Olvido García Valdés, España
Por: Olvido García Valdés
era música puntuada, de notas punto o caja
venía del jardín y era de día
música de mucha luz
se vio luego que no, era de dentro
y venía del sueño, toda la luz, los puntos
con su acorde y era éste
el jardín, el que ahora veo
lleno de viento (cimbrea cipreses
y azota rosales su violencia) de invierno
viento, el sueño era
y el exterior jardín era en la caja
y estaba fuera
*
El agua es algo de lo que no sé; que veo y miro y oigo y toco y de lo que no sé. En lo que escribo aparece; en algunos poemas, ahí está.
Delante. He vivido delante de un gran río que venía; no ya porque vivía a la orilla del río, sino porque el río, por la configuración del terreno, parecía venir sobre la casa.
Era un agua sonora. A corta distancia, todo a lo ancho del río, que allí era ancho, el caudal se precipitaba sobre un dique; más ruido o menos ruido, según la lluvia y el momento del año. Siempre el ruido aquel año, que fue un año de lluvias.
Me parecía entonces, ese ruido, origen de otra cosa, cámara de resonancia, recámaras, una percepción interior. Tras un espacio, otro, hueco y vacío y silencioso, pero hecho por el sonido, o no disímil de algo de la estructura del sonido.
El del dique, el del agua en el dique es sonido áspero y monótono, violento; esa aspereza se hace en la cabeza sequedad, hormigueo del estruendo que resuena, se hace oquedad, eco sin pausa de lo hueco. Como en los espacios virtuales, cuyos sistemas se abren en huecas carpetas repetidas, cámaras y recámaras sin término; uno atiende hacia adentro, por si hubiera otra cámara, temiendo que la haya, porque no sabe lo que hay, qué hay ahí. Igual, el agua.
Pero en el agua está la luz. Sin luz o con luz, con más o menos luz, el agua es otra. Con su ruido, de noche, incluso en la ciudad, donde de noche no es del todo la noche, el agua es otra. “Extraño, que la tierra se divida en agua y pensamiento”, rumiaba el fumigador de guardia.
De la fábrica de luz, por el túnel llegan los muertos. Así llegaba el santo en la pintura y su verdor, y nunca supe que junto a él viviría. No siempre se ve del mismo modo. Ahora pongo atención a los cristales, a los restos de la noche, y hay trocitos de verde ira, por la calle, esperando.
*
le envío mi saludo
de bienvenida, señor, mi alegría
le expreso de su regreso
aunque en los dedos de los pies y
en el músculo gemelo de esta pierna tensen
como alfiler y cuerdecillas
los nervios su sustancia
el viento
ulula suavemente, mas no sé
si ulular es suave, si el viento ulula
como perros aúllan en Machado, si su timbre
agónico o mecánico dice grúa
chirriante y amarilla o dice algo
más de luz en la tarde de enero
el lastimero
maullido que no aúlla del gato –uno
de la camada del verano– entre las
maderas del derribo no sonará
hasta las aproximadas once
de la noche y el viento lo acentúa
el gris
perla del cielo ganado por enero
a la tarde
y transparente el oído, el oído
*
¿Qué lugares vivimos ni siquiera tangentes?
¿Mariposas?
Un aroma dulzón, cierto olor
corporal, de los pliegues más húmedos,
ya secos, del cuerpo. Ojo oscuro
que escruta desde más
atrás.
Cuando le hablo de ella,
de su benigna intransigencia y su rigor, me la devuelve
en fantasía: porque ella sufría, dice, comía como ellos. No
fantasía: real la imagen y lo real. Como hogueras.
¿Y gato, no tienen ustedes gato?
La vida entre dos
tiempos, dos pliegues de la mente.
Entre repollo y lirios y luciérnagas. Cierta
inclinación, y abrigo de lana berenjena y
labio negro. Tenebra. No verticalidad. Se traslada,
se desplaza y emite, buscando la de la
garganta entre sus cavidades. Desde cavernas trae
presentes verdor y velos
blancos.
¿De qué hablamos cuando hablamos
solos? Pentimento. Dibujar otra vez
los nervios de las hojas,
qué luz
hubo,
y ahora viaja en avión, línea
anaranjada bordeando los párpados, eso
de lo que habla.
*
Qué blanca está la higuera justo antes
de brotar, sarmientos de plata clara
con garras de gato verdes, ha hecho suyas
cicatrices de poda, se ha vestido
de pálida, purificada y clara con el
hielo, ensimismada entumecida.
Blanca antes de ser peluda, y áspera
al reverso de las hojas,
y suave intensamente
verde y grande y protectora
de frutos al cestillo.
La intensidad
de lo que no corresponde, como si
no hubiera entre yo y ser adecuación,
entre bondad o belleza y vida.
*
...quienes
pasan mucho tiempo solos terminan
teniendo un oído muy fino.
Djuna Barnes
el color es del pez, el color
es de la espina, de la raspa
verde o azul del pez; en la arena, otros
brillan, palpitan
*
La distancia entre quien habla
y por ejemplo dice mi pecho y quien sirve
de soporte a esa habla
y dice por ejemplo yo es la que atraviesa
la retórica, toda la lengua. El sonido
que bandadas de gaviotas producen
es externo, el encharcamiento
estacional de las tierras
llanas, ese espejo, pecho desnudo,
graznidos para lo vulnerable.
*
Cuento con el tiempo. Digo ardilla y caballo
y pardo mirlo y veo su cola, el ruido
de sus cascos, su firma anaranjada, veo
a la niña que se aúpa a la fuente, veo
la que habla sola, el color
de sus medias la delata, pienso: cera
e insectos, demorada
observación de los líquenes, traen
de la noche ese verde mortal.
Olvido García Valdéz (Santianes de Pravia, Asturias, 1950). Licenciada en Filología Románica y en Filosofía. Entre otros premios, se le concedió en 2007 el Premio Nacional de Poesía por su libro Y todos estábamos vivos (Tusquets Editores, Barcelona, 2006). En Esa polilla que delante de mí revolotea. Poesía reunida (1982-2008) (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona, 2008) se recoge su obra poética entre esas fechas. Posteriormente ha publicado Lo solo del animal (Tusquets Editores, Barcelona, 2012). Libros suyos han sido traducidos al sueco, francés e italiano; igualmente sus poemas han aparecido en inglés, alemán, portugués, rumano, polaco, árabe y chino.
Es asimismo autora del ensayo biográfico Teresa de Jesús, de textos para catálogos de artes plásticas (Zush, Kiefer, Vicente Rojo, Tàpies, Juan Soriano, Bienal de Venecia 2001, Broto...) y de numerosos ensayos de reflexión literaria. Ha traducido La religión de mi tiempo y Larga carretera de arena de Pier Paolo Passolini, y (en colaboración) la antología de Anna Ajmátova y Marina Tsvetáieva El canto y la ceniza, así como El resto del viaje y otros poemas, de Bernard Noël. Ha co-dirigido la revista Los Infolios, y fue miembro fundador de El signo del gorrión (1992–2002). Ha dirigido o coordinado diversos cursos, seminarios y ciclos de lecturas de poesía contemporánea.
En entrevista a Vicente Luis Mora, dice Olvido: “La naturaleza, el campo –los árboles, los animales, la luz- es el ámbito, creo, en el que se nos permite encontrarnos con nosotros mismos, es decir, con nuestra propia muerte. Es también el ámbito donde se nos permite –donde nos es permitido- sentir el dolor, demorarnos en la cosa perdida (así caracterizaba Benjamin el duelo), y desde luego demorarnos en la propia percepción, en la percepción de nosotros mismos, en cuanto pérdida. Toda celebración es siempre también una despedida. La intensidad con que percibimos la naturaleza es uno de nuestros dones –una de las grandezas que se nos han concedido”.