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Trabajos de la poesía para transformar lenguaje y cultura heridos por los conflictos

Clausura del 15º Festival Internacional de Poesía de Medellín

Por: Jairo Guzmán

Ponencia presentada y leída el primer día de la II Cumbre Mundial de la Poesía por la Paz y la Reconciliación de Colombia
(15º Festival Internacional de Poesía de Medellín, julio de 2005)

En la actual crisis humanitaria, el lenguaje queda convertido en un espectro vacío que transmite y ejecuta las órdenes de la violencia y de la muerte. Y esta violencia viene con muchas máscaras. El lenguaje está herido, es víctima. Sus victimarios no podrán repararlo.

El coloniaje mediático, la fraseología del consumismo y la banalidad del marketing determinan conductas bastante colonizadas que han sumergido la riqueza del lenguaje en un foso oscuro. 

Un sistema de frases convertidas en órdenes signan la vida contemporánea.

El universo simbólico de los barrios está saturado de violencia. 

La vida en el campo y en las ciudades está afectada por el lenguaje de la guerra fratricida. 

Nos preguntamos cuáles son los trabajos de la poesía ante todo ese complejo panorama de un entramado cultural difuso, sin pulmones propios; ante una cultura caracterizada por la hibridación de signos mutantes, a la deriva de las fluctuaciones de las crisis intermitentes de la economía y de la pauperización social. Una cultura fracturada. Signada por siglos de barbarie.

Hablamos de Colombia. Donde lo principal es el cese de la guerra y lo esencial es sanar el alma colectiva. Sanar el lenguaje, limpiar los puentes de palabras que nos unen para renovar la vida social.

Los trabajos de la poesía se sustentan en el desencadenamiento y permanencia de las fuerzas creadoras, las gestas de voluntades que propician una atmósfera oxigenada con el hálito de un ánimo colectivo que cultive un terreno propicio para el florecimiento de la vida, sin la pesadilla o lastre de una realidad obsoleta y lacerante.

Poesía entendida como la fuerza, el campo magnético que posibilita la conjunción de acciones creadoras que permitan dotar de una nueva significación la vida, que propicien el acceso a nuevas formas de interrelacionarnos, donde no estemos mediatizados por el lenguaje agresivo de la supervivencia en el capitalismo salvaje. 

Ante toda crisis la poesía se manifiesta como una rebelión de signos, que nos libera de las fraseologías opresivas del presente y da paso a nuevos símbolos, cargados de vitalidad, del esplendor y la lozanía de lo fundacional.

Diríamos que la muerte trabaja mucho pero la vida mucho más y esa resistencia es la gran fiesta, el gran reto ante las devastaciones.

La vida del lenguaje, de las palabras, de los símbolos está vulnerada en una sociedad en guerra. 

A nivel global y local el lenguaje que prolifera de manera concomitante es la propaganda de guerra.

La propaganda de guerra generalmente está apoyada en información falsa y disimuladora, ya que uno de los propósitos de este tipo de comunicación persuasiva es evitar que las personas conozcan la verdad. 

En ocasiones, los propagandistas no necesitan recurrir a la mentira, sino que utilizan un lenguaje cuidado, rico en eufemismos. La propaganda de guerra lleva a la población de un país a sentir que sólo el enemigo comete injusticias y esto puede conseguirse con pura ficción. 

La propaganda tiene una gran responsabilidad en los conflictos, pues no es sólo la supremacía militar la que gana una guerra. Cuando la propaganda es transmitida eficazmente, puede volverse más peligrosa que el propio armamento bélico. 

Ante la permanente propaganda se genera un ambiente, un ánimo colectivo y una atmósfera cultural envilecidos por el permanente bombardeo de fraseologías que son un cerco a la acción soberana de las personas y las someten al mutismo por el temor de ser eliminados o a que la gran mayoría repita mecánicamente esas consignas de guerra o sentencias de muerte en que se convierte el tráfico de palabras. 

Un ejemplo muy especial de esto fue el aterrador lapso de la I Guerra Mundial: a fines de 1916 habían caído en el frente occidental cerca de un millón y medio de hombres, entre ellos el pintor Franz Marc, uno de los fundadores, en 1911, del grupo Jinete Azul junto a W. Kandinsky y el joven filólogo alemán Norbert von Hellingrath, descubridor y primer editor de la, hasta ese instante, desconocida poesía de Friedrich Hölderlin. 

En el transcurso de esa guerra caerían entre otros, los poetas ingleses Edward Thomas en 1917 y Wilfred Owen en 1918.

Tal escenario de muerte y destrucción iba acompañado por un desgaste más subterráneo y quizás primordial: el vaciamiento del lenguaje que había convocado a esas mismas fuerzas destructoras. 

Después de eso, pocos eran los que creían en palabras tales como patria, heroicidad y honor y en el sustrato invisible que sostenía la ficción de una guerra “justa, alegre y sana”, términos que el periodismo belicista había empleado para enardecer mucho más el ambiente de barbarie.

Importantísimos poetas y novelistas entre ellos Robert Graves , Thomas Mann y Karl Kraus se percataron muy pronto de ello, pero ya era demasiado tarde para detener la matanza y más aún para intentar establecer un nuevo pacto entre el lenguaje depreciado por la locura colectiva y la intimidad humana que aún sobrevivía. Quizás la única salida era replantearse todo nuevamente, quemando las naves de un lenguaje caduco.

“Una cultura milenaria se desintegra. Ya no quedan pilares ni puntales, ni siquiera cimientos; se han derrumbado. El mundo ha perdido su sentido”. Estas palabras de Hugo Ball, enunciadas en una conferencia acerca de la pintura de Wasily Kandinsky en 1917, muestran la tensión de una época que vivía de modo permanente con una pistola a la sien.

Mientras en el verano de 1916 se ejecutaban grandes matanzas, en Zurich, Hugo Ball, oculto su rostro con una máscara confeccionada por Hans Arp y ante la perplejidad, indignación y asombro del público, recitó en el cabaret Voltaire, un poema fonético hecho de sílabas y voces sin sentido, donde no era posible reconocer ninguna palabra en el concepto tradicional del término. 

Se trataba de algo distinto, de un gesto nacido en la conciencia de una desesperación ante el vaciamiento del significado, respuesta ante el vacío y el laceramiento del lenguaje. Su rebelión (materializada luego en el dadaísmo) desencadenaría la renovación del arte y la expresión poética y así un nuevo nombrar la realidad.

Los poetas, los que cifran su experiencia de vida en la preservación y riqueza del lenguaje, los que cuidan de que las palabras recuperen su esplendor, saben que preservar su vida es preservar el tesoro del lenguaje. 

Así que muchos poetas, artistas, creadores en literatura se vean forzados al exilio para poder continuar con la misión de salvar la palabra de todo el maltrato y degradación de la guerra.

De ahí que los trabajos de la poesía son arduos, en el camino de ser una ecología de los sistemas simbólicos que están intoxicados de una fraseología mediática que causa heridas en el lenguaje auténtico, ése que es, ante todo, poesía como gesta del habla y de las acciones de toda una comunidad.

La poesía es lo que más ha trabajado, en un silencio de milenios, y toda la memoria del mundo se fundamenta en su legado.

Los trabajos de la poesía se materializan en las acciones que los poetas y artistas realicen en la perspectiva de transformar el lenguaje anquilosante de una realidad basada en la unidimensionalidad, haciendo que surja un lenguaje auténtico. 

Ante un lenguaje radiante se expande un ánimo, un espíritu de cambio, un mundo por nacer.

En su carta del Vidente, Rimbaud expresa: “El poeta es, pues, robador de fuego. Lleva el peso de la humanidad, incluso de los animales; tendrá que conseguir que sus invenciones se sientan, se palpen, se escuchen”. En esta perspectiva rimbaudiana, el poeta es un Prometeo desencadenante. Roba el fuego de la poesía y lo distribuye entre la humanidad para “cambiar la vida”.

Arduos los trabajos de la poesía para las urgentes transformaciones que son las más esenciales porque está en juego el pensamiento, la conciencia, la coexistencia y la paz social.

Lo que más se necesita, fuera de resolver los problemas básicos de un gran porcentaje de la población, son acciones creativas, acciones que restituyan la dignidad de los pueblos mancillados, humillados por la violencia y la injusticia social.

Es preciso contribuir en la autoafirmación cultural de una colectividad que ha estado sometida a la atomización y desconfianza social a causa del entramado de conflictos que le han impedido recuperar su memoria histórica, su identidad y su sensibilidad.

Que los poetas, los artistas y la comunidad en general converjan en una voluntad común para lograr la metamorfosis de todos los horrores y las heridas en voluntad colectiva para construir un mundo donde por fin gravite la paz y la participación de todos en el gozo de existir.

Los poetas y los artistas, por razones vitales y esenciales de su arte, están dentro del sentir popular y una verdadera experiencia poética es aquella que está impregnada por todo el oleaje vital que sustenta el día a día en el gran conglomerado social donde reverbera el canto que es su habla natural.

Ahora, dos milenios después de haber sido expulsados de la república de Platón, los poetas confirmarán su condición aterrizada y creativa, sin formas ideales sino con acciones concretas, con verdaderos gestos que entrelazarán las fibras humanas, emocionales y afectivas, que redimensionen y cualifiquen nuestras maneras de interrelacionarnos y que nuestro lenguaje sea por fin liberado de los maniqueísmos de la guerra.

Se hace necesaria la presencia de los poetas y los artistas alimentando la hoguera de la reconciliación, involucrándose creativamente allá donde está la raíz del dolor colectivo y contribuir en su sanación.

Como expresa Félix Guattari en Caosmosis:

“Se torna imperativo refundar los ejes de valores, las finalidades fundamentales de las relaciones humanas y de las actividades productivas. Una ecología de lo virtual se impone, pues, tanto como las ecologías del mundo visible. Y en este aspecto la poesía, la música, las artes plásticas, el cine, sobre todo en sus modalidades performanciales o performativas, tienen un lugar importante que ocupar por su aporte específico y como paradigma de referencia en el seno de nuevas prácticas sociales”

Se hace necesario intervenir la ciudad. Revalorar los ámbitos vulnerados, desarrollando procesos creativos de impacto social. Salir a la calle. Intervenir los lugares que han estado signados por el conflicto y dotarlos, mediante acciones poéticas y artísticas permanentes, de una nueva significación. Es preciso ir a la raíz del dolor y contribuir en un ascenso y esplendor de la sensibilidad colectiva. Que haya verdaderos procesos en las zonas de intervención.

Es preciso ir al barrio en las ciudades y a las veredas en el campo para trabajar con la niñez y la adolescencia ya que los referentes actuales conducen a los niños y jóvenes a asumir estilos de vida basados en los mismos factores de violencia que perpetúan el anquilosamiento social. Se ejerce violencia simbólica. Eso presupone construir un nuevo “orden simbólico”. Los poetas y artistas tienen todo el potencial para generar nuevos símbolos que expulsen del imaginario colectivo los símbolos untados de sangre. 

Se hace urgente una solución adecuada de nuestros conflictos. Es necesario recuperar el derecho al disenso, sin temor a ser perseguido por eso. Esto significa que es preciso alimentar la eficacia de una permanente crítica al uso del lenguaje ya que éste es usado como medio de dominación y manipulación.

La comunidad demanda verdad, justicia y reparación. Los poetas y artistas tienen mucho que aportar en la preservación de la memoria. De los aspectos más importantes: que nada quede en el anonimato. Es esencial desarrollar los más efectivos ejercicios de recuperación de memoria.

Sin la integración, sin un movimiento orgánico y eficaz de poetas, artistas y actores culturales, como cuerpo pensante y actuante, será muy difícil ver resultados efectivos.

Como expresa Octavio Paz: “Cosas y palabras se desangran por la misma herida. Todas las sociedades han atravesado por estas crisis de sus fundamentos que son, asimismo y sobre todo, crisis del sentido de ciertas palabras. Se olvida con frecuencia que, como todas las otras creaciones humanas, los Imperios y los Estados están hechos de palabras: son hechos verbales. En el libro XIII de las Analectas, Tzu—Lu pregunta a Confucio: «Si el Duque de Wei te llamase par a administrar su país, ¿cuál sería tu primera medida? Él Maestro dijo: La reforma del lenguaje”

Una auténtica solución, a esta tragedia nacional, será poética; es decir, será una gesta, una voluntad colectiva de construcción de una atmósfera donde se respire oxígeno de renovación, espíritu vivificante. Eso se logra con cese de la guerra, mucha imaginación y poesía en movimiento que brota de la necesidad de cambio. 

Será un gran avance un tratado de paz con justicia social. Será una verdadera celebración el retorno de seis millones de desplazados a sus tierras de origen. Los poetas y los artistas tienen mucho que aportar: Cantarle a la tierra, a la reforma agraria, al neo-ruralismo, como unos nuevos Virgilios enseñando, con poemas, a cultivar los campos. 

Acompañar a las víctimas, unirse al dolor del otro y hacer que brote el canto, el poema, la celebración de un nuevo momento, liberados de la humillación y la afrenta de cinco siglos de vasallaje, de los cuales los dos últimos corresponden a la tragedia institucionalizada por pugna de feudos de criollos, cuya crueldad hispánica ha desangrado a la población y la ha llenado de afrentas, hasta el horror de la crisis humanitaria actual sustentada en el fratricidio. 

En un principio, digamos: comunidad sin guerra. Pero la comunidad sigue siendo el escenario de las matanzas. La comunidad es la víctima. Los victimarios son fichas de un ajedrez macabro. Mercenarios confiscan la nación. Esa pradera por donde corrías en la infancia, ahora es tierra extranjera. 

Todo indica que estamos en guerra. Barrios sitiados: comunidad rota. Agujeros en la capa social. Violencia. Niños jefes de escuadrones de la muerte. Niños que dicen: “Mi nombre es oscuridad, odio, ganas de matar”. Niños inducidos al asesinato y asesinados. Violados. Torturados. A la infancia rota le siguen fosas comunes. 

Aquí el verdadero rehén es la paz. Si esto no conmueve al poeta en su fuero de creador, que al menos mueva a la persona del poeta a hacer algo; que salga de su estado catatónico de elegido por las musas y que esas musas nos inspiren a todos, para contribuir a sanar el alma colectiva, herida por la nefasta historia nacional. 

Ante todo esto, recordemos a Albert Camus:

“El artista se forja en ese perpetuo ir y venir de sí mismo a los demás; equidistantes entre la belleza, sin la cual no puede vivir, y la comunidad, de la cual no puede desprenderse. Por eso los verdaderos artistas no desdeñan nada; se obligan a comprender en vez de juzgar, y sin han de tomar un partido en este mundo, este sólo puede ser el de una sociedad en la que según la gran frase de Nietzsche, no ha de reinar el juez sino el creador, sea trabajador o intelectual.

El papel del escritor es inseparable de difíciles deberes. Por definición, no puede ponerse al servicio de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la sufren. Si no lo hiciera, quedaría solo, privado hasta de su arte”

Medellín, 16 de julio de 2015.

Última actualización: 14/03/2023