Poetas invitados al 25 Festival Internacional de Poesía de Medellín: De la ética del poema y la ética del poeta. Winston Morales Chavarro(Colombia, 1935)
Poetas invitados al 25 Festival
Internacional de Poesía de Medellín
Julio 11 al 18 de 2015
Poetas de América
Winston Morales Chavarro nació en Neiva, Huila, en 1969. Poeta, comunicador social y periodista. Magíster en Estudios de la Cultura, mención Literatura Hispanoamericana. Profesor de la Universidad de Cartagena. Ha ganado los concursos nacionales de poesía de las universidades del Quindío, 2000; Antioquia, 2001, y Tecnológica de Bolívar, 2005. Ganador del Premio Internacional de Literatura "David Mejía Velilla", Universidad de La Sabana, 2014. Primer Premio IX Bienal Nacional de Novela José Eustasio Rivera. Ha publicado los libros de poemas Aniquirona, 1998; De regreso a Schuaima, 2001; Memorias de Alexander de Brucco, 2002; Summa poética, 2005; Antología, 2009; Camino a Rogitama, 2010; La ciudad de las piedras que cantan, 2011; y Temps era temps, 2013. En narrativa: Dios puso una sonrisa sobre su rostro, novela, 2004; en ensayo: Poéticas del ocultismo en las escrituras de José Antonio Ramos Sucre, Carlos Obregón, César Dávila Andrade y Jaime Sáenz, 2008.
Al decir de Ignacio Ramírez: “Winston Morales es un opita universal, creador de un país donde todos, empezando por los cargadores de toallas y fusiles al hombro, deberíamos irnos a vivir, porque allí, igual que en el mundo musical de Macondo, dan ganas de cantar “cuando las palabras toman conciencia de no-ser ante la presencia invisible de tantos espectros”. Allí en Schuaima, el planeta país del poeta neivano, se puede sorber, con la nariz rizada por el viento, el olor de “las faldas invadidas de geranios” de las muchachas que lo habitan y que, como todos sus pobladores, tienen “el corazón muy cerca de la nariz”.
De la ética del poema y la ética del poeta
Por Winston Morales Chavarro
La ética del poeta es una categoría individual. Cada poeta define sus prioridades –al menos desde la lengua- y se enfrenta o negocia con esta categoría a lo largo de su vida. Puede existir una ética del poema, y esa ética tiene que ver con su responsabilidad creadora, con la honestidad creadora, con el acto mismo de la creación, incluso, de la escritura, con el deber ser. Pero la ética del poeta, más allá de las consideraciones personales o filosóficas que se tengan al respecto, es un acto individual.
Para mí esta ética consiste en guardar una estrecha relación –coherencia que llaman- entre lo que escribo –ese lugar de enunciación tan personal- y lo que soy, o lo que manifiesto a través del cuerpo y las palabras. Es probable que aparente una cosa (hay cierta presión social en eso), pero lo que busco (tanto en espíritu como en materia) se parece mucho a lo que escribo. Es decir, aparento ser un hombre moderno, pero no por esto dejo de ser espiritual. Aparento ser un hombre disciplinado, pero no por esto dejo de detenerme y de vararme en el paisaje. Aparento ser un hombre racional, pero no por esto dejo de pensar, como diría Artaud, con mi cabeza oscura. Pienso con mi cabeza oscura todo el tiempo, así en apariencia sea el profesor universitario, el ciudadano de bien, el empleado público que declara ante la DIAN.
Considero que el poeta de estos tiempos es una especie de camaleón literario. Por un lado, tiene que someterse a esa “realidad monotemática” que crean y definen los medios de información –que nada comunican- y, al mismo tiempo, oponerse a dicha construcción de lo que suponen los periodistas es la realidad. El poeta –y ese es su deber- trasciende esa realidad sesgada, manipulada, en favor de una realidad trascendental, legítima, no ordinaria. Entonces, al ser un olfateador de resonancias, captura la esencia milimétrica de las cosas, la capa invisible de los hechos cotidianos, el velo traslucido de una realidad otra, sustancial.
Y en cuanto al papel frente al mundo, el poeta –por lo menos en mi caso muy particular- debe ser un puente entre estas dos realidades; por lo menos para reafirmar una y desvirtuar o desnudar a la otra. La realidad que nos plantean las agencias informativas –cada una con sus sobrados intereses- han hecho del mundo un lugar de encuentro y desencuentro bastante aburrido. Y el poeta –al menos en sus búsquedas literarias- habla de lo invisible, de lo que se invisibiliza (es decir, casi todo), de lo que se calla, de lo que se censura.
Esa es la ética del poeta, y esa la ética del poema.
Ahora, no es tan cierto que el poeta deba salvar al mundo – que es un papel de todos los hombres y todas las mujeres que pisan este momento de la historia-. No podemos asignarles a los poetas ni a los narradores un papel que no es exclusivo a ninguna profesión o cargo de responsabilidad social.
Hubo un tiempo en que se nos habló de una literatura comprometida, cuando todo oficio que se desempeñe con ética debe ser un oficio comprometido. De modo que la responsabilidad de salvar al mundo, a Colombia, no es exclusiva de quienes escriben. No obstante, debo aclarar en este punto, que sí es verdad que a los creadores –pese a todas las taras y defectos que habiten en su naturaleza- es un ser que ha sido provisto –por ángeles o demonios- de una sensibilidad especial que por lo menos lo sitúa con más conciencia en el momento social y cultural de cohabitar con otros. Ese es su compromiso: la crítica y la autocrítica, la conciencia de quienes enmudecen y callan, la conciencia de quienes censuran y se autocensuran, la voz de quienes han sido silenciados y masacrados de manera física y simbólica.
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Publicado el 21 de mayo de 2015