Jorge Montealegre: El poeta del campo de prisioneros
Por: Alejandro Lavquen
Entrevista tomada de Tomado de http://www.puntofinal.cl/551/montealegre.htm
Jorge Montealegre es uno de los poetas chilenos de más notoriedad de la llamada Generación de los 80. Tras el golpe militar de 1973 fue encarcelado. Al interior del campo de prisioneros de Chacabuco comenzó su carrera como poeta. Contaba con apenas diecinueve años. En el exilio publicó su testimonio Chacabuco (Roma, 1975). En 1979 retornó a Chile. Su primera distinción como poeta la recibió de sus compañeros de prisión en el Festival de la Poesía y la Canción de Chacabuco, en 1974. Ha obtenido, entre otros, el Premio Palabras para el Hombre, de la Agrupación Cultural Universitaria (compartido con Sergio José González); Primer Premio en el Concurso Nacional de Poesía Joven Pablo y Gabriela, del diario La Tercera y la Corporación Arrau; Premio Mila Oyarzún, otorgado por la Comisión Chilena de Derechos Humanos. En 1989 fue distinguido con la beca Guggenheim, que le permitió escribir Historia del humor gráfico de Chile e impartir docencia sobre el tema a estudiantes de periodismo y diseño gráfico.
En esa área ha editado el libro Von Pilsener, primer personaje de la historieta chilena y organizado diversas exposiciones, entre ellas: Coré, el tesoro que creíamos perdido (Dibam). Es coautor -con el fotógrafo Antonio Larrea- del libro Rostros y rastros de un canto y ha publicado las antologías El tren en la poesía chilena (1996) y Wurlitzer, cantantes del recuerdo en la poesía chilena (1997). Es periodista, guionista de humor, ha hecho estudios de cine y gerencia pública. El año 2000 fue nombrado Jefe del Departamento de Cultura de la Secretaría Ministerial de Educación de la Región Metropolitana, que formará parte del Consejo Regional de Cultura. Ha editado seis volúmenes de poesía, entre ellos Bien común, que obtuvo el Premio Municipal de Literatura (Santiago, 1996) y el Premio Consejo Nacional del Libro y la Lectura a Mejores Obras Literarias. Ha sido incluido en las principales antologías de poesía chilena contemporánea. Próximamente publicará el libro Frazadas del Estadio Nacional. Sobre éste y otros temas conversó con PF.
A treinta años de su condición de preso político, ¿cómo influyó esa experiencia en su trabajo poético?
“Comencé a escribir en el campo de prisioneros de Chacabuco, con la experiencia del Estadio Nacional fresca en cuerpo y alma. Mis primeros versos nacieron en una atmósfera de solidaridad, de estímulo fraterno, que determinó las referencias de mi escritura. La atmósfera chacabucana, de dolor y esperanza, fue iniciática. Dejó una marca ética más que estética. De la experiencia con la prisión y los prisioneros quedó una mezcla extraña de horror y ternura. El encierro, el desierto, el cemento son parte de un imaginario que perdura y se transfigura. El poeta que nace en cautiverio muere en cautiverio. La prisión, como el exilio, no es un lugar que se abandona. Se lleva para siempre. Aparece y desaparece. Nos visita y se visita”.
Poesia y politica
Las casas del campo de prisioneros de Chacabuco –en el desierto de Atacama- donde Jorge Montealegre se hizo poeta. El Consejo de Ancianos organizaba concursos literarios y actividades culturales. También hizo funcionar una universidad popular.
¿Se considera un poeta político?
“La política tiene sentido ligada al bien común que, para mí, es un punto donde se encuentran la memoria y la utopía. Es obviamente un punto movedizo, la actualidad que se fuga en un skate, y es mejor encontrarle sentido a este presente para no convertirnos en nostálgicos o soñadores que se restan a la oportunidad de incidir en la realidad. Yo me paro en ese puente con un discurso más vinculado a la precariedad que al poder, tratando que la actualidad tenga sentido. Desde ahí participo con mi poesía y como ciudadano en el servicio público. En ese contexto, creo no haber eludido el compromiso político, con y sin militancia partidista”.
Usted fue uno de los primeros exiliados en regresar a Chile (1979). ¿Qué recuerda de aquellos años con mayor sentimiento?
“Empezar desde cero en un país desconocido, ocupado por la prepotencia. Recuerdo los primeros pasos de mi hija, que ya tiene una hija que da sus primeros pasos... Ambas nacidas lejos de Chile. Me recuerdo buscando trabajo y relacionándome siempre con un currículum oculto, ‘peligroso’. La desconfianza ambiente. Las madrugadas con toque de queda, mis trabajos y mis cesantías. La desolación cuando me echaron del Canal 11 y ese desconcertante ‘nadie dijo nada’. El miedo. Cierta casa donde estuvimos escondidos. En fin... recuerdo con cariño las publicaciones clandestinas que hacíamos. Entre ellas, algunas culturales. Al filo de los 80. Después, la participación en la fundación del Colectivo de Escritores Jóvenes y la edición de La Castaña; me provocan cierta nostalgia por el instinto de asociación y de solidaridad que había. La confianza era imprescindible”.
Su generación jugó un papel importante en la lucha contra la tiranía desde el punto de vista cultural y político, sobre todo desde la Unión de Escritores Jóvenes. ¿Cree que han logrado, al paso de los años, perdurar literariamente?
“Sin duda la UEJ y luego el Colectivo de Escritores Jóvenes aportaron al cuidado del fuego de la poesía. Fueron canales de participación en la oposición a la dictadura y, más allá de ese activismo, había escritores verdaderos que estaban construyendo obra. Varios, en el tiempo, cambiaron de género literario y de la poesía se pasaron al teatro (Gregory Cohen) o la narrativa (Ramón Díaz). Y trabajan seriamente. Valgan en cada caso los méritos individuales. La lucha política y la dictadura nos dejaron experiencias que se han transfigurado -y no- en verdadera literatura. Estas organizaciones -la UEJ y el CEJ- no hicieron apuestas estéticas. No es evaluable colectivamente (empezando porque no tuvimos prácticamente una crítica propia). Sin embargo, desde una óptica generacional más amplia y no necesariamente organizada es significativo que en la literatura de mayor impacto actual estén las obras de escritores que surgieron en las condiciones más adversas y desamparadas. Pienso en Pedro Lemebel, Hernán Rivera y Roberto Bolaño. Ellos han escrito dignamente nuestros exilios, nuestras historias”.
Usted ha recibido varios premios. ¿Qué importancia le asigna a los premios en el trabajo de un escritor?
“La primera vez que me premiaron fue en Chacabuco. Nunca antes había escrito, así que fue un tremendo estímulo. Gané un diploma -el más importante que tengo- y un tarrito de Nescafé. Nací premiado, pero sin glamour. La Guggenheim y el Premio Municipal de Literatura son distinciones que reconocen un trabajo y un cierto espíritu deportivo. He concursado sin angustia:
aprovechando la oportunidad como un momento de trabajo que me obliga a ordenar mis apuntes, hincarle el diente a los borradores, titular, terminar lo inconcluso, profundizar en mis investigaciones. Es un ejercicio útil para cualquier escritor que necesita que ‘algo’ lo apure. Si además tienes suerte, a la olla común familiar se le dibuja una sonrisa (el pie de mi casa se pagó con la Guggenheim). En mi caso han sido premios tranquilos, sin peleas ni estridencias, lo que me ha mantenido en esa tranquilidad paradójicamente envidiable que da el ser un escritor ‘ni envidioso ni envidiado’.
Poemas para ciegos
Además de escribir poemas usted ha realizado trabajos periodísticos, fundado revistas, escrito sobre el humor gráfico y coeditado libros de fotografías. ¿Cómo hace para complementar tantas áreas, al parecer distintas?
“Imagino que esto tiene que ver con que soy un autodidacta, un cachurero y un nostálgico. En mis trabajos hay una suerte de reivindicación de un imaginario vinculado a la cotidianeidad, a lo popular ciudadano, a la sensibilidad de época. Me obsesionan las huellas que dejan en la memoria los diarios, la radio, lo aparentemente desechable. Lo que se lleva el viento. Por ello las historietas, el humor, la nueva canción, la publicidad, el cine, la fotografía. También la política y la poesía. Es la mirada de un testigo, que tiene más afectos que teorías. Siempre me ha gustado hacer conexiones y producir sinergia. Todo tiene que ver con todo. Todo lo creado es vigente y puede proyectarse, es cosa de encontrar su pertinencia y su forma. Por último, seamos democráticos con nosotros mismos: si tenemos varios ‘yoes’, dejemos que se expresen”.
Tengo entendido que participó en un CD para los ciegos, donde varios poetas describían cuadros de Roberto Matta. ¿Cómo fue esa experiencia?
“La iniciativa fue de Sergio Sánchez, un amigo no vidente. Desde el Ministerio de Educación le ayudamos a invitar a un grupo de poetas para que, desde la poesía, compartieran la experiencia de ver una obra de Matta con quienes no pueden ver. Acudieron una decena de poetas, hombres y mujeres. Se conectaron con la pintura, escribieron y luego grabaron con sus voces los poemas para que los pudieran escuchar los ciegos. En este desafío los escritores también eran ciegos ante el mundo vertiginoso de Matta, quien era un cazador de lo invisible. Cada poeta ‘tradujo’ -más que describir- las sensaciones y los sueños que dejó el artista. Todo esto quedó grabado en el CD, para comunicarlo al oído de videntes o no videntes, porque todos en cierto sentido somos ciegos y todos podemos ver los sueños que vale la pena ver”.
Siempre mas democracia
Pasando a otro tema, entre los escritores y artistas hay bastantes críticas a la “institucionalidad cultural” planteada por la Concertación. ¿Qué opinión le merecen estos juicios?
“Sería frustrante que una iniciativa de este tipo no llamara al debate ni tuviera críticas. Ya pasó el oscurantismo trágico y la sociedad civil debe ‘darse permiso’ para discutir con luz natural. Todavía hay autocensura y una manera oblicua de polemizar. Entiendo la sensación de que la institucionalidad cultural ha sido poco debatida. Tras ella, sin embargo, -además de la iniciativa política, en la que siempre estuvo el presidente Lagos- estuvieron las principales organizaciones culturales, con su inteligencia, creatividad y movilización. Legislar en este campo era un antiguo anhelo que se consiguió con muchos tropiezos. Por supuesto, estas leyes -porque hay que potenciar varias- pudieron ser más discutidas y seguramente faltaron iniciativas tanto del Estado como de la sociedad civil para ello. Sin embargo, ya existe un cuerpo legal que hoy debemos poner en marcha con el fin de crear condiciones para el desarrollo de una cultura democrática, que se expresa en el arte, el patrimonio y el ejercicio de la ciudadanía cultural. Obviamente no basta la ley. La nueva institucionalidad no es para la Concertación u otro sector: es para que el Estado cumpla con el deber de asegurar la participación de la ciudadanía en la vida cultural del país. Es un desafío y una oportunidad, especialmente para las organizaciones de este ámbito porque, -además de los recursos con que cuente y la política que impulse el Consejo Nacional de la Cultura- la participación activa de los gestores culturales y la comunidad en general será clave para su éxito”.
En septiembre se cumplirán treinta años del golpe de Estado.¿Cuál es su reflexión en cuanto a la memoria y futuro de Chile? ¿Cuál sería, según usted, la posible relación entre estos dos conceptos?
“La memoria y el futuro alimentan, a mi juicio, un proyecto colectivo de convivencia que se desarrolle en democratización permanente, creciente, ininterrumpida; en la creación cotidiana de una cultura inspirada en la ética del respeto a los derechos humanos. Al nunca más, referido al terrorismo de Estado, hay que agregar una consigna positiva: siempre más... democracia”.
Respecto a su nuevo libro “Frazadas del Estadio Nacional”, Armando Uribe dice que “nos hace encontrarnos con la persona viva de su autor, madurando en su juventud a palos y transformándolos en frutos”. ¿Cuáles serían esos frutos?
“En la orfandad, el Estadio Nacional o el exilio pudo hundirme, pero crecí y he tenido el privilegio de poder contar lo que otros no pueden o no tuvieron la oportunidad de hacer. Trato de expresarlo con cierta dignidad porque la memoria es un fruto para ser compartido”
Publicado en junio 30 2014.