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¡Anh yêu em, Vietnam!

Por: Fernando Rendón

 

 

Muchas personas de mi generación habíamos querido saber más acerca de la realidad y del espíritu de Vietnam, un país silencioso para el mundo tras su victoria militar sobre Estados Unidos, en mayo de 1975. Mucha gente se preguntaba con insistencia cómo había sido posible que un país pequeño, que había padecido y superado 800 años de opresiva ocupación china, habiendo resistido también con bravura a dos violentas invasiones de las fuerzas militares francesas y japonesas, pudiera seguir sobreponiéndose a la brutal adversidad de su destino, en medio de la penuria económica y de la desigual tecnología militar, enfrentando y quebrantando el poderío militar norteamericano. Cómo acumularon durante siglos tanta pasión, persistencia, paciencia y prudencia.

 

Yo también quería comprender la benevolencia del corazón vietnamita que, tras haber padecido más de dos millones y medio de muertos en la brutal ocupación norteamericana, y haber perdido a través de crueles bombardeos el 70 % de su infraestructura industrial y de transportes, 3000 escuelas y 15 universidades, había restablecido relaciones bilaterales con el gobierno estadounidense en 1995.

Aparte de la literatura política y de las notas periodísticas que habíamos leído sobre Vietnam, poco sabíamos del trasfondo de su poesía y su arte, de los valores espirituales y culturales que subyacían en la raíz de su resistencia milenaria. Pocos de sus poetas y escritores se conocían en América Latina, con excepción de los incluidos en las ediciones cubanas. Solo habían circulado en nuestro país textos políticos y poemas de Hồ Chí Minh, entre ellos su Diario de la Prisión, sus relatos y discursos; y los escritos militares clásicos de Võ Nguyên Giáp.

Habiéndose cumplido 40 años de violenta guerra en Colombia, yo estaba muy interesado en comprender qué formas del espíritu podían mantener la llama de la esperanza de un pueblo que combatió durante ocho siglos contra los chinos y mongoles, y durante 30 años del siglo XX contra tres grandes potencias militares, por la libertad, la independencia y la paz.

En enero pasado había recibido una invitación a Hanoi, para tomar parte en el II Festival Internacional de Poesía Asia-Pacífico en Vietnam y en la Conferencia sobre Introducción a la Literatura Vietnamita, junto a 150 autores procedentes de 40 países. Cuando llegué al aeropuerto Noi Bai de Hanoi, después de un viaje extenuante de casi 17.000 kilómetros a través de 24 horas de vuelo, estaba esperándome Fam Long Quan, en realidad un amigo, un intérprete experimentado y un profundo conocedor de la verdadera historia de su país, que haría todo para hacer comprensible y fraterna mi estadía en Vietnam.

La Asociación de Escritores de Vietnam, presidida por el poeta nacional y antiguo tanquista Huu Thinh, había dispuesto un alojamiento cálido y una cuidadosa atención a sus huéspedes en el Army Hotel. Con un gesto generoso él eligió para mí un amplio cuarto. Sus poemas y canciones, especialmente Năm anh em trên một chiếc xe tăng (Cinco hermanos en el mismo tanque), los cantan varias generaciones en todo el país.

Me impresionaron mucho las generosas atenciones desplegadas hacia los invitados y hacia mí. “Hemos dado a los poetas un tratamiento de jefes de Estado”, dijo un alto funcionario vietnamita, allegado a la organización. Y no fue de otra manera, porque también una guardia de honor de muchachas impecablemente vestidas nos esperaba en la entrada del Palacio de la Amistad Cultural el día de la ceremonia de apertura. Todo ello reforzó en mi ánimo la idea de la importancia central que se le da a la poesía en ese país asiático.

Por sugerencia de Nguyen Quang Thieu, vicepresidente de la Asociación de Escritores de Vietnam, estuve en la aldea Chua, donde él nació. Aquí viven 300 familias, hace 800 años. Su abuelo había construido la pagoda. Era la fiesta del cumpleaños 70 del Jefe de Poetas de la Aldea, tío de Thieu. Se le veía feliz. Nos invitaban a beber té, con semillas de girasol y confites. La cena, deliciosa y generosa, sería con mandarinas, carne de res, jamón y aguardiente de arroz. “Perfume de arroz” llaman a este exquisito licor. Acuden los vecinos. Sus regalos son poemas para leer al homenajeado. Traduce Fam Quang Long. Los poemas hablan de su infancia, de la vida y las virtudes del Jefe de los Poetas de Chua, de sus sacrificios; y le desean una larga vida. Es una tradición de más de un siglo. Muchos son excombatientes de la guerra de liberación contra los norteamericanos. Se ven experimentados y fuertes. También acude el Jefe de Poetas de una aldea cercana. Afirma que desea que el mundo entero esté lleno de aldeas como ésta. La poesía es la norma de Buda, dice sonriendo. El Señor Buda es el señor de las palabras, no de la violencia.

El Jefe de Poetas de la Aldea declara: “Se alivia el cuerpo con el canto del alma. La poesía brota de la sangre. Es acción condensada en palabras, no para la forma, para la vida, para llevar las almas a la vida”. Ha recibido muchos poemas como regalo. “Más que Obama en su cumpleaños”, añade, riendo. Los guarda en sus bolsillos, cuidadosamente doblados. En el pequeño local hay un altar erigido a la memoria de sus antepasados, con sus fotografías y pinturas, en los que están representados los elementos a través de incienso, agua, flores, frutos y comida.

Han trabajado duro en la siembra de arroz y ahora celebran. Por supuesto, se percibe todavía pobreza después de tantos años de guerra y penuria. Los salarios no son altos. Pero la situación mejora. El amor por la vida va en alto, triunfante. En esta aldea todos son trabajadores y poetas. Y también compañeros. “Hay que cavar tres metros y elevarse siete hacia el cielo para encontrar amigos en la palabra”, dice un poema de Thieu.

Pregunto al poeta local Le Xuan Sung: “¿Qué significa la poesía en la vida del pueblo?” -“La poesía es el alma del pueblo vietnamita”, responde. “Es el sueño, la esperanza, la acción de la aldea”. La poesía es lo primero que se aprende en la vida de las familias. Aman los poemas antiguos pero también los versos libres. Hay encuentros semanales para intercambiar poemas en la aldea. Asimismo allí premios y publicaciones que promueven a los poetas a escala regional y nacional. Se leen también poemas en las pagodas. Horas después, se despiden los campesinos con sus manos callosas de empuñar la azada y, en el pasado, las armas en defensa de la patria.

La raíz de su poesía es la esperanza. Sus palabras nacen como las semillas y se cultivan con el sudor del trabajo. Trabajan cantando. Siembran arroz y vegetales. “Cada grano de arroz cuesta siete gotas de sudor”. Cantan canciones tradicionales, poemas musicalizados, en los que narran sus vidas y sus sueños. Mientras haya vida, habrá poesía para ellos. Nguyen Xung Duc propuso en 1986 que la poesía fuera un acto diario en la vida de todos los campesinos. Así, la poesía es ley en esta aldea, declarada Aldea de la Poesía de Vietnam.

Los días del Festival Internacional de Poesía Asia Pacífico de Hanoi avanzaron, entre lecturas de poemas, intervenciones y debates. Muchos periodistas de canales de televisión, periódicos y revistas están atentos a las deliberaciones y a los actos poéticos. Se celebra el XIII Día Nacional de la Poesía en el Templo de la Literatura de Quoc Tu Giam, en el interior de una universidad que tiene diez siglos de existencia, la más antigua de Indochina. Hay un público enorme y concentrado. Es el acto central del Festival, que 65 emisoras de Vietnam transmiten en cadena para todo el país.

Huu Thinh y Nguyen Quang Thieu están entusiasmados. Quieren hacer un verdadero Festival Mundial de Poesía con poetas invitados de cada país de la Tierra. Es un gran sueño que ellos realizarán, con la conciencia de lo que significa la poesía para el pueblo valeroso y noble de ese país. Ellos tendrán ayuda del Movimiento Poético Mundial para alcanzar su objetivo. Les he dicho que es la hora de una ofensiva espiritual y poética de los pueblos de la Tierra por una paz mundial justa y democrática. En las palabras del poeta martiniqués Aimé Césaire:

Es la hora de las grandes comunicaciones y las grandes combustiones.

Fue emocionante conocer y saludar personalmente al Presidente Trương Tấn Sang, que recibió con amable deferencia a un numeroso grupo de poetas invitados. También lo fue visitar la Bahía de Ha Long (Bahía del dragón que desciende) y el templo prehistórico de estalactitas de Hang Sung Sot, que habitaron en el neolítico antiguos pobladores de Vietnam.

Una alegría grande para mí fue visitar el Templo de Cao Bá Quát (1809-1855), poeta que encabezó una insurrección contra el emperador Tu Đức. Allí se desarrolló un acto poético y musical del Festival, y también se celebró un delicado ritual budista. Pusimos inciensos encendidos en su altar. En las columnas sagradas del Templo podían leerse textos emblemáticos como: “Su corazón es la sagrada medicina que lo cura todo” y también “La fidelidad eterna a la patria es la única expresión del poeta que deja una herencia eterna a sus descendientes”.

Cao Bá Quát había señalado que la apetencia de la fama y la fortuna destruía la dignidad humana. Él entregaba sus poemas a la gente más pobre y desvalida. Murió en el campo de batalla. Sus descendientes fueron asesinados y sus poemas incinerados en represalia. No obstante 1400 poemas suyos sobrevivieron a la fatalidad.

Los mitos, la inspiración y las leyendas poéticas antiguas han alimentado la energía espiritual del pueblo vietnamita. Según una leyenda los vietnamitas son hijos de los dragones y nietos de las hadas. Su origen está oculto en el misterio del tiempo. En uno de su poemas (En San Giong) Cao Ba Quat revela la hazaña de Phu Dong, un niño de tres años que derrota con su caballo de hierro y una espada de oro a las tropas invasoras provenientes de China. Tras retornar a las montañas de Soc Som, el niño divino asciende al cielo en su corcel de hierro.

En el siglo X, el héroe Le Loi pescaba en el lago Hoan Kiem, en Hanoi. Tropas extranjeras habían ocupado a Vietnam. Una tortuga dorada se le acercó, portando en su boca una espada enviada por los dioses, que le otorgaba la fuerza de mil hombres. Le Loi se alzó contra los invasores chinos y después de diez años de luchas victoriosas, designado emperador de Vietnam, restituyó su espada a la tortuga en el mismo lago.

Un hombre sagrado, guerrero y poeta, como Cao Bá Quat; y una mujer sagrada, guerrera y poética, como Trung Trac, comparten el espíritu sublime de su pueblo, llevando con valor sobre sus hombros pesadas cargas de la patria a través de kilómetros y siglos. Los pasos y el galope del espíritu heroico se despliegan, escribe poemas a caballo entre mil montañas, árboles, flores y hierbas. Una palabra es como un remo: al partirse el pueblo ha alcanzado un nuevo logro.

Cantaste con dignidad para rememorar la misión de mil años. Sin coraje ¿cómo llegarías a Con Son? Si sigues el camino sagrado toda guerra se extinguirá. Reposas vigilante, apoyado en la espada, en la lanza, en el rifle. Pues casi siempre los invasores llegan en el tiempo de la cosecha de arroz, cuando el sol se eleva brillante para dorar las espigas del rocío.

Surgieron bandidos por todos lados. Ante sus tiendas de campaña tu ira no tuvo fronteras. Mientras el enemigo estuviera ahí, lucharías por la felicidad de la gente de tu tierra, año tras año sin pensar en ti. Por cada metro de tierra recobrada, cada brizna de verde sería tuya. La espada del tigre no se abatiría sobre tu tumba. Mil años viviendo en el bosque. Mil años emboscando al enemigo. El último hijo de tu familia, te habías ido a la guerra. Todas las noches tu madre esperaba tus noticias. Encanecías. Tus adversarios habían muerto ya hace tiempo. Muchos de tus camaradas de armas también. La eternidad te cercaba.

Sabías ya todo del vasto peso de la memoria. Habían sido ya cien mil batallas entre vientos y nubes. La marcha eterna nunca terminaba. Te alojabas en humildes casas de otros aldeanos. -Señor, hay tantas dificultades allí. Nuestra gente tiene que levantarse y luchar. Escuchabas historias de las siembras, noticias de la aldea. Unas jornadas después, las tiendas de los tuyos solo se alzaban en la selva por minutos o cuando mucho por breves horas. Muchos compartían entre balas y bombas, un solo tazón de arroz. Un fuego secreto incendiaba la noche del bosque. La AK: era tu gran boca de fuego. Ni un millón de toneladas de bombas podrían eliminar tu voluntad. Siglos en las colinas, enterrados en el cuerpo de los soles nocturnos, inmerso en las trincheras de roja tierra, entre cascotes y cartuchos, bombas de racimo y veloces explosivos, cantaba en tu alma el pájaro campesino para aquellos que se van o aguardan. Como en un sueño volvía a tu alma toda serenidad. Era el llamado de la poesía, recordándote que la guerra no sería eterna y que volverías a amar como en el día del origen. Pues solo el profundo amor vencería.

La injusticia se desvanecería en la nada. Y la libertad majestuosa viviría por siempre un día. Derrotado el enemigo brotarían mil arroyos de paz. El invasor se quemaría con la sopa caliente y soplaría cada día sus verduras frías. Los vietnamitas entraron a la guarida del tigre, asaltaron el nido de las serpientes. No era un fácil resistir un día entero de lucha, un año, un siglo, ocho siglos de batallas. Siendo bebés, aprendían a caminar entre los túneles. Combatían desde niños, y una vez los cabellos se cubrían del color de la nieve gloriosa, todavía continuaban batallando. La puerta de su alma no tenía lámpara, ni antorcha, aunque una vela había sido encendida para la despedida un día. Cientos de miles no volvieron. Muchos disparos sonaron dolorosos y dulces como en un sueño. El mártir reposaba entre el humo del incienso en la casa número 8. Con sus ropas rotas regresaba al amoroso suelo. Su deuda con la Tierra había sido pagada con creces. Porque si mueres por la dulce patria, tu nombre será abrazado por la historia. La lealtad es el corazón del rocío. Montañas de huesos apilados no puedan retornar a casa, al morir, pero tú alcanzarías la Tierra Pura del Oeste. El cielo conoce el espíritu del pueblo. Mejor vencer o morir luchando para tornar a los ancestros en el radiante abrazo. Una pérdida en el humo arderá en la gloria de mil soles.

Te han triturado todo hasta los huesos, pero has triunfado. El bosque de la patria se enciende de nuevo en ti. Hay caminos que nunca volverán. Tu nación puede ahora levantar la mirada con orgullo. Una parte de la vida que es esta noche arde roja. Esperas su regreso para compartir el sagrado fuego con ella. Entre tanto los generales que has capturado suplican por su vida. La generosa voluntad del cielo habla por tu boca. Les abres un camino para retornar a su país, y preservar así su vida.

Medellín, 14 de junio de 2015.

 


Fernando Rendón nació en Medellín en 1951. Es poeta, ensayista, editor y periodista. Cofundador de la revista de poesía Clave de Sol en 1972. Fundador de la revista de poesía Imago en 1988. Fundador y director de la revista de poesía Prometeo desde 1982, con 100 números a la fecha y fundador y director del Festival Internacional de Poesía de Medellín, con 24 versiones realizadas desde 1991. Libros de poemas: Contrahistoria, 1986; Bajo otros soles, 1989; Canción en los campos de Marte, 1992; Los motivos del salmón, 1998; y La cuestión radiante, 2005. Bajo su dirección, el Festival ha recibido numerosos reconocimientos en Suecia (Premio Nobel Alternativo), y también en Suráfrica, Egipto, Rumania, España, Cuba y Colombia, donde el festival se declaró Patrimonio Cultural de la Nación.

En sus palabras: “La belleza contrasta decisivamente al horror. Testimonia el humano deseo y la probabilidad de un nuevo tiempo, una atmósfera respirable, palpable, habitable a partir del diálogo entre los opuestos, que se odian. El amor existe y ha creado a Colombia. El odio existe y está socavando este país. Los poetas y los artistas colombianos debemos elegir la unidad. Es preciso, si lo queremos y comprendemos, fundar un diálogo democrático, multitudinario, para poner punto final a esta guerra mortal, mediante un final justo, digno, acordado entre los letales enemigos.”

Publicado el 29 de junio de 2015

Última actualización: 30/04/2021