Poetas invitados al 25 Festival Internacional de Poesía de Medellín: Marco Mejía (Colombia, 1955)
Poetas invitados al 25 Festival
Internacional de Poesía de Medellín
Julio 11 al 18 de 2015
Poetas de América
Marco Mejía nació en Caldas, Antioquia, Colombia, en 1955. Poeta, filósofo, poeta, periodista investigativo, cronista, profesor universitario, gestor cultural, crítico, cineasta, ensayista y narrador.
Obra publicada: La Reja Inconclusa, 1988, Primer Premio de poesía de la Dirección de Cultura Departamental; La Fragancia de la identidad, 1992; Cuerno de Imagen, 1997; Primer premio del Concurso de Ensayo Latinoamericano René Uribe Ferrer; Los disidentes del Campo Santo, 2001; El mar de la gracia, 2003; Las llaves del periódico, 2008; y Cuervo, 2012.
Poemas y biografía Revista Prometeo # 86-87
Poemas Otraparte
Acerca del destino del poeta y del poetizar
Por Marco Mejía
Especial para Prometeo
Acaso nunca termine la reflexión que discierne sobre la responsabilidad del poeta con su tiempo, al menos con esa temporalidad que le ubica en su propio escenario histórico. No se puede ser ajeno a la realidad que a todos afecta y envuelve, tal actitud sería ciertamente indecorosa, puesto que en su contexto encontramos el drama del hombre protagonista de esa ambigüedad del dolor y la felicidad, término éste que nos remite a una posible condición paradisíaca cuya expulsión sigue pesando en los desenlaces del mundo moderno.
Un asomo de posible dicha se insinuaba en los colores impresionistas, el hombre -centro de todo- debería cumplir al menos con la aspiración universal de un mundo posible, pero el desconsuelo se alzó pronto y vino la angustia. Se oyó así el grito que Munch puso ante el ocre que matizaba el alma del siglo XX. Contrastaba, con aquella ilusión esperanzadora, el pesimismo del poeta Baudelaire y por supuesto cobró la apuesta, como también lo hizo la advertencia irreverente de las iluminaciones de Rimbaud, ambos poetas estaban comprometidos con aquella videncia poética que no se dejaba timar por las consignas y anteponían su indeclinable furia por encima de la veneración a aquellas potencias que organizaban el mundo a su antojo.
Y a eso juegan las esferas del poder, a la promesa redentora que sin compasión nos esclaviza a su causa, de esa manera la felicidad pasa al dominio de lo adquisitivo, la alegría de escalar derribando a los demás, el camino al éxito, la ilusión de asistir a los comensales del Olimpo contemporáneo y a mirar desde arriba el destino plagado de obstáculos de los náufragos que quizás nunca arribarán a la isla, al gobierno de su casa donde abunda la riqueza cotidiana, al refugio que no solamente es hogar, sino morada interior, pensamiento, signo poético. Esta sociedad que han querido nombrar como la del “conocimiento”, reduce ese saber al ámbito de lo tecnológico y mantiene la seducción para que se esté siempre en el afuera, en la inmediata comunicación con el más remoto rincón del planeta: rápido se está en cualquier lugar, pero lejos, demasiado lejanos de ese universo interior que Rilke recomendó transitar como si fuera la más cara patria del poeta.
Y en ese extenso paisaje de la realidad continúa, más allá de la ilusión virtual, la fatalidad del destino humano sometido a la trama de los conflictos que permanecen para alentar la hoguera del sacrificio inútil, la paga a los dioses que exigen siempre el tributo sangriento. La sed de ayer es la misma sed de hoy. En esos parajes de la destrucción se ha sabido elevar el asombro poético y se ha de recordar más que aquellos episodios de guerra, los poemas de amor que Ungarretti escribe en la trinchera mientras vela el cadáver de su compañero muerto o las voces que desde la lucidez poética enfrentan el horror que supo campear ante nuestros ojos, y pueda una mujer poeta pronunciar en un verso el nombre de un país que toca amar, aunque ese país le induzca hacia una muerte por dolor de patria.
Allí donde esas dos fronteras – la que cerca el paraje interior y la que exige mantener el altar de las víctimas- imponen sus límites para instalar los dominios del reino, retorna la pregunta por el poeta y por la poesía, por el compromiso y por la vocación , por la palabra en el tiempo, por la sensibilidad poética. Suelen interpretarse las épocas según el espíritu que las anima, la naturaleza como presencia física suscitó el pensamiento de los filósofos para explicar la realidad y el ser; sus poetas legaron la inquietante estética de la tragedia que exaltó la personalidad del destino como el hilo de nuestra existencia. Ahora se cierne algo más que un espíritu de época y en vez de una unidad que identifica hay una dispersión que nos proscribe; los hilos no son tejido de un sino inevitable, sino nudos de un trama que nos une al patíbulo, la salvación está unida paradójicamente a la aceptación de nuestra condena, aprobamos la familiaridad con el verdugo.
No es la poesía un edicto redentor, no es el poeta un héroe de nuestro tiempo; como fuente de los signos es la poesía un desciframiento que posibilita al hombre entenderse aún en un tiempo de penuria y en tal discernir avizora su misión y responsabilidad frente a su propio momento. Obrará entonces el poeta en consecuencia y la palabra seguirá su curso para dejar constancia de lo que omite o grita, del silencio o del rayo que en medio de la tormenta hace de faro y guía a los expulsados de su morada, a aquellos que extraviaron el mapa de una isla interior. Hay quienes toman el arco para volver al ámbito de la palabra, hay quienes cantan ese regreso a los parajes del verbo: tejido del éxodo del hombre que construye su saga en las imágenes del poema .
Publicado el 6 de mayo de 2015