Natalio Hernández (México)
Por: Natalio Hernández
La Tierra originaria
Por Natalio Hernández
Para pilnana Gonzala,
mi madre
La consciencia primaria
Crecí en una pequeña comunidad náhuatl del norte del Estado de Veracruz que se conoce como la huasteca. Toda esta región que incluso abarca los estados de Tamaulipas, Hidalgo y San Luis Potosí, estuvo habitada originalmente por los huastecos, de ahí la denominación de región huasteca. En tiempos de la expansión político-militar de los aztecas, el tlahtoani o gobernante Moctezuma Ilhuicamina conquistó estas tierras y fue, durante muchos años, el granero de Tenochtitlan, capital del señorío azteca; debido a que es una región muy fértil. Su clima tropical es propicio para diversos cultivos. Durante la colonia se impulsó la ganadería, práctica que se extendió hasta mediados del siglo XX. Actualmente, en esta área geográfica, predomina la siembra de la naranja, producto que ha venido desplazando, en gran medida, el cultivo del maíz, el frijol, el plátano, la caña de azúcar y otros cultivos tradicionales que sustentan la alimentación de los campesinos nahuas y huastecos.
En este contexto social y ecológico transcurrió mi infancia a mediados del siglo pasado en la comunidad denominada Lomas del Dorado. El calificativo Dorado se debe a que, cerca de ahí, se estableció el hacendado Miguel Faizal, de origen árabe, cuya finca ganadera se llamaba San José el Dorado y entonces él siempre consideró que la comunidad de Lomas era una extensión de su hacienda San José el Dorado. En los últimos años, como parte de la recuperación de nuestra lengua materna, el náhuatl, le hemos dado una nueva denominación a nuestra comunidad llamándola Tepeco que significa Lugar donde abundan los cerros.
Por otra parte, en esta región la evangelización de los misioneros en el siglo XVI fue muy limitada. La presencia de la iglesia se circunscribió a la atención de las cabeceras municipales de Ixhuatlán y Chicontepec, nombres de origen náhuatl por cierto, que fueron los centros rectores de la vida social, económica y política de la colonia. Debido a ello, en las comunidades se continuaron practicando las ceremonias tradicionales de petición de lluvia en la época de siembras, los rituales al elote tierno y, finalmente, durante la cosecha la ofrenda al maíz. Crecí entonces en este ambiente ritualizado en el que tomaban sentido las palabras que mi madre repetía, una y otra vez, como parte de la educación familiar y comunitaria:
Monequi xihmalhui nochi tlen oncah ipan tlaltipactli. Ipampa tonana tlaltipactli tech tlacualtia, tech yolchicahua. Queman timiquih tech selia itlacayotipah. Es necesario que respetes todo cuanto existe en la tierra. Porque la madre tierra provee nuestros alimentos, nos fortalece. Cuando morimos, nos recibe en sus entrañas.
Nohquia monequi tihmocuitlahuis sintzih, axcanah ipan tinehnemis, ipampa sintzih yoltoc, ipampa sintzih mocuepa toeso ihuan totlacayo. También debemos cuidar y respetar el maíz, no demos pisarlo, porque el maíz tiene vida, al consumirlo se transforma en nuestra sangre y en nuestro cuerpo.
Junto con estos discursos ceremoniales, teníamos la tradición de que al nacer el niño, la partera cortaba el cordón umbilical del recién nacido, mismo que era enterrado junto con la raíz de un plátano o de un árbol para que el niño o niña creciera y se desarrollara en contacto permanente con la madre tierra. Así, su cuerpo y su tonal o espíritu, quedaban prendidos a su tierra natal formando el nelhuayotl/ la raíz.
El contacto directo con la naturaleza también le fue dando un sentido a mi vida durante la infancia. Me daba cuenta que crecía con los ciclos del maíz, del frijol, de la calabaza, en fin, todos los productos que constituían la base de nuestra alimentación. Así, tomé consciencia de que al final del ciclo agrícola había una ceremonia para agradecer los dones que provenían de la madre tierra. También disfrutaba andar descalzo porque mantenía un contacto directo con la tierra. De hecho, hasta los 14 años anduve con los pies descalzos: así fui a recibir mi certificado de educación primaria. Al entrar a la secundaria, tuve que ponerme zapatos y desde entonces siento que mis pies perdieron su libertad.
Esta experiencia de vida en la comunidad náhuatl, durante mi infancia y adolescencia, ligada muy fuertemente a la tierra, a los cultivos, al medio ambiente y en contacto directo con la vida silvestre de los animales, de los pájaros, de los peces del rio que se encuentra cerca de mi comunidad fueron conformando en mí, al paso del tiempo, lo que ahora denomino la consciencia primaria de respeto a la naturaleza y amor a la madre tierra.
La consciencia profesional
La ruptura con la comunidad náhuatl empezó a darse cuando ingresé a la escuela secundaria. En aquel tiempo, no había escuelas en mi municipio de este nivel educativo, por lo que tuve que emigrar para realizar el examen de admisión en una Escuela Normal Rural con miras a cursar la carrera de profesor de educación primaria. Desgraciadamente no pasé el examen y esto motivó a que me inscribiera en una escuela secundaria de la región conocida como Valle del Mezquital; una región árida que contrastaba con la exuberancia de la tierra de donde yo provenía, en la que transcurrió mi infancia y adolescencia. En este nuevo ambiente natural y social aprendí a amar la tierra árida que los campesinos otomíes, mediante un sistema de riego que aprovechaba las aguas negras que provenían de la capital del país, la hacían producir con la siembra de maíz, frijol y forrajes. Al terminar la secundaria ingresé como maestro bilingüe de la Secretaría de Educación Pública. Tenía escasamente 16 años de edad.
Durante los periodos vacacionales me integraba a la comunidad y participaba en las ceremonias tradicionales que le llamamos Tlatlacualtilistli/ Ofrenda que los antropólogos acostumbran llamarle “El costumbre”. Mi padre era el guardián de esta tradición y a mí me gustaba apoyarlo económicamente y en la organización de la propia ceremonia. Así empezó a desarrollarse, en mí, una nueva etapa de la consciencia en torno a la madre tierra. La ceremonia gira en torno a Chicomexochitl/ Siete flores, metáfora que simboliza al maíz y sus acompañantes: el frijol, la calabaza, el tomate, el chile, el camote, el amaranto, el ajonjolí y otros productos que constituyen la base de la alimentación de nuestros pueblos. Chicomexochtil se representa en una dualidad niño-niña, y en torno a esta dualidad transcurre la ceremonia, teniendo como base los cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego. La ceremonia se realiza en Xochicali/ Casa de la flor en donde tienen su morada, en forma permanente, los niños maíz en su advocación de Chicomexohitl/ Siete flores.
Mi participación en estas ceremonias tradicionales me fue llevando a indagar en los libros antiguos que nuestros ancestros denominaron Teoamoxmeh/ Libros de los dioses en los que se registran los Teocuicatl/ Cantos sagrados. Este acervo de nuestra memoria ancestral prehispánica fue investigado y registrado por Fray Bernardino de Sahagún, apoyado por los primeros alumnos de la nobleza mexica, egresados del Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, a mediados del siglo XVI. Este importante conocimiento sobre el mundo antiguo del pueblo náhuatl, fue difundido por el padre Ángel María Garibay y publicado por la UNAM, a mediados del siglo XX. Actualmente el Dr. Miguel León-Portilla, maestro emérito de la UNAM, ha profundizado y difundido ampliamente la lengua y cultura náhuatl, a través de sus obras: La visión de los vencidos, La filosofía náhuatl, Quince poetas del mundo náhuatl, Tonantzi Guadalupe, entre otras muchas obras.
Esta toma de consciencia sobre la sacralidad de la tierra y el culto a nuestras deidades me fue llevando al terreno de la poesía como se percibe en el poema que escribí en la década de los años ochenta:
Nihcuicatia totlachialis Canto a la vida
niquin cuicatia tocnihuan al hombre
ihuan tlaltipactli y a la naturaleza;
tonantzin tlalltipactli a la madre tierra,
ipampa totlachialis quehuac xochitl porque la vida es flor
ihuan quehuac quehuac cuicatl y es canto;
xochitl ihuan cuicatl. es, en fin, flor y canto.
Así, poco a poco, fui entrando al mundo sacralizado de nuestros pueblos, a través de la poesía. En este mismo periodo entré en diálogo con uno de mis amigos, también de origen náhuatl, Ildefonso Maya, pintor, dramaturgo, narrador y profesor, quien llevaba varios años estudiando y descifrando el ayate de Cuauhtlahtoa Juan Diego, sobre las apariciones de Tonantzin la Virgen de Guadalupe. Me explicó sus hallazgos haciendo una analogía entre la deidad prehispánica Coatlicue y la Virgen de Guadalupe. Me impresionaron tanto las conclusiones de mi amigo Ildefonso Maya que escribí, 10 años después, el poema Coatlicue:
Coatlicue
Totlalnantzin
Sihuapiltzin
Ilamatzin.
Tehuatzin titechyolitia,
Tehuatzin titechyolchicahua;
Ticolinia olin yolistli
Xopantla timoxochiotia.
Coatlicue
Chalchiotlicue
Itztetl motlacayotipa
Mahuistic Xochipetlatl Motlaque:
Tonantzin Cuetlaxupeuh
Totlalnantzin
Coatlicue
Sihuapiltzin
Ilamatzin
Falda de serpientes
Madre tierra
Pequeña niña
Ancianita.
Das vida
Das vigor
Generas vida y movimiento
Floreces en primavera.
Falda de serpientes
Falda de jades
Cuerpo de obsidiana
Manto de flores preciosas
Nuestra Señora que cambia de piel
Madre tierra
Coatlicue
Pequeña niña
Ancianita
El amor por La tierra originaria también se ha visto reflejado en la música y el canto. En 2006 iniciamos la integración del grupo intercultural Xochicuicanih/ Flores que cantan, que interpreta canciones bilingües. Es un proyecto colectivo que cuenta con la participación de Raquel Bronstein, maestra Montessori y directora del grupo, Augusto Hernández Sáenz, compositor musical y Natalio Hernández, poeta y traductor de las canciones a la lengua náhuatl. El grupo Xochicuicanih/ Flores que cantan lo integran niños y jóvenes de la comunidad de Lomas del Dorado, hablantes de la lengua náhuatl y personas de la ciudad de México que, sin ser hablantes de esta lengua, se han sumado al grupo para interpretar y gozar las canciones tradicionales y modernas contenidas en el libro Tla oncah cuicatl onca xochitl/ Si hay cantos hay flores.
La consciencia universal
A principios de este nuevo siglo, empecé a realizar una caminata, año con año, en vísperas del día 12 de diciembre, al santuario de Tonantzin Guadalupe conocido como Tepeyac, nombre que en lengua castellana significa “Cerro que tiene nariz”. Al principio quería caminar sólo, fue mi esposa quien no me permitió. Así que tuve que ir acompañado de uno de mis hijos. Al año siguiente me acompañó otro de mis hijos. La caminata cumplió, en diciembre del año pasado, trece años consecutivos. La experiencia no sólo cumplió ya varios años, sino que el contingente ha llegado a más de 30 personas, quienes voluntaria y gustosamente se han venido sumando. Esta experiencia me llevó a escribir el poema Madre Amorosa, que en el fondo alude a la deidad prehispánica Coatlicue y la alegoría de ella en su presencia contemporánea investida como Virgen de Guadalupe o la Virgen del Tepeyac o Tonantzin, como suelen llamarle muchos mexicanos, cuya veneración se extiende, incluso, a toda América Latina.
Madre amorosa
Para mi hijo, Jorge Nezahualpili
Madre amorosa
Madre piadosa
Cuenta de jades
Piedra preciosa
Xochicoscatl
Madre protectora
Madre guía
Aurora de la mañana
Flor del amanecer
Sempoalxochitl
Madre benefactora
Madre venturosa
Señora del Tepeyac
Dueña del agua
Xinola achaneh
Madre tierra
Madre de Anahuac
Árbol florido
Señora de Tonacatlalpan
Lugar de nuestro sustento
Madre de los pueblos
Madre tierra
Doncella Xilonen
Falda de mazorcas
Granos de maíz
Madre resplandeciente
Madre vigorosa
Falda de jades
Manto de flores preciosas
Tonantzin del Tepeyac
Este poema refleja el mestizaje cultural muy característico de México cuya cultura actual se nutre de las raíces prehispánicas y que, desafortunadamente, se tiene poca consciencia de él, debido a que predomina en la sociedad mexicana, el paradigma de la cultura europea.
Epílogo
En marzo de este año 2014 fui invitado, por la Universidad Veracruzana, a participar en el Encuentro de Ecopoética y Ecocrítica. Acepté la invitación por curiosidad y, sobre todo, para adquirir una nueva experiencia. El encuentro enriqueció mi visión sobre la madre tierra y pude constatar, una vez más, que hay una gran preocupación por la preservación de la naturaleza porque está de por medio nuestra propia sobrevivencia como especie humana. Puede así darme cuenta de que existe una consciencia planetaria, a través de la literatura, que nos convoca a todos, a hacer algo, por muy sencillo que sea, para preservar la integridad de nuestra madre tierra, que constituye la casa común de la humanidad.
Coincidentemente, con la beca del Sistema Nacional de Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, en 2013 escribí el poema de largo aliento que titulé Cuextecapan cuicatl/ Canto a la huasteca que es, propiamente, el canto a la tierra donde nací: sus árboles, sus flores, los rituales a Chicmexochitl, las invocaciones a la madre tierra, a la señora del agua; al abuelo fuego, al señor del aire, en fin, es un canto a los orígenes, un canto a mis raíces identitarias.
El poema inicia con un canto de alegría que se denomina precisamente: Axcan nipaqui/ Ahora soy feliz. Dice así:
AXCAN NIPAQUI
Axcan nipaqui, nipaqui ne
Axcan nipaqui, nipaqui ne
Huehca nihuala
Xochitl notlahtol
Huehca nihuala
Xochitl notlahtol
Axcan nipaqui, nipaqui ne
Axcan nipaqui, nipaqui ne
Xochitl noyolo
Axcan cueponi
Xochitl noyolo
Axcan cueponi
Axcan nipaqui, nipaqui ne
Axcan nipaqui, nipaqui ne
Nican nochantzin
Cualtzin in altepetl
Nican nochantzin
Cualtzin in altepetl
Axcan nipaqui, nipaqui ne
Axcan nipaqui, nipaqui ne
Nohuan xihuala
Cuali noyolo
Nohuan xihuala
Cuali noyolo
Axcan nipaqui, nipaqui ne
Axcan nipaqui, nipaqui ne
Axcan nipaqui, nipaqui ne
Axcan nipaqui, nipaqui ne
AHORA SOY FELIZ
Ahora soy feliz, feliz
Ahora soy feliz, feliz
Vengo de lejos
mi palabra es florida
vengo de lejos
mi palabra es florida
Ahora soy feliz, feliz
Ahora soy feliz, feliz
Mi corazón es una flor
ahora florece
mi corazón es una flor
ahora florece
Ahora soy feliz, feliz
Ahora soy feliz, feliz
Aquí está mi casa
es bella mi ciudad
aquí está mi casa
es bella mi ciudad.
Ahora soy feliz, feliz
Ahora soy feliz, feliz
Ven conmigo
mi corazón es noble
ven conmigo
mi corazón es noble
Ahora soy feliz, feliz
Ahora soy feliz, feliz
Ahora soy feliz, feliz
Ahora soy feliz, feliz
Actualmente estoy frecuentando a mi tierra con la que nunca rompí el cordón umbilical que mis padres enterraron junto a un árbol de aguacate. El retorno a mi tierra ha sido muy gratificante. Con un grupo de personas, hemos iniciado el proyecto Yancuic Xochicali/ Nueva casa de la Flor, en donde como dije al principio, se encuentra la morada del niño maíz en su dualidad niño-niña, con una visión renovada, contemporánea que nos permita transferir a la nuevas generaciones, la tradición que nos legaron nuestros ancestros. El proyecto tiene cuatro surcos o senderos: el huehuetlahtoli/ la sabiduría antigua; tlatzontzintli/ la música; tlahtzontli/ el bordado; tlatohtoctli/ la siembra o los cultivos y la construcción de la Casa de la flor/Xochicali.
Es un espacio abierto a otras culturas, a otras lenguas, a otras visiones del mundo. Por ahora confluyen, se intercambian y se enriquecen mutuamente, en este espacio, la cultura náhuatl a la que pertenezco, la otomí y la totonaca. Además acuden personas mestizas que respetan y simpatizan con estas prácticas ancestrales de veneración a Tonantzin/ Nuestra madre tierra en busca del equilibrio y la armonía entre el hombre y la naturaleza.
Concluyo este ensayo con una frase que recogí del Encuentro de Ecocrítica y Ecopoética que me parece bastante enriquecedora de la escritora Esther Hernández Palacios, coordinadora del mencionado Encuentro. Ella expresó: La poesía guarda el misterio del origen.
Choca Totlalnantzin/ Nuestra Madre Tierra llora
Publicado en julio 16 de 2014.