes, memorias, sueños, deseos y dolores, cantos, como esos mismos cantos de todos los hombres y mujeres del planeta que se resisten el dejar morir el sagrado ditirambo del teatro feliz o el canto de las últimas ballenas, la poesía que busca hacernos más humanos, sin máscaras. Humanos, desnudos… transparentes, como quería Octavio Paz. Palabra, más allá de la palabra.
Esta poesía, nueva, joven, y desconocida, como usted prefiera llamarla, registrada aquí, es el producto de un festival de poesía, ars amandi, nacida en Panamá, hecha con las uñas y los dientes, con apenas 3 versiones, y que a través del esfuerzo conjunto, con Chile y Guatemala, circunstancialmente, así como de la red de los festivales, como este de Medellín, tan importante, nos dan aire, pues todos juntos buscamos fortalecer los hilos de esa telaraña de la vida para hacer visible esta nuestra poesía tan invisible en las páginas de la poesía mundial. En realidad, es muy poco lo que se sabe de nuestra poesía. Hoy espero, se sepa, al menos un poquito más.
A partir de esas dos antologías, hermosas, generosas, con sus pros y contras, y sus ausencias, queremos presentar a algunos poetas panameños de ahora, para que no se diga que la poesía panameña no existe, porque eso no es cierto, existimos, y con nosotros nuestra poesía, como un buque en alta mar, o un submarino artesanal que contrabandea poemas plenos de forma y contenido, alimento humano, más allá del simple folclore o la postal turística. Somos. Eso quiero decir. No somos una noticia o el aviso de una guerra o un desastre. Somos. Estamos. Formamos parte del coro centroamericano, latinoamericano y universal. Panamá, día a día, genera su propia poesía, llena de voces que buscan un eco, una resonancia, no un aplauso gratis.
He aquí, pues, sin pretensiones, una muestra de esta poesía, a través de estos poetas en construcción. Y como toda muestra, subjetiva, esta no pretende ser una antología de nuestra mejor poesía, sino solo una cara y una cruz. Una mirada. Cosa más de gusto que de amiguismos o estéticas en el poder. Nada más lejos de las profecías que auguran el fin del mundo y de la poesía. Nuestra poesía está viva, viva. Estos poetas elegidos aquí son, y con la comprensión de los otros, tan dignos, los que no están aquí, esperando ser yo perdonado, nunca maldito, pues el espacio es limitado, y no caben todos, aunque lo merezcan. Esto es solo un espejo, un espejo poético. Una ventana abierta.
He aquí solo estas breves palabras o notas necesarias, y fragmentos de poemas, dibujos o fotogramas, sonoros y visuales, signos, como pedazos de frutas, abrebocas apenas, hechas de sol, mar y lluvias, vidas, sueños y palabras, la poesía panameña que paso a paso camina, entre rosas y espinas, anhelando cada día ser más y mejor, suma de todas las poesías del mundo y de todos los tiempos. Y lo que será, inevitablemente… será. Esta es la cuestión, Príncipe Hamlet. Pero los poetas panameños tienen la palabra, y hablan, cantan o callan. Lloran. Poetizan el mundo y la vida. Los tiempos y la muerte. He aquí tan solo una muestra, como un árbol que crece, entre los misterios del monte y las estrellas que auguran señales de una vida nueva, atravesando muros y nieblas.
Eyra Harbar / La isla de las mujeres tortuga
Nacida en el occidental atlántico panameño, Bocas del Toro, Panamá, en 1972, ha publicado Donde habita el escarabajo (2002) y Espejos (2003), y el poemario Memoria de lo breve, en prensa. Abogada, feminista, defensora de los derechos humanos y ambientales. Merecedora de varios premios, su obra aparece en antologías diversas. Es una voz poética femenina actual de indiscutible proyección, que evidencia oficio de búsqueda, de cara al futuro. La mujer más que un símbolo de moda es una vivencia de totalidades, en la que Eyra indaga con una mirada de amor, incertidumbre y esperanza. No exenta de nostalgias, su poesía ancla a veces en una infancia perdida en otro tiempo en que el amor fue cuerpo y sustancia. Ayer, hoy y mañana se juntan.
Jardín para proponer que el tiempo estorbe
nunca supe
de algo más fuerte
ni más frágil
que el amor
Bertalicia Peralta
Eres tú, refugio y candil,
el amanecer del fuego ardiente.
Como si ese trémulo sobresalto lograra cortarme la caída
a los días que marchan de enero a diciembre.
insoportablemente definitivos en su acecho.
En algún sueño estás, testigo impredecible
del extraño paraíso que arranco a la razón.
Mi vida es pequeña, apenas deja ver la oreja del vacío.
Y tú eres talismán en la tumba de la oscuridad.
Si fuera este el último día,
¿qué envejece,
sino el amor que no ha sido tomado?
No logro estar de pie cuando lloro
y tal vez nunca vuelva a pisar, tan de repente,
esta abundancia de peldaños dorados
que oscilan al rozar el alba.
Déjame mirarte permanente
en un mundo que procura destrucción.
Toma estas manos,
limitadas como un dios amargo
que ha abandonado de prisa el universo.
No sé si en este día ocurran las catástrofes,
pero es preciso que encuentre la muerte una mujer desnuda
y que los labios la cubran
como un país tendido sobre el pasto.
Es preciso que el tiempo estorbe
para propiciar
su retiro.
Gorka Lasa Tribaldos / Adentro en el interior del TIBET
Gorka Lasa a veces no parece panameño, con su barba más semeja ser vasco o tibetano, un ser de otra dimensión, poética y espiritual. Un leñador de versos. Su poesía rompe con los moldes de nuestra poesía cotidiana, circunstancial, más cerca de los arcanos y la cuarta dimensión. Como un gurú metafísico, afable, sonriente, sin cerraduras. Su poesía, simple y profunda, más que palabras se parece a un mandala dibujado sobre el agua o el viento. Casi un budista tropical. Biopoeta y humanista, dicen sus amigos. Nacido en la ciudad de Panamá en 1972, ha publicado poemarios como El equilibrio de los hemisferios (2012), La claridad (2011), Cantos de la Legión Arcana (2010), y Viaje a la lejanía (2007), entre otros. Juraría que es el poeta más “esotérico”, interiorista, metafísico, y teósofo, de los poetas panameños de hoy. Construye un mundo propio, y descifra antiguos enigmas que se hacen canto al universo por descubrir.
Dragón de oro
Hermano,
¿Has caminado por los sueños?
¿Has visto al dragón de oro devorar el corazón de los hombres?
¡Cuánto durará el encantamiento de la realidad!
Cansado estoy de tratar de enseñarle al mundo
que el sueño del sol es la estructura del templo
el viento de las voces es la ofrenda y el altar.
Lo demás pasará como los días
yo tendré que olvidarlo todo
como tantas otras veces.
Pero más allá de mi cuerpo impermanente,
está el soñador que nos sueña.
Y en sus sueños
ya casi es de mañana.
Magdalena Camargo Lemieszek / Una polaca sin primavera roja
Quizás la más joven de nuestras poetas, nació en Szczecin, Polonia en 1987. Silenciosa y misteriosa, de una belleza juvenil que nos recuerda a una princesa medieval perdida en el centro de un bosque sombrío. Magdalena posee una voz lenta y cautivante que nos asombra por su profundidad de lago o mar. Ha publicado los poemarios Malos hábitos (2008), y El espejo sin imagen. Llena de magia y secretos, su poesía, estamos seguros, dará mucho qué decir a los críticos del parnaso istmeño de mañana. Tras su silencio se esconde una extraña fuerza y una belleza que puede competir con la más frondosa de las primaveras. Su voz es como la de un triste pájaro solitario, intimista, erótica y sensual. Es lo más próximo al enigma, la piel, la desnudez del alba. Economista de la imagen, su poesía no se lee, se mira como un paisaje de colores grises, el despertar de un otoño o una nueva Era que se deshiela.
Pescando
a M.
Tus manos sobre mi pecho
Se aferran como redes.
¡Qué has pescado?
Un par de caracoles fríos por el miedo
esconden peces vivos en la arena.
Ahí abajo,
corre la sal por los aires,
a la espera
de sus olas.
Raúl Houlstan / Las huellas negras del
TRÓPICO DE KÁNCER
Raúl Houlstan, o Urá del Drago, como lo conocemos sus amigos de antes, de ayer, es un sobreviviente de muchas guerras invisibles. Abogado, pintor, músico. También es de Bocas del Toro, como Consuelo Tomás y Eyra Harbar. No es casual. Nuestro Caribe está lleno de poetas. Pero Raúl debió haber nacido en un naitafón (noche de fiesta), en 1952, creo que después de una tormenta de versos, bellos y oscuros, directos, casi como balas y truenos. Su poesía se llena de voces, historias y música. Está más cerca de la oralidad que de la inmortalidad plástica. Sus poemas están hechos para la gente del barrio, el obrero, y el ser pensante. Recuerdo sus versos en revistas como Tuétano y La Plancha. Su poesía ha pasado de ser aquella piedra dura para ser equilibrio, perfección y esencia. Urá viene de los años 70, de la Brigada Muralista Felicia Santizo y el grupo de música de protesta Trópico de Cáncer. Huellas de un arte contestatario y solidario con una humanidad en lucha. Entre sus poemarios de destacan Grama Roja (1975) y Naitafón (2003).
Memoria
Somos la memoria
aunque nos cueste
tolerar lo intolerable.
Cómo olvidar los cementerios
el aroma a tierra
la tumba fresca
si no se han oxidado aún
los clavos de mi ataúd.
Mar Alzamora-Rivera / Sin mar en el centro de las cuerdas del viento
Mar es más que un mar, es un océano de sorpresas. Su poesía procede de la música, de las cuerdas, del viento, de cierta nostalgia poblada de amor y deseos. Poeta, contrabajista, y animadora sociocultural, nació en ciudad de Panamá en 1981. Trabajadora incansable del Festival Internacional de Poesías Ars Amandi (Panamá). Curadora del blog Afinidades Electivas (Panamá). Es parte vital del colectivo musical Paisaxe. Como leo en una reseña es “amante del yoga, el cine, los atrapasoles y los gatos”. Y aunque algunos puedan sentir en ocasiones que su poesía es sombría, yo siento que su voz está más cerca de la ternura y de la búsqueda del verdadero amor. Su poesía no deja de sorprendernos. Mar es una flor en crecimiento, y su poesía un día tocará la piel del sol. Es autora del poemario El día que no tuvo noche (2013). Afina sus alas, zigzaguea, pero ya vuela en un cielo pleno de sugerencias eróticas y humanas.
Fractura
Cuando cierres la puerta
y me dejes aquí
como campo de batalla malherido,
abierta: Yo,
con los cadáveres del tiempo
arrimados a mi pecho,
con la sangre derramada
de la huida,
con tu voz que me llama
desde un corazón en guerra,
llegaré a deshora.
No mires hacia atrás.
No nombres este cuerpo.
Melanie Taylor Herrrera / Adentro flotando en una taza de café
Siempre creí que solo tocaba el violín y escribía cuentos llenos de gracia, magia e ingenuidad, pero no, es también poeta. Negra, alta y hermosa, la última vez que escuché su poesía a viva voz me dejó con la boca abierta. Emocional y conceptual. Su poesía es la suma de muchas reivindicaciones, mujer, negritud, poesía. Evidentemente procede de la narrativa, del arte de contar. Su poesía está preñada de música y ritmo. Es violinista de la Orquesta Sinfónica Nacional de Panamá. Sus cuentos han sido publicados y traducidos en otras lenguas. Ganadora de premios, aparece ya en importantes antologías. Nacida en ciudad de Panamá en 1972, ha publicado los libros de cuentos Tiempos acuáticos (2000), Amables predicciones (2005), y Camino a Mariato (2009). Solo esperamos que su poesía oral, música pura, también se vuelva papel o mariposas de colores. Sin dudas, una revelación, y una rebelión, otra forma de mirar la poesía, entre formas conocidas y gritos que anuncian mañanas, soles y escenas cinematográficas.
Partida
Una noche insomne
supe
debía
tenía
deseaba
irme lejos
La isla
madre tierra magnánima
silba cantos acuáticos
acoge a sus hijos todos
nos sonríe amorosa la distancia
sabiéndose refugio
Nuestros pasos sobre el muelle
hacen crujir la madera
que chirrea
ríe
canta
se queja
del peso de los argonautas
que se embarcan exhaustos
a la espera.
Es hora de subirse al bote
levantar anclas
otear el horizonte
desnudarse las hipocresías
domar los miedos
libre del tiempo de ocho horas
fluir oceánica
vaciar los bolsillos del alma
tirar por la borda la rutina
las pequeñas transgresiones diarias
esperar nada
remando hacia la nada
con la esperanza de atrapar
un rayo de sol.
Jorge Stanley Icaza (manigueuigdinapi), un G (K) Una náufrago en la AVENIDA CENTRAL
Mani, como le dicen sus amigos, es otro más de la tribu G(k)una que sobrevive en la ciudad de la noche y las nostalgias de las islas, como Olo, Diguar, Aristeides o Vianor, entre otros, artistas y héroes. Poeta autóctono que escucha bachata y rock and roll. Hombre de caña y sol. No pertenece a esta ciudad de cristales y acero, viene de lejos, de las islas, de Usdup, Comarca Guna Yala (Panamá), pero trae un mensaje cargado de amor y mar, mitos, soledades y sed. Otro náufrago del viento que se resiste a dejar atrás su memoria de pueblo, pero cargado de humor e ironía. Nacido en 1968, además de poeta ha hecho teatro (Grupo IbelerUagan-Los nietos del sol). Sin dudas su poesía procede de su militancia por la vida y por su pueblo. “Miembro del Movimiento de la Juventud Guna, y del Consejo Internacional de Tratados Indios. Es activista y defensor de los derechos humanos de los pueblos indígenas”, como se afirma en una nota. Yo que compartí junto a Mani y la tribu algunas noches de ron y vallenato, ebrios por la Avenida Central, paso a paso, atrapados por las arañas de la melancolía, la rabia y el dolor, ignoré su talento, nunca supe, hasta que amaneció… por eso hoy saludamos a este poeta que rompe su silencio para hacer estallar en nuestras caras pálidas blancas su voz de poesía y protesta, fundiendo origen y ciudad, mar limpio y vómitos, mitos…
Una navidad más
Sin tierra para niños Nasos*
sin ríos para campesinos
con violencia en las calles
Donde los hijos de Antonio Smith
jugarán a las escondidas sin él.
Donde la Senafront
regalará soldaditos
y vaqueros a sus hijos
para matar indios y negros…
Donde los ciegos y tuertos
no verán los arco iris, ni la luna.
Donde los borrachos y analfabetos
putearemos a ministros y diputados.
Donde los muñecos de año nuevo
serán locos y ñames.
Un año más
para tomarnos la calle
pintar las paredes
recordar los mártires
defender la Madre Tierra
los ríos y la vida
y escribir poemas para ella.
*Nota del articulista: (Según Wikipedia, los miembros del pueblo Naso de Panamá habitan una vasta región selvática del noroeste del país, junto a la frontera con Costa Rica).
No todo lo que brilla es oro
En conclusión sin concluir, la poesía panameña existe, busca hacerse su propio espacio; nutrirse de la sangre universal de la poesía, por eso respira, lucha y quiere mirar con la frente en alto, de cara a los tiempos que vienen, entre tormentas y deseos. Puede parecer un tímido intento, pero es una piedra dura, como un golpe de KO o una pelota que trasciende el muro final que atraviesa el verde diamante de nuestra realidad tan particular, mestizaje de razones e intuiciones, verdad de crisol entre dos mares que nos une con el mundo y el cosmos todo.
Y si la poesía panameña existe, es porque existimos, y somos un silencioso proyecto de esperanza, no hechos ni de concreto, ni acero ni cristales. Somos sangre… y poesía, ladrillos de sueños, en ascenso, arriba de los andamios del sudor y el amor, de la palabra que ilumina. Ambiguos, contradictorios, paradójicos, en trance de volar a otras esferas.
La verdad es que la poesía panameña siempre ha existido desde el primer día, hace siglos, desde que dejó de ser colonia española, cuando aprendió a gritar la palabra libertad, desde que dejó de ser departamento de la Gran Colombia, ese sueño de Bolívar y de tantos otros, sabiéndose, parte de la humanidad, del todo, de los iguales y los diferentes, pero siendo siempre ese nosotros, en la búsqueda de esa luz total, humana, y tan terrestre. Una voz del aquí y el ahora.
Claro, la poesía panameña actual es más que esto, mucho más, y hay otros poetas más, jóvenes, nuevos, y hasta maduros y viejos, como yo, pero no todos caben en el papel, sino en la acción poética de todos los días de los amaneceres e insomnios de la verdadera poesía sin epítetos. La poesía es vida. Estar vivos es la consigna. Morir, nunca. El mañana está hinchado de sueños. Poetas como Lil María Herrera, Lucy Chau, Javier Alvarado, Alexander Sánchez, David Robinson, Salvador Medina Barahona o Martín Testa Garibaldo, entre otros, que crecen en silencio, entre cartones y mimos, gritos contra el muro de las burocracias culturales, y las indiferencias de las élites y las masas. La poesía se sube a su propio metro y avanza hasta la próxima estación, tibia, lluviosa… humana. Solitarios entre la muchedumbre, abrazados por las metáforas.
La poesía es luz, pero también sombra. Amamos la luz, y bendecimos la sombra que nos regalan los árboles, en esta región donde el sol es a veces como un puñal de mortal designio, donde cien años después somos como esos personajes que todavía habitan en la leyenda de nuestro mágico Macondo, olvidados, simbólicos y reales, plátano verde, tren, genocidio, olvido, historias más allá de los tristes versos de nuestro común amor floreciendo como un guayacán bajo la llovizna precoz del último verano, esperando en el muelle de un cuerpo desnudo una carta o una palabra que nunca llega, nunca, pero sin dejar morir la esperanza de la palabra bella y útil que es forma, signo, música, estructura, significados y sugerencias, escaleras y andamios, grito de todas las libertades, llave que abre cárceles, miedos… sueños de todos los sueños.
En fin, que la poesía actual panameña es como un golpe fulminante de Roberto “mano de piedra” Durán o el lanzamiento final de Mariano Rivera… o una canción de amor y guerra de Rubén Blades. Testimonio del Panamá profundo, humano y universal. No hay dudas. La poesía panameña existe. Necesita lectores, editores, ojos y corazón. Panamá es más que un canal, o una postal turística, o el paraíso artificial donde una vez reinó un sátrapa con la cara de piña. Más que un país gobernado por un loco y 3 demagogos, esta patria, que una vez en lengua aborigen fue reunión de árboles, peces y mariposas, hoy es más que una bandera pirata en el mar de una mala película. Es, más allá del mar y sus encrucijadas, un enjambre de poetas que lloran y cantan, cantan y sueñan… con la patria de la poesía universal.
Una acotación final, una advertencia, no sé si innecesaria: No todo lo que brilla es… poesía. También hay oro, plata, cobre, aluminio, plomo y otros metales. Esta es solo una cara de la poesía panameña actual, una rama del árbol, una alquimia en ebullición.
Panamá, 14 de marzo / 14 de abril de 2014.
Publicado en junio 30 2014.